Crítica a los medios venezolanos
Palabras en la XXXIII Asamblea General de la OEA
Roy Chaderton Matos
Ministro de Relaciones Exteriores de la
República Bolivariana de Venezuela
Santiago, Chile, lunes 9 de junio de 2003
En este punto de la gobernabilidad, a riesgo de hacer el papel de
aguafiestas y de vecino incómodo, pero ejerciendo el derecho a la libertad de
expresión que también deben tener los Estados dentro de la comunidad
internacional, quiero presentar en nombre del gobierno de la República
Bolivariana de Venezuela, algunas reflexiones sobre temas que desde el norte
hasta el sur de este continente comienzan a debatirse en los albores del siglo
XXI, en contra de las costumbres y creencias socialmente aceptables y aceptadas.
En términos generales, el concepto de iniciativa privada tiene un buen nombre.
Nosotros coincidimos con esa alta valoración. Creemos profundamente en la
libertad del individuo para desarrollar al máximo —sin trabas ni prohibiciones—
todo su potencial de responsabilidad social para crecer espiritualmente y
generar beneficios materiales, que contribuyan a fortalecer las instituciones de
las sociedades verdaderamente democráticas, y estimular la participación
individual o colectiva de la persona humana en procura de la libertad, la
prosperidad y la paz.
Apreciamos a las personas que arriesgan sus recursos, crean, producen, compiten,
generan riqueza y empleo, pagan sus impuestos y contribuyen a acercarnos a la
justicia social.
Es tan bueno el nombre de la iniciativa privada que hemos terminado convencidos,
irracionalmente, de que solo el Estado puede cometer violación y atropello de
los valores, principios, normas y procedimientos que consagran y protegen los
derechos individuales. Este dogma con el pasar del tiempo ha permitido hacernos
de la vista gorda ante todas las rupturas y usurpaciones cometidas por la
iniciativa privada en los espacios de la legalidad y la legitimidad.
Esto explica que circunstancias heterodoxas, como la violación de los derechos
humanos por iniciativa privada, sean desconocidas por políticas ortodoxas y por
burócratas de corto alcance racional y profunda insensibilidad social,
configurada en la comodidad del aislamiento y la lejanía de los acontecimientos.
De acuerdo a algunos expertos, amansados por intereses creados, solo los Estados
violan los derechos humanos.
¡Solo los Estados violan los derechos humanos! Aseguran con voz heroica y
movimientos acartonados. Entonces, ocurre que tesis como esta no permitiría
catalogar como violación de los derechos humanos los actos terroristas cometidos
por Al Qaeda, la ETA, las FARC o las AUC. No sería así, violación de los
derechos humanos, volar a una familia por los aires o secuestrar a una persona
por años.
Lo mismo pasa con la libertad de expresión y el derecho a la información. En
nuestro criterio, la supresión de la libertad de opinión y los intentos de
destrucción del pensamiento disidente, no solo deben ser reprochables cuando los
comete el Estado, sino igualmente, cuando son producto de la iniciativa privada.
El debate sobre este tema comienza a florecer y a expandirse en cobertura e
intensidad por la geografía mundial, pero desafortunada y afortunadamente,
Venezuela se ha convertido en un laboratorio donde se confrontan los derechos
democráticos básicos y la dictadura mediática.
Los medios han usurpado en Venezuela los espacios abandonados por los partidos
políticos tradicionales, desplazados del poder por la vía democrática y, en
nombre del interés privado, se crea la noticia, se manipula y deforma la
información y se procuran apoyos internacionales ingenuos y no tan ingenuos,
para diseñar una realidad virtual que oculta y censura a la realidad real. La
censura no es mala porque la ejerza una autoridad, y aceptable o perdonable
cuando se haga en nombre de la libertad de expresión. Esto sería una aberración,
que nos convertirá —si no decimos a tiempo que el Rey está desnudo— en gobiernos
mudos, ciegos y sordos.
