Elogio a los radicales
Gustavo Tovar
Arroyo
En el confuso momento que vive el
país, hacer una crítica contra la oposición venezolana requiere
cautela -sobre todo cuando uno forma parte convencida de ella-,
a fin de cuentas para mal o para bien, son algunos de ellos los
que están dando la cara contra el despelotado e infame chavismo.
No toda la
oposición se comporta igual ni cometen los mismos disparates,
hay quienes han entendido que la cruzada venezolana en esta hora
oscura es más espiritual que política y están luchando desde una
base ética, principista y noviolenta, contra la campante
inmoralidad y descaro del sátrapa jinetero y sus lombrices.
A esa
oposición que evoca ideales o principios en su desafío sin
descanso al chavismo, los encuestadores los llaman con cierto
asco: los “radicales”.
Hay que
destacar que si hubiese sido por la asesoría de estos teatrales
encuestadores, Bolívar, Gandhi o Mandela -creadores de zozobra,
desestabilización y confrontación de ideas- jamás habrían
logrado liberar a sus naciones y probablemente hoy los
venezolanos todavía seríamos súbditos del Rey de España.
Henrique
Capriles, el candidato opositor, fue quien vigorizó la polémica
contra los “radicales” en un momento crucial para el país: la
noche que reconoció su derrota electoral y ofreció
condescendientes felicitaciones al autócrata.
Pese a que
Capriles se ganó la confianza de radicales y pangolos (como
antónimo de radical, o si se prefiere: insignificantes)
completando una de las campañas electorales más extraordinarias
que se hayan observado en Latinoamérica, por su determinismo y
admirable entrega, en el último minuto, sin explicación alguna e
ignorante del verdadero valor y dimensión de ese factor social
llamado “radical”, que, por cierto, urge recordarlo, ha sido el
factor que durante años ha luchado de todas las formas posibles:
marchando y volviendo a marchar, haciendo huelgas, recogiendo
firmas, votando cada vez que se les pidió, y un largo etcétera
de activismo, sacrificio y lucha noviolenta contra el golpista
Hugo Chávez, Capriles decidió aislarlos y los convirtió en sus
indeseables.
Nadie entiende
el porqué Capriles no sólo se desmarcó de los “radicales”, sino
que los acusó irresponsablemente de ser los creadores de zozobra
en el país, como si el sátrapa Hugo Chávez -y sus malandros- no
fuese el único que ha radicalizado su autocracia y ha creado
zozobra desde que disparó por la espalda y asesinó a sus
“hermanos de alma militares” el 4 de febrero de 1992.
Sí, en un
santiamén, Capriles se olvidó de los expropiados, de los presos
políticos, de los humillados, de los exiliados, de los
perseguidos y agredidos, y más sensiblemente, se olvidó de los
asesinados del régimen, como mi muy apreciado Jesús Mohamed
Capote: un joven radical que gritaba ¡Libertad! cuando fue
cegado por el chavismo con una bala en el centro de su frente.
Es decir,
Capriles se olvidó de todos los venezolanos que han ofrecido
hasta la vida por la libertad, la justicia o la democracia en el
país. Peor aún, Capriles se olvidó de sí mismo como hombre digno
y de principios que es, cuando celebró, en una humillación sin
precedentes, casi como quien mueve la colita, que Chávez lo haya
llamado por su nombre al día siguiente de la elección, dejando
boquiabiertos no sólo a los radicales, sino a los
insignificantes que lo apoyaron durante su campaña.
No sé para los
demás pero para mí la admiración, el reconocimiento y el
liderazgo que me había inspirado por su esfuerzo indiscutible,
sus sudorosas visitas casa a casa ofreciendo su rostro y
estrechando millares de manos a venezolanos, logrando impulsar
una auténtica esperanza nacional, se desvanecieron en ese acto.
No podía
creerlo, no puedo creerlo aún.
