Entre la fuga de cerebros y la revolución endógena
Ana María Valeri
Es ciertamente alarmante la cantidad de venezolanos que está saliendo
del país buscando otros destinos, otras tierras donde sembrar sus
familias y llegar a viejos. Sobrecoge ver cientos de compatriotas con
sus maletas hechas para perderse de vista en ciudades cosmopolitas que
abren sus fronteras al conocimiento. Es desgarrador para quienes
permanecemos aquí sufrir la separación y apenas permanecer unidos en la
distancia por correos electrónicos o vía telefónica.
En los últimos seis años la idea de emigrar ha dado vueltas por la
cabeza de miles de venezolanos que, no sin dolor, se ven en la
obligación de asentarse lejos para hacer vida en algún lugar que brinde
condiciones mínimas de seguridad y empleo. ¡Cuánta tristeza sentimos
cuando parten seres que podrían brindar lo mejor de sí al país!
¿Qué alternativa existe si Venezuela no ofrece escenarios donde
desempeñarse como profesionales? ¿Dónde ir si se les niega la
oportunidad de poner en práctica aquello para lo que se prepararon con
tantos años de estudio?
El desplazamiento de capital humano venezolano avanza a pasos
agigantados y diariamente se obstruyen aún más las vías hacia las
oportunidades. El cierre de empresas, los despidos masivos, las trabas
para el ejercicio libre de las profesiones llevan a tomar una decisión
que no suele ser irrelevante.
Hay múltiples ejemplos de venezolanos ubicados en áreas de trabajo de
alto nivel en el exterior. Trabajos que deberían ser ejecutados aquí
porque el país lo requiere imperativamente. Uno de ellos es el caso de
al menos un centenar de pilotos comerciales venezolanos que se
encuentran actualmente cruzando los cielos de Taiwán, China, Singapur,
Indonesia, Arabia Saudita, Holanda, Alaska, Canadá y los Estados Unidos.
Venezuela no ofrece perspectivas de desarrollar empresas aéreas serias,
con visión de futuro, con perspectivas de entrenamiento y desarrollo de
su personal y sobre todo con una administración transparente y eficaz de
sus utilidades. Eso hizo que estos aviadores entrenados aquí y en el
exterior, pusieran su conocimiento a disposición de otras empresas y
otros países donde se reconozca y se remunere su experiencia.
Similar es la situación de una multitud de trabajadores de la empresa
petrolera que, habiendo realizado estudios aquí y, en la gran mayoría de
los casos, con especializaciones en reconocidos centros de estudios de
Europa y los Estados Unidos, a razón de los despidos masivos del año
2002 y 2003, se vieran forzados a desarrollar su campo de trabajo en
lugares como México, España, Gran Bretaña, Noruega y Egipto entre otros.
Es en verdad incalculable el número de años de capacitación que se
pierde con cada boleto sin regreso.
Sin embargo, suponemos presentar una capacidad aparentemente limitada en
otras disciplinas como son la medicina, la educación y la comunicación
social. ¿A qué viene entonces la importación de médicos, educadores y
periodistas? Acaso para enseñar a nuestra gente a obtener un título de
bachiller en apenas seis meses, investigar la verdad vista desde la
perspectiva del proceso bolivariano, o esperanzar enfermos de males
incurables y trasladarlos a la potencia indiscutible de esas disciplinas
que es Cuba, para beneficiarse así de la revolución y transmitirla a la
vuelta?
Para quienes conocemos estos casos, suena contradictorio que mientras se
exportan individuos con aguda capacidad competitiva y alto desempeño en
el campo laboral, se importen alfabetizadotes y curanderos que exhiban
sus destrezas en el corral fétido de una oscura revuelta endógena.
anamariavaleri@supercable.net.ve