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¿NEGOCIACIÓN?
Antonio Sánchez García
El peligro que se cierne sobre toda negociación es la trampa. La
nuestra no ha estado exenta de ella. Sentados los negociadores de la
oposición con dos hechos consumados a sus espaldas: Plaza Altamira y
Referéndum Consultivo, el gobierno implementó rápidamente un par de
hechos consumados para ofrecer en canje: la toma de la PM y la
militarización de Caracas. Ante estos dos hechos, implementados con el
claro y unívoco propósito de provocar a la oposición y escalar el
conflicto, saboteando así cualquier posibilidad de auténtica
negociación acerca de los temas programados y establecidos en tres
meses de previas discusiones, la oposición decidió jugar su carta de
máximo riesgo: el paro. El gobierno, la aniquilación burocrática del
referéndum.
En medio de la polvareda perdimos a Don Beltrán, solía citar Ortega y
Gasset refiriéndose a escaramuzas tácticas como las que ha puesto en
práctica un caudillo astuto y un operador político inescrupuloso. Bajo
los cascos de los caballos de su quinta república han levantado tal
polvareda, que ya nadie se acuerda de que el principal objetivo de la
mesa era encontrar una salida electoral a la gran crisis. Y bajo la
desconcertada mirada del negociador, se ha comenzado a discutir sobre
los hechos consumados, convertidos en una crisis de segunda naturaleza
que desplaza a la gigantesca crisis que la enmarca. De dos zarpazos
oficialistas, se han echado por tierra tres meses de previas
negociaciones y un acuerdo marco. El gobierno logró así, con una
operación osada, violenta e inescrupulosa, distraer a la oposición de
su máximo objetivo y traerla a su escabroso terreno.
Es su derecho: defienden un coto que les ha costado sangre, sudor y
lágrimas y que ha caído providencialmente bajo su control, abriéndoles
la posibilidad histórica de tomarse
la totalidad del Poder y dar el salto trascendente hacia la revolución
socialista. No importan los términos: un país enfermo, trastornado e
ingenuo dio el más grave paso en falso de su historia republicana
cayendo en la más feroz trampa imaginable: voltear el guante de su
tradición y arriesgar ahogarse en el mar de la felicidad cubana.
Aunque toda constitución garantiza el derecho de los electores –sus
dueños – a deshacer sus propios entuertos, ésta que nos sobre
determina fue fríamente armada con el propósito de demoler o
dificultar hasta el absurdo cualquier intento por reencontrar el
camino de la democracia. Unido ese hecho al monopolio de la fuerza
armada y al desquiciante poder corruptor de la compra de conciencias –
no importa a qué precios ni en qué monedas – podemos imaginar cuán
difícil será cumplir con el propósito inicial de la negociación en
curso: reestablecer la vigencia plena de la democracia.
Aunque suene a maniqueísmo: ¿es posible negociar con el Mal? La
historia nos lo dirá.