Las teorías
conspirativas, rumores de negociación, extorsión y chantaje, han
saltado por doquier, pero los que conocemos a Henrique y sabemos
de su honestidad y moral, descartamos movimientos de trastienda
y apuntamos más bien a razones de temperamento y oportunismo
electorero. Días después lo confirmamos, el camino de la
“esperanza nacional” estaba trazado, arrinconado y negociado en
la MUD: Venezuela naufragaba en la Gobernación de Miranda (por
cierto, ¿no éramos diferentes?, ¿no se suponía que no había
reparto de cargos?, ¿y las primarias?, ¿y Ocariz? En fin…)
Escribo esto
con respeto crítico, insisto, estimo a Henrique en lo personal,
reconozco su liderazgo y admiro su entrega desinteresada por
Venezuela. Pero la satrapía que vive el país no sólo requiere
esas nobles cualidades para ser desafiada, requiere integridad y
fortaleza espiritual para enfrentar sin espejismos ni
oportunismos electoreros, el despelote criminal que nos entraña.
En esta hora
difícil, Venezuela no necesita líderes, necesita próceres para
liberarnos de la dominación inmoral que Chávez, el cínico, nos
está imponiendo.
Según el buen
Capriles, y su espíritu “conciliatorio”, él no está llamado a
causar la misma zozobra que causó Bolívar, Sucre o Miranda o
aquellos desestabilizadores radicales de la historia como
Cristo, Gandhi, Mandela o Luther King; él, a diferencia de
aquellos desestabilizadores radicales, sí quiere la paz.
Uno no sabe si
reír o llorar.
Nadie en el
sequito de intelectuales cómodos que le rinde pleitesía le ha
sugerido que paz sin libertad es esclavitud y que para poder
“conciliar” en lo absoluto hay que mostrar el rostro, enfrentar,
reclamar sin violencia, viendo a los ojos a quien nos ofende y
desprecia.
Fue Cristo
-origen e inspiración de las causas noviolentas de Gandhi- quien
nos educó sabiamente sobre poner la mejilla sin responder al
agresor para humanizarlos, para avergonzarlos por agredir a
gente integra y con valor que no se rinde, que permanece ahí
hasta las últimas consecuencias de sus ideales, pero hay que
poner la mejilla, mostrar fortaleza moral y resistencia
espiritual para que ése que nos golpea lo haga como quien golpea
al agua, hasta que se les canse el brazo, y dialogue, y ahora
sí, nos reconozca y se vea forzado, del cansancio, a conciliar.
Radical es una
palabra virtuosa, está formada a partir del latín radix,
perteneciente o relativa a “raíz” (principio, sostén y esencia).
Según el diccionario de la Real Academia Española, lo radical es
lo fundamental y una persona radical es un partidario de
reformas extremas especialmente en sentido “democrático”. Un
radical es tajante e intransigente en sus principios e ideas. Ni
cede ni claudica en sus valores.
Es probable
que Capriles y los encuestadores jamás hayan leído la definición
en el diccionario. A todas luces un radical es una persona de
principios, que lucha con valentía y convicción por ellos. Los
radicales -para lamento de Henrique y sus asesores- crean
zozobra con la intención de reivindicar la dignidad humana.
Sócrates,
Cristo, Bolívar, Jefferson, Miranda, Lincoln, Gandhi, Luther
King, Mandela, Havel, Betancourt, entre otros, han sido
radicales. Hoy la humanidad agradece infinitamente su
radicalismo y fuerza espiritual. Sólo los espíritus radicales
hacen y transforman la historia.
Con su
desatino, Capriles dejó huérfanas las causas reivindicatorias de
estos 14 años. Está perdido en un laberinto electoral. Hacemos
votos porque vuelva sobre sus principios, que sabemos que los
tiene.
La buena noticia es que los radicales
nunca se darán por vencidos, son intransigentes en sus certezas,
no ceden, persisten, luchan, y mientras Capriles despabila y
vuelve sobre sí, los radicales seguirán y vencerán. La historia
es pletórica y honra este tipo de ejemplos, la civilización
depende de fortaleza moral.
Ellos son los
imprescindibles…
@tovarr
Febrero 1, 2013