¡¡¡No llores carajo!!!

por OlgaK

 

La bestial arremetida de la Guardia Nacional nos siguió por el callejón de la Pensión Ana y en tan estrecho espacio continuó lanzándonos desproporcionado número de bombas  provocando mayor pánico, pues ya no sólo se trataba de caminar en busca de aire, sino de evitar que el propio cuerpo de la bomba fuera un proyectil que nos hiriera.

En esa solidaridad  de un corazón con 100.000 latidos, quienes se rezagaban por asfixia, vómitos y desvanecimientos , eran asistidos por quienquiera que estuviera a su lado. La cuesta empinada, el calor, el miedo y los gases, los criminales gases que nos robaban el aire y quemaban la cara , la subí rodeada de héroes dignos  de  épica,  hermanados  por el sublime apellido de Pueblo.  

En una esquina, una joven de unos 25 años, desplomada en el piso lloraba e imploraba ¡ayúdenme!.

Me arrodillé a su lado-podía ser mi hija- y tomándole las manos le dije: Tranquila, vamos a respirar. Estaba muy asustada y su angustia no le permitía entregarse al reflejo de tomar oxígeno.

- No puedo, no puedo y sollozaba y se ahogaba mas, su cuerpo era una cuerda de violín de puro tenso.

Comprendí lo que sentía,  pero su extrema palidez me hizo temer que se me desmayara en los brazos. Con firmeza le dije:

-Mira pavita, esto es como bailar, hay que seguir el ritmo, sígueme. Yo te marco el paso.

Y dirigí su respiración con cadencia hipnótica: toma aire por la nariz, suéltalo por la boca, otra vez, bien, de nuevo, no, no abras la boca, inhala por la nariz a través del pañuelo, suéltalo, así, concéntrate sólo en eso.

Cuando logré que inhalara suficiente aire y el color volvía a sus labios seguí hablándole para que escuchara mi voz, sólo mi voz,  en lugar del estallido de las bombas que no cesaba.

Al verla mas repuesta , para animarla quise hacerla sonreír -el mejor relajante- y le dije:

-¿Ves? Ya estás mejor…piensa que esto es Historia y  cuando se la cuentes  a tus nietos ellos seguramente dirán ¡ay que cuentera es la abuela!

De pronto la muchacha se me tensó de nuevo y sollozando desgarrada me gritó:

¡NO! ¡NO! ¡NO! Yo no quiero tener hijos aquí ni que mis nietos nazcan aquí para vivir esto.

Algo se apoderó de mí, no se describirlo. Como cuando uno ve que le roban algo a un inocente y lo abusan. Temí la rendición.

La tomé por los hombros y sacudiéndola con fuerza le grité a mi vez

¡No llores carajo!

Se calló al punto y me miró sorprendida por la brusquedad del sacudón y de la orden.

-No solo vas a tener hijos aquí y nietos, le dije. Vas a hacer para ellos una patria buena y los educarás para continuarla.

No era una opción para escoger. Era un mandato.

Me miró entre lágrimas, directo a los ojos por un tiempo que pareció eterno.  Se apoyó en mí para levantarse y  sin transición, con una serenidad que desdecía de la escena precedente, me dijo suave: Que Dios se lo pague. Y con su amiga, se perdió, súbitamente erguida, en el río de gente.

Lo que ella no sabe es que  mis palabras no eran solo para ella. Eran también para mi. Para el miedo que me apretaba. Para la ira que me tenía ciega. Para la impotencia que me amarraba. Para apelar a la valentía de quien se sabe  David  enfrentado a Goliat . Para invocar la fuerza de mis entrañas.

Este episodio fue uno entre miles. Entre avances y retrocesos se repitió entre todos los que ayer nos apellidamos Pueblo para demandar Justicia. Cada quien tiene su historia.

Ya en la calma pienso en voz alta , ¿pero por qué no nos íbamos?.  Una amiga me dice práctica y sin dudas: “porque la gente ya sabe que el efecto del gas se pasa y no te mueres aunque lo parezca. Esa lección ya la aprendimos”.

Tenía razón.  El miedo a la asfixia y a los perdigones, era menor que la fuerza que inició la marcha a un paso que sólo puedo describir como maratónico.

Nadie se desperdició en cánticos. La caminata arrancó energética, vibrante, con una decisión distinta.

 

Llegué con el primer grupo. La visión de esos Guardias Nacionales, en posición de alerta y con armadura cuasi galáctica helaba la sangre, pero paradójicamente enardecía el corazón. El infierno no se desató de golpe.  

Pocas bombas primero. Como para pulsar nuestra determinación. Seguimos avanzando. Mas bombas salteadas. Adelante, adelante. Voces anónimas animaban. Retroceder un poco , avanzar de nuevo. Toser y compartir vinagre. Avanzar. Mas bombas. Danza macabra. Nuestros pasos y sus bombas. El viento a nuestro favor. Y de pronto, cuando el avance demostró su decisión,  las bombas comenzaron a llover como granizo. Delante, detrás, a nuestros pies, sobre nuestras cabezas. Una voz comenzó a cantar el himno. Entre toses lo cantamos todos.

