LA SOLEDAD DE VENEZUELA

Antonio Sánchez García*

            “Las campanillas de los teletipos aún no repican por Cuba” escribía el escritor cubano disidente Norberto Fuentes, refiriéndose al cómplice silencio de las agencias internacionales y de CNN con la dictadura de Fidel Castro. Tampoco repican por Venezuela. Y pueda que jamás lleguen a repicar por Brasil, de confirmarse las aprehensiones de los observadores latinoamericanos ante el triunfo de Lula. La presencia de Lucía Newman, corresponsal de CNN en La Habana reporteando desde Río de Janeiro es un oscuro presagio. Saben los dictadores cómo engatusar, comprar o corromper a los corresponsales extranjeros: casas de protocolo, regalos, mulatas – con videos comprometedores de por medio - y dinero en efectivo. Jamás una nota discordante, jamás un reflejo de la desesperación de los humillados y ofendidos, jamás una ráfaga en un sórdido subterráneo de los cuerpos de seguridad. Sólo arena, sol y mojito: Lucía Newman. Chávez y José Vicente Rangel han demostrado una sorprendente habilidad en seducir o contratar expertos en desinformación internacional. El caso de Ignacio Ramonet bordea el asombro. Y hay quienes siguen comprando y tomando como documento de fe Le Monde Diplomatique.

            Difícilmente lograremos que el mundo se entere de lo que realmente ocurre en Venezuela. No sería el primer caso. No será el último. El País de Madrid se ha negado sistemáticamente a entregar la corresponsalía en Caracas a periodistas capaces de enfrentar los hábitos democratoides de sus lectores, a los cuales no les interesa desayunar enterándose de las ignominias de alguien “electo democráticamente” ni conocer la verdad de generales manifestando en una plaza pública. En el cálido cerebro de un madrileño, un soldado que reclama no puede tener más dedos de fre nte que el teniente coronel Tejero. Ni siquiera osan pensar que mientras ellos aún lo mantienen en la cárcel, nuestro Tejero avanza impertérrito hacia la consolidación de sus designios autocráticos.

            La complicidad de los medios – a veces avalado por suculentas inversiones de sus propietarios en las playas bañadas de sangre de las dictaduras que ordenan reportear – no sería tan grave si no fuera acompañada por la complicidad de gobiernos pusilánimes y cobardes, más preocupados por salvar sus propias asentaderas que por las tragedias de sus vecinos. Mandatarios de la talla de Rómulo Betancourt, que arriesgó su vida y su patria para cerrarle el camino al dictador del Bella Vista Social Club y la trova santiaguera, no ha habido muchos en América Latina.  ¡Qué falta nos hace!

            Ahora viene César Gaviria portando un patético ramo de oliva.  El barco está que se hunde, y él propone una reunión social en su sentina. Sabe cuán inútil es su presencia y hasta pueda que reconozca la naturaleza aviesa y siniestra del presidente de gobierno. Pero a sus mandantes, desde Toledo hasta George Bush les importa un carajo el drama que se cocina en nuestro suelo.

            Venezuela está sola. Pero no lo olvidemos: hemos sido el pueblo más libertario y guerrero del continente. Si salimos hace dos siglos a independizar naciones, ¿necesitamos que ahora vengan  a independizarnos a nosotros? La respuesta está en Altamira. Que no se llamen a engaño quienes creen domeñarnos contando con la complicidad de la OEA: les hemos declarado la guerra y tienen sus días contados.

Escritor, miembro fundador de Expresión Libre

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