Hoy día se nos hace vetusta la capacidad institucional para responder y
enfrentar la creciente agresividad de los intereses privados antidemocráticos,
que a veces logra incorporar en su favor a intereses supranacionales en nombre
de la democracia. Esta conducta favorece la impunidad como la reincidencia y
estimula la expansión de las tendencias totalitarias propiciadas por el sector
más oscuro de la iniciativa privada.
En Venezuela existe una dictadura mediática. En el pasado, los medios
chantajeaban al sector político y ejercían presiones insoportables para alcanzar
sus objetivos. Cualquier objeción era castigada con la destrucción moral o el
silenciamiento.
Hace veinte años, un Presidente venezolano, demócrata cristiano, cometió la
osadía de aplicar normas que son práctica habitual en las democracias más
avanzadas, y prohibió por razones de salud pública la publicidad de licores y
cigarrillos. Desde entonces, por decisión de los tiranos empresariales fue
condenado a lo que en derecho romano se llama la muerte civil. Simplemente ni
existió, ni existe ni existirá. No es entrevistado, mencionado ni invitado.
Apenas dos publicaciones de modesta influencia le permiten un artículo semanal,
mientras sus propios compañeros de partido se hacen los desentendidos.
¡Qué vergüenza!, saber que en tiempos de nuestra última dictadura la TV privada
de Venezuela tenía mejores programas culturales e infantiles, en contraste con
la programación mediocre y violenta de hoy.
Como ya lo dije en una pasada sesión del Consejo Permanente de la OEA, cuando
las multitudes se lanzaron el 13 de abril a las calles de Venezuela para pedir
el regreso del Presidente derrocado y todas las guarniciones militares de
Venezuela se activaron para rescatar la constitucionalidad, los medios
venezolanos, especialmente las televisoras privadas, transmitieron solo
programación infantil para los adultos, cuando lo acostumbrado es transmitir
programación adulta para los niños. Gracias —en principio— a un periodista
colombiano, Antonio José Caballero, la comunidad internacional se enteró de que
había una revuelta popular y militar contra la dictadura empresarial que en solo
tres días disolvió todas las instituciones democráticas.
Ofrecemos a los interesados en esta organización evidencias de la presencia de
seudo demócratas venezolanos, festejando la instalación del gobierno golpista de
abril del 2002, así como copias del libro de oro con las firmas de los
adherentes al crimen anticonstitucional. Encontrarán ustedes muchas sorpresas...
Los medios, cuando no sirven a la democracia lo hacen a favor de razones y
causas innobles. Ya hablé de su incesante prédica golpista en el caso
venezolano. Pero hoy debo denunciar aberraciones que han sido presentadas como
pintorescas y risueñas y que un público no desquiciado habría rechazado con
horror. Se trata del racismo.
Nuestros medios presentan formas cubiertas o descubiertas de racismo. No
encontrarán ustedes en Venezuela presentadores de noticias ni anfitriones de
programas de opinión de color negro o mestizo. ¡En un país donde somos de todos
los colores y mezclas. No hay niños negros en los comerciales publicitarios.
solo niños rubios con corte de totuma o flequillos y se llaman siempre Danielito,
quizá evocando a Daniel el Travieso (“Dennis the Menace”). De esa manera se crea
un patrón cultural de referencia física profundamente violento y agresivo.
No velado, no sutil, no inconsciente, y mucho menos insinuado, es el racismo
abierto y descarado que me obliga a denunciar a varios medios venezolanos y a
presentadores de televisión y periodistas por propiciar el odio y el desprecio
racial entre venezolanos. Me pregunto si no merece un mínimo de atención el
hecho de que medios privados, al referirse a altas autoridades oficiales
venezolanas de piel morena o negra, los llamen, directamente, sin anestesia,
«monos», «macacos», «chimpancés» o «monacales».
Por cierto, algunos de estos periodistas insultaron al secretario Gaviria,
brutalmente, después de su primera reunión con los dueños de medios venezolanos
y acusaron al ex presidente Carter de haber recibido 10 millones de dólares del
Gobierno venezolano para apoyar a la Mesa de Negociación y Acuerdos.
