Discurso de incorporación a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Humberto Njaim

Autor Humberto Njaim domingo, 19 de junio de 2005

Se adelantan, dentro del formato de un discurso de incorporación, ideas que se desarrollan más en el trabajo de incorporación propiamente dicho. Interesa a todos los que consideren que la cuestión de la democracia participativa es fundamental en esta época.

PANEGÍRICO AL DR. PASCUAL VENEGAS FILARDO Y TRABAJO DE INCORPORACIÓN A LA ACADEMIA DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES
HUMBERTO NJAIM

Señores
Presidente y demás miembros de la Junta Directiva de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales
Señores Individuos de Número
Honorables miembros de la familia del doctor Pascual Venegas Filardo
Queridos miembros de mi familia
Apreciados amigos, amigas y colegas
Señoras
Señores

Me incorporo a esta eminente Corporación llevado de la mano de dos ilustres venezolanos, el doctor Ramón Escovar Salom y el inolvidable Decano, doctor Boris Bunimov Parra y acogido por la benevolencia de ustedes, individuos de número. Interpreto la selección que de mí han hecho como expresiva, más allá de mis personales cualidades y méritos, del reconocimiento que han querido brindar a una disciplina, la ciencia política, que ya tantos y tan distinguidos cultivadores tiene en nuestro país.
Aunque mi formación básica es jurídica, desde el principio de mi travesía intelectual, las disciplinas del derecho público, especialmente el constitucional generaron en mí inquietudes que se proyectaban, más allá del ámbito normativo, hacia las realidades políticas y sociales que sirven de base a tal ámbito y que tan a menudo lo trastornan.
Séame permitido, en este orden de ideas rendir tributo a la huella que en mí dejaron las lecciones del presidente saliente de esta Academia, el doctor Gustavo Planchart Manrique y a mi maestro el doctor Manuel García-Pelayo con quien colaboré, entre otras cosas, en la Comisión que realizó los estudios que permitieron la creación de la primera Escuela de Estudios Políticos en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela.
Además de honroso considero apropiado y hasta simbólico suceder en el Sillón número 15 de esta Academia a un venezolano tan distinguido como el doctor Pascual Venegas Filardo, de tan diversas y variadas inclinaciones intelectuales, botánico, economista, geógrafo, periodista, poeta, miembro, además, de otras Academias radicadas en este Palacio, intelectual destacado y preocupado por los destinos nacionales. Su nombre me era conocido desde mis estudios de bachillerato y me congratulo de que sucederlo me haya dado la oportunidad de conocer más de cerca su acervo de ideas.
Una síntesis de estas se expresa en su trabajo de incorporación a esta Academia cuyo título es todo un programa de acción, De una Venezuela Tradicional a una Venezuela Integral.
Sumergirse en sus páginas es adentrarse en un pensamiento asentado en un conocimiento viviente de la realidad venezolana, de sus espacios geográficos de población desequilibradamente distribuida y de territorios que todavía para 1969 podía calificar, no sin cierto estremecimiento que se transmite al lector, como desconocidos y hasta misteriosos.
Resulta singular que me haya tocado leer sus reflexiones cuando, casi cuatro décadas después, se revela cuan poco ha cambiado la situación y, además los desastres naturales han puesto al asunto en el tapete político y en el centro de la preocupación ciudadana.
No es aventurado afirmar que las conclusiones a las que llega mi predecesor continúan no sólo vigentes sino también que el diagnóstico actual es de pronóstico reservado puesto que el problema ha alcanzado mayor gravedad.
Signo de ello es que las catástrofes climáticas producen daños mas vastos y terribles puesto que la población se ha expandido incontroladamente en las áreas donde ya, de por sí, estaba concentrada. Pero, podría agregarse algo más preocupante aún.
Estamos corriendo el riesgo de perder incluso lo alcanzado en virtud del desarrollo urbano así haya sido desequilibrado.
En efecto, la proliferación del comercio informal y la delincuencia están convirtiendo a las ciudades en espacios inhóspitos; la urbe se vuelve también angustiante e invivible porque la confrontación política la divide en territorios, ajenos los unos a los otros, y hasta enfrentados, de manera que va desapareciendo la conciencia de la unidad ciudadana.
Nos encontraríamos así, paradójicamente, con que lo alcanzado en esfuerzo civilizatorio amenaza también con perderse sin que ello signifique, como contrapartida, un flujo de la población hacia espacios internos sino el crecimiento de zonas marginalizadas y el éxodo a otras latitudes adonde escapa buena parte de la élite profesional en la que Venegas Filardo ponía otrora tanta esperanza.
