TIEMPO DE PALABRA
Carlos Blanco
“… la cual aceptó…”
La Coordinadora Democrática es un equipo indispensable para la lucha
en contra del autoritarismo; pero, tal vez debería escuchar las voces
que reclaman una cierta revisión esencial y no pretender, como algunos
de sus miembros hacen, acallar la crítica. A veces parece como si
fuese una inmensa empresa productora de bienes de consumo cuyas ventas
caen, y en vez de revisar su estrategia de venta, los controles de
calidad del producto y el nivel de precios, se dedicara a crear varias
vicepresidencias y a alfombrar los despachos de los ejecutivos.
El problema central tiene que ver con el diagnóstico en relación con
el régimen de Chávez. Se puede argüir que ya eso es clavo pasado, que
ya todo el mundo sabe que es un régimen autoritario, que el personaje
se quiere perpetuar en el poder y que para tal objetivo usa, a
discreción, los recursos públicos. Esa visión, sin embargo, es
incompleta y tiene el peligroso defecto de que le atribuye al régimen
las características personales de su principal líder, pero, que si no
fuera por él, se tendría una democracia chapucera, pero democracia al
fin. En este sentido, el problema sería la intoxicación mental del
Presidente y la torpeza de sus secuaces.
Esa visión menosprecia a Chávez, pero sobre todo, no atiende a las
características esenciales de su régimen. Lo que ocurre en Venezuela
no es producto de los golpes de luna de un personaje audaz e
inescrupuloso, aunque Chávez tenga esas características personales;
ideales, por cierto, para encabezar un proyecto de esta naturaleza.
Tampoco es un régimen encuadrado sólo en el atraso político que
todavía existe en las guaridas del cuaternario político, en esa mezcla
fermentada entre populismo, militarismo, nacionalismo y su pizca de
socialismo. Sin duda, todas esas corrientes confluyen, como suele
acontecer en los procesos sociales tumultuosos como el que vive
Venezuela, pero, hay mucho más que eso.
En el país está en ejecución un proyecto nacional y continental, cuya
finalidad es la liquidación de la democracia representativa y su
sustitución por un régimen que sea producto de la aniquilación de las
élites políticas, económicas y sociales, fruto del sistema democrático
previo. Esto implica la supresión de los fundamentos estructurales de
la sociedad anterior; lo cual involucra el destierro del lucro como
objetivo del capital nacional, por lo tanto su muerte por inanición;
también envuelve la liquidación de los partidos y grupos que no se
encuadren dentro de la revolución, que serán sofocados hasta
desplomarse, porque carecerán de financiamiento estatal (la
Constitución lo prohíbe) y privado (no habrá empresarios que puedan
hacerlo). También buscan la desaparición de las élites profesionales
por la vía de proletarizarlas o “marginalizarlas”, para crear una base
social diferente, producto de la expansión de inestables núcleos
urbanos, dependientes en buena medida del drenaje de los recursos
petroleros que, aunque decrecientes, son suficientes para la
igualación de la sociedad por abajo. Requiere la destrucción de
sindicatos y gremios. Supone también la desaparición de las tres
estructuras institucionales históricas del Estado sobre las cuales se
asienta la conformación de la moderna sociedad venezolana: la FAN,
PDVSA y el Banco Central.
El gobierno de Chávez no es sólo un gobierno malo, de lo cual
Venezuela tiene experiencias abundantes; tampoco es un gobierno
exótico, de lo cual América Latina tiene su colección, con Abdalá
Bucaram entre otros, como estandarte. Es un régimen que tiene como
objetivo quebrar la base social del último medio siglo de evolución de
la sociedad; y en términos políticos, cercenar la configuración
democrática que evolucionó desde 1936 hasta este tiempo. El proceso de
destrucción masiva en marcha no es producto de una locura súbita, sino
de la articulación de un proyecto. Es posible que Chávez no lo haya
tenido claro todo el tiempo, ni que sus colaboradores inmediatos lo
hayan previsto en detalle, pero es el diseño hacia el cual corre y con
el que los demócratas venezolanos tienen que habérselas.
Muchas veces, en la oposición no se comprende que la mirada del
régimen es distinta a la que tiene la sociedad democrática. Cuando los
demócratas ven que se destruye la institución militar o PDVSA, el
régimen no ve destrucción, sino conquista de espacios que le eran
ajenos. Esta diferencia estructural de visión es la que lleva a
percibir como un mero ejercicio de cinismo la alegría de Rangel cuando
persiguen a Ortega y a Fernández, o cuando saludan al “caballero”
Gouveia, a los asesinos del 11 de abril o a los excesos de la camarada
Ron; no es sólo impudor, es esa otra mirada que les permite apreciar
en la destrucción masiva de instituciones, en el exterminio de reglas,
criterios y valores, la desaparición del orden anterior que abre paso
al surgimiento del nuevo y esperanzador, engendrado por la revolución.
Cuando un general del Ejército venezolano como García Carneiro es
orador en el Encuentro revolucionario de la semana pasada, no se está
en presencia de una excentricidad, sino de un fenómeno que se ha
repetido en la historia decenas de veces, en el cual personajes de las
instituciones establecidas reptan hacia las opciones autoritarias, en
medio de los escombros de sus propias organizaciones. Basta recordar a
miles de oficiales de la Wehrmacht en la época de Hitler, que se
hicieron entusiastas partícipes del horror porque el Führer les
garantizaba armas, dinero y, durante unos años, victorias. Frente al
asesinato masivo que los nazis ejecutaban, los generales volteaban
hacia otro lado, mientras unos cuantos de ellos abrían discretamente
las válvulas de gas Zyklon B.
Plantearse el referéndum revocatorio, en el marco actual, es un
objetivo correcto. Sin embargo, la forma en la que se asuma puede
configurar una estrategia correcta o una deficiente y malograda. Para
su obtención es indispensable acumular toda la fuerza posible,
arrinconar al régimen que anda con melindres sobre si firma o no firma
el acuerdo al que se comprometió en la Mesa de Negociación, y marchar
sin titubeo hacia ese objetivo. Pero, las más importantes preguntas a
las que la oposición venezolana tiene que responder, tanto a sí misma
como a la sociedad entera es qué hacer para obligar a Chávez y sus
secuaces a contarse contra su voluntad y qué hacer si sabotean la
realización de esa consulta electoral.
Este es un desafío que la CD no puede evadir.
Con la jaquetonería mostrada por el régimen en estos días, Chávez
exterioriza que no va a ir de buen grado a una consulta electoral; hay
que obligarlo, es decir, primero hay que derrotarlo políticamente.
Esto, no parece estar claro en todos los dirigentes de la oposición.
Se necesita que en algún momento, alguna de las notabilidades del
régimen, por ejemplo el general Rincón, le diga al país en cadena
nacional: “al presidente Chávez se le planteó la consulta electoral,
la cual aceptó”. Entonces, habrá referéndum.
cbgarcia@cantv.net