¡Qué gran tarea para los burócratas de la OEA: visiten Venezuela y comprueben
estas denuncias! A menos que crean que solo los Estados cometen racismo.
¿Habrá excusas burocráticas o leguleyas para no tomar el toro por los cuernos e
identificar con nombres y apellidos a los medios que permitieron esto y a los
periodistas que transmiten mensajes racistas? ¿Qué habría pasado, por ejemplo,
si en la Europa de los años veinte y treinta se hubiera tenido el coraje de
enfrentar a quienes humillaban y ofendían a nuestros hermanos judíos?. Quizá
habríamos evitado los horrores del holocausto. ¿Es que acaso se puede permitir
la supresión de la libertad de expresión en nombre de la libertad de expresión?
¿Es que podemos banalizar nuestra obligación de no favorecer las aberraciones de
la mente y la conducta humana que conducen al crimen político, a la injusticia
social y a la guerra?
Identificar a los racistas es muy fácil, pero, si para los burócratas
interamericanos resulta muy difícil o cuesta arriba, ponemos a su disposición
para ser entregadas en Caracas todas las evidencias, que vamos a consignar
parcialmente ante los Cancilleres de América aquí reunidos y que también hemos
entregado a personalidades políticas y representantes de los medios chilenos.
Algo pasa con este sistema interamericano. Por la sede de la OEA en Washington
ha pasado, para denunciar al Gobierno de Hugo Chávez, un desfile de personajes
venezolanos responsables y culpables de la violencia mediática, pero, a pesar de
nuestras repetidas denuncias, públicas y privadas, al parecer a ninguno de los
expertos en derechos humanos se les han ocurrido interrogarles sobre este crimen
aún impune.
¡Qué fácil parece ser atender denuncias contra individuos y autoridades
presuntamente incursas en violación de los derechos humanos, y cuan difícil es
atender la avalancha de denuncias sobre amenazas contra las autoridades
democráticas en Venezuela! Quizá ello explique la lenta reacción inicial de
nuestro sistema para atender la primera violación de la Carta Democrática
Interamericana. Todavía nos asombra que pasen inadvertidos los llamados a
asesinar a nuestro Presidente en las pantallas de TV, las primeras páginas o
artículos de los diarios venezolanos o desde la ciudad de Miami.
Otra falta grave de los medios, ya no solamente en Venezuela sino en nuestro
mundo occidental, es la prédica que en nombre de una justa y justificada lucha
contra el terrorismo internacional pretende crear un estereotipo de nuestros
hermanos musulmanes como potenciales terroristas, abriendo pasos a un
fundamentalismo religioso de inspiración cristiana que puede convertirse en un
factor detonante de intolerancia y violencia internacional, como si los
cristianos estuviésemos exentos de culpa y pudiésemos señalar la paja en el ojo
ajeno sin ver la viga que tenemos en el ojo propio.
Quienes estamos acá somos, casi todos, representantes de la civilización
occidental y cristiana, y créanme, ¡por Dios!, que los cristianos somos gente
muy peligrosa.
Cristianos somos los que industrializamos la esclavitud y vendimos y compramos
seres humanos en este Continente. Pero sin ir tan lejos, cristianos los
dictadores, la mayoría católicos y dos o tres protestantes, que azotaron de
horror a los pueblos de este continente, a veces con el apoyo de jerarquías
religiosas golpistas. Cristianos los miembros del Ku Klux Klan y el senador
Joseph Mc Carthy, cristianos los terroristas que operan en Irlanda del Norte en
nombre de católicos y protestantes. Cristianos los separatistas de la ETA.
