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DOCE HOMBRES EN PUGNA
Antonio Sánchez García
...y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un
despeñadero, y perecieron en las aguas. Mateo, 8, 32.
Una sociedad puede darse el lujo de enloquecer. Un liderazgo no.
Cuando el virus de la demencia hace carne en quienes tienen por oficio
dirigir el rebaño, ya se sabe lo que nos espera. Y basta escuchar a un
vicepresidente de la república acusar de payaso a uno de los más altos
funcionarios del Departamento de Estado para constatar que la
demencia, desde diciembre de 1998, como que anda suelta por esta
tierra perdida del Señor.
Una docena de encuentros han tenido los comisionados del gobierno y la
oposición. Si fuera posible medir en horas-razón el esfuerzo por
cumplir la obligación fijada en las normas preestablecidas por
resolver, en primer lugar, la exigencia de encontrar una salida
electoral a la crisis, pueda que no se llegue a medir más de algunos
pocos minutos. El resto ha sido malversado en acusaciones,
recriminaciones, reclamos y protestas que no han tenido otro fin que
caldear los ánimos y exasperar hasta la desesperación a los más
pacientes y tolerantes miembros de la mesa.
Se ha ido repitiendo así sesión tras sesión un diabólico patrón de
conducta, según el cual el partido se inicia con una feroz andanada de
recriminaciones e improperios – casi inexorablemente iniciada por el
frente oficialista - que alcanza el climax del rompimiento, ante el
cual y tras ardorosos esfuerzos del facilitador se calman las aguas,
se vuelve a la concordia y se promete recomenzar al día siguiente ya
definitivamente sobre el escenario del tema electoral, única y casi
absoluta razón de los esfuerzos mediadores.
Para que al día siguiente, retro alimentados los miembros de la mesa
por los sucesos de la tarde anterior o esa misma mañana, vuelvan con
mayor ferocidad que en el día anterior a la gimnasia de acusaciones,
la explosión de furias y despechos, la reconciliación aparente, la
calma y la promesa. Como una pareja en síndrome de divorcio.
Al analista – habituado a esa rutina ya convertida en tedio – sólo le
preocupa saber, a estas alturas del partido, si tal gimnasia
corresponde a la naturaleza de toda negociación, si es el producto de
una estrategia de sabotaje y dilación fríamente calculada por una de
las partes o si es una mezcla letal de ambos extremos.
Mejor sería encerrar a los doce comisionados en un cuarto oscuro y no
permitirles dejar el lugar hasta no salir con un resultado en la mano.
Como en aquel hermoso filme de Sidney Lumet llamado Doce hombres en
pugna. ¿Será posible?