Rustiqueando a Vargas: crónica en varios tiempos y contratiempos. Del ensueño al cabreo (fotos)
Tiempo de ensueño:
Tan amantes que somos los caraqueños del Avila y quizás muchos ignoran que su
nombre indígena es Guaraira Repano que significa “la ola que vino de lejos” o
“la mar hecha tierra”.
Cuenta una leyenda que en tiempos antiguos no existía la montaña. Todo era
plano, se podía ver hasta el mar. Pero el mal comportamiento de los hombres
ofendió tanto a la gran Diosa del Mar que ésta decidió acabar con todo el pueblo
caribe. Invocó su gran poder y levantó una gran ola, la más alta que se había
visto. Tan alta que ahogó a las gaviotas en su vuelo. Ante la inminente
catástrofe toda la tribu se arrodilló arrepentida e imploró perdón de todo
corazón a la Diosa y justo cuando iba a descender la ola sobre ellos, la diosa,
conmovida por su verdadero arrepentimiento, perdonó al pueblo e hizo que la ola
se petrificara convirtiéndola en la gran montaña que hoy existe.
Esta leyenda es una razón mas para estar enamorados de esa montaña, que por obra
y gracia de los mitos , además de imponente, es el más majestuoso monumento al
arrepentimiento y al perdón tornados en sublime belleza.
Caraqueño o forastero que no se enamore a primera vista de nuestra montaña, es
un alien. Digo. Es que basta un solo paseo por el Guarira Repano para amar al
país, reconciliarnos con él y decidir que merece la pena pelear por su
futuro....
Tiempo de rustiqueo:
Con mi amiga Urru, rustiquera de alto calibre y largo kilometraje, fuimos por el
camino de la montaña a recoger a una amiga y su hijo que llegaban de Margarita.
Ello hizo mi viaje doblemente placentero, pues al paisaje natural que quita el
aliento, se sumaron sus cuentos infinitos, historias acumuladas en años de
pasear el monte. Armadas de cámara y las barras de chocolate del excursionista,
salimos de Caracas a las 2 de la tarde.
La entrada por Cotiza nunca deja de maravillarme. En un brevísimo espacio
coexisten la ranchería, la parada de los “yises galipaneros” (venezolanismo para
jeeps) y al frente, la majestuosa montaña.
Es como estar a caballo entre la gloria y la miseria...y el vehículo que las
comunica.
Contrario a lo normal, había mucho movimiento de carros. Emprendimos la subida
por esa estupenda vía adoquinada, quizás la mejor obra de Caldera, hasta llegar
a la Virgencita donde tomamos la bajada para La Guaira. En el trayecto, muchos
carros accidentados. Me comenta Urru que tener una 4x4 y saberla conducir, son
dos cosas distintas. Ahí estaba la prueba. La cantidad de grúas en la montaña,
necesarias como son en esta circunstancia, para los que amamos la montaña como
montaña y no como placebo de autopista caída, verlas allí golpea . Se siente
como una intromisión de civilización que, estoy segura, no place a la Diosa del
Mar que una vez se apiadó de nosotros petrificando la ola.
Los usuarios regulares de esta vía como paseo, conocen y respetan la cortesía
vial de la zona, pero los que son nuevos usuarios por obligación, no están al
tanto de ella. Incluidas las autoridades, algunos de cuyos puestos de vigilancia
no ayudan a la fluidez y por el contrario, entorpecen. Tan peligrosos son los
carros que van despacio, como los que creen que están en Monza en bajadas de
vértigo y curvas cerradas.
Ver la cantidad de GN armados hasta los dientes (Oh Diosa del Mar, cierra tus
ojos para que su presencia no te ofenda!) y a los funcionarios de Minfra dándole
a los sandwichitos de pernil y muy enchalecados en plan de...hum... mera
presencia, me produjeron ¿irritación? Pues si. Que sería mejor que en lugar de
mirar dentro de los carros con el fusil terciado en exhibición inútil y hacer un
mohín sin palabras “autorizando” la continuación del camino, suministraran
información pertinente a los conductores: la importancia de orillarse hacia el
cerro, de ceder el paso, de cuidar los frenos, de ser prudentes con la
velocidad, que pusieran la señalización en la confusa bifurcación entre Punta de
Mulatos y Macuto. El primero-y a la izquierda por si les toca ir- conduce por
una zona de barrio muy peligrosa, y el otro, aunque un poco mas largo, cae en
zona segura.
