Caracas, Buenos Aires, Jerusalén. Ejércitos +
caudillo + pueblo
Norberto Ceresole
Caracas, marzo de 2001
Índice
Introducción
Capítulo 1. La entropía de la revolución bolivariana
Ejércitos, caudillo, pueblo
Sobre la fuerza armada nacional
Fuerza armada y partidos en Venezuela
El «holocausto argentino» (según Israel)
Pensamiento estratégico y producción para la defensa
Brasil
Los mariscales de la derrota
La revolución ¿ha comenzado?
El striptease de la inteligencia
Hipótesis de conflicto y guerra ideológica
Cuestiones de revolución y de contrarrevolución en
América Meridional
Geopolítica y revolución
La nueva clase
Entre Jimmy Carter y Frantz Fanon: ¿es el chavismo una versión levemente
«militarizada de la vieja socialdemocracia?
Anexo documental: Entrevistas
Capítulo 2. Guerra y sociedad (ejércitos y pueblo) Argentina, 1982
Incapacidad militar y crisis social
Lineamientos estratégicos y conducción táctica (1982)
La batalla de Malvinas y las líneas de fractura de la política mundial
1914: La primera batalla de las Malvinas
La indefensión en el Atlántico Sur
Las fuerzas armadas en la etapa del desengaño democrático
La derrota
La indefensión
La barbarie tecnológica y la indefensión nacional
Política militar y escenarios de futuro
Estrategias económicas y estrategias militares
Control del espacio y producción de poder
La ocupación del espacio improductivo
Una nueva organización espacial y demográfica
Componentes de la matriz de producción de poder
Historias de la patria e historias de la prepatria: el culto a la
«guerra de la independencia» o el pasado como construcción política
El Mito fundador
Capítulo 3. Palestina: la única víctima del Holocausto
El Estado de Israel es el Dios de Israel
Historia profana de Israel
Judaísmo y sionismo
De Versalles a Nuremberg
Primera intifada
El gran negocio del holocausto
El revisionismo histórico
Síntesis y conclusiones
Epílogo
Introducción
Este es un libro escrito sobre todo para lectores interesados en el proceso
venezolano, que vive una situación extremadamente crítica. Es por ello que
posiblemente deba comenzar por señalar un hecho básico que informa a mi visión
de esa problemática: cualquiera sea la evolución futura de la revolución
chavista, queda excluida la hipótesis de un retorno al sistema político
anterior, excepto que se trabaje con el objetivo de producir una catastrófica
guerra civil. A pesar de todo hay o hubo una revolución.
El primero de estos ensayos, Entropía de la revolución bolivariana fue redactado
en base a unos veinte artículos publicados por mí en la prensa venezolana
durante el año 2000. Una parte de este trabajo, en consecuencia, lleva todavía
las huellas inmodificables del estilo periodístico. Lleva asimismo dos
reportajes como anexo documental. Naturalmente este trabajo es la continuación
(ratificación o, en algunas cuestiones, rectificación) de mi libro anterior
Caudillo, Ejército, Pueblo y, posiblemente, en ese sentido represente el punto
culminante de mi interés por Venezuela y el fenómeno chavista. En definitiva, y
hasta este momento, el chavismo fue mucho ruido para tan pocas nueces. Sin
embargo produjo un corte en la historia contemporánea de Venezuela, una fractura
con la profundidad suficiente para definir, a partir de ella, un antes y un
después. Pero esa fractura no fue nunca un impacto geopolítico regional.
El segundo de los ensayos Guerra y sociedad, está íntimamente relacionado con
los fenómenos de convergencia cívico-militares; expresa una visión muy
particular, aplicada además sobre un caso muy concreto, referida a las
conexiones que se deben consolidar entre los ejércitos y el pueblo, para que una
nación periférica, como decía Heidegger, deje de ser pura inercia colonizada y
pase a formar parte de la Historia. Sobre las cuestiones que trata este ensayo
hemos hablado mucho con el comandante Chávez entre 1994 y 1995: tal vez en ese
punto radique su verdadero interés político, para los lectores venezolanos, al
menos.
El tercer ensayo tiene que ver con un factor siempre presente en nuestros países
de la América Meridional: el factor judío, representado, entre otros actores,
por la pérfida acción encubierta de los servicios de inteligencia del Estado de
Israel. Curiosamente no existe ningún ciudadano «progresista», ni en nuestra
América ni en el mundo occidental, que no exprese un amor profundo, casi
místico, por ese Estado criminal. El Estado de Israel combatió a todas la
guerrillas y proveyó de armamentos y asesores a todas las dictaduras militares
de la región. Sin embargo «la izquierda» sigue glorificando a ese Estado,
seguramente por una cuestión patológica explicable sólo a nivel genético, pero
en todo caso insuperable e incurable.
Capítulo 1. La entropía de la revolución venezolana
La crisis ideológica y la parálisis y desintegración operativa que afecta a la
nomenklatura quintarrepublicana es la versión tropical del mismo viejo delirio
que siempre calentó los sesos de los «iluminados», en todo tiempo y lugar:
confundir con la realidad lo que sólo está escrito en un papel. Es cierto que el
texto de la nueva Constitución otorga libertades extraordinarias a los
ciudadanos de Venezuela, pero en la vida real se le sigue prohibiendo a la
inmensa mayoría de la población el derecho más simple, que es el derecho a una
vida económicamente digna.
Discursos delirantes hablan hasta la saciedad del «poder popular» y de la
«democracia directa», pero se le niega al pueblo un simple y sustancial aumento
salarial, que es el inicio y la base insoslayable de cualquier proyecto mínimo
de justicia social. Estamos en el núcleo de todos los proyectos izquierdistas,
que cuando se transforman en gobierno, en cualquier parte del mundo, constituyen
la negación de cualquier práctica económica distribucionista. Todos los
regímenes de izquierda que nacieron y murieron en el siglo XX prefirieron
trabajar con mano de obra esclava o semi-esclava; en todo caso con proletariados
con bajísima capacidad económica.
En oposición a esos regímenes surgieron las distintas formas de «fascismos» y de
populismos. El denominador común de todos esos «fascismos» y populismos fue su
voluntad distribucionista que, históricamente, a lo largo de todo el siglo,
estuvo en franca y clara oposición al concentracionismo económico (en el
«Estado» y en la nomenklatura) de las distintas formas a través de las cuales el
marxismo-leninismo accedió al poder. No hubo ningún gobierno «de izquierda» que,
para lograr la tan anhelada «acumulación original», no haya acudido, en primer
lugar, a la superexplotación del proletariado y del «bajo pueblo» en general.
Venezuela sigue por el mismo camino «progresista». Pero negándolo en los
discursos a cada momento, lo que lleva a un verdadero delirium tremens, que me
recuerda las discusiones que hace treinta años manteníamos con un grupo de
amigos (los entonces llamados «albaneses») del Partido Comunista Italiano. Allí
se trataban hasta en sus detalles más insignificantes las características que
deberían poseer los «nuevos hombres» que construiría el «verdadero socialismo»
de Enver Hoxa. Pero nunca se resolvieron los «pequeños detalles» de la vida: con
el tiempo el régimen cayó y aún no se había siquiera diseñado el alcantarillado
y no había luz eléctrica fuera de algunas manzanas del centro de Tirana.
Hoy Venezuela está afectada, en esencia, por la misma parálisis, por un tipo
similar de demencia política: el síndrome albanés. La nueva clase gobernante
carece en absoluto de capacidad para traducir en hechos puntuales y concretos,
económicos y sociales, dentro de la misma comunidad venezolana, aunque sea sólo
una parte de los confusos lineamientos estratégicos que expone el Presidente.
La ruptura entre el discurso y la práctica económica, social y política se
produce por dos motivos básicos: por la confusión intrínseca de la estrategia
que expone el presidente (declamar objetivos sin señalar nunca los medios para
realizarlos), y por la ridícula pretensión de alcanzarlos a través de una
burocracia (nueva clase) no sólo anclada en presupuestos ideológicas del siglo
XIX. El problema es que esa burocracia «democrática» es sobre todo leal al
sistema que dice combatir. Asimismo la ruptura entre la estrategia (exterior) y
las acciones económico-sociales internas es total y absoluta. Lo que significa
que estamos en el camino seguro hacia la catástrofe.
La pretensión de realizar una revolución social interna —construir el tan
cacareado «poder popular» o «democracia directa»— dentro de un marco de economía
de mercado sería aceptable si estamos pensando en un Capitalismo de Estado, o un
Capitalismo Nacional, que es una concepción transideológica que originariamente
emerge de tres conceptos básicos de la Alemania guillermina-bismarckiana, ya
olvidados por las Academias Neoprogresistas: Economía de Guerra, Planificación y
Movilización Nacional.
Son estos conceptos (que deben ser rescatados y revalorizados) los que nos
llevan a expresar una verdad tan simple y elemental que casi avergüenza tener
que recordarla: no puede existir ninguna forma de participación política del
«pueblo» sin una dignificación económica previa de los trabajadores (vía «salariazo»,
en primer lugar), ni una organización productiva mínima de los marginales,
entendida como paso previo a su integración completa en una economía de pleno
empleo.