¿Será exagerado, acaso, imaginarse un panorama de ciudades desoladas, víctimas del saqueo y donde ya sólo deambulan existencias arruinadas y niños famélicos que escarban entre los montones de desperdicios?, ¿una suerte de Edad Oscura en medio de la contemporaneidad?
Vemos, pues, que Venegas Filardo poseía una conciencia precisa de los problemas del país no sólo erudita sin también vital; esta perspectiva al mismo tiempo general y detallada, un tanto perdida en estas épocas de excesiva especialización técnica e intelectual, hace que debamos agruparlo, como miembro prominente, junto a aquella pléyade de venezolanos entre los cuales destaca Arturo Uslar Pietri de quien fue discípulo. Conocían profundamente a Venezuela y buscaban lo que mi respetado antecesor, expresiva, bellamente, llama el transpaís, debiendo ubicarse su aporte dentro de lo que, por mi parte, clasificaría como el estudio de la articulación geográfica de lo económico.
Era una estirpe de venezolanos para los cuales es el trabajo esforzado de cada día, más allá del desaliento, y no el voluntarismo precipitado y estentóreo, aquello que conduce a resultados perdurables y sólidos.
No otra cosa nos revela su perseverancia vital en la labor periodística, durante 62 años ininterrumpidos, en el diario "El Universal" donde comenzó desde reportero hasta alcanzar a encargarse de su dirección. Todas las tardes, nos relata, redactaba cuatro reseñas de libros y un artículo de fondo. A sus desconocidos lectores, entre los cuales me encontraba, no pasaba desapercibida esta infatigable labor divulgativa, semana tras semana, de los empeños culturales del país y de su producción bibliográfica.
Todavía en pleno auge de su actividad tuve fugaces ocasiones de conocerlo. En una de ellas las circunstancias me revelaron que era hombre de convicciones liberales y democráticas que mantenía trato abierto con todos los sectores políticos y era apreciado por todos ellos; pero también me llamó la atención lo insondable de su rostro donde, en paráfrasis de uno de sus poemas, apenas se percibía un rumor de río inmóvil ("Elegía de la sombra de tu paso". Selección poética. Caracas, Inciba, 1968, p. 89).
No prodigaba, pues, sus sentimientos pero si los revelaba en su bella obra literaria que lo llevó a ser también académico de la lengua. Y esta obra forma parte tan importante de su periplo vital que no puedo menos también que mencionar su aporte fundacional para el grupo vanguardista Viernes, de tanta importancia en la historia de nuestra literatura; al viajero refinado que plasmaba en versos sus selectas vivencias como en esos delicados poemas recogidos bajo el titulo La niña del Japón, premiado y traducido a varias lenguas.
Señores, señoras
Quienes hemos sido elegidos a uno de estos estrados de noble tradición asumimos un compromiso con una herencia histórica que se concreta en la sucesión de personas que ocupan tan distinguido sitial y me complace singularmente recibir el legado de Venegas Filardo. Los sucesores por nuestra parte debemos respetar ese don y proyectarlo hacia el futuro. Para lograrlo no podemos menos que recurrir a las orientaciones que nos proporciona nuestro programa de vida a estas alturas ya definido.
Ese programa se plasma de diferentes maneras en los variados destinos que nos toca desempeñar pero seguramente está inspirado por una fundamental unidad. El ámbito de una Academia es un ámbito eminentemente intelectual y al considerarlo desde los propósitos intelectuales de mi proyecto vital no puedo menos que plantearme contribuir esta vez, en la medida de mis modestas capacidades, a la exploración analítica de ese movedizo territorio entre el derecho y la política a menudo sólo colonizado por las más disímiles y contradictorias opiniones.
La tarea no resulta una empresa fácil pues se trataría de no perder de vista el derecho al analizar la política, ni perder de vista la política al analizar el derecho y de discriminar lo que en cada una de las áreas permanece, por decirlo así, incontaminado, de aquello otro donde se intersectan y producen los más abigarrados fenómenos necesitados de un análisis que vaya más allá de criterios efímeros. Como politólogo de vocación no puedo menos que considerar al Derecho y al Estado desde el punto de vista de un sistema más amplio que los abarca, el sistema político.
Forma parte de ese sistema el consenso necesario para que el Derecho pueda funcionar así como muchos otros fenómenos a los que hay que dedicar atención. Como jurista no puedo desconocer, sin embargo, la diferencia cualitativa y la importancia decisiva que dentro de ese sistema corresponden al Derecho y al Estado.
En este sentido el tema que he escogido para mi incorporación: la democracia participativa y la retórica y aprendizaje que en torno de ella se producen se encuentra precisamente en la frontera entre la política y el derecho y no puede ser comprendido adecuadamente sin la concurrencia de las disciplinas que se ocupan de tan importantes aspectos de la realidad.
 

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