Lo mejor y lo peor de los tiempos
Michael Rowan
El Universal, domingo 29 de noviembre de 1998, p. A-4
Hace varias décadas se hizo obvio para algunas personas reflexivas que en Venezuela se requería un gran cambio en el pensamiento económico y en el comportamiento político, o el sistema colapsaría. Esta idea ha estado rondado desde hace tiempo. Ahora el colapso se ve en el horizonte, frente a nosotros. No hablo de un individuo. Hablo de Venezuela.
Úslar Pietri ha recibido el crédito por su idea de «sembrar el petróleo», pero seguramente muchos venezolanos también se dieron cuenta de ello. Bolívar habló elocuentemente sobre la corrupción de los políticos el siglo pasado. Aún así, la sabiduría de ambos no ha sido escuchada todavía.
El populismo incapacitó a Venezuela hace más de una década. El gasto público y el endeudamiento irresponsable evaporaron el valor del bolívar, el trabajo, la productividad y las exportaciones. Así comenzó la migración del dinero del país, y de las mentes y corazones de un pueblo que realmente había perdido sus intereses aquí.
El Estado había consumido a la nación. El parásito pretendía ser el anfitrión. Así es el sistema, y está corrompido hasta los tuétanos. Muchos han querido arreglarlo, pero la pregunta es cómo hacerlo.
En 1989, Carlos Andrés Pérez fue elegido, gracias a la creencia populista de que podría regresarnos a los 'buenos tiempos' de los años setenta. Lo cierto es que esos 'buenos tiempos' pusieron en marcha una gran oleada de inflación y devaluaciones monetarias que indujeron a los venezolanos a abandonar el bolívar por el dólar, y luego a renunciar a sus creencias, intereses y esperanza en Venezuela. Estos son los elementos que mantienen unido a un país, no el Estado, los partidos políticos o el Ejército.
La erosión de la esperanza en Venezuela ha demostrado una vez más la sempiterna verdad de que el pueblo es soberano. Las familias y los individuos actúan en defensa de sus propios intereses, aquí y en todos lados. El Estado no puede convencer a la gente de algo contrario a su propia experiencia y sentido común.
Quizás para crédito suyo, una vez en la Presidencia, CAP invirtió las cosas. Su equipo de estrategia, con nombres como Naim, Rodríguez y Torre, desde un punto de vista técnico, tuvo un gran éxito. Desde una perspectiva política, fue un desastre. Nadie entendió que estaban haciendo, quizás ni siquiera el propio Pérez. Nunca se estableció una relación humana con sus ideas acerca de crecimiento y creación de riqueza, y sobre cómo esas ideas se vinculaban con los valores, la vida, el empleo, los ingresos, la educación, la salud y la vivienda.
De las cenizas de la colosal mala interpretación por parte de CAP de su tiempo y su oportunidad surgió Hugo Chávez. La audacia de este militar fue autenticada en el Senado justamente por Rafael Caldera, quien volvería a la Presidencia gracias a la campaña de Chávez contra la corrupción.
Al perdonar a Chávez, Caldera desencadenó la sed de venganza y rabia expresada por muchos de los partidarios del candidato. Al observar las últimas décadas, esto es comprensible. Mientras Chávez se convertía en el punto focal de la rabia que sienten los venezolanos hacia el pasado, las candidaturas independientes de Fermín, Sáez, Salas y Rodríguez quedaban fuera de foco. Chávez se convirtió en receptáculo de los que están contra el pasado, y Salas de los que están contra el ex líder golpista.
Tanto para Chávez como para Salas, éste representa un desafortunado giro de los acontecimientos. Cuando un país vota contra, no está votando por... nada, ni siquiera por él mismo.
Entretanto, pocos políticos están conscientes de la inmensa dificultad de la tarea que enfrenta la nación, comenzando por un déficit fiscal de 5 a 10 millardos de dólares en 1999. Se podría argumentar que Salas tiene más probabilidades de convencer al mundo de apostar por Venezuela, y Chávez de convencer a Venezuela de vincularse con el mundo. Ambos necesitan las habilidades del otro para tener éxito. Pero ambos viven en una arrogante cultura política hipnotizada por el fracaso de los oponentes y no inspirada por el éxito de la nación.
En el gran cambio histórico, algo maravilloso le está ocurriendo a Venezuela: el pasado está siendo rechazado con una venganza; pero también algo terrible: hay muy poca comprensión sobre cómo convivir en el futuro. En naciones con tradición política de una «oposición leal», los perdedores se quedan para dar la pelea, para ayudar de la forma que sea. El 7 de diciembre, que por casualidad es el aniversario del ataque a Pearl Harbor, ¿cuántos perdedores harán una contribución a su país en este tiempo de necesidad? Si no hacen nada, salvo esperar con amargura que el ganador fracase, ¿qué podremos decir de su patriotismo? ¿Qué podremos preguntarnos acerca de nuestro futuro?