La nomenklatura quintarrepublicana pretende realizar su «revolución» sin
justicia social no sólo en un marco de «libre mercado» (lo que ya sería la
cuadratura del círculo), sino sobre todo manteniendo el ajuste y la apertura
económica dura y pura. «Ajuste» y «Apertura»: he aquí las dos variables
hegemónicas a las que se considera «conditio sine qua non» para el mantenimiento
del «status quo» con Washington. Después de casi dos años de revolución no se
pueden elevar sustancialmente los salarios de los trabajadores, ni organizar
económicamente a las masas de desocupados a partir de sueldos mínimos asegurados
por el sector público, porque la política económica es de ajuste y apertura (es
decir de transferencias de ingresos hacia la cúpula de la pirámide social y,
desde allí, hacia el exterior del sistema). En ningún momento la conducción
económica ha intentado siquiera alterar parcialmente las reglas impuestas por la
dogmática liberal y por las instrucciones del Fondo Monetario Internacional.
Esto encaja muy bien con la Weltanschauung izquierdista de la nomenklatura.
Estamos simplemente en el puente que siempre unió al capitalismo con el
socialismo real y la socialdemocracia.
Esta estrategia lleva a las Fuerzas Armadas a una actividad puramente
asistencialista y coloca al estamento militar en una posición extremadamente
débil e insostenible en el mediano plazo. Para mantener un discurso falsamente
populista se utiliza a las Fuerzas Armadas en tareas de «asistencia social»,
pero no de organización productiva de la mano de obra expulsada del sistema. El
asistencialismo militar reemplaza, entonces, a la justicia social.
En estas condiciones hablar de «poder popular» o «democracia participativa» es
algo más grave que expresar una mentira disfrazada de verdad: este puro teatro
que representa una revolución sin justicia básica (que es la justicia salarial)
nos coloca dentro de las más estrictas tradiciones de la política económica
marxista-leninista. En todos los casos, sin excepción, el «socialismo» trató de
construir un sistema económico a partir de la superexplotación y de la
esclavización de los trabajadores y de los marginales. Y siempre es lo mismo, en
la ex URSS, en la República Española, en el Chile masónico de Salvador Allende,
en Cuba, en Albania o en la democratísima República de Weimar. El primer derecho
que pierden los trabajadores y los «pobres» es el más básico y fundamental: el
derecho a percibir un salario «sustancialmente digno».
La clave entonces para entender a Venezuela consiste en asumir el hecho de que
por el momento no existe (como inicialmente se pudo haber supuesto) ninguna
diferenciación ideológica entre los dos niveles o escalones de decisiones
instalados en el gobierno.
El escalón estratégico es el que está determinado por el ámbito de decisiones
que emergen de la figura del Caudillo propiamente dicha, tal como yo la he
definido en un libro anterior, con su correspondiente nivel de legitimidad
(legitimidad carismática). El escalón táctico, o formal, es el determinado, en
cambio, por el ámbito de competencia del sistema político que emerge como factor
derivado o subsidiario de la legitimidad carismática, tal como ello será
analizado más adelante. Todo ese sistema político subsidiario o derivado no
tiene ningún tipo de legitimidad. Por el contrario, vino cargado de un fuerte
parasitarismo ideológico que actuó como causa principal en el proceso entrópico
que ya ha afectado a la totalidad del proceso.
No hay contradicciones entre ambos niveles en la exacta medida en que el escalón
táctico, o formal, fue y sigue siendo el ejecutor del proyecto estratégico
central.
La existencia de estos dos escalones o niveles de gobierno es lo que explica,
entre otras cosas, las permanentes contradicciones que surgieron entre las
declaraciones de destacados miembros de la periferia (del gobierno), y algunas
acciones prácticas que en pasado asumió el Caudillo. Ésas anteriores
contradicciones formales son ya cosa del pasado. En la actualidad parece haberse
diluido la frontera que separaba a dos niveles decisionales distintos en
Venezuela. En todo caso ella no era un fenómeno derivado de la existencia de dos
ideologías diferentes (una central y otra periférica) dentro del mismo proceso.
En estos momentos yo he llegado a disponer de una visión muy amplia sobre la
magnitud y la envergadura del bloque de fuerzas que adversan mis propuestas
políticas e ideológicas. El está no sólo en Venezuela sino en el progresismo
(lobby judío) de la Costa Este de los Estados Unidos. No hay que olvidar que
quien legitima simbólicamente el proceso democrático venezolano es Jimmy Carter
(quien en su momento fue el primer presidente norteamericano en viajar a
Israel): esto quiere decir que el «progresismo» internacional intentó y logró,
al menos provisoriamente, cooptar a Chávez. Esta es la raíz del problema de mi
«expulsión» provisoria de la política Venezolana y de todos los agravios que he
recibido en ese país.
Desde hace algún tiempo los analistas y los políticos (entre ellos el ex
vicepresidente del país y el jefe de la DISIP, nada menos) popularizaron el
concepto «ceresolismo» (y en cierto período se refirieron a él con cierta
maníaca insistencia), al que definen como un corpus de ideas «antidemocráticas»
que, sin embargo, para muchos otros ciudadanos de la República bolivariana,
sirve o sirvió de sostén de los movimientos estratégicos del Presidente. Ya
existen, incluso, algunos «ceresólogos» importantes y otros muchos aficionados.
Y como no podía ser de otra manera se han publicado al día de hoy más de 1.000
artículos sobre esta cuestión, tanto en la prensa venezolana como en la
extranjera.
En verdad el «ceresolismo» es presentado como el núcleo ideológico duro de un
proyecto estratégico que supuestamente manejó, en algún momento del pasado,
directa y personalmente, el presidente-Caudillo. Yo admito que lo que hoy en
Venezuela se llama «ceresolismo» es ya una nueva realidad en la cultura política
de ese país, y tema de interés creciente en universidades de la América
Septentrional y en grupos de especialistas europeos. Y ello es así porque
constituye una total transgresión con todo el pensamiento político anterior de y
en la región. Incluso es una contradicción con la versión actual del chavismo,
por lo menos con la que exhibe la nomenklatura quintarrepublicana.
El «ceresolismo» tiene relevancia porque es lo opuesto a todas las formas
anteriores de pensamiento político en un país dependiente, pero de fuertes
tradiciones socialdemócratas, como es el caso específico de Venezuela. Y porque,
además, es un «sistema de pensamiento», es decir, un conjunto de conceptos
ordenados y jerarquizados, donde cada una de ellos está orgánicamente conectado
al conjunto. Tiene además conexiones profundas con importantes movimientos de
ideas —tanto en Europa como en los Estados Unidos— que son vistas por los
«establecidos» como desestabilizantes o desestabilizadoras.
En ese sentido el chavismo no es una ideología emergente del «ceresolismo»; ya
que este último es un aspecto específico y puntual de un vasto movimiento
revisionista internacional, que no acepta el actual universo político y cultural
(del cual «la izquierda» es parte orgánica y constituyente), construido
artificialmente a partir de la última posguerra mundial.
Desde un principio el «ceresolismo» causó una enorme irritación «todo azimut».
La izquierda lo definió como fascista, mientras el establishment lo satanizó
como «antisemita» (curiosa definición negativa de una persona que es amigo del
pueblo árabe, cuna y crisol por excelencia de la raza y de la principal lengua
semita); por su parte, importantes miembros del gobierno lo declararon
inexistente. El espectáculo lo dieron, sobre todo, algunos raquíticos
intelectuales orgánicos a la «idea del progreso», y a las gratificantes becas y
codiciados empleos que ofrece el «mundo occidental» a los «pensadores»
políticamente correctos [1].
Ante un hecho inesperado que se iba consumando con bastante rapidez, de la
irritación se pasó a cierta perplejidad y, en la actualidad, a la aceptación más
o menos resignada de que el mal ya está instalado, y para colmo funcionando,
según algunos «ceresólogos», a través nada menos que del mismísimo Caudillo (lo
cual es cada vez menos cierto, evidentemente).
Esta última etapa eclosionó con el viaje del Presidente a los países miembros de
la OPEP y, sobre todo, posteriormente, con las declaraciones del comandante
Chávez en distintas capitales de la América Meridional, donde reafirmó conceptos
«ceresolianos» duros y puros. Simplemente volvió a enfatizar la idea de la
necesidad de lograr la unidad militar en la América Meridional, como concepción
filosófica y desde una perspectiva del desarrollo económico. El 31 de agosto de
2000, el enviado especial a Brasilia de «El Universal» reprodujo las expresiones
del Presidente en los siguientes términos: «(Según Chávez)... la cooperación
militar no puede quedar fuera del ámbito de la cooperación (en el ámbito de la
América Meridional)... adujo que por objetivos geopolíticos y geoestratégicos de
la región, es imperioso contar con un tejido avanzado en el ámbito castrense,
que además se adapte a las nacientes realidades y a las necesidades de la
población...».
Estábamos en el buen camino: «Todas las falsas integraciones están en crisis.
Tal vez haya llegado el momento de ensayar la única integración posible: la
bolivariana. Ella implica poner en marcha pueblos y ejércitos... y pensar en
definitiva , en un gobierno para toda América Meridional». Esta es una cita de
mi libro Caudillo, ejército, pueblo: la Venezuela del Comandante Chávez, que se
publicó primero en Madrid (editorial Al-Ándalus), en febrero de 2000, luego en
Beirut (en árabe, para todo el mundo Árabe), más tarde en Caracas (en papel
impreso, reproduciendo la edición española) y electrónicamente, en Venezuela
Analítica; y finalmente en Miami, en una editora virtual (www.e-libro.net).
