El cangrejo electoral en Venezuela
Vienen
nuevas elecciones municipales en Venezuela. Los resultados serán,
como lo son siempre, los que al chavismo le venga en gana
Alek Boyd 17 SEP 2013
Corría el año 2005. La sociedad
venezolana estaba aún recuperándose del trauma del paro, luego del
golpe, y finalmente el referendo revocatorio del 2004, la jugada
maestra de Hugo Chávez. El caudillo, atornillado en la presidencia y
con el poder casi absoluto en sus manos, se aprestaba a dar el
siguiente asalto electoral: tomar el control de la Asamblea
Nacional. Ya Carter y Gaviria se habían marchado. La “mediación”
-entre chavismo y oposición- de la OEA y el Centro Carter reducida a
un estatus de pasajeros en procesos que demostraron -con meridiana
claridad- su incapacidad de hacer entender -sobre todo al régimen-
la importancia de respetar las leyes electorales. Así las cosas, el
23 de noviembre de ese año ocurrió un hecho poco recogido por los
medios internacionales: en una auditoría organizada por el Consejo
Nacional Electoral (CNE) en Fila de Mariches, en presencia de
observadores de la OEA y de la Union Europea, un técnico traído por
la oposición llamado Leopoldo González conectó su portátil a una de
las máquinas de Smartmatic después de una votación ficticia y
comenzó a anunciar, en voz alta, “Sr W: Usted voto azul; Sr X: Usted
azul, Sr Y: Usted voto rojo; Sr X: Usted...”
Contó un testigo
presencial que, cuando estaba el hombre a punto de anunciar cómo
había votado el cuarto participante, Jorge Rodríguez - por aquellos
tiempos director del presuntamente imparcial CNE - mandó a parar
todo e informó abruptamente a observadores internacionales, prensa,
representantes de partidos políticos y demás presentes que la
auditoría había concluido. Lo revelado no era poca cosa: el secreto
del voto estaba comprometido en Venezuela. Lo acababa de demostrar
un experto en computación. Eso llevó a los partidos políticos
venezolanos a cometer lo que muchos expertos -a posteriori- han
considerado desde entonces un suicidio político: abandonar el juego
y retirarse en masa de la contienda electoral. El resultado era de
esperar: una asamblea roja, rojita, totalmente controlada por
Chávez, obtenida con el voto de menos del 15% del electorado. Algo
habrán de escribir los historiadores al respecto. Un golpe
magistral, sin duda.
Ese mismo año, meses antes de que el CNE
cometiese la torpeza de permitir a un técnico independiente hurgar
las entrañas de las maquinitas de lotería de Smartmatic convertidas
en el “mejor sistema electoral del mundo”, sucedió otro evento de
similar importancia. El CNE contrató al Centro de Asesoría y
Promoción Electoral (CAPEL) para hacer una auditoría del Registro
Electoral Permanente (REP), cuyos números eran sospechosos, según la
oposición, de haber sido inflados con votantes como Arturo Cubillas
y Rodrigo Granda. Poco se supo de la metodología utilizada por
CAPEL, aun cuando se esperaba que el método “de registro al campo, y
del campo al registro” (mediante el cual las direcciones e
identidades de un número representativo de electores inscritos en el
REP serían revisadas y corroboradas) fuese utilizado. El CAPEL
escogió de forma aleatoria unos 12.000 registros del REP y pidió la
data correspondiente al CNE, el cual nunca la entregó. Cables de la
Embajada de los EEUU en Caracas publicados por Wikileaks dan cuenta
de que el mismo encargado de CAPEL, Ricardo Valverde, admitía en
privado que el REP estaba demasiado viciado, es decir, no servía
para ser utilizado en elecciones.
