TIEMPO DE PALABRA
Carlos Blanco
Imparcialidad
Uno de los temas preferidos del gobierno es el relativo a la
parcialidad de los medios de comunicación. Es una queja persistente a
la cual se han sumado algunos corresponsales extranjeros. Miran y
leen, sorprendidos, que de manera institucional, diarios, canales de
televisión y emisoras de radio, estén en una férrea militancia frente
a Chávez. La periferia chavista le da combustible a esta visión.
Vienen, constatan y juzgan. Horrorizados, ven a los medios en una
militancia radical y los condenan. El pecadillo que comporta esta
perspectiva es que quiere meter de contrabando su inocencia. De
repente, el observador “imparcial” despertó, y vio a Alberto Federico
Ravell, a Omar Camero, a Gustavo Cisneros y a Marcel Granier
masticándose a Chávez y a su gobierno sin que el pobre tuviera ni el
mínimo derecho a pataleo. Suele ignorarse, en forma interesada, cómo
se llegó hasta acá. Así no fue al comienzo; muy al contrario. El
presentismo de los críticos no quiere ver los antecedentes.
Inicialmente, la casi totalidad de los medios de comunicación era
favorable al gobierno. En unos casos porque los directores y dueños
veían con simpatía el proyecto chavista, en otros porque tenían
amistad con los jerarcas del régimen y en unos cuantos porque deseaban
tener una relación “normal” con el nuevo gobierno. Miguel Henrique
Otero fue simpatizante de Chávez, como muchos venezolanos; Alfredo
Peña, siempre vinculado a El Nacional también se incorporó al proyecto
chavista. Gustavo Cisneros tuvo simpatías hacia el gobierno y
Venevisión fue un canal abierto al sector oficial. Globovisión del
mismo modo: Alberto Federico Ravell le dio todo el espacio del mundo a
las ocurrencias de Chávez y de sus funcionarios; una alta personalidad
del antiguo régimen llegó a afirmar con picante exageración que
Globovisión era “la Gaceta Oficial televisada del régimen”. Uno de los
propietarios de este canal, Nelson Mezerhane, se empeñó especialmente
en tener buenas relaciones con el mundo oficial. Omar Camero de
Televén igualmente se orientaba con simpatía hacia el régimen y fue de
los pocos dueños de medios que pudo recibir en su canal la visita
oficial presidencial. En sus respectivas organizaciones, Andrés Mata y
Marcel Granier mantuvieron políticas de apertura hacia la revolución,
incluso después de muchos incidentes presagiosos. Esto sólo para
ilustrar con los más emblemáticos a escala nacional.
Pero no era sólo una cuestión de dueños y directivos. La mayoría de
los periodistas simpatizaba con Chávez. Las noticias eran las que
producía el gobierno y, para esa época, se tenía al locuaz Presidente
como un Gran Comunicador. La oposición de entonces era exigua,
repudiada por la mayoría y su presencia en los medios ni siquiera con
criterio de escasez se notaba. Era la onda del país. El centro de
gravedad de la sociedad se desplazaba hacia la revolución e igualmente
el punto en el cual se ubicaba la imparcialidad.
En tres momentos se oscureció el panorama. El primero fue cuando el
Presidente se consideró con el derecho de enmendarle la plana a los
medios. Entonces no se le tenía como el insigne hablador de necedades
que se conoció después, sino como el líder que inauguraba un estilo
parlanchín. Insistía en lo que debía ir en los titulares y lo que no,
inició sus polémicas por el enfoque de las noticias y pretendió dictar
cátedra de periodismo. Aunque no se crea, irritó primero a los
periodistas de a pie que a los dueños y directivos. En ese momento,
las impertinencias presidenciales se tomaron como excentricidades de
un personaje escapado de una cantina militar. Pero, se apostó a que el
personaje se corregiría a través del roce con el hermano Andrés
(Pastrana) y el fraterno Fernando Henrique (Cardoso).
El segundo momento de la confrontación se inició cuando aparecieron
las críticas. Un robo revolucionario aquí, una mano larga en Fondur,
un general que se propasaba allá, una extravagancia diputadil, fueron
estímulo para las críticas de los periodistas. Los abusos de la
Asamblea Constituyente y del Congresillo, destinados a que Chávez
controlara todo el poder, incrementaron las diferencias. El incansable
locutor de la revolución, emplazando a diestra y siniestra, ya
comenzaba a carajear a directores y periodistas. Pretendía amedrentar
y cometía lindezas como aquella de preguntarle a Zapata cuánto le
habían pagado por una de sus caricaturas. Las críticas de los
periodistas se acentuaron y Chávez profundizó los insultos.
La forma de protesta de los medios fue la de reproducir las agresiones
presidenciales. De manera aséptica repetían lo que el Gran Comunicador
había dicho y, al hacerlo, evidenciaban la intolerancia. Paralelamente
se inició el crecimiento de lo que es hoy un poderoso movimiento
oposicionista y éste entró en el radar de los medios. La disidencia
creciente, los medios de comunicación reafirmando su independencia y
muchos periodistas con los colmillos afilados, fue un cóctel que
disparó la violencia oficial. Como respuesta, al Presidente no se le
ocurre otra cosa que insultar: Andrés Mata, Miguel Henrique Otero y
Alberto Federico Ravell, junto a muchos otros, fueron atacados sin
contención. A los dos últimos, además, aludiendo a sus padres. En el
caso de Otero ensalzando a su padre para descalificarlo a él; en el de
Ravell, descalificándolos a ambos.
El tercer nivel, se alcanza cuando los medios defienden ante Chávez su
derecho a informar y éste inicia una campaña de amedrentamiento, que,
para los observadores “imparciales”, era sólo verbal, pero que en
realidad fue la señal para que se iniciara la furia en las calles
contra los medios por parte de los Círculos del Terror. Esta fase
coincidió con el abandono por parte del gobierno de cualquier ropaje
de respeto hacia la libertad de expresión y se inicia una
confrontación abierta. La violencia oficial contra los medios ya se
había emparejado con la que ejercía hacia muchas instituciones de la
sociedad. El autoritarismo ya no era un presentimiento, y el país,
entonces, reaccionó masivamente.
Los medios de comunicación, como la Iglesia, las universidades, los
sindicatos, los gremios profesionales y las organizaciones
empresariales, asumieron que estaba en riesgo la democracia.
Ciertamente dejaron de ser imparciales. No fueron imparciales entre
los que protestaban con cacerolas y los que mataban en Llaguno. No son
imparciales entre el autoritarismo fascista de Chávez y la democracia,
defendida por millones de ciudadanos. Los medios entendieron que no
podían ser imparciales cuando la democracia moría. Sin embargo, su
aguerrida militancia por la libertad no excluye que los agentes del
autoritarismo tengan cobertura diaria.
El régimen de Chávez dejó de ser democrático y no se podía ser
imparcial entre la democracia y el autoritarismo. Los medios, como la
mayoría social, asumieron que la imparcialidad sólo en democracia es
políticamente viable y éticamente exigible.