A partir de ese momento se sucedieron acontecimientos políticos de tal magnitud
que señalan la conveniencia de producir una profunda redefinición teórica del
proceso venezolano. Dada la confusión antes señalada se hace necesario
sistematizar el conjunto de ideas (políticas, historiográficas, geopolíticas,
filosóficas y estratégicas) que conforman el llamado «ceresolismo» en Venezuela
y, ya, en otros países de la región. En esa dirección será necesario leer el
siguiente trabajo, que apunta a rescatar la Revolución en tanto transgresión,
sin ningún compromiso ideológico con ninguna de las formas que ha adoptado el
pensamiento, en especial el llamado «revolucionario», en un pasado ya
definitivamente muerto.
Sabiendo que el «mal ejemplo» ya cunde por toda la América Meridional, sólo
acudiremos a la Historia como fuente insustituible de conocimiento, pero nunca
buscando paralelismos imposibles, o pretendiendo rescatar modelos ya
inexistentes y, por lo tanto, irreproducibles. Nunca el pasado, excepto como
grandeza (real o simplemente deseada), volverá a ser presente. «Una revolución
completa de nuestro ser es una necesidad de la historia, supuesto que somos
historia». Martin Heidegger, Lógica, 1934.
Ejércitos, caudillo, pueblo.
sobre la Fuerza Armada Nacional
Cuando sostengo que los Ejércitos, de tierra, mar y aire, constituyen el
escenario insustituible de una trascendental batalla política en Venezuela,
quiero decir que sólo existen dos opciones para los cuadros de esas Fuerzas: o
incorporarse activamente al proyecto estratégico que emerge del principio de
legitimidad carismática, o desaparecer institucionalmente.
En otras palabras. No existen dos proyectos militares. Existe uno solo, porque
el otro está orientado a la destrucción de las Fuerzas Armadas, tal como ya ha
ocurrido en la mayoría de los países «democratizados» y «liberalizados» de la
América Meridional. Es esa experiencia la que nos señala que la eliminación de
las instituciones militares es el prólogo para el ingreso al patio trasero de la
globalidad. Es el sello inequívoco de la colonización en estos tiempos de
«igualamiento» forzado, en el que los hombres se transforman en «chips», y las
patrias en mercados. Al día de hoy sigo pensando como el gran filósofo alemán:
«Sé por la experiencia y la historia humanas que todo lo esencial y grande sólo
ha podido surgir cuando el hombre tenía una patria y estaba arraigado a una
tradición» (Martin Heidegger, Der Spiegel, 28 de marzo de 1967).
Esto significa que la búsqueda de la Fuerza Armada como escenario o campo de una
confrontación política no es algo que dependa de la voluntad de los actores, no
es en absoluto una arbitrariedad ni mucho menos un capricho. La fuerza armada
es, por el contrario, el marco estratégico dentro del cual se resolverá el
destino de Venezuela. Para simplificar al extremo esta cuestión, sin desvirtuar
los términos en la que está planteada, es lícito afirmar que sin fuerza armada,
no habrá destino para Venezuela, porque es sabido que las versiones pos-modernas
de la «democracia» exigen, todas ellas, la desaparición de esas Fuerzas, como
paso previo a la desaparición de las naciones.
No existen dos proyectos militares. Sólo a partir de la legitimidad carismática
es posible elaborar una concepción estratégica dentro de la cual la
institucionalidad militar asume una importancia hegemónica en estos tiempos de
eliminación de fronteras, de exclusiones y de brutales empobrecimientos
materiales y espirituales.
En un principio el proyecto fue caudillo, pjército, pueblo. Pero durante los
últimos dos años prevaleció la entropía, dado que el proceso revolucionario,
interferido por la nomenklatura política, no logró manifestarse a través de
avances concretos ni en el plano de la dignidad social ni en el de la
independencia estratégica nacional. Por lo tanto, la vigencia de la fórmula
exige una modificación importante. Es necesario modificar el orden de los
factores porque el concepto Caudillo, en definitiva, vino viciado con arrastres
partidocráticos y con aberrantes parasitarismos ideológicos. El «partido» que se
coló detrás del Caudillo no aporta nada significativo para la gobernabilidad de
Venezuela (ellos son sólo «cuatro gatos»); la ideología que pretende sustentar
el proyecto del nomenklator es profundamente contrarevolucionaria: el
marxismo-leninismo. No es posible lograr la gobernabilidad del país ni con ese
partido ni con esas ideas. Sino más bien todo lo contrario.
Después de la decepción causada por esta primera etapa del chavismo, los
Ejércitos deben asumir una responsabilidad política y estratégica aún mayor. La
fórmula sería entonces: Ejércitos, Caudillo, Pueblo.
Se trata de que los cuadros militares comprendan a fondo esta situación. Un
retorno a la vieja «democracia» no sólo es imposible. Sería además la
materialización de un destino horroroso: como ya a ocurrido en toda la América
Meridional; una parte de los oficiales se convertirán más o menos en buhoneros,
y la otra en Legión Extranjera Policial especializada en controlar disturbios
internacionales. Ambas, dentro y fuera de una patria que por entonces ya será
inexistente.
Por lo tanto, el campo de batalla intra-militar no es una opción libremente
elegida, sino una cuestión de supervivencia nacional. La continuidad de la
fórmula Caudillo, Ejército, Pueblo no puede ser sino Ejércitos, Caudillo,
Pueblo. Sólo ella podrá mantener e incrementar la cohesión institucional de las
Fuerzas (porque esa cohesión es vitalmente necesaria y la única alternativa al
horror de la guerra civil).
Es imposible un retorno al status quo ante. Efectivamente, en el extremo
opuesto, la opción que plantea la «democracia» marginal —geopolíticamente
subsidiaria— es el camino inexorable de la guerra civil. Será un democracia
necesariamente fraccional y faccional. Que sobre todo necesitará romper la
cohesión institucional de las Fuerzas para llevar a una minoría dentro de ella a
ser la Gendarmería de lo políticamente correcto. Este es el núcleo de la
violencia que oferta el retorno a una Venezuela pre-chavista. Nada nuevo: ya ha
ocurrido muchas veces en nuestra América Meridional. Siempre se bombardea
«preventivamente» a los pueblos en nombre de una «libertad» que, para ellos,
nunca llega.
La «democracia» de la guerra civil es de nuevo tipo; lejos de los presupuestos
del Enciclopedismo, ya no importa cuántos votos tenga un líder. Lo que importa
es saber si esos votos llevan el ADN «democrático», según han definido este
concepto los herederos de los vencedores de Segunda Guerra Mundial. En Europa la
doctrina se aplicó y se aplica en casos extremadamente distintos, como la Serbia
de Milosevic y la Austria de Haider; por ello, tal vez, Vladimir Putin exhorta
al pueblo ruso a agruparse en torno a sus fuerzas armadas, con moral de victoria
y rearmadas. Sólo con las fuerzas ubicadas en ese plano de decisiones
estratégicas se podrá pensar en explotar las líneas de fractura de la política
mundial.
Entendida como elemento hegemónico de un nuevo principio de legitimidad
carismática, la fuerza se convertirá en el eje de un vasto proceso de desarrollo
económico, tecnológico y social (seleccionando tecnologías en áreas hasta ahora
prohibidas —¿Rusia?— y construyendo industrias militares propias, por ejemplo);
y en el núcleo de una geopolítica en primer lugar regional, orientada a producir
honor, poder y bienestar para nuestros pueblos de nuestra Patria Grande. Es
decir, aquello de lo que carecen los excluidos, los fracturados y los
marginales.
La polarización política que plantea la restauración democrática es el inicio de
un camino que, si no se lo bloquea a tiempo, desembocará inexorablemente en una
catastrófica guerra civil en Venezuela. Lo que hoy está actuando en este país,
por encima de todas las coyunturas, es el viejo principio clausewitziano de la
«ascensión a los extremos».
Porque el objetivo real tras las imágenes no es ofertar una alternativa
«democrática» al «caudillismo populista», sino eliminar radicalmente esta última
realidad, cuanto antes, por medios políticos, si fuese posible; eliminarla antes
de que se convierta en un hecho estratégico definitivo y definitivamente
desestabilizador de la América Meridional.
Naturalmente la eliminación política —indolora— del principio caudillista, que
está en la naturaleza e informa a la revolución venezolana, es por definición
una empresa imposible: y ello se sabe con certeza en Washington. En definitiva
el cambio de régimen sólo se podrá realizar por la vía de la fractura militar,
es decir, de la guerra civil. Ese conocimiento exacto está en el núcleo del
crimen que se piensa cometer.
A esta estrategia del enemigo le debe corresponder una contraestrategia nacional
y popular, aún inexistente. La fórmula de la victoria política y militar es
tremendamente simple: solidificar la ecuación ejércitos + caudillo + pueblo. No
hay ningún otro camino para ahorrar sangre venezolana. Y en la mejor opción,
para demostrar que la cuota de sacrificio que deberá poner el enemigo sobre el
campo de batalla será de una magnitud tan horrorosa y contundente, que resulte
suficiente su sola imagen o mención para limitar su estrategia, paralizar sus
movimientos y anular sus intenciones.
