Palabras del Rector Luis Ugalde,s.j. en entrega de la Orden UCAB y despedida del Nuncio, Mons. André Dupuy  (5-04-05)

 

Saludo

 

Nos alegra extraordinariamente que, en estos días de luto y de acción de gracias por la vida de Juan Pablo II, se haya podido mantener este acto de agradecimiento y de reconocimiento a Mons. André Dupuy. Tiene lugar en la Universidad Católica Andrés Bello, pero claramente trasciende sus muros y recoge el sentir de muchos miles de venezolanos que no han tenido la oportunidad de manifestarle personalmente su gratitud. Sabemos que los sentimientos más profundos y los afectos más fundamentales no son directamente proporcionales a la solemnidad externa desplegada. Así, el Nuncio quiso despedirse de manera discreta y silenciosa.

 

El fallecimiento de S.S. Juan Pablo II ha añadido una circunstancia  para darle más silencio y al mismo tiempo más profundidad espiritual a este acto. Damos gracias porque Juan Pablo II ha sido un gran don de Dios para toda la Humanidad y también pedimos por la Iglesia y por la mejor elección de la persona que con su palabra y vida sea luz para el mundo y guía para la Iglesia en los próximos años. Muchas cosas se comentarán sobre el extraordinario significado del pontificado de Juan Pablo II. Para mí ha sido una nueva prueba de que la fe mueve montañas y, sin cañones, derriba ignominiosos muros y socava poderes y regímenes que se creían blindados y eternos. Especialmente en los países que viven situaciones más angustiosas y opresivas, se valora especialmente la dimensión universal de la Iglesia y la solidaridad del Santo Padre.

 

Mons. André Dupuy ha sido entre nosotros un representante excepcional de la Santa Sede. Ha entendido con una claridad inusual la especial encrucijada que vive nuestro país y ha sido valiente y penetrante al obsequiarnos con su palabra libre, lúcida, oportuna y cercana, cargada de inspiración evangélica.

Los nuncios ejercen la representación de la Santa Sede ante los estados y tratan de mantener relaciones de diálogo con los gobiernos, pero también, como obispos y sucesores de los apóstoles, tienen el mandato de Jesús de fortalecer en la fe a los hermanos y de alimentar nuestra esperanza. Esta última faceta es la que quiero recalcar, pues pocas veces en tan pocas palabras un nuncio ha dicho tanto en tan contadas ocasiones de sobria aparición pública. En cada una de ellas Mons. Dupuy  ha dado señales tan inequívocas de cariño, de cercanía y de solidaridad con la Iglesia y con todo el pueblo de Venezuela, que es imposible  olvidarlo o dejarlo pasar como intrascendente.

 

En este acto manifestamos nuestro agradecimiento y buscamos que la luz de su palabra no se apague entre nosotros, ni se olvide con su partida. Mons. Baltasar Porras presentará el libro “Palabras para tiempos difíciles”, que recoge alocuciones y homilías de Mons. Dupuy en Venezuela. Esas palabras que en cada circunstancia fueron escuchadas por el auditorio al que se dirigían con agradecido asombro y luego buscadas con avidez por los que estaban ausentes y pasadas de mano en mano como fresco pan de consuelo.

En la segunda parte de este acto nuestra Universidad condecorará a Mons. André Dupuy con la Orden Universidad Católica Andrés Bello en reconocimiento y gratitud a su enseñanza clara, firme y oportuna y con la no frecuente cualidad de hacer presente y aplicada la inspiración evangélica.

 

Quizá en estos días de agonía y muerte de Juan Pablo II se ha puesto en particular evidencia el significado internacional del Evangelio, de la Iglesia y del Papa, como portadores del testamento de Jesucristo. Este no pertenece a los católicos, en sentido privativo, sino a la humanidad y no le podemos poner fronteras con trasnochados nacionalismos, ni esconderlo ante un mundo hambriento de verdad, de justicia, de esperanza y de Dios. El mensaje de la Iglesia debe ser luz de la Humanidad, pero de tal manera que no se diluya, en una generalidad doctrinal sin rostro humano, la especificidad de cada nación y circunstancia. Dupuy se hizo venezolano, y se desveló por nosotros, leyó con nosotros la Palabra de Dios, supo darle concreción aplicada e iluminó nuestro camino, lleno de oscuridades e incertidumbres. Sabemos que en adelante como Nuncio ante la Comunidad Europea tendremos en él a un amigo que ora, una mirada penetrante que comprende y una palabra libre que orienta sobre la vida social y política de Venezuela, es decir sobre la vida donde los venezolanos nos jugamos la dignidad y los derechos fundamentales.

 

El apóstol Pablo se dio a muchas comunidades que él visitó con una doctrina que sigue iluminando en otros tiempos y espacios a las comunidades que él nunca conoció. Esta universalidad de su enseñanza, al mismo tiempo respondía a las situaciones y problemas concretos de las comunidades  de Éfeso, de Roma o de Corinto. Lo doctrinal no hacía de barrera, ni impedía la relación personal con cada uno de los miembros de esas comunidades. Me impresiona especialmente los saludos y recomendaciones de Pablo al final de la carta a los Romanos. Ellos develan esa relación personalísima con cada miembro de la comunidad, que, sin duda, era recíproca ( Ver Carta Rom. 16,1-16).

Nuestras palabras no pueden sino evocar lo que es este sentimiento de miles de venezolanos, de los creyentes que hacen día a día la Iglesia de Dios, y de los muchos otros con quienes compartimos los valores de la incondicional dignidad humana, de libertad, de justicia, de paz y los valores de la convivencia democrática: todos ellos se sienten inmensamente agradecidos.

Hace año y medio Mons. Dupuy presidía aquí la Eucaristía de celebración de los cincuenta años de la UCAB. En su homilía nos dejó un mensaje penetrante e inolvidable para nosotros y para toda Venezuela:

“ La historia personal de uno y otro nos enseña que quien ama la verdad se expone a altos riesgos, tanto para sí mismo como para la verdad que es atropellada. Amar la verdad, vivir de ella, supone paciencia  y valentía. En efecto la verdad es paciente y no violenta “no se impone sino por la fuerza de la misma verdad que penetra suave y fuertemente las almas”, dice el Concilio Vaticano II.

La verdad sólo se impone por su propia fuerza: ¡qué magnífico programa para los responsables políticos de nuestros días!¡Tantas cosas serían diferentes si la verdad fuese respetada! Juan Pablo II ha dicho que una de las grandes mentiras que envenenan las relaciones entre individuos y grupos consiste en lo siguiente: para estigmatizar las fallas del adversario, no se duda en denigrar todos los aspectos de su actuar, incluso los justos y buenos”.

 

En estos días de Pascua de Resurrección los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan cómo la experiencia del Resucitado transformó el miedo  de los apóstoles escondidos, en audacia suelta en las plazas públicas. Las autoridades se molestaron y llevaron detenidos a Pedro y Juan por haber curado en nombre de Jesús y presentar como Salvador a quien ellos habían mandado a matar. Luego de una deliberación, les prohibieron hablar y enseñar en nombre de Jesús. Pedro y Juan respondieron: “Juzguen ustedes mismos delante de Dios si es justo obedecerles a ustedes antes que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”( Hechos 4, 18-20).

 

Hoy y aquí, usted Monseñor, no nos ha aconsejado sólo de palabra obedecer a Dios antes que a los hombres, sino que nos ha dado su ejemplo. Muchas gracias por todo.

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