POLÍTICA Y SOCIEDAD CIVIL

 

Antonio Sánchez García

A Leonardo Pizani

 

            Ya en los albores de esta profunda crisis de nuestro sistema de dominación la actividad ciudadana había comenzado a bifurcarse entre quienes habían administrado el Poder desde los inicios de la democracia y quienes pugnaban por nuevas formas de expresión social y política. No sólo a bifurcarse, como ha comenzado a suceder prácticamente en todo el mundo, sino a confrontarse. Pues las relaciones entre las organizaciones no gubernamentales cobijadas bajo el difuso y deletéreo concepto de “sociedad civil” y los partidos políticos – tradicional correa de transmisión entre representantes y representados en el escenario de la cosa pública – se ha caracterizado en todas partes por su incomprensión, por no hablar de pugnacidad y resquemor.

            La crisis de los partidos políticos no es un fenómeno sólo inherente a nuestra sociedad: refleja un impasse al que parecen haber llegado todas las sociedades democráticas en estos tiempos de globalización e invasión mediática y tecnológica. En estos tiempos de globalización, pues la internacionalización de los conflictos y sus soluciones a nivel planetario – desde la economía hasta la educación – ha cuestionado todas las formas tradicionales del intercambio social, desde los sindicatos hasta los partidos. Y en estos tiempos de predominio universal de los medios de comunicación, porque el imperio de la inmediatez absoluta de la vida social que ellos vehiculizan le arranca las discusiones y los remedios de los males sociales al convencional ágora de la política para entregársela a estrellas de la prensa, la radio y la televisión, que han pasado a convertirse en los nuevos líderes de las inquietudes y problemas sociales.

            Tal distorsión es grave: arrancada la vida política de los grupos tradicionalmente preparados para gerenciar los conflictos sociales y asumida violentamente por el capricho de manipuladores del sentimiento colectivo –antes dominados por la necesidad del rating, las cotas de popularidad y las emociones inmediatistas de la audiencia que por la reflexión ponderada y el tratamiento especializado de los conflictos – termina el discurso de la dominación por caer presa de un inmediatismo y una emotividad salvajes. Es lo que en un ensayo de próxima aparición he llamado “la política como espectáculo”. El estreno de la conversión de la política en espectáculo, por lo menos en nuestro país, ha sido promovido por el chavismo en sus distintas facetas. Fundamentalmente desde el tristemente célebre “por ahora”, la política nacional se ha dilucidado en la pantalla, en las redacciones de periódicos y en los talk shows radiales. El primer capítulo de esta terrorífica realidad se extiende desde el Caracazo hasta la defenestración de Carlos Andrés Pérez. El epílogo parece estar desarrollándose ante nuestras narices.

 

            Pareciera que ni los partidos ni las ONGs pudieran hacer nada por evitar este descuartizamiento de la cosa pública nacional, de la que inevitablemente ambos serán víctimas. Es más: la conversión de la política en espectáculo ha lanzado ambas formas de actividad social a la leonera de la mutua aniquilación. El actual entendimiento –obligado por la necesidad de acordarse frente a este feroz asalto a la racionalidad promovida por el chavismo -  apenas recubre el rencor soterrado que anima a ambos bloques.

            Es un inmensa pena: partidos y sociedad civil, partes indispensables de un conglomerado que debiera marchar de la mano, socavan día a día las bases de esa democracia que quisieran, sin embargo rescatar. Es la terrible contradicción de estos tiempos de tinieblas.

 

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