El poco aire que aspirábamos se convirtió en música y en patria.

Perdí a mi amiga y retrocedí hasta el elevado. Y me senté a llorar de dolor y rabia. Hipaba, tosía, lloraba y cantaba con las manos en la cara. Un motorizado apareció entre el humo y me preguntó solícito: ¿señora tiene vinagre?. Levanté la cara y  la fraterna preocupación que vi en su rostro me inyectó de una  energía que desconocía. Sin poder contenerla, una risa que me nacía del alma  me hizo contestarle  ¡lo que tengo es una soberbia arrechera! Y reímos juntos. Me levanté y volví a avanzar.

Muchas horas duró ese tira y encoge. Y a pesar que perdíamos terreno, ganábamos altura. Esa que le falta a quienes juraron servir a la Patria y el 27 de Febrero sirvieron a la infamia. Fecha marcada en sangre e ignominia. Dos veces. En ésta, ante una población que no saqueaba sino venía a decir, como le concede la constitución mas conocida de nuestra historia y violada sin piedad una y otra y otra y otra vez, respétanos.

La batalla entra en una extraña pausa, ambos lados descansan: los cobardes y los valientes.   A la 1.53pm  -así lo registra un  mensaje de texto- se escucha, suave primero y subiendo como río crecido hasta hacerse ensordecedor ¡clank! clank!...el ritmo se acelera y sube el volumen. CLANK CLANK CLANK CLANK. De pronto toda la defensa metálica de la Libertador hasta Chacaíto se convierte en cacerola comunitaria. El ruido del oprobio.

Un amigo me comenta que quien lo comenzó fue una viejita a cuyo lado se encontraba. Supongo que no tenía aliento para gritar y el clank sobre la defensa fue su aporte que la multitud, creativa,  convirtió en colectiva apoteosis sonora.

 

Haciendo todavía resistencia a las 5pm y replegados en la Avenida Las Palmas, de pronto un hombre pequeño, anónimo y que de suyo no provocaría una segunda mirada, se convirtió en otro hito que registro para cuando la memoria me abandone y me deje en sordo olvido.

Cuando la GN la emprendía por enésima vez contra banderas y ciudadanos y las carreras en subida nos dejaban exhaustos, este hombre apertrechado con su cornetín lanzaba a los vientos  el toque de llamado a batalla que suena algo así como  tatara-tatataratata-taratatataaaaa. Caminando como si fuera un día de verbena  en dirección contraria a quienes huíamos de las bombas  y haciendo un ademán que decía ¡síganme! , bajaba hacia la Libertador . En tres ocasiones lo vi y en las 3, quienes allí estábamos, sin excepción,  lo seguimos como si fuera el Flautista de Hamelin.  Lo pienso y sonrío. ¡Qué grande es mi gente!.

 

Refugiada finalmente en el apartamento de una amiga, llego justo para ver  las imágenes de Elinor Montes y su recorrido a la  gloria. Un escalofrío a la vez de temor y orgullo nos deja a todos mudos y abrumados. Entre los amigos uno rompe el silencio y  dice contundente ¡Esa es Maria Lionza! ¡Así es Maria Lionza!. He visto la imagen mil veces desde entonces y lo pienso, lo repienso, lo cavilo…se los dejo a ustedes.

El porte, la elegancia, la solidez, la valentía y la naturalidad hecha verbo. El sublime  instante que su barbilla se alza, fue el reto que capó el resto de hombría de los uniformados. El mismo que desató la insana codicia  de otra mujer, ésta ruin, que se sintió salva tras una máscara y creyó que al batirla al piso la despojaba de lo que le envidiaba.  Hoy goza del paupérrimo reconocimiento de un Carneiro y el desprecio del mundo entero.

Elinor,  en su posterior entrevista reconfirmó lo que mostró la imagen: cada palabra fue emitida con ponderación y la fuerza demoledora de la Verdad que aplasta las mentiras infamantes e insostenibles. ¿Quién puede manipular a una Elinor Montes, a las Elinor de este país?  El tono correcto, la palabra exacta, el gesto preciso. Ni una lágrima llega a caer, sólo dan brillo  a su mirada. Apenas perceptible el temblor en sus labios al hablar de su hija. Su sola mención la yergue.  Se hace inmensa y del televisor entra a nuestra casa para llenarla. Entra a nuestro corazón para quedarse. Entra a la Historia donde le hacen  sitio  los valientes.

 

En ese mañana que está por llegar, Elinor, mi pavita y el corneta,  cada uno de los que marchamos, corrimos y caímos para volvernos a levantar, nos sentaremos juntos  para presenciar la hora del juicio. Cuando los cobardes de hoy tengan que pagar cuentas y frente a la Justicia se les quiebre el apocado espíritu, todas las voces a una –como el clank-clank-clank del oprobio- diremos por nosotros y por todos los que han caído en esta lucha libertaria:  ¡No lloren carajo!...

La Justicia dirá el resto.

 

OlgaK_a@cantv.net

 28 Febrero, 2004.

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