Venezuela arrastra esos dos
muertos desde el 2005, aparte de aquél del referendo revocatorio de
2004, cuando a ningún observador se le permitió la entrada a la sala
de totalización del CNE. Por mucho que chavismo y oposición - más
chavismo que oposición - griten a los cuatro vientos que el país
tiene el mejor sistema electoral del mundo, la realidad es
irrefutable: ni las maquinas de Smartmatic ni el REP han sido
debidamente auditados desde, al menos, 2005. Y, cuando se auditaron,
los resultados expusieron la poca fiabilidad del sistema. El informe
de los observadores de la misma Union Europea afirmó que el código
fuente de las máquinas era propiedad del CNE y que, por “razones
comerciales”, no estaba disponible a escrutinio público. Y, por
ello, ninguna auditoría independiente había sido realizada a ninguna
de las partes del sistema electrónico de votación. Más claro
imposible.
Desde aquel entonces, a la oposición no se le
permite auditar ni el sistema ni el REP, ni se le permite designar
expertos independientes que realicen dicha tarea. La oposición no
tiene ni voz ni voto a la hora de imponer métodos de auditoría. Las
auditorías que lleva a cabo el CNE son a puerta cerrada. En un país
donde es prácticamente imposible mantener algo en secreto, nadie ha
visto, ni ha escuchado, ni ha presenciado las auditorías que algunos
líderes de la MUD irresponsablemente afirman que han sucedido. Los
medios no son bienvenidos, los observadores internacionales tampoco
y los representantes de la sociedad civil, ni hablar. ¿Cómo puede
llamársele a eso “el mejor sistema electoral del mundo”? ¿Cómo puede
explicarse que en algunas parroquias el chavismo obtiene
-tradicionalmente- el 99% de los votos? ¿Cómo puede reconciliarse la
llamada al voto con la denuncia de fraude y un renovado llamado al
voto, como ha hecho Henrique Capriles en menos de un año? ¿Es fiable
el sistema o no? ¿Es fraudulento o no?
Curiosamente, las
denuncias de fraude y/o irregularidades han aparecido en todos los
procesos electorales -desde Bolivia pasando por los EEUU hasta
Filipinas- en los que ha participado Smartmatic, la empresa de
maletín que salió de la nada a garantizarle la estadía en el poder a
Chávez. Por otro lado, donde aún se vota manualmente en Venezuela,
como las universidades, el chavismo no ha logrado replicar en 15
años ni una de sus “victorias electorales”.
Este cangrejo
tiene varias explicaciones. La primera: una oposición comprometida
solamente con preservar espacios y con ningún poder político real
difícilmente puede obligar a un régimen que lo controla todo a
aceptar condiciones electorales, muy a pesar de lo que diga la ley.
La segunda: una oposición cuyos líderes subsisten de las dádivas de
empresarios conocidos como “banqueros de Chávez” difícilmente va a
alterar el status quo. La tercera: una oposición dispuesta a
mentirle al electorado, con toda desfachatez, sobre asuntos tan
relevantes como la transparencia y la fiabilidad del sistema
electoral y sus resultados, mal puede representar el deseo de
millones de venezolanos que desean fervientemente ver el fin de la
“robolución” chavista. Y la cuarta: una oposición incapaz de
movilizar a sus seguidores para el resguardo y salvaguarda de los
votos a nivel nacional, nunca logrará el poder político para imponer
condiciones (de vuelta al primer punto).
Vienen nuevas
elecciones municipales en Venezuela, que se celebrarán el 8 de
diciembre. Los resultados serán, como lo son siempre, los que al
chavismo le venga en gana. Tirarán un mendrugo por aquí y otro por
allá. Se darán el lujo de “conceder” una docena de alcaldías y algo
más de concejales pero que nadie se engañe: lo que hay en Venezuela
es un cangrejo electoral. Por mucha contorsión argumentativa del
líder de la oposición - que si hay fraude hoy, que si no lo hay
mañana- nadie puede negar la absoluta parcialidad del árbitro
electoral. Nadie puede objetar la falta de auditorías serias,
independientes, como las que se llevan a cabo en democracia. Nadie
puede desmentir el más grosero y evidente abuso de cuanto recurso
del Estado haga falta para favorecer al partido de Gobierno. Y en
esas condiciones, votarán los venezolanos otra vez, y quién sabe
cuantas más.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/09/17/actualidad/1379391008_421006.html