El inusual volumen de vehículos obliga la comisión de un pecado permanente:
tocar corneta en las curvas más apretadas. La estridencia de los clank-clank en
medio del sublime paisaje, agrede. Siento mío el dolor de la montaña cuyo
milenario silencio, hasta la fractura del viaducto, sólo tenían permiso de
romper el ulular del viento y el canto de las aves. Cuando uno está allá arriba,
hasta habla suavecito, en respetuoso susurro...
Pero –tristemente- a ratos nos sentimos en la autopista de Prados del Este a eso
de las 6 de la tarde.
Tiempo de cuentos:
Urru lo sabe casi todo de la montaña y M nuestra amiga viajera, galipanera ella,
sabe la otra mitad. Me cuentan que las piedras dejadas por el deslave del 99 en
la ladera norte, cuyo tamaño nos permite entender la destrucción que provocaron,
no fueron removidas, han sido cubiertas de cemento y parte de la carretera está
sobre ellas. Una sección de la misma aun espera reparación desde 1999 y es la
parte más penosa del camino. El cinturón de seguridad con sus templones nos
recuerda una y otra vez, que la vía es peligrosa y empinada. No hay lugar para
la imprudencia.
A la vuelta de un recodo, tropezamos con una visión discordante: se trata de una
posada en construcción. No sabemos quien es el dueño. M aprovecha para contarnos
una historia interesante: a raíz del deslave del ´99 el Gobierno de Vargas, a
través del FIDES, hizo un censo para indemnizar a los afectados. Les regalaron
el material del techo (rojo, ¡faltaría mas!) y fondos para reconstruir. Se
anunció con mucha bomba un desarrollo endógeno, eco-turístico y autóctono para
el turista de aventura y para el bien de los galipaneros. Arrancó con los
“yiseros”quienes fueron dotados de uniformes, con todo y emblema, y subsidio
para sus vehículos. Hasta aquí, suena estupendo, pero la otra parte de la
historia es bastante más oscura. Cuando suban a Galipán ( o intenten bajar a
Vargas por esa vía) , fíjense en ese emblema de los yiseros. Verán que es un
clavel. Los famosos claveles de Galipán, inmortalizados por la canción de
Francisco de Paula, popularizada por Los Cañoneros y bailada por todos.
Pues resulta que hoy, no hay un solo clavelito de aquellos que se siembre en
Galipán. Se perdió la tradición, no existe ni un galipanero que la conserve ni
nada que apunte a su rescate. No se hizo la prometida escuela para enseñar y
continuar el cultivo de sus emblemáticas flores . Los claveles que venden hoy
son ¡válgame! los importados.
Y la carretera, -lo principal- esa por la que los turistas aventureros
recorrerían las montañas (en ese futuro continuo de la retórica revolucionaria)
, nunca se arregló. El nuevo deslave de febrero de 2005, enterró el asunto.
Mucho jeep, mucho uniforme, pero la carretera al Humboldt está hoy
intransitable. Hay 5 puntos donde desde ya está claro que la vía hacia Vargas,
socavada por las lluvias, no podrá resistir sin desmoronarse, el voluminoso
tránsito que está sufriendo. Otra muerte anunciada. La verdad inocultable es que
las promesas quedaron en eso, y el único camino transitable sigue siendo el que
hizo Caldera. Que no se cayó. Que resulta que hoy, en el siglo XXI, es el que
nos permite llegar a Vargas...¡que cosa no?!
