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EL NACIONAL - Sábado 23 de Noviembre de 2002
A/12
Opinión
Editorial
Contra viento y marea
N o se podría negar que las tácticas de perturbación de la Mesa de
Negociación y Acuerdo desatadas por el Presidente de la República han
tenido sus efectos perversos. Si en algo ha demostrado el Gobierno
tener astucia a lo largo de casi cuatro largos años, ha sido en esto
de provocar a la sociedad civil y a sus diferentes organismos. Desde
que el secretario general de la OEA, César Gaviria, instaló la Mesa de
Negociación, esas tácticas han tenido lugar de manera sistemática. Han
tenido como propósito exasperar a la opinión pública, desafiar a la
Coordinadora Democrática, y tratar de hacerle ver al representante de
la comunidad hemisférica que sus esfuerzos no tendrán destino.
En esta ocasión el Gobierno ha tenido éxito en unos aspectos, pero no
en otros, y aquí se revela una vez más su mediocridad su incapacidad
para apreciar las situaciones.
En primer lugar, ha fracasado en sus intentos de detener el proceso de
negociaciones y de frustrar las gestiones del secretario general.
Gaviria persiste y persistirá porque entiende que es su deber
contribuir con los venezolanos, de todos los signos, a buscar una
solución pacífica a la grave crisis institucional que padecemos. Haga
lo que haga el Gobierno, allí estará el secretario general. Mientras
más perturbe el Presidente de la República con su doble juego, más se
le descubren sus cartas marcadas.
Por una parte envía a los negociadores a sentarse a la mesa, pero les
coarta su autonomía para llegar a terreno firme en la búsqueda de una
salida constitucional; y, como si fuera poco, su discurso agresivo es
incesante, y su prédica contra el referendo consultivo es lugar común
en todas sus apariciones. Mientras los 12 negociadores exploran y
conversan, él y algunos de sus ministros urden las más inverosímiles
artimañas para que la Mesa termine en nada. Las maniobras astutas
contra la Ley Orgánica del Poder Electoral, su demanda ante el
Tribunal Supremo de Justicia, su devolución a la Asamblea Nacional, la
toma y ocupación de la Policía Metropolitana, la militarización de la
zona metropolitana, los asedios y desórdenes de los círculos
“incontrolables”, forman en su conjunto expresiones de ese deseo de
hacernos ver que las negociaciones están condenadas al fracaso.
Chávez se equivoca, aun cuando algunas de esas tácticas tengan
aparente éxito. En verdad, ha logrado exasperar a la opinión pública
de todo el país, generando sobre la Coordinadora Democrática y sobre
todos los representantes responsables de instituciones nacionales como
la CTV y Fedecámaras, todas las presiones posibles. La gente,
desesperada, cree que con Chávez no habrá salida constitucional
posible, ni consulta popular, ni rectificación alguna. De esa
exasperación ha surgido el paro cívico convocado para el 2 de
diciembre.
La respuesta gubernamental es crear tensiones en la Mesa de
Negociación, y acusar a la Coordinadora Democrática de “golpistas y
terroristas”. El lenguaje incivilizado y agresivo descubre las
intenciones del Gobierno. También descubre su inmensa debilidad y su
intolerancia. El paro, compréndanlo, no es un capricho de la
oposición. Ésta apela a un arma cívica con el propósito de estimular
el proceso, y de hacerle ver al Gobierno que la nación tiene una sola
voz y una sola voluntad. El paro no es una panacea en sí mismo, pero
está dentro de los recursos posibles de la sociedad democrática. Decir
que un pueblo que ha demostrado su devoción democrática y su pacifismo
en forma reiterada es “golpista y terrorista” es algo incalificable en
boca de cualquiera, pero como expresión gubernamental no es más que
una confesión deplorable de su incapacidad para comprender la
profundidad de la crisis. También de su incapacidad para ejercer
funciones de Gobierno.
De todo esto se ha dado perfecta cuenta el secretario general de la
OEA. Dentro de su ponderación y bien manejado equilibrio, el
representante de la comunidad hemisférica ha llamado a los diferentes
sectores a no estorbar con acciones inconvenientes el proceso de
negociaciones. Piensa que el paro puede ser negativo. Como conductor
del proceso está en su derecho al abogar por la comprensión.
Oigamos estas palabras del secretario general: “Quisiera pedirle al
Gobierno y a todos sus funcionarios que no sigan desafiando a la
Coordinadora Democrática para que convoque a un paro”. Si el Gobierno
se inquieta tanto ante esta alternativa, tiene diez días para hablarle
al país en otro lenguaje que no sea el de la confrontación. ¿Por qué
tanto temor a las soluciones constitucionales?