Se irá cuando se vaya

 

No es, como ven, poca cosa lo que está en juego: se trata de construir entre todos el cuento de lo que queremos ser y, sobre todo, de creérnoslo

Laureano Márquez P.

Parece que la providencia quiere que no nos libremos de Chávez sin haber asimilado la lección que la historia se empeña en darnos y que nosotros, tercamente, nos negamos a aprender. Para derrotar a este gobierno necesitamos derrotarnos a nosotros mismos, a las pulsiones que hemos arrastrado durante siglos.

Kavafis en su poema Itaca dice que no hay que temer a Lestrigones ni a Cíclopes y mucho menos al fiero Poseidón, porque “nunca hallarás tales seres en tu camino, a menos que en tu alma los lleves dentro, a menos que tu alma los ponga delante de ti”. Nuestra alma colectiva nos ha puesto delante un espejo para que veamos, si tenemos la suficiente fuerza espiritual para hacerlo, todos nuestros horrores: autoritarismo, demagogia, desapego a las leyes y muchas otras calamidades. Por nuestro empeño de sacar un clavo con otro clavo, nos hemos crucificado en nuestras miserias.

Se requiere una fuerza espiritual extraordinaria, casi mística, para salir de este laberinto, de esta absurda expresión de lo que somos. Chávez no es “el otro”, sino un nosotros llevado a radicales extremos.

¿Cuándo se va? Es la pregunta incesante de la gente. Se va cuando se vaya de nuestra alma, cuando tomemos la decisión de que desaparezca, que sólo puede producirse desde la certidumbre de una intimidad convertida en sentimiento colectivo.

Se irá desde la sensatez, desde la razón o se quedará para siempre con rostros y nombres distintos. No es, como ven, poca cosa lo que está en juego: se trata de construir entre todos el cuento de lo que queremos ser y, sobre todo, de creérnoslo.

Hay un vivo y un inteligente cabalgando las montoneras de los siglos y el primero siempre ha ganado las batallas, ya es hora de que le toque al otro. Sería muy sencillo el desenlace si pudiéramos identificarlos en bandos, por la huella dactilar que van dejando a lo largo de nuestros fracasos. Pero no, la cosa es más grave: coexisten en cada uno de nosotros, como en una suerte de Dr. Jekill y Mr. Hyde. Por eso, la lucha es afuera y es adentro, para domar nuestros monstruos para hacerlos desaparecer del mundo exterminándolos en nuestro propio espíritu.

No hay mucho tiempo, y los abismos, contrariamente a lo que a primera vista se cree, pueden ser infinitos.

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