Fuerza Armada y partidos en Venezuela
Espíritu militar versus corrupción política
España. En pleno año 2000 en
España se ha realizado el clásico desfile militar «de la victoria» en la ciudad
de Barcelona. Todas las autoridades «autonómicas» de Cataluña se declararon
contrarias al desfile. Barcelona ya es, de hecho, una ciudad extranjera, y los (ex)ejércitos
españoles son tratados como ajenos y hostiles a la nación catalana. En vano el
ministro de Defensa (de España) trató de explicar que los ejércitos (de tierra,
mar y aire) no pertenecen ya a España sino que son multinacionales: están bajo
mando multinacional y se encuentran dedicados a «tareas humanitarias», tales
como el bombardeo a Belgrado y la desmembración de los Balcanes. Sólo bajo esta
cobertura los ejércitos «españoles», que ahora son intercambiables dentro de la
OTAN (como los «chips» de un circuito electrónico), podrán desfilar, por última
vez, en Barcelona. Así, confinados en un rincón de Barcelona, sin material
pesado y como de puntillas. Así se celebró el desfile de las Fuerzas Armadas...
Pero ¿son éstos los Ejércitos de España, o es una ONG con escopetas?... Viven
los Ejércitos un estado de contradicción abierta, flagrante esquizoide: con unas
Ordenanzas que siguen aludiendo a los viejos valores, pero con unos fines,
asignados por la Ley, que no tienen ya nada que ver con aquellos valores, ni con
el destino histórico de España, sino con la defensa del desorden establecido y
del lamentable entramado político que es el régimen.
Argentina. La restauración democrática en la Argentina tuvo un objetivo
prioritario: «desmilitarizar a la sociedad». Ello era urgente porque el «mundo
occidental» no quería más sustos como el de Malvinas (una clásica guerra justa,
además de necesaria). Como cobertura de la desmilitarización se inventa el mito
del «holocausto sureño», que pretende eliminar el análisis objetivo de la
realidad: que allí hubo una guerra civil desatada por el bando «progresista»,
activamente apoyado por la Inteligencia cubana (pero no por la soviética), que
hubo bajas en ambos bandos, y que al final ambos perdieron. Pero el objetivo se
cumple. Se destruyó la industria militar y los desarrollos tecnológicos
nacionales (en especial los nucleares y los misilísticos) que eran los
verdaderos enemigos del mundo global en la región. Naturalmente la indefensión
militar es la otra cara de la llamada «explosión de la pobreza»: hoy 1 de cada 3
argentinos vegetan por debajo del nivel de subsistencia. Pero eso sí, en
«democracia».
India, China, Irán, Paquistán, Turquía, representan más de la mitad de la
población mundial. Todos países muy distintos entre sí pero con un denominador
común: sin su estructura militar y sin su capacidad militar en el campo
científico-técnico-industrial hubiesen carecido de viabilidad nacional y hoy ya
no existirían. Como no existen, nacionalmente hablando, por motivos distintos y
bajo distintas circunstancias, ni España ni Argentina.
Afortunadamente Rusia pudo zafar del horroroso destino que le había preparado la
globalización. Justo a tiempo logró trazar una frontera militar: si el Cáucaso
sufría el mismo destino que los Balcanes, la desaparición histórica de Rusia era
un hecho seguro. Rusia podrá sobrevivir gracias a su Ejército (o «espíritu
militar»), a su tecnología militar y a su competitiva industria militar. Es el
clásico modelo de una nación cuya sociedad se re-organiza a partir de su «virtud
militar», y sólo gracias a ella sobrevive.
No es nada nuevo que las naciones desaparecen a partir de la flaqueza de su
espíritu militar. Yo sostengo que ese espíritu y esa virtud hoy existen en
Venezuela, y que la sobrevivencia de este país, en las actuales circunstancias,
depende decisivamente de su mantenimiento e incremento. Ellos, sin ser
inmaculados, representan valores superiores comparados con la pura y dura
corrupción política, que en esta parte del mundo no es coyuntural sino
estructural, o cultural.
Por otra parte, la dimensión continental en la que se inscribe la revolución
venezolana, hace técnicamente factible y económicamente viable el desarrollo de
proyectos militares regionales en el campo científico, técnico e industrial.
Desde un comienzo, libera la posibilidad de adquirir armamentos y equipos sin
ningún tipo de limitación, y a cambio de contraprestaciones que contribuirán a
independizar el espacio geopolítico de la América Meridional.
El problema del desarrollo de la industria militar no es solamente un problema
político o de soberanía nacional; también debe ser encarado como una cuestión
que se vincula al desarrollo económico. La industria militar nacional dentro de
un contexto regional hará necesario re-establecer y consolidar una relación
eficaz y positiva entre los sectores civil y militar de la sociedad. La relación
Pueblo-Ejército también pasa por el grado de desarrollo del complejo industrial
y científico de la Nación. Esto es así porque el desarrollo de ese complejo no
puede separarse de sus implicancias industriales y defensivas; él debe
constituir uno de los elementos centrales de un gran proyecto nacional
movilizador de voluntades colectivas. Un grado elevado de desarrollo
científico/industrial impulsará una fuerte ligazón entre grupos técnicos
equivalentes, es decir entre profesionales de los sectores militar y civil de la
sociedad, planteando la posibilidad de estructurar nuevos y múltiples canales de
acercamiento entre ambos grupos. La franja profesional de los ejércitos será
tanto mayor cuanto mayor sea su capacidad para manipular tecnologías complejas;
además, será mayor cuanto mayor sea su inserción industrial en el conjunto del
sistema económico.
El «holocausto argentino» (los fundamentos del proceso de
«desmilitarización», según Israel)
Ya hemos dicho que como cobertura de la desmilitarización se inventa el
«holocausto argentino», que pretende eliminar el análisis objetivo de la
realidad reemplazándolo por un Mito. Se empleó la misma exitosa tecnología ya
utilizada en la construcción del Mito de la «culpabilidad alemana» que tuvo por
objetivo principal ocultar una de las más grandes salvajadas de las tantas
cometidas en el siglo XX: la expulsión a sangre y fuego, desde 1947, de 1 millón
de palestinos de sus tierras y de sus hogares (no es éste el lugar para hacer
referencia a las brutales expulsiones demográficas de la posguerra centroeuropea
ni a las masacres de civiles alemanes luego de finalizado el conflicto [entre 9
y 12 millones de muertos, según cálculos recientes]).
La realidad pura y simple es la siguiente. En la Argentina había un régimen
social y político injusto y opresivo. Como en todos los países del mundo. Pero a
diferencia del mundo llamado tercero, en aquella época, sólo 1 de cada 10
argentinos estaban por debajo del nivel de pobreza. Cada tanto algún niño se
moría de hambre en alguna remota provincia. Tomando como bandera casos tan
lamentables como singulares el bando «progresista» toma la decisión de desatar
una guerra civil. Esa decisión de la guerrilla fue activamente apoyada por la
Inteligencia cubana (pero no por la soviética). Luego allí hubo bajas en ambos
bandos, y al final ambos perdieron.
Los militares establecidos cumplieron fielmente el rol asignado por la
estrategia norteamericana durante la guerra fría: eliminar al «agresor
comunista». Sin duda alguna cometieron «excesos» en la represión de una agresión
previa. Pero lo peor es que fueron cómplices —algunos involuntarios— de un
proceso que terminó aniquilándolos a ellos mismos. La «economía de mercado», que
introducen a la fuerza, destruye, casi en primer lugar, a la industria militar y
a los desarrollos tecnológicos nacionales (en especial los nucleares y los
misilísticos) que eran los verdaderos enemigos del mundo global en la región. Al
final lo que comienza como represión militar deviene en indefensión nacional,
que es la otra cara de la llamada «explosión de la pobreza»: hoy 1 de cada 3
argentinos vegetan por debajo del nivel de subsistencia. Pero eso sí, en
«democracia». Muchos niños y adultos mueren de hambre todos los días aún en las
zonas «ricas» del país.
Desde el punto de vista de los intereses argentinos la de Malvinas fue una
guerra de legítima defensa y, contra lo que vulgarmente se cree, era además una
guerra ganable para la Argentina; pero fue conducida con cobardía estratégica
dentro de los marcos del mundo bipolar de la época. Desde su comienzo, y durante
su transcurso, numerosos voces democráticas se alzaron en defensa del
imperialismo británico. Algunos sostuvieron que las fragatas británicas tenían
por objeto «restaurar la democracia» en la Argentina. Lo cual, al final, fue
rigurosa y desgraciadamente cierto.
En la actualidad muchos de esos traidores de entonces elaboraron una versión
específica del «holocausto argentino» (oficialmente unas 11.000 víctimas en
total, contando los muertos de ambos bandos). Según ellos, la dictadura militar
tuvo por objeto realizar «... la mayor matanza de judíos y la mayor persecución
antisemita registrada desde la segunda guerra mundial» («Entregaron a Garzón
pruebas de la persecución a judíos», en Clarín Digital, 20 de abril de 1999).
