El oficio de ser hija

 

Marsolaire Quintana

 

 He pasado por momentos difíciles, como todos los seres humanos, pero perder al padre me sobrepasa. En un país en donde la paternidad responsable es, acaso, una curiosidad de circo, para quienes hemos tenido la suerte de tener a nuestro lado a un padre amoroso, es  más contundente aún.

No sé si es un sentimiento común, pero a veces me descubro como una hija con respecto a mi madre. Hija para la complicidad femenina, para las revelaciones cotidianas, para la secreta tirantez... No ha sido sino hasta ahora, cuando mi padre ha enfermado severamente, que contemplo el oficio de ser la hija de mi papá. Suena un poco tonto, tal vez sea porque la preocupación  me ha atontado, pero ese es un oficio de amor al que poco hacemos caso y una vez que pasa lo inevitable, sentimos un hondo, hondísimo vacío.

La reciente y profunda novela de Victoria de Stefano toca el tema de esta relación que, dicho sea de paso, es imposible idealizar demasiado. Como Denise, el personaje principal, todas las hijas hemos vivido tensos momentos y angustias con la figura paterna. Pero una cosa es ser hija y otra es ser padre. Es distinto.

Algunas amigas han pasado y están pasando por este trance amargo estos últimos días. En mi caso, mi papá fue contaminado en una transfusión sanguínea del virus de la hepatitis C (VHC), una enfermedad asintomática que, al momento de presentarse, acaba violentamente con el hígado. Esto equivale a acabar con el filtro del cuerpo humano, con la retención de proteínas y con otras funciones vitales. El VHC degenera en cirrosis hepática o cáncer de hígado, produce pérdida de algunas facultades mentales y, cuando ya no hay vuelta atrás, derrames mortales. Desafortunadamente en el país existen, según fuentes confiables, unos 200 mil enfermos de VHC, lo que equivale a 200 mil familias que pasan por el mismo drama de la mía y dentro de ellas, muchas hijas que están experimentado mis emociones.

Casi todas mis amigas han tenido unos padres maravillosos como el mío. Tal vez su presencias en nuestras vidas hayan hecho que nos uniésemos en el camino y que, ahora, más que próximas, seamos hermanas. Los padres de María Giomar Quevedo, Margarita Villegas, María José Martínez, Valentina Mujica, María Luisa Llorente, Lina Rodríguez, Janet Maldonado Rangel, Marbella Molina, Ingeborg Klapper,  Iraida González... las han formado con tanto cariño y mimo, con tanta preocupación y celo; y, al mismo tiempo, con tanta confianza y libertad de pensamiento... son unas hijas maravillosas que responden con una reciprocidad de lujo a ese afecto.

Lo propio ha pasado con los padres de Caterina Tatonetti, Ana María Carrano, Xiomara Manrique, Odrath Villamizar, Luisa Helena Calcaño, Andreína Mujica, Milagros Socorro y María Ángeles Octavio, todos fallecidos ya. Fueron unos hombres valiosos y serenos, con defectos y virtudes que los alejan de epitafios falsos, de requiems innecesarios... estuvieron allí, de pie y con vigor, hasta el final de sus vidas. Y con ellos, desarrollando uno de los oficios más sublimes, estas amigas tan amadas por mí. En las cabeceras de sus camas, ellas estuvieron hasta el último momento.  Amor a quien amor merece parece ser lo que nos une a todas.

Pienso en el padre de Linda Loaiza, acompañando a su hijita en su huelga de hambre, con una dignidad tan enaltecedora... ése es el tipo de padre que necesita este país. Sé bien que Isaías Rodríguez ha sido un buen padre, lo sé pues trabajé un tiempo con su hija Natalie, una mujer inteligente y de buenos sentimientos. Me pregunto si no ha sentido empatía con el padre de Loaiza; me pregunto si, de estar una de sus hijas en esta situación, no saldría a apoyarla; es más, me pregunto si también es padre en horario de oficina. Me cuesta entender por qué esperó todo el fin de semana para atender los reclamos de una desesperada víctima de este sistema judicial. Linda Loaiza es cualquiera de nosotras, incluyendo las hijas del Fiscal General de la República y de los jueces del Tribunal Supremo de Justicia.

También me pregunto en dónde están las mujeres que han salido a marchar con pitos y banderas por un cambio, provenientes de cualquier sector de la polarización política. Mi situación no me permite apoyar, ser más solidaria con Linda Loaiza, que lo que me otorgan estas líneas, este espacio. Pero quienes han tenido tiempo de caminarse las calles deberían patearlas para reclamar que se juzgue adecuadamente este caso y todos los casos similares.

Ser hija no es un oficio fácil, sobre todo cuando a tu padre se le derrite la vida; pero dejar de ser humano y solidario en lo que se debe realmente ser, es inexcusable.

 

marsolairequintana@yahoo.es

regreso a documentos            regreso a DDHH