Cristianos los croatas que exterminaron serbios y cristianos los serbios que
exterminaron musulmanes. Cristianos los culpables del genocidio en Ruanda y
Burundi. Y si les parece poco, cristiano un joven seminarista de Georgia de
nombre Joseph Diugasvili, más conocido en los círculos del crimen, como Joseph
Stalin. Cristiano también Benito Mussolini quien está cobrando nuevos adeptos en
la Venezuela de hoy, y si les parece, para colocar la guinda en el tope del
pastel, cristiano Adolfo Hitler.
Y, si me permiten una reflexión muy, muy personal; y muy muy polémica,
cristianos los que consagraron el genocidio sofisticado y socialmente aceptable
en los países más «civilizados»: la matanza silenciosa de los indefensos: el
aborto a capricho y a la medida.
Reflexionemos pues sobre el peligro de usar los medios para exacerbar los
fanatismos étnicos y religiosos. A Dios gracias cristianos también Martín Luther
King y la Madre Teresa de Calcuta. Cristianos Gabriela Mistral y Dom Helder
Cámara. Cristianos Nelson Mandela y Raúl Silva Henríquez. Cristianos también
Billy Graham y Juán Pablo II.
¿En nombre de cuál principio, norma e inspiración no podemos invitar a la
polémica y a dar la cara a los responsables de los medios y a algunos
periodistas intocables? Ya es hora de romper el último tabú de la democracia. Si
es natural polemizar con líderes políticos, Presidentes, por supuesto,
cardenales, gerentes, generales, líderes sociales, obreros, personalidades
famosas, así como instituciones, ¿cuál razón coloca a los medios por encima de
la ley y la exposición pública?
Díganme por favor, cuál es el poder divino que impide que no podamos mencionar
siquiera a los dueños de los medios y a periodistas sin ser acusados de enemigos
de la libertad de expresión, sin correr el riesgo de ser víctimas de golpes
mediáticos.
¿Por qué en el norte de nuestro hemisferio el descubrimiento de mentiras
transmitidas al público causa escándalos, renuncias y castigos? Pero, cuando
esto ocurre en Venezuela algunas simpatías se vuelcan hacia los dueños de los
medios cuya protección se invoca. ¿Por qué es posible en otros países abrir
debates y polémicas públicas sobre las regulaciones mediáticas mientras en
Venezuela se nos reprocha el derecho a legislar como en las democracias más
avanzadas para proteger al público, especialmente a los niños, de la prédica del
odio social, la violencia, la propaganda de guerra y la pornografía?
¿Por qué en nombre de la libertad de expresión se permite la manipulación de la
salud mental de televidentes y lectores? ¿Por qué se permite incitar a la guerra
civil y al odio entre compatriotas? ¿En nombre de la libertad de empresa?, ¿en
nombre de las leyes del mercado?, ¿en nombre de cuál razón que no atente contra
nuestros valores democráticos y constitucionales? Un buen tema para abrir una
amplia investigación que podría comenzar por Venezuela, donde nos interesa que
nos vean, nos curioseen a los seguidores del Gobierno y de las modestas fuerzas
de la oposición democrática, pero también a la poderosa oposición golpista,
dueña de medios y recursos.
Por eso se nos hace oportuno concluir con el MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA
XXXVII JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES, el 24 de enero del 2003,
día de San Francisco de Sales.
Los medios sirven a la libertad sirviendo a la verdad, y por el contrario,
obstruyen la libertad en la medida en que se alejan de la verdad y difunden
falsedades o crean un clima de reacciones emotivas in controladas ante los
hechos. solo cuando la sociedad tiene libre acceso a una información veraz y
suficiente, puede dedicarse a buscar el bien común y respaldar una responsable
autoridad pública.
De hecho, con frecuencia los medios prestan un valiente servicio a la verdad;
pero a veces funcionan como agentes de propaganda y desinformación al servicio
de intereses estrechos o de prejuicios de naturaleza nacional, étnica, racial o
religiosa, de avidez material o de falsas ideologías de tendencias diversas.
Ante las presiones que empujan a la prensa a tales errores, es imprescindible
una resistencia ante todo por parte de los propios hombres y mujeres de los
medios, pero también de la Iglesia y otros grupos responsables