«El rabino Daniel Goldman... explicó que aunque los judíos eran sólo el uno por
ciento de la población argentina, representaron el 12 o 13 por ciento de los
torturados, asesinados o desaparecidos» (Clarín, op. cit.). «El episodio
genocida antisemita de la Argentina no contiene elementos sustancialmente
diferentes de los que en otras dimensiones y ámbitos emergen en los programas
zarista y estalinista y en la Alemania hitleriana» («Informe presentado al juez
español Baltasar Garzón»).
Si estas informaciones que aportan las organizaciones judías son ciertas, y muy
probablemente sean ciertas, significa que los judíos tenían una extraordinaria
representación (¿Cómo denominarla?: ¿Étnica?, ¿Racial? ¿Religiosa?) en las
organizaciones armadas irregulares: la «guerrilla» en la Argentina de aquellos
años era predominantemente judía, según inobjetables fuentes judías del
presente. Estaban representados por un porcentaje en todo caso muy por encima de
su representación social global, que nunca excedió el 2% de la población («1296
judíos fueron asesinados, lo que supone un 12,43 por ciento del total de las
víctimas...»).
Este dato oficial de las organizaciones judías (esta altísima participación de
judíos en los grupos «guerrilleros») puede y debe ser interpretado, también, en
el sentido de que existe una muy alta probabilidad de que la desestabilización
terrorista (y los consiguientes enormes daños y muertes que tanto ella como la
posterior represión militar ocasionaron) haya sido obra, sobre todo, de una
conspiración finalmente orientada a anular la capacidad de control del Estado
nacional sobre el territorio y la sociedad argentina, en beneficio de otro
Estado y de grupos étnicos no argentinos.
¿Sabía esto Fidel Castro cuando de los 60 a los 70 organiza la agresión y ordena
crear un «Vietnam gigante» en toda la región?: «En el único lugar donde no
intentamos promover la revolución fue en México. En el resto, sin excepción, lo
intentamos» (Fidel Castro, «Discurso ante la Asociación de Economistas de
América Latina y el Caribe», el 3 de julio de 1998. Fuente: Clarín Digital, 4 de
junio de 1998). Más de cien mil muchachos americanos fueron víctimas del delirio
guevarista conducido por el aparato castrista de inteligencia, y otros, como el
Departamento de América del Comité Central del Partido Comunista Cubano.
Pensamiento estratégico y producción para la defensa
La Defensa Nacional está íntimamente relacionada con problemas de política
exterior, es decir, con situaciones de naturaleza estratégica; con cuestiones
económicas (economía de la defensa), de doctrina militar y con la política
interior pero, sobre todo, la concepción de la defensa se relaciona con un
proyecto de país. ¿Cómo podría ser posible, por ejemplo, construir una industria
militar con cierta capacidad tecnológica propia (compartida con otros actores
dentro de la Región Geopolítica de la América Meridional), si dicha industria
sigue atenazada por una doctrina militar que es transferida desde el exterior
tanto al país como a la región?
Un país que produce determinada tecnología tiende a autonomizarse en el campo de
las relaciones internacionales. Ello es inaceptable para la potencia hegemónica.
En consecuencia, la relación que existe entre pensamiento estratégico e
industria de la defensa es profunda e íntima.
El problema del desarrollo de la industria militar no es solamente un problema
político o de soberanía nacional; sobre todo debe ser encarado como una cuestión
que se vincula al desarrollo económico. El perfil productivo es por lo tanto un
elemento que también incide en la reforma institucional de las fuerzas armadas.
Las relaciones existentes entre pensamiento estratégico, doctrina militar e
industria de la defensa, son directas e inmediatas. Esto quiere decir que sin un
pensamiento estratégico capaz de colocarnos en el marco de las relaciones
internacionales con el máximo de libertad y de autonomía nacional, no es posible
construir una industria militar, una industria de la defensa moderna, entendida
como un enorme tractor del resto del sector industrial.
El desarrollo científico, tecnológico e industrial, debe estar orientado en
primer término a cubrir las necesidades internas de la defensa; no obstante, si
solamente se limitara a cubrir estas necesidades sería un enorme fracaso
económico. Por lo tanto esa industria sólo podrá existir dentro de un entorno
donde se verifique un incremento sustancial de los intercambios industriales
dentro (y fuera) de la región geopolítica. No puede haber una disociación entre
el concepto de soberanía y el de desarrollo económico porque, de esa manera, no
estaríamos hablando de la soberanía sino de una crisis económica que afecta y
limita a la soberanía. Soberanía es lo contrario a dependencia. Dependencia es
incapacidad de ejercer poder. El que depende no tiene poder.
Queremos que la región a la que pertenecemos —la América Meridional ya definida
por los ejércitos de Bolívar— adquiera poder para dejar de ser dependiente y
para que tenga la posibilidad de ejercer una acción a nivel de política
internacional. Por ello el origen de la re-industrialización venezolana en
América Meridional podría estar también en la creación de industrias militares.
Estas industrias serán parte de un «capitalismo de Estado» que nacerá para
reemplazar la pereza histórica de un empresariado industrialmente indolente.
Advertiremos que ese proceso de estructuración será en definitiva una alianza
entre la Fuerza Armada y nuevos grupos empresariales, en función de determinados
proyectos específicos definidos por el poder político.
La industria militar nacional dentro de un contexto regional hará necesario
re-establecer y consolidar una relación eficaz y positiva, en base a un proyecto
de crecimiento, entre los sectores civil y militar de la sociedad. La relación
Pueblo-Ejército también pasa por el grado de desarrollo del complejo industrial
y científico de la Nación. Esto es así porque el desarrollo de ese complejo no
puede separarse de sus implicancias industriales y defensivas; él debe
constituir uno de los elementos centrales de un gran proyecto nacional
movilizador de voluntades colectivas.
BRASIL. De Tierra del Fuego a Caracas: elementos para una estrategia de
cooperación entre las áreas Venezuela/Caribe/Pacífico/Cuenca del Plata) (escrito
en Caracas en 1994, excepto los primeros párrafos)
Los acuerdos recientemente logrados con Brasil son, obviamente, de una
importancia extraordinaria. Responden a una idea que comenzamos a elaborar con
el Presidente en Buenos Aires, a mediados de 1994. Luego, en el mes de abril de
1995, yo fui invitado por mis amigos brasileños (en su mayoría oficiales
superiores del ejército e investigadores de los principales centros de estudios
geopolíticos) a pronunciar una conferencia en la Secretaría de Asuntos
Estratégicos, ante un extenso pero sobre todo muy cualificado auditorio. Fue
allí, en ese específico y concreto lugar de Brasilia, donde la élite
gubernamental brasileña escuchó hablar, por primera vez, de un tal comandante
Chávez. Todos los asistentes a esa conferencia —funcionarios brasileños de alto
nivel, oficiales militares y personal diplomático extranjero— pensaron que yo
estaba un poco loco cuando mencioné el nombre y presenté el perfil del llamado
comandante Chávez, diciendo que él sería el futuro presidente de Venezuela.
Todos los asistentes menos uno. El entonces embajador en Brasilia y actual
embajador de Venezuela en Washington, con la rapidez de un rayo, envió un fax a
la Casa Amarilla de Caracas, en donde informaba que en esa conferencia yo había
insultado al presidente Caldera. Esa gruesa mentira y esa pequeña alcahuetería
contribuyó a mi expulsión de Venezuela en junio de 1995, y a la anulación de un
programado viaje a Brasil, en ese mismo mes y año, del hoy presidente Chávez.
La idea básica central era y es impulsar a Venezuela hacia el Sur (demográfica,
económica y militarmente), sobre todo para disminuir sus vulnerabilidades
localizadas en la costa caribeña (el «Mediterráneo [Norte]Americano»); pero sin
dejarse atrapar por los tentáculos de la «geopolítica brasileña». La maniobra,
por lo tanto, exigía y exige un doble movimiento: de cooperación con el Brasil
y, al mismo tiempo, de integración geopolítica con la América Andina de la
Cuenca del Pacífico Meridional. Asimismo exigía (y exige) que la Argentina
movilizara sus energías también hacia el área del Pacífico Meridional, por la
vía del Alto Perú (hoy Bolivia, la más austral de las unidades geopolíticas del
espacio estratégico bolivariano) y del Perú, siguiendo aproximadamente los
viejos caminos incaicos.
Uno de los desafíos intelectuales más importantes que hoy debemos afrontar tanto
los suramericanos como los caribeños es cómo expresar en términos del siglo XXI
los elementos centrales de la estrategia continental/integrativa expuesta y
practicada por los Libertadores desde los comienzos del siglo XIX.
La mayoría de los discursos «latinoamericanistas» no pueden hoy evadirse de
cierta carga folclórica que en definitiva oscurece el núcleo estratégico del
pensamiento continentalista del siglo XIX, que tenía por objeto encontrar un
centro de gravedad a partir del cual se pudieran generar condiciones destinadas
a establecer un equilibrio de poder en el Hemisferio Occidental, un balance
estratégico armónico entre las dos grandes masas continentales de ese
hemisferio: la septentrional (América del Norte) y la Meridional (América del
Sur).
