La denuncia de Arria


Aníbal Romero

La denuncia de Diego Arria contra el Presidente Hugo Chávez por delitos de lesa humanidad tiene desde ya gran importancia ética, aún cuando sus efectos políticos sólo se concretarán con el paso del tiempo. Se trata de un documento de relevancia histórica que será estudiado por las actuales y nuevas generaciones venezolanas con particular interés y provecho, a medida que sus argumentos y conclusiones maduren y queden inequívocamente demostrados por el curso de los eventos. He percibido cierta miopía y mezquindad en algunos de los juicios emitidos con respecto a este crucial documento, incluyendo algunos formulados por comentaristas de oposición. Tal miopía y mezquindad están fuera de lugar. El hecho de que Arria sea uno de los precandidatos opositores a la Presidencia de la República, como es su derecho, no suma ni resta a la sustancia de su denuncia, que es desde todo punto de vista merecedora de apoyo.


Al respecto desearía resaltar lo siguiente: Por un lado, la cuestión central que plantea el documento es ineludible para los venezolanos. Toda sociedad sometida al tipo de régimen y modo de gobernar experimentados por la nuestra estos pasados trece años, se ve en algún momento decisivo obligada a enfrentar lo que el filósofo alemán Karl Jaspers denominó “el problema de la culpa”, es decir, la atribución de cargos acusatorios, morales, políticos y criminales, a individuos incursos en acciones ilegales, que abusaron de su poder o le utilizaron de maneras inadmisibles éticamente por una sociedad civilizada.


Toda sociedad que atraviesa por las pruebas que aún aquejan a Venezuela ve llegada la hora, más temprano o más tarde, de debatir colectivamente y en la conciencia de cada ciudadano el problema de la relación entre verdad moral, conveniencia política, sanción e impunidad. Arria ha hecho un aporte al país, más allá de sus aspiraciones personales, al sustentar en un documento tan sólidamente argumentado señalamientos que formarán parte fundamental del debate nacional, cuando llegue la ocasión de evaluar a fondo esta etapa de nuestro devenir.


Por otro lado hay que toma en cuenta, como repetidamente he venido sosteniendo, que el ejercicio de la política, en especial en el marco de una sociedad con los rasgos de la nuestra, debería ser también un desempeño pedagógico destinado, de parte de los políticos, a ayudar a los ciudadanos a entender su entorno y asumir sus propias responsabilidades frente a los retos presentes y futuros. En tal sentido, Hugo Chávez ha comprendido ese rol de la política, si bien, por desgracia, su prédica está basada en el delirio destructivo y la sistemática siembra del odio.


La visión de la política como pedagogía es lo que proporciona su potencial cívico a la denuncia de Arria contra Hugo Chávez ante la Corte Penal Internacional, y lo que da su valor a un documento que lejos de ser minimizado, debería ser respaldado por la oposición democrática en su conjunto. Nuestro pueblo no debería seguir siendo tratado, como a veces ocurre, como si estuviese compuesto por débiles mentales o por personas interesadas exclusivamente en ofertas de bienestar material, presentadas además con el mismo impulso demagógico y la voluntad de engaño que caracterizan el discurso disolvente de Chávez.


Es de esperar que la oposición democrática se distinga claramente de Chávez y de sus ejecutorias, con un mensaje que apele a la dignidad de la gente y no a la manipulación de sus instintos, pues también a los venezolanos nos llegará la hora de desvelar la verdad y afrontar el problema de la culpa.

22/12/2011

aromeroarticulos1@yahoo.com

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