La No-Misión endógena: El desbroce de la carretera no lo cubre ni el Minfra, ni
Inparques, ni el Marn, es una tarea emprendida voluntariamente por los mismos
galipaneros. Sin misión, subsidio ni anuncio dominical. Machete y pala en mano,
hombres y niños mantienen limpia desde siempre la estrecha vía y un potecito de
margarina es el improvisado recolector de las colaboraciones que los conductores
tienen a bien darles. De nuevo, esta información la conocen los habituales y es
parte de la cortesía que se practica, pero que dada la nueva afluencia de
forasteros, los obliga a poner este improvisado cartel que reza: “Por fabor:
colabore con los trabajadores no tenemos sueldo fijo. Gracias”
La sonrisa no les falta y no insisten. Esperan conformes que los conductores
capten la seña que emite el potecito de margarina. La majestuosidad del entorno
y la realización de un trabajo digno y necesario, no ha permitido que en ellos
se instale esa cierta insolencia que nos ataca en los semáforos caraqueños.
Cuando pase, ¡ande amigo!, tenga a bien colaborar con ellos. Es gracias a ellos
que está usted pasando por ahí. Y sonríales de vuelta...tendrá a cambio un
rayito de sol que no esperaba viniera de una sonrisa.
La casita del MVR: Hasta hace menos de una semana, una casita que sobresalía en
un risco y cuya foto no salió por la neblina, desplegaba una gran-gran pancarta
del MVR. Así mismo múltiples vallas sembradas por todas partes alababan al
gobernador Antonio Rodríguez. De repente todas fueron removidas. Las del
autopromocionado gobernador y las de la casa del partido. Este fue el único
instante que perdimos la “beatitud” que impone la montaña. Entre risas
comentábamos que realmente no convenía mucho “publicitarse” en medio de una
crisis tal, provocada por una ineptitud tal, y con una demoledora prueba
tal...¡Caramba! Si habíamos retrocedido de golpe y porrazo al siglo XV y
estábamos intentando llegar a Vargas por la montaña...
Las carcajadas, - maliciosillas lo reconozco-, se nos durmieron en la garganta
cuando se abrió el camino de pronto y ante nosotros vimos, espléndido, el mar.
Las palabras huyeron y la más rendida admiración llenó el espacio ante el
prodigio.
Dios hizo aquí el Paraíso. Lo volví a confirmar.
Rodamos en sereno silencio y la montaña nos acogió en sus pliegues, nos
emborrachó de verdes, de luces y sombras, de aromas...y silencio.
Tiempo de cabreo:
Palabrita de honor que busqué un sinónimo menos...hum... áspero. Pero no hay
sinónimos. Cabreo es cabreo y punto. Y tengo varios.
Primer cabreo: Los últimos cientos de metros antes de llegar a Macuto, la
carretera adoquinada arrasada por el deslave de hace 6 años...sigue arrasada.
Igualita. Tierra y piedras. Pero lo que cabrea es que justito al final hay una
enorme, inmensa y costosa valla con foto del revolucionario gobernador que dice
( ¡lo que hay que ver!) “Antonio Rodríguez. El gobernador. Obras...no palabras”
. Salté al techo de indignación.
Urru se rió de mi y mis improperios y me anunció con mal disimulada picardía
- Espera, te falta ver algo más arrecho (NOTA: Urru no usa esas palabras :-) ).
Ten lista la cámara. Esto no es nada. Prepárate.
Segundo cabreo: No existen palabras para prepararlo a uno para lo que sigue.
Todos recordamos el horror de las imágenes del gobernador y sus cuadrillas
cayéndole a mandarriazo limpio al mural de Cruz Diez en el puerto de La Guaira,
para sustituirlo con rejas que “permitirían ver el mar”.
Pues bien, el mural efectivamente fue demolido y ahora lo reemplaza ¿adivinen?
¡un nuevo muro vulgar y silvestre de ladrillo!
El pedacito demolido –porque sólo fue un pedacito- es ahora una pared blanca
donde se están pintando esos murales de culto revolucionario al dictador al
mejor estilo soviético-cubano. Y el resto del muro y el mural de Cruz Diez,
están allí: desconchándose, destiñéndose, ajándose por el sol y por el
irrespeto. Los silos sufren igual suerte. Ante este atropello al patrimonio
nacional, no puede uno dejar de demandar –dije demandar- con indignado cabreo ¿y
qué pasó con los reales asignados para las rejas sustitutas? ¿dónde están ah?