Nosotros trataremos de exponer un pensamiento «latinoamericano» tratando de
evadirnos del plano ideológico y meramente exhortativo. Trataremos de
mantenernos en el campo geoestratégico, en términos de espacio, buscando
proyecciones hacia el siglo XXI, en términos de tiempo. Para ello comenzamos por
señalar que una de las condiciones para producir ese equilibrio entre dos
continentes dentro de un mismo hemisferio consiste en lograr un canal efectivo
de relacionamiento económico y geopolítico entre el Caribe y el extremo Sur de
la masa continental de América del Sur.
Lograr un nuevo equilibrio de poder en el Hemisferio Occidental significa
fracturar dos viejos conceptos: el Caribe (y América Central) entendido como
«frontera imperial» (receptor pasivo de los efectos de las luchas de poder entre
Estados europeos —siglos XV/XIX); y el del Caribe entendido como «Mediteráneo
Americano», vigente por lo menos a partir de la guerra hispano/norteamericana.
La posibilidad de consolidar un espacio único entre el Caribe y América del Sur
significaría producir una alteración geoestratégica de extraordinaria magnitud
en el Hemisferio Occidental, en circunstancias regionales y globales que
presentan, por primera vez, algunos signos favorables a ese proceso.
A nivel global, existe una multiplicación efectiva de polos de poder: ya no es
posible percibir al sistema internacional como girando en torno a un único polo
de poder, como se insinuó durante los primeros tiempos de la posbipolaridad.
En el plano regional comienzan a registrarse los primeros síntomas en la
superación de las viejas fracturas geopolíticas que históricamente dividieron al
continente sudamericano en tres zonas de movimiento totalmente distintas y
distantes unas de otras. La zona de movimiento caribeña de América del Sur
(Ecuador, Colombia y Venezuela), el enorme espacio brasileño, y la región
andino/platense (Perú, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y Argentina).
Cada una de esa zonas de movimiento o regiones geopolíticas vivieron hasta hace
muy poco tiempo de espaldas unas con otras. El caribe sudamericano mirando hacia
el norte, Brasil mirándose a sí mismo y, en el extremo sur, Argentina,
pretendiéndose Europea y, por ello, fingiendo ser absolutamente distinta a todos
los demás.
Hace muy pocos años que Brasil comienza a manifestar una «conciencia
sudamericana», y ello tuvo mucho que ver con los problemas de frontera que
eclosionaron en su región amazónica. Ahora muchos pensadores brasileños perciben
que Brasil puede jugar un rol significativo en el establecimiento de vínculos
entre el Mercosur y el Caribe, principalmente a través de Venezuela. El profesor
Helio Jaguaribe elaboró el Proyecto Alvorada, que hace de Venezuela un polo
insustituible para unificar el continente desde la Patagonia hasta el Caribe.
La fusión, en un mismo espacio geopolítico, del continente Suramericano con el
Caribe es la única alternativa que permitiría neutralizar cualquier tipo de
influencia negativa ajena a ese espacio, especialmente en el caso altamente
probable de que ésta provenga del propio Hemisferio Occidental.
Al día de hoy no existe ningún impedimento técnico que impida lograr que esa
interconexión (entre un espacio insular -Caribe- y otro continental —América del
Sur) se establezca a través de un poderoso canal de movimiento de mercancías,
servicios y personas objetivado en una gran hidrovía que suelde verticalmente
las tres grandes cuencas hídricas del continente: la del Orinoco, la del
Amazonas y la del Plata.
Cuando ese gran canal de movimiento de hombres y de riquezas funcione a plenitud
y bidireccionalmente, la Cuenca del Caribe podrá verle la cara a la Cuenca del
Plata. Y ambas configurarán los extremos de un vasto espacio continental,
marítimo e insular con capacidad propia para incidir fuertemente en los asuntos
del mundo.
El «Mediterráneo Americano»
Los problemas de inviabilidad
nacional que han sufrido y sufren la totalidad de los países de la Cuenca del
Caribe están todos inexorablemente relacionados con el proceso de atracción y de
hegemonía que sobre toda esa Cuenca ejerció su ribera septentrional, es decir,
los EUA.
Si esta afirmación es válida también lo será la inversa: los procesos de
viabilidad nacional en esa vasta región sólo serán posibles cuando exista un
nuevo polo referencial —de naturaleza no hegemónica sino cooperativa e
integrativa— actuando sobre su ribera meridional. Pero para que ello ocurra
deberá existir el canal de acción a través del cual la masa continental de
América del Sur pueda volcar recursos, hombres y servicios sobre esa ribera
meridional de la Cuenca del Caribe y, viceversa, cuando la totalidad de esa
Cuenca pueda relacionarse con un vasto espacio económico que tradicionalmente ha
vivido ajena y a espaldas de ella.
Una de las causas principales de que el Caribe y América Central se hayan
convertido en «Mediterráneo Americano» —esto es, en «patio trasero» del ecumene
norte/americano- fue la imposibilidad de transitar esa enorme frontera física
representada por la «olla amazónica». Hasta hace muy poco tiempo, la vastedad e
intransitabilidad del espacio amazónico impidió la vinculación física entre el
Sur y el Norte y entre el Pacífico y el Atlántico del Continente Suramericano.
La nueva actividad de Brasil dentro de ese enorme vacío disgregador, cuya última
acción se objetivó en el Plan Calha Norte, está comenzando a alterar una
situación que subalternizaba globalmente a la totalidad de la América del Sur y
del Caribe.
Entre ambos espacios de un mismo continente sólo existió un elemento físico
vinculante: el espinazo andino. Pero fue sobre la ribera del Pacífico, en
Guayaquil, donde se produjo —en el siglo XIX— un nada casual desencuentro entre
dos movimientos militares «liberadores»: el del Norte y el del Sur.
En el Oriente, el vacío amazónico impidió la interconexión entre los espacios
del Norte y los del Sur de la América del Sur, y condenó al Caribe y a la
América Central a girar inexorablemente, como elemento subsidiario, en una
órbita alrededor del «Sol» del poder económico y demográfico de la América del
Norte.
Como parte del mismo movimiento centrífugo los dos extremos de lo que
genéricamente se ha llamado América Latina, Argentina y México, fueron
expulsados uno hacia un decadente y ficticio exilio europeo, y el otro hacia una
«integración» sin retorno con el ecumene económico de la América del Norte.
En la masa continental de la América del Sur el vacío amazónico operó como
frontera inexpugnable e intransitable entre los dos extremos de una misma masa
continental, condenando a ambos a una situación de dependencia creciente.
Existió un «Mediterráneo Americano» (es decir, un «patio trasero» de un ecumene
septentrional) porque existió un vacío amazónico. Y en este punto la analogía
con el viejo Mediterráneo euro/afro/asiático, y la lucha secular entre su ribera
septentrional y su ribera meridional se hace insoslayable.
Es ese enorme desierto que se extiende desde el Sahara Atlántico hasta el centro
de Asia, hasta las mismas puertas de Beijín quien que posibilitó —al igual que
Amazonas en la masa continental sudamericana— la enorme influencia que sobre el
Mediterráneo Euro/afro/asiático tuvo la aparentemente lejana región Noratlántica.
Porque es en definitiva el Atlántico Norte y no el Sur de Europa quien
«coloniza» la ribera meridional del «Mediterráneo Antiguo». Si hubiese existido
un vía de comunicación eficaz entre el Sur de Africa (en momentos en que ese
Continente estaba aún pletórico de riqueza demográfica), las vastas masas
continentales del Asia Central y la ribera Meridional del Mediterráneo Antiguo,
muy distinta hubiese sido la historia de Europa.
Mientras la Cuenca del Caribe continúe siendo un ámbito de seguridad regional de
la América Septentrional no existirá ninguna posibilidad de construir un balance
de poder en el Hemisferio Occidental, es decir, no habrá ninguna posibilidad de
expandir el techo autonómico para los Estados del Caribe, de América Central y
de América del Sur. El futuro eje de cooperación entre ellos pasa
inexorablemente por la construcción de un canal físico de intercomunicación, a
través del cual se pueda edificar un espacio geopolítico entendido como área
común de movimiento, desde la insularidad caribeña hasta las frías tierras
patagónicas.
La «suramericanización» de Brasil
Es un hecho extremadamente reciente —comienzos de la década de los 90— la
inserción creciente del Brasil en la dinámica continental sudamericana. Hasta
ese momento las relaciones del espacio brasileño con el resto del continente se
daban a través de lo que se ha dado en llamar la «geopolítica brasileña», que
incluía pocos elementos de cooperación pero muchos canales de absorción de
poder.
Grandes proyectos regionales, como el sistema de carreteras amazónicas, las
grandes obras hidroeléctricas en la zona de la Cuenca del Plata, los Tratados
regionales, y un largo etcétera de relacionamientos entre Brasil y el resto de
Suramérica, colocan al espacio brasileño mucho más en contacto con el espacio
continental de la América del Sur.
No es que Brasil renuncie a una autopercepción geopolítica que tradicionalmente
lo ha impulsado a actuar como una potencia regional con intereses globales. Lo
que sucede es que esa proyección global ha tropezado con grandes dificultades y
tiende a imponerse una política de cooperación regional más activa. Incluso
muchos analistas brasileños han planteado en los últimos tiempos que esa
proyección global es imposible si previamente no se consolida un sistema de
cooperación regional.
Como elemento preparatorio de este novísimo proceso de «sudamericanización» del
Brasil habría que señalar las nuevas percepciones que en distintos centros de
estudios de ese país emergen en relación al Caribe hacia mediados de los años
80. El elemento catalizador de este acercamiento entre Brasil y la Cuenca del
Caribe estuvo focalizado en la reanudación de relaciones diplomáticas entre
Brasília y La Habana.
Inicialmente Brasilia inicia su acercamiento con la Cuenca del Caribe a través
de medios de comunicación puramente marítimos. Durante casi una década, desde
mediados de los 80 hasta nuestros días, no es cuestionada la existencia de esa
Cuenca en tanto «Mediterráneo Americano». Es decir, no se la percibe, aún, como
espacio de poder con capacidad para potenciar globalmente a la masa continental
sudamericana.
Sólo el desarrollo creciente de esa experiencia llamada Mercosur logra impulsar
la idea, aún no plenamente diseñada, de que un eventual Merconorte es asimismo
posible en el continente Sudamericano. Pero para que ambos mercados actúen como
elementos de poder en una estrategia de balance de fuerzas en el Hemisferio
Occidental, debe existir —entre otras cosas— una conexión física entre ellos.
Pero una interconexión que asegure un intercambio fluido de bienes con un máximo
de economía entre ambos mercados no puede ser sino una conexión terrestre,
específicamente una hidrovía con capacidad para conectar las tres grandes
Cuencas fluviales del continente Sudamericano.
Cuando se analizan las relaciones entre Brasil y Venezuela, por ejemplo, surgen
con toda nitidez no sólo los obstáculos existentes, sino también sus orígenes y
aún las soluciones disponibles.
Las relaciones diplomáticas entre ambos Estados se remontan a 1853, mientras que
las fronteras fueron definidas ya en 1859. Pero la primera visita de un
presidente brasileño a Caracas ocurre recién en 1977. En 124 años de
relacionamiento formal ninguno de los dos gobierno había sentido la necesidad de
establecer contactos al más alto nivel ni de profundizar ese relacionamiento. La
situación es tanto más llamativa cuanto que entre ambos Estados existe una
frontera común de 2.200 kilómetros de extensión.
Sin duda alguna el vacío amazónica había ejercido, en toda su plenitud y
extensión, toda su fuerza disociativa. Había actuado en la misma dirección
geopolítica que el desierto afro/asiático, favoreciendo netamente la acción
imperial del extremo Norte sobre los espacios meridionales.
Respecto de las relaciones entre Argentina y Venezuela observamos con estupor
que en las estadísticas oficiales del comercio exterior argentino, el
intercambio entre ambos Estados ni siquiera es señalado. Tanto en lo que
respecta a las exportaciones como a las importaciones argentinas, Venezuela
queda oculta, dentro del grupo de países de la ALADI, bajo el rótulo de «otras».
Es lógico, durante los seis primeros meses de 1994, Argentina exportó a
Venezuela alrededor de 100 millones de dólares, e importó de ese país, durante
el mismo período, sólo 25 millones (en ese lapso el intercambio total de
Argentina con la ALADI fue de 10.000 millones de dólares, aproximadamente).
Pareciera ser que el fantasma de Guayaquil sigue vigente entre ambos extremos
geográficos del continente, y que intereses muy concretos se benefician
ampliamente de ello.
Hacia un espacio geopolítico común.
En el mundo contemporáneo los espacios económicos deben concordar con los
espacios geopolíticos. La economía es un poderoso factor que altera, querámoslo
o no, situaciones de poder.
Dentro de esta amplia concepción estratégica deberemos reactualizar el viejo
proyecto de interconexión entre las Cuencas del Caribe y del Plata,
comprendiéndolo, asimismo, como una forma concreta de expresión de un nuevo
nacionalismo continental.
En rigor de verdad no se trata sino de actualizar y de impulsar una vieja idea.
Desde fines del siglo pasado existieron sugerencias como las de William
Chandless (Resumo do itinerario da descida do Tapojos en octubro do 1854, Río de
Janeiro, 1854). En Venezuela, se destacan los trabajos de Chaffaujón, quien fue
uno de los primeros en estudiar el recorrido y las condiciones de navegabilidad
e interconexión entre el Orinoco y el Amazonas.
Uno de los más grandes geógrafos de Venezuela, don Alfredo Jahn, presentó a la
Sociedad Geográfica de Berlín su notable memoria: Contribuciones a la
hidrografía del Orinoco y del Río Negro (Caracas, 1909). Esa monografía causó
gran suceso en los medios científicos alemanes pues fue nada menos que Humboldt
uno de los pioneros de los estudios hidráulicos sobre el Orinoco (Viaje a las
regiones equinocciales del Nuevo Continente).
En el mismo año en que se celebró la Conferencia Regional de los Países del
Plata (1941), la revista del Centro de Ingeniería de Venezuela publicó un
trabajo de don Pedro Ezequiel Rojas (Memoria sobre la navegación fluvial entre
Venezuela y Brasil, Caracas, 1941), que asimismo fue presentado ante el I
Congreso Venezolano de Ingeniería.
En el otro extremo del continente el magno proyecto emerge oficialmente en la
sesión correspondiente al 22 de setiembre de 1948, en la Cámara de Diputados de
la República Argentina. Esta resuelve dirigirse al Poder Ejecutivo de ese país
instándolo a comenzar los estudios para realizar una «gran canal» con capacidad
para interconectar y aprovechar los ríos navegables de las cuencas del Plata,
Amazonas y Orinoco: «Se trata de habilitar una nueva gran vía para el tránsito
de hombres y de mercaderías multiplicando los vínculos humanos y abriendo las
perspectivas de nuevos centros de consumo y de transformación de materias
primas».
El tema ya había sido señalado por la Conferencia Regional de los Países del
Plata (Montevideo, 1941), por el III Congreso Argentino de Ingeniería (CAI,
julio de 1942) y por la V Convención de la Unión Sudamericana de Asociaciones de
Ingenieros (USAI, marzo de 1947). Respecto al gran canal sudamericano
intercuencas, la USAI sostuvo que: «Los grandes sistemas hidrográficos que en
Suramérica tienen extraordinaria importancia ya constituyen valiosísimas
arterias de comunicación» (en el ya mencionado CAI, de julio de 1942, fueron
presentados incluso mapas con perfiles longitudinales aproximados sobre casi
7000 kilómetros de rutas fluviales practicables entre las cuencas del Amazona y
del Plata).
Luego fueron necesarias muchas décadas de decadencia y de destrucción
intelectual para que los habitantes de nuestros países olvidaran el único
proyecto capaz de transformar un latinoamericanismo abstracto, que sirvió de
cobertura para intereses la mayoría de las veces no muy bien definidos. Por la
nueva situación internacional, por la insurgencia de nuevas formas de
nacionalismos y también por el nuevo rol que asume Brasil en el continente, hoy
estamos en condiciones de rescatar una poderosa herramienta de lucha con
proyecciones estratégicas compatibles con la vigencia de un universo científico
y tecnológico, que será posible habitar sólo en condiciones de dignidad
nacional.
Los mariscales de la derrota
En su ocaso, Napoleón definió a
sus generales más importantes, a aquellos que se lo debían todo pero que ahora
platicaban amablemente con el enemigo, como los «mariscales de la derrota». Casi
todos ellos ya estaban satisfechos: tenían poder, dinero, ascenso social y el
perdón misericordioso del sistema establecido, al cual ya estaban integrados. En
definitiva, y desde su particular punto de vista, ya no había ningún motivo para
continuar al lado del Emperador.
Salvando las distancias, esos «mariscales de la derrota», en Venezuela, son los
ilustres miembros de la Nueva Clase. Lo que este «club» ha logrado hasta ahora
es casi un milagro, pero al revés. Ha conseguido lo más difícil: perder
aceleradamente poder en el momento del ascenso. En algo más de dos años ha
transformado una espectacular victoria (la de diciembre de 1998) en una probable
patética derrota, que es esta interminable carrera de obstáculos que no se sabe
cómo, cuándo y dónde va a terminar. Y todo para recién empezar a gobernar.
Las incertidumbres sobre el futuro de Venezuela se incrementan de forma
exponencial: el propio impulso inercial del proceso político ha sido
sustancialmente frenado. Un verdadero regalo para los enemigos de la revolución.
La incapacidad, el oportunismo y las indecencias operativas de la Nueva Clase es
el origen inconfundible de toda una serie de «pequeñas derrotas», cuya suma
puede conducir al conjunto del proceso al punto de no retorno de la entropía
política. Hicieron exactamente lo contraindicado: perder tiempo, enfriar el
sistema, desprenderse, en suma, de lo único que ya no se puede recuperar. Exige
siempre un nuevo sacrificio popular: un plus casi salvaje de esperanza
hambrienta y sedienta, a cambio, siempre, de nada.
Esta maravilla de la «falsa astucia» se fundamentó en una auténtica
superstición: ofertar una imagen «democrática» a nivel internacional. Es por
ello probablemente cierto lo que dijo alguien que acaba de salir de su tumba,
también gracias a la «astucia» de la Nueva Clase: «Chávez sabe que AD lo ha
derrotado internacionalmente» (Timoteo Zambrano a EUD, el 080500).
La Nueva Clase —esta reencarnación subdesarrollada y miserable de los mariscales
traidores— pretenden convencernos que es mejor mostrar nuestro cuello al
verdugo, porque a todo lo que aspiran es a obtener su perdón. En estas
circunstancias, hemos llegado a un punto impensable, a partir del cual todo se
puede aún perder.
La Revolución ¿ha comenzado?
Entre el desfile militar del último 5 de julio de 2000, y las declaraciones del
ministro de la Defensa realizadas el 10 del mismo mes, transcurrieron cinco días
muy importantes de la historia contemporánea de Venezuela.
En esencia, durante esos cinco días ha quedado «oficializado», pero sobre todo
consolidado, el modelo político dentro del cual se realizará en el futuro la
revolución nacional venezolana. Lo expresó con todas las letras, y al más alto
nivel institucional, el general Hurtado: «Los cambios que se están sucediendo en
el país son, por supuesto, violentos, y si bajo esta premisa esto se conceptúa
como cambios revolucionarios, la FAN está de acuerdo con éstos» (Fuente: El
Universal Digital). A la velocidad del rayo se pasó de un «discurso simbólico»
(desfile) a un «símbolo de discurso» (Hurtado).
Todas las estúpidas discusiones están cerradas: el alto mando de la FAN se ha
constituido en la punta de lanza de la revolución nacional venezolana, y en el
puente insoslayable de su continentalización. Su consecuencia más importante ha
quedo expuesta ante el mundo: no será necesaria la existencia de un «partido
único», al viejo estilo corrupto del marxismo-leninismo, excepto para tareas
menores (subalternas) de pura administración política.
Se habían sucedido acontecimientos en Venezuela que urgían la conveniencia de
producir una profunda reconducción del proceso. A partir de allí surge este
grupo de generales jóvenes, sin ningún tipo de ataduras ni de dependencias con
la Nueva Clase; él puede romper una inercia destructiva que amenaza con
apoderarse de Venezuela. Sólo ellos, esos generales convertidos en cúpula
militar, pueden aportarle al presidente Chávez (sí, al irreemplazable Caudillo
de la Revolución) nuevas claves para lograr la continuidad y profundización del
proceso revolucionario. Pero ya sabiendo que el «mal ejemplo» cunde por toda la
América Meridional.
Por supuesto que me declaro «culpable» de haber sido el principal (y por qué no
decirlo: el único) impulsor del «modelo chavista» fuera de las fronteras de
Venezuela. Ningún pseudo intelectual «revolucionario» venezolano hizo lo que yo
hice (siempre como repudiado sureño y con total independencia del gobierno):
escribir, editar y distribuir un libro clarificador sobre Venezuela en Europa,
América y el Mundo Árabe. Pero al mismo tiempo sufro por la enorme soledad en
que me encuentro: la inteligentsia venezolana ha desertado desde un comienzo; se
mostró y aún se muestra incapaz de pensar sistemáticamente y con independencia
de los dogmas académicos heredados. No puede romper los moldes de su formación
liberal-iluminista: no comprende en absoluto los principales acontecimientos del
mundo actual. Por lo tanto el presidente Chávez no sólo carece de pensadores
«orgánicos»: salvo excepciones muy honrosas, está rodeado asimismo de
oportunistas e incompetentes.
Es por ello que me interesa que mi pensamiento quede desligado, con la mayor
claridad posible, tanto del provocador izquierdismo infantil procubano, como de
cualquier otra forma de «modernismo» socialdemócrata neo o post capitalista. En
los años difíciles se lo dije mil veces al entonces comandante Chávez, por los
peligrosos caminos de Venezuela, que recorríamos solos, asediados por la DISIP
del Mossad: tú eres mucho más importante que Fidel Castro; tú serás el «hombre
del destino» y no él, que ya malgastó su «fortuna» política, enviando a la
muerte —a cambio de algo peor que nada— a varias generaciones de muchachos
americanos.
El striptease de la inteligencia
«Virtud pública y vicios privados —creo mucho en eso».
De Eliézer Otaiza a El Nacional, el 10042000
El domingo 16 de julio de 2000, en un artículo de opinión publicado en El
Nacional por el Director General de la Disip, Eliézer Otaiza, el lector puede
descubrir hechos sorprendentes, pero sobre todo inquietantes.
En primer lugar lo más importante. El gobierno revolucionario no tiene enemigos.
«.... Las verdaderas amenazas del siglo XXI (son) el crimen que nos está matando
en las calles, el narcotráfico o la desaparición de los ecosistemas...» . El
lector imagina una organización de Inteligencia y Seguridad integrado por
policías de barrio, expertos en Narco, y valientes militantes ecologistas.
Exactamente como lo quiere el Departamento de Estado de los EUA (y otros
«servicios» occidentales). Una de dos, o bien la que lidera el presidente Chávez
sería la primera revolución de la historia universal que no desarrollara ningún
reactivo, ninguna fuerza que le adverse, o bien el presidente Chávez nos está
mintiendo a todos, y aquí no hay ninguna revolución.
Descartado el «enemigo interno» (de la Revolución), debemos fundirnos en la
globalización. Lo central es, entonces: «...integrarnos inteligentemente al
proceso de globalización.»
Para el joven capitán Otaiza estamos en plena globalización (¡vaya noticia!),
por lo tanto los esfuerzos del Sistema Nacional de Inteligencia deben estar
orientados a adaptar a Venezuela a ese principio universal hegemónico. Como la
globalización es la forma que ha adoptado en la actualidad el Imperium Mundis,
de lo que se trataría, en definitiva, es de eliminar de raíz cualquier proceso
revolucionario nacional, porque por definición todo proceso revolucionario es
una alteración (local) del sistema global, una irregularidad, un «accidente». La
revolución nacional es, entonces, el enemigo: ella nos llevará al «ostracismo»
ya que una Venezuela revolucionaria, es decir, irregular y contestataria, sería
«...ignorada en los procesos de integración» que lleva adelante la globalización
(en beneficio permanente de los pueblos que la soportan, como todo el mundo
sabe).
Ningún contrarrevolucionario (en el sentido exacto que el presidente Chávez le
da a esta expresión) se ha expresado, hasta ahora, con tanta claridad. La Disip,
(que yo bien conozco desde dentro), esa oscura cueva de «soplones» y de
«represores» (tales las palabras exactas empleadas por el propio Otaiza en
referencia a sus hombres), debe aprender modales y comportamientos de la CIA
norteamericana: «Si el lector pudiera visitar la CIA, lo primero que notaría es
que ninguno de los miles de empleados está armado. Cosa contraria ocurre si
visita la Disip o la DIM. Donde decenas de miles de hombres están armados y
entrenados en las artes de la <guerra fría>, ansiosos a la espera de que surja
el <enemigo interno>«. ¿En ese entrenamiento tuvo algo que ver, tal vez, el
Mossad o el Shin Beth israelíes?
El ex stripper de los «vicios privados» pretende separar el concepto de
«seguridad» de la noción de «defensa», en un momento en que una guerra terrible,
ya internacionalizada por los muchachos que andan sin armas dentro de su
oficina, ha sido declarada en la misma frontera occidental de Venezuela. Como
para Otaiza la globalidad es «un mar de felicidad», la guerra civil colombiana
no tendrá ninguna repercusión en el interior de Venezuela; como si se
desarrollara en otro planeta: «Si subordináramos nuevamente la seguridad
(interior, civil) al Consejo de Defensa, estaríamos incurriendo en una trampa
conceptual, porque si definimos la defensa como un todo que engloba a la
seguridad... lo que estaríamos admitiendo es que lo militar prevalecerá sobre la
estructura civil y no viceversa».
Se ha recorrido un largo camino, de la nada hacia la nada, entre el descerebrado
Urdaneta y el globalizante Otaiza... Ahora, en el otro extremo del desvarío,
Otaiza quiere convertir el sistema de seguridad e inteligencia de un país,
afectado por una grave e inédita crisis, y por múltiples amenazas internas y
externas, en una ONG defensora de los «derechos humanos» (en el sentido que ese
concepto tiene en el Imperium: «derecho a la injerencia»). ¿Demasiada mala
suerte o carencia de un marco integrado por claras definiciones ideológicas pero
sobre todo estratégicas? (La estrategia, el problema es la indefinición de la
estrategia).
Al final del artículo del jefe de la Inteligencia aparece mi humilde persona,
como el adversario declarado de la seguridad en democracia en este mundo ideal y
feliz: «...Norberto Ceresole no ha aportado otra cosa que no sean ideas
retrógradas e inviables en este contexto del nuevo siglo y de un mundo
globalizado». Por supuesto. Ya que Otaiza pretende «civilizar» la seguridad
justo en el momento en que es más necesario que nunca una concepción integral de
la defensa (militar y civil, táctica y estratégica). Justo en el momento en que
es más necesario que nunca la existencia de una vinculación orgánica y hasta
jerárquica entre ambos conceptos: entre la defensa, que es lo general, y la
seguridad, que es lo particular.
Con jefes de Inteligencia como éste, en verdad, Chávez no necesita tener
enemigos. Su permanencia en el cargo sería la manera más económica de resolver
mágicamente el problema (el de los enemigos). El Presidente debería patentarlo.
Hipótesis de conflicto y guerra ideológica
La planificación e instrumentalización de la Defensa de Venezuