Izabeth prefería siempre
que la dejaran en alguna estación del Metro, pero la
noche del último lunes Leonardo, encomendado al amuleto
de su piel, insistió en llevarla: “Vamos que a los
negros no nos roban”.
Había sido un día de exprimir neuronas frente a una
prueba parcial de Física que marcaba el inicio de una
semana de exámenes con remate sabatino en Matemáticas.
Algún límite recostado en el infinito o tal vez una
integral imposible, consumía la cháchara de los
muchachos cuando a la altura del Bloque 1, en el barrio
Kennedy de la parroquia Macarao, un encapuchado con arma
larga en ristre les cortó el paso: “Acelera, negro, que
nos van a atracar”. El Corsa color arena rodó 200 metros
más hasta una alcabala, que sin dar orden de parada
alguna, suelta una ráfaga de tiros que hiere a Elizabeth
en la pierna. Había comenzado la muerte.
“¿Elizabeth, estás bien? ¿Elizabeth, estás herida?”, fue
lo primero que escucharon los vecinos, resguardados en
sus casas. Eran las 11:30 pm. “Entonces nos asomamos a
ver qué pasaba y vimos a tres muchachos y una muchacha
junto al carro. Estaban nerviosos, corrían de un lado a
otro y pedían a gritos una ambulancia; ella les decía
que estaba herida en la pierna, que no se podía bajar.
No eran de por aquí pero se veía que eran sanos, eran
unos muchachitos”, relata una vecina que observó de
frente la escena y pide reservar su nombre.
Lo
Último
Jueves 30 de Junio de 2005
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2
TalCual
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“LA ORDEN
ES TRES MUERTOS”
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Ilich Otero/TalCual
1. Edgar Quintero (19 años) y 2. Eric Montenegro (20 años) murieron en el patio interior del callejón donde se encuentra la casa y la bodega de la familia de Elizabeth Rosales. 3. El cuerpo de la tercera víctima, Leonardo González (25 años), cayó frente a las casas 9 y 11, en la vía principal de la terraza seis de Kennedy, a escasos metros del vehículo que conducía. Nunca hubo voz de alto. |
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No reconocieron que a la que
llamaban Elizabeth era La
Niña. “Por aquí todo el
mundo la llama así. Si
hubiéramos sabido que era la
hija de Rosa seguro salimos
y de pronto nos matan a
nosotros también”, continúa
la vecina. Al parecer,
Elizabeth llamó a su mamá
desde un celular y ésta
salió a socorrerla, sin
saber que su hija estaba
herida. Cuando llega hasta
el carro, los muchachos le
dicen lo que pasó y Rosa,
entre gritos, les pide que
vayan a su casa, al fondo
del callejón, a llamar por
teléfono a una ambulancia.
Leonardo, el conductor, se
quedó con la madre y las
muchachas al costado del
carro mientras Eric y Edgar
corrían hacia la vivienda.
“Justo ahí llegaron los
encapuchados.
Eran como 15.Venían a pie,
con armas largas, parecían
guerrilleros y sin dar aviso
comenzaron a disparar”.
Una parte del grupo policial
llegó hasta el carro, y tres
tomaron hacia el callejón,
disparando.
“Los muchachos les decían
que eran estudiantes, que
acababan de presentar un
examen y que venían a traer
a una compañera, pero nada,
los agarraron y no les
permitieron mostrar las
credenciales. Cállense,
ratas, era lo único que les
decían”, relata otra vecina,
que vive en diagonal a la
casa de Rosa.
Según los testimonios
recabados en el sector, Eric
y Edgar quedaron encerrados
en el patio interno donde
acaba el callejón sin oponer
ninguna resistencia. Los
agentes los lanzaron al
piso, les ataron las manos y
les dieron golpes y patadas.
“Se ensañaron con ellos. El
blanquito delgadito que
después nos enteramos que se
llamaba Eric decía estoy
vivo, estoy vivo y le
preguntaba a Edgar si estaba
ahí. El fue el que llevó más
golpes pero también el que
más resistió”, cuenta la
hija de la vecina, que
observó agachada los sucesos
desde la ventana de su
habitación.
El cuerpo de Eric Montenegro
—20 años, 55 kilos,
estudiante de tercer
semestre de Ingeniería de
Sistemas de la Universidad
Santa María, fanático de las
computadoras y a quien
llamaban en broma Mister
Burns, por su parecido
físico con el jefe de Homero
Simpson— ingresó a la morgue
de Bello Monte con 10
impactos de bala en el
cuerpo.
Eric —recordaban ayer al
mediodía sus compañeros en
su velorio en la capilla V
del Cementerio del Este— era
tan delgado que seguía una
dieta especial de
carbohidratos para ganar
peso.
Entre el inicio de los
tiroteos y la muerte de los
muchachos, los vecinos del
sector calculan que debieron
pasar 15 minutos. Al
principio no podían saber
cuántas eran las víctimas,
pero un diálogo les confirmó
el parte:
—Hay dos muertos y un herido
— dijo una voz.
—Tres muertos —respondió
otra, de mando.
—No, pero uno está herido
—corrigió la primera.
—Te dije que son tres. Esa
es la orden. Tres muertos y
punto...
La noche apenas comenzaba.
Llegaron más policías —
“eran más de 50” —, todos de
la DIM y el Cicpc, trancaron
las calles e ingresaron en
algunas viviendas. En una de
las casas del callejón,
frente a donde murieron Eric
y Edgar, entraron tres
funcionarios, uno muy alto y
corpulento con pasamontañas,
arma larga y chaqueta de la
DIM, otro del Cicpc con la
cabeza rapada y una mujer
vestida de verde olivo, con
pantalones con bolsillos a
los lados, pelo negro y liso
atado a una cola y la cara
regordeta.
“Nos lanzaron al piso de
nuestra propia casa, a mí
que estoy recién operada de
la columna, a mi hija que
está embarazada y a mi
yerno. Nos preguntaban
insistentemente qué habíamos
visto, y la mujer nos decía
que no nos moviéramos porque
no respondían si se les
escapaba un tiro”.
Por eso es que ayer
insistían en reservar sus
nombres.
En la vía principal, los
policías mandaban a callar a
la madre de Elizabeth, que
suplicaba asistencia médica
para su hija. Un poco más
tarde llegó un carro, y se
llevaron a las muchachas, y
cerca de la 1:30 am, una
camioneta cuatro puertas
pick-up, color azul
metalizado, sin señas, de
esas “bien bonitas y
grandotas” que proliferan
ahora por las calles, vino
por los cadáveres.
“Sacaron dos del callejón, y
al tercero (Leonardo) lo
recogieron aquí enfrente de
la casa. Los lanzaron como a
unos perros dentro de la
cava”.
Lo que siguió luego fue una
“operación limpieza y
siembra” que se extendió
hasta las 5 de la mañana.
Todos los casquillos fueron
retirados y los que quedaron
incrustados en las paredes y
el piso fueron sacados a
martillazos. “Ya tenemos
tres pistolas y falta una”,
escuchaban los vecinos, y
desde las ventanas pudieron
ver cuando tomaban las fotos
de las armas.
Los cuerpos ya no estaban.
“En la mañana sólo
encontramos los charcos de
sangre”.
Y como llegaron se fueron,
sin aviso ni explicaciones.
Pero hubo un descuido:
“Verga, en tremendo peo nos
metimos. Coño, nos jodimos.
Estamos empaquetados”, se
les escapó.
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Lo
Último
Jueves 30 de Junio
de 2005
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2
TalCual
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Política de Estado
Un
alto
funcionario
gubernamental
cuyo
nombre
nos
reservamos
a
cal
y
canto
porque
perdería
el
puesto,
contaba,
horrorizado,
que
las
policías
tienen
la
orden
de
“quebrar”
en
el
sitio
a
todo
ladrón
de
vehículos
sorprendido
en
“acción”.
La
inconstitucionalidad
es,
pues,
oficial.
Se
podría
comprender
que
la
víctima
de
un
hurto
pueda
sentirse
satisfecha,
de
entrada,
con
la
muerte
del
ladrón,
pero
los
hechos
son
tercos:
mientras
más
ladrones
de
carros
matan,
más
robos
se
cometen.
¿Entonces?
Aparte
de
que
para
algo
debería
servir
el
artículo
constitucional
que
prohíbe
la
pena
de
muerte.
Mientras
la
lucha
contra
el
delito
continúe
haciéndose
desde
la
perspectiva
psicopática
y
simplista
de
los
ignorantes
que
reformaron
el
Código
Penal,
este
seguirá
siendo
uno
de
los
países
más
inseguros
y
violentos
del
mundo.
Hace
bien
la
Fiscalía
en
solicitar
la
anulación
por
inconstitucionalidad
de
esa
reforma,
pero
eso
no
es
suficiente.
Chávez
debería
encontrar
un
minuto
en
sus
interminables
peroratas
para
ocuparse
del
tema,
para
prohibir
la
brutalidad
policial,
para
ordenar
una
reingeniería
del
sistema
penitenciario,
para
poner
coto
a la
degradación
y
envilecimiento
rampantes
del
Poder
Judicial.
Nada
pone
más
en
claro
lo
que
decimos
que
la
masacre
de
Kennedy,
porque,
a
todas
estas,
en
este
caso,
para
hacer
todo
más
bestial,
más
inhumano,
más
irracional,
las
víctimas
fueron
jóvenes
estudiantes.
¿Quién
podrá
jamás
compensar
el
dolor
de
sus
familias?.
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