¿en qué bolsillo tintinean? ¿quién se los robó esta vez? Tenía razón Urru.
Tercer cabreo: Yo se que esta no me la van a creer. La foto no salió por el
movimiento del carro y no la pudimos repetir porque teníamos carros atrás, pero
juro por mi vida, que lo que digo es cierto.
En la placita que está frente al Hospital Vargas hay un San Nicolás en su
trineo. Como íbamos de cara al sol vía al aeropuerto, el resplandor nos cegaba,
pero percibimos que “algo” tenía de extraño. Al retorno, ya con nuestra amiga M,
su hijo y el sol de espaldas, desde lejos nos parecía que San Nicolás iba
vestido de negro. Incrédulos pensamos que seguía siendo cosa de la luz. Al
llegar al frente y percatarnos de qué era ese “algo extraño”, todos en el carro
pegamos un solo grito: ¡Está vestido de militar! ¡San Nicolás es un miliciano
revolucionario! Señores: San Nicolás en el estado Vargas es un señor en un
trineo con traje de camuflaje.
Ruego a cualquiera de mis lectores que, si va a Vargas, lleve consigo una cámara
y registre en imagen este incalificable engendro revolucionario y circule la
foto.
Les dejo espacio para sus personales e íntimos cabreos.
Tiempo de retorno y reflexión:
El viaje a Vargas por la montaña me jalonea desde dos extremos. Por un lado,
conocer y disfrutar el prodigio de la montaña con sus vericuetos y sus vistas,
llena de un placer tan absolutamente indescriptible, inunda de tal manera los
sentidos, recarga el alma de tal energía, que uno siente ganas de hincarse para
agradecer el privilegio de vivir la experiencia. Allá arriba, cerquita de Dios,
con el mar de un lado y la ciudad del otro, uno agradece también que el cerro
Avila fuera decretado Parque Nacional el 12 de diciembre de 1958 por la junta de
gobierno provisional presidida por Edgar Sanabria a la caída del dictador Pérez
Jiménez.
Pero casi de inmediato, un pensamiento oscuro martilla e incordia. Ese templo de
la naturaleza corre grave peligro. Inutilizado el viaducto, ese recinto sagrado
está siendo objeto de una violación imperdonable que ojalá no sea irreversible.
En mi mente resuena el primer verso del himno : “gloria al bravo pueblo”. Siento
con angustia, casi física, que el himno miente. Este pueblo no es bravo. Es
manso. Manso. Manso. Lleva 7 años de mansedumbre tal, que se ha dejado arrebatar
todo. Han tarifado su presencia, le han destruido a mandarriazos su patrimonio
cultural, le quebraron la convivencia. Lo humillan ora con amenazas, ora con
sobornos. Ahora, en lugar de combatirlos con fiereza , convive manso con
colaboracionistas de poca monta, esos pobres diablos dispuestos a cualquier cosa
por unas monedas o un piche reconocimiento de esos otros pobres diablos como él.
Se deja meter, manso, mentira tras mentira, sin gritar aquel bravío ¡Basta ya! Y
mientras lo van despojando de todo lo que alguna vez lo hizo fuerte, bravío y
noble, este pueblo manso, lo acepta y se encoge sobre sí mismo, se pliega, se
conforma, se adapta, se achica. Este pueblo consiente, manso, que lo sigan
privando de lo poco que le va quedando y enfermo, encuentra en la privación, una
alegría fugaz. Celebra que la caída del viaducto le permita conocer el Ávila,
bendice su buena fortuna porque le trajeron café de una hacienda, suspira
aliviado porque su edificio no fue invadido, aconseja a su hijo que busque una
beca en el exterior para que se construya un futuro. Conforme, resignado,
adaptado, integrado, capado, entregado. Manso.
Hubiera preferido mil veces no tener la gloria de conocer las entrañas del
Guaraira-Repano: el día que las conocí, me di cuenta que este pueblo mío, olvidó
ser libre.
Olgak_a@cantv.net
13 Enero, 2006