Homenaje a Urimare
¿Se acuerdan de Macondo? Lo leí muy joven y me causaba mucha angustia cuando se referían a las interminables lluvias y sus consecuencias.
Hoy llovió todo el día, y todo el día miré al Avila, "no te vengas abajo -le
decía- mira que tú eres mi montaña mágica. Avila, yo te amo. No te pinto como
Cabré, pero te retrato casi a diario. Todos los días te saludo al levantarme, y
muchos me siento a ver tú atardecer. Eres nuestro Norte, montañita, el norte de
los caraqueños. Tú eres quien nos da paz, alegrías y sueños. Tú eres la más
hermosa".
Pensaba en la leyenda de los Indios Caracas, de cómo se irguió Guaraire Repano.
¿La conocen?. Es sencilla. Guaraire Repano, o Avila, no existía. De Caracas
al mar era una pendiente suave y verde, de tierras amables, y quebradas
con aguas cristalinas que hacían música. Los Caracas eran malucos, no hacían
ofrendas a sus dioses, se portaban mal. Los dioses los amenazaban. Ellos, no
hacían caso. Un día, un dios más molesto que de costumbre, viendo a estos
hombres holgazanes e incrédulos, decidió exterminarlos. Entonces, se levantó una ola inmensa del fondo del Mar Caribe.
Una gran ola vino hacia la tierra. Los indios, entre asustados y arrepentidos,
se hincaron y pidieron perdón.
Ofrecieron cumplir todos los preceptos que los dioses pedían, prometieron ser
buenos. Los dioses, en su magnanimidad, petrificaron la ola. Esa ola del Mar
Caribe, es nuestro Avila, nuestro magnífico y voluptuoso Avila, por eso, cada
vez que lo miras, tiene un color diferente.
Y esta vez un tigre lo arañó. Sí, pareciera como si un inmenso tigre hubiera
surgido de las entrañas del Caribe, y a zarpazos le hubiera sacado sus piedras
blancas y su tierra roja. Esa tierra fértil, madre de tantos y tantos árboles
que bajaron desollados, apamates, araguaneyes, mangos. Dejó sus garras marcadas
en cada una de sus laderas del norte.
Ese Avila mágico que esconde cosas únicas, inéditas, sin referencia en el
mundo, como El Museo de Arte Ecológico, El Jardín de Las Piedras Marinas
Soñadoras. Tres días estuvo Zóez, creador del Museo, hablando con la naturaleza
el pasado diciembre. Tres días y dos de sus noches, y el Jardín seguía incólume.
Guaraire Repano se desmoronaba como castillito de arena, pero el área del Museo
seguía limpia, y sus esculturas sin mella. Hasta que, comenzando a oscurecer el
tercer día, la mata de mango ubicada fuera del lindero sur, descendió, poco a
poco, varios metros, sin caerse, erguida y suavemente, con parsimonia penetró
el Jardín. Entonces Zóez se le plantó delante y la retó, "si te vas a llevar mí
obra, llévame a mi también". Se detuvo. Allí está. Allí se quedó. Ahora el
Jardín tiene un árbol más. La mata de mango que se deslizó hasta estar dentro
del Museo. ¿Será que quería pertenecer a éste? ¿No quería seguir siendo una
mata más entre las miles y miles que pueblan El Avila?.
Hace cuatro días ya que bajé a Litoral Central. Cuatro días en que mis ojos y mi
corazón no han dejado de llorar. No pude sentarme a escribir hasta hoy. Si lo
hacía, sólo horrores iban a salir de mis manos, porque sólo dantescas imágenes
vieron mis ojos.
Desde que tengo memoria ¿dos, tres, cuatro años de edad? no sé, pero desde
entonces, el Litoral Central es la parte más linda de mis recuerdos. Así como el
domingo mis padres me llevaban a misa, el sábado lo hacían a la playa, a Puerto
Azul. Sábado, tras sábado, tras sábado, era como un ritual. Y así fui conociendo
la zona. Primero, desde la ventana del carro de mi Papá, luego, por mi
inagotable curiosidad hacía excursiones exploratorias. Unas veces hacia el
este, los pueblos de La Sabana, Caruao, Chuspa, el Pozo del Cura, Chorrerón.
Otras, hacia el oeste, y de ahí, al cerro. Así, hace más de nueve años, descubrí
el Museo. Magia pura es esta costa.
Allí decidimos casarnos, y estamos cerca de las bodas de plata.
Hace 27 años mis padres compraron un apartamento, que
posteriormente regalaron a mis hijas, en la Urbanización Caribe, Parroquia de Caraballeda. Urimare, Residencias Urimare. Construido
en 1.957, en el bloque nº 59 de 7.800 metros de terreno. Enmarcado por el primero y el
último hoyo del campo de golf. Urimare, primeros edificios que se construyeran
en la zona. Edificios bajos, sin ascensor, tipo
quinta, grandes, espaciosos y ninguna pared era compartida por dos apartamentos.
Artesanos de la época los remataron, aún no se ha descarrilado ni una sola
puerta de un closet, la tubería de cobre y las juntas de bronce brillan al
romper una pared y recibir luz.
Allí se criaron mis tres hijas. Allí aprendieron a nadar, antes que a
caminar, en la piscina "mágica" como ellas decían. Allí aprendieron a convivir
en sociedad, aprendieron el significado de la palabra amigo. Eramos una
comunidad que traspasaba los linderos de la residencia. Viajábamos juntos,
nacieron compadrazgos, compartíamos sueños e ilusiones, miedos y esperanzas, y
alguna rasca que otra también.
Ya todo se acabó. Urimare fue construido en el lecho de
Quebrada Seca, y ésta, reclamó su espacio. El pasado diciembre nos embistió con
furia, nos llenó de piedras blancas y troncos desollados. Destruiste las bases y
te llevaste las columnas, Quebrada Seca, también las vigas y nuestros sueños.
Pero... cuarenta y siete años nos permitiste ser felices en tú lecho. ¡Gracias
Quebrada Seca!.
Iruña Urruticoechea
Caracas, 17 de enero de 2.000