LOS PRESOS DEL TACHIRA
Por Pedro Pablo Aguilar
LOS PRESOS DEL TACHIRA forman parte de la historia que vivimos. De Pérez Jiménez se escribió un Libro Negro. En ese libro los presos de Guasina llenan una pagina imborrable. El Libro Negro de Gómez es Memorias de un Venezolano de la Decadencia. Los presos de la Rotunda son página que no se ha olvidado. De Chávez se escribirá un Libro Negro. En ese libro, LOS PRESOS DEL TÁCHIRA ocuparan una página que tampoco se olvidará.
El chavismo y la cultura son aceite y vinagre. La destrucción del patrimonio cultural de la nación es una de las políticas en que ha sido eficiente. Según las hordas gobernantes, lo anterior a 1999 tiene que liberarse del elitismo que los “oligarcas” habían dado al mundo del conocimiento y la creatividad. Arremetieron contra las Universidades y demás Instituciones que eran paradigmas de progreso cultural, científico, artístico: Biblioteca Nacional, Teatro Teresa Carreño, Museo de Arte Contemporáneo, Museo del Niño, Cinemateca, IVIC, INTEVEP, Biblioteca Ayacucho, CELARG, para solo mencionar las mas golpeadas.
El objetivo es negar o destruir el pasado, con saña especial en los partidos que articularon la república civil y sus personajes fundamentales. De la obsesión destructiva no escapan los intelectuales asociados a ese pasado. Para el chavismo, Rómulo Gallegos dejó de ser nuestro primer novelista. Su condición de figura estelar de Acción Democrática lo incluye en la lista de los malditos. Para un chavista bien adoctrinado, leer a un Presidente de los “escuálidos” es contrarrevolucionario. Por lo demás, un “boina roja” tiene poco tiempo para la lectura. Sus obligaciones de trabajo, aunque bien remuneradas, son muy exigentes: seguir con atención las cadenas presidenciales, mantenerse actualizado con las trasmisiones educativas de la Televisora Nacional y estar presente en las brigadas móviles que sirven de público a los mítines del Presidente.
En el juicio a los PRESOS DEL TÁCHIRA hay unos cuantos personajes de los cuales se ocupó la pluma de Gallegos. Es lástima que los seguidores del teniente coronel no lo hayan leído, pero supongo que en el Bachillerato algún profesor “escuálido” les habló de Doña Bárbara y a lo mejor les impuso como tarea leer la novela. En todo caso vale la pena recordarles que Gallegos dibujó magistralmente ciertos prototipos de políticos que reaparecieron en la “revolución bonita”.
El del gobernante lo encarna el Coronel Pernalete, ignorante, despótico, armado de peinilla. Cuando Santos Luzardo le dice que las leyes son para cumplirse, el Coronel monta en ira y le replica: las leyes obligan cuando tienen tras de si la mano militar, y esa es la mía. Las leyes se cumplen cuando yo considere que conviene cumplirlas. Para Pernalete la administración de justicia no ofrecía complicaciones: cuando hay un litigio me informo quien tiene la razón y le digo al Juez: Bachiller Mujica, quien tiene la razón es fulano. Sentencie a favor suyo. Tampoco había complicaciones para Mujica: el coronel lleva la batuta. Se hace lo que él dispone. Soy juez porque necesito el sueldo y si disgusto al jefe pierdo el puesto.
Personajes de la vida venezolana actual. Así como regresamos a las hazañas piromaniacas de Zamora, también reaparecieron los contramodelos representados por el coronel Pernalete, y el bachiller Mujica, unos actuando como jefes, otros como jueces y fiscales sumisos. El parecido con el Gobernador, jueces y fiscales del Táchira no es pura coincidencia. Es reconocimiento al genio del novelista que nos legó personajes de todos los tiempos.
Concluyo con una referencia personal. En 1957 tuve la honra de compartir calabozos en la cárcel de El Obispo con Don Francisco Peñaloza. Don Pancho llevaba el encarcelamiento en aquel sórdido penal con dignidad y coraje ejemplares. Un día del mes de junio amaneció muy afectado. Se cumplían 25 años de la muerte de su padre, el General Juan Pablo Peñaloza, en el Castillo de Puerto Cabello. “Hace 25 años mi padre murió en una cárcel de Gómez. Hoy estoy aquí, en una cárcel de Pérez Jiménez. A mis dos hijos los persigue la Seguridad Nacional, con orden de apresarlos vivos o muertos. ¿Es ese el destino de quienes en Venezuela luchamos por la libertad? ¿Me tocará como a mi padre morir en una cárcel de la dictadura? ¿Y a mis hijos, la suerte de Ruiz Pineda?” Preguntas tremendas las de Don Pancho. Eran una negra pincelada a la historia venezolana del siglo XX.
Pero también fue historia que meses después, el 23 de enero del 58, los vecinos de El Guarataro pusieron en fuga a los carceleros y nos restituyeron la libertad. Que al General Peñaloza se le tiene como a uno de los grandes venezolanos de su tiempo, como igualmente se considera vergüenzas del gentilicio a quienes lo persiguieron y lo encarcelaron. Que a Don Pancho y a sus hijos se les dio reconocimiento como ciudadanos ejemplares, y la Seguridad Nacional es un capitulo feo del siglo XX.
Entre LOS PRESOS DEL TÁCHIRA hay jóvenes llamados a un gran destino. Una de sus tareas es enterrar al Coronel Pernalete y al Bachiller Mujica. Que no vuelvan a aparecer en el siglo XXI.
Julio de 2004