El Nacional - Sábado 19 de Febrero de 2005 pag A/16 Opinión
La tierra prometida
Luis Pedro España N.
A inicios
de este gobierno, por el ya lejano año de 1999, parte del
equipo del entonces Ministerio de Cordiplan (hoy de
Planificación), se reunió con los investigadores del
Proyecto Estudio de la Pobreza con el fin de intercambiar y
discutir propuestas de políticas públicas.
Preparamos una presentación para ellos, la cual fue
escuchada con atención y sin interrupciones.
Al final, cuando esperábamos iniciar un debate provechoso
con las nuevas autoridades de planificación nacional, uno de
ellos nos despachó al (des) calificarnos de "Neo-institucionalistas
Northdianos", y así, una vez unilateralmente etiquetados, la
reunión parecía haber terminado.
Estábamos listos para levantarnos de la mesa, tras recibir
nuestro primer acto de indiferencia gubernamental, cuando
otro compañero del gobierno, supongo que por cortesía, se
apresuró a revelarnos el verdadero plan contra la pobreza
que se estaba cocinando en el ministerio. No tengo espacio
para relatarles cómo trascurrieron los minutos de asombro
que siguieron.
Pero allí fue donde por vez primera escuchamos que la
pobreza se combatía mudándola.
Había escuchado a mis tías hablar de pintar las casitas de
los barrios para que se vieran bonitas desde donde ellas las
veían (la autopista Caracas-La Guaria), por aquello de
mejorar la estética de la entrada a la ciudad capital; había
leído de las prácticas de la derecha de Latinoamérica y la
profilaxis social "desapareciendo" a mendigos; estaba ya
harto de explicar por qué el control de la natalidad de las
mujeres pobres o las prácticas abusivas de esterilización no
resuelven nada debido a que se ubican en una de las
consecuencias y no en las causas de la pobreza; había
escuchado con paciencia a mis adultos mayores deduciendo
"noveles" teorías a partir de sus años de experiencia; pero
nunca había escuchado que unos convoyes militares
movilizando gente, corotos y trastes, lograban alejar a los
pobres de su pobreza.
En ese momento no llegamos a saber si nos estaban vacilando,
o si realmente se trataba de un episodio de ingenua
ignorancia de unos revolucionarios que no conocían a Pol Pot
y sus brutales desplazamientos de la población camboyana de
las ciudades al campo.
Pronto se despejaron nuestras dudas. Al poco tiempo, con la
primera inundación y los deslaves de Vargas aparecieron
nuevamente "nuestros Pol Pot planificadores" inventando
grandes movilizaciones de la población a lugares tales como
el eje Orinoco-Apure. La mudanza de la pobreza no era una
joda, era en serio, y pretendía aprovechar la desgracia para
convertirla en oportunidad para llevar adelante lo que no
sería sino un perverso plan.
Lógicamente, la movilización de la población terminó bajo el
signo de la improvisación. En donde había alguna
disponibilidad de vivienda, para allá se les persuadía a los
desplazados. Guri, Machiques, Mérida y muchos otros destinos
distantes fueron aprovechados para ofrecer opciones de una
nueva vida, de la tierra prometida.
Con la misma velocidad que se deshacían las esperazas, por
la falta de empleo, raigambre y oportunidades, Vargas fue
recibiendo a los desplazados. Con el trabajo de sus
ciudadanos se levantó del barro y los derrumbes. Sus
pobladores ocuparon los espacios como mejor pudieron y
rehabilitaron sus casas y sus clubes.
No es cierto que fueron inconscientes como la soberbia
gubernamental pretende decirnos. Los varguenses hicieron su
trabajo, quien no hizo el suyo fueron las autoridades. Los
privados, los ciudadanos y sus familias podían levantar sus
paredes, reparar sus techos e incluso sacar la tierra y los
escombros que obstaculizaban el acceso a sus casas. Pero no
podían canalizar las quebradas y ríos, construir la
vialidad, los puentes, los servicios a las viviendas, las
cloacas y el agua potable.
No tenían forma de saber los cambios topográficos (si los
dejaron reconstruir fue porque se podía), las condiciones de
los terrenos o los nuevos lechos de las quebradas, por
mencionar lo obvio, revestían algún tipo de seguridad.
Si bien la nueva tragedia estaba cantada. Si bien no podía
caer una garúa persistente porque todo parecía que se
saldría de su lugar, aún así la improvisación y desidia de
las autoridades se mostraban insensibles a las críticas.
Hoy Vargas vuelve a ser un drama y, dada la incompetencia y
la imposibilidad de aprender, la respuesta es la misma. Otra
vez la tierra prometida, las ofertas mágicas y engañosas:
vivienda, empleo y oportunidades. El Estado paternalista se
presenta en forma de operativo y vuelve a ofrecer lo mismo,
los pueblos nuevos, la tierra prometida, casas sin trabajo,
movilizaciones para desalojar bochornosos albergues, núcleos
de desarrollo primitivo y, claro está, mucha lealtad para
con la mano proveedora.
Ojalá alguien en el Gobierno recapacite, regrese a la
universidad a los Pol Pot, y decida ordenar a los varguenses
en atención a sus intereses y no a los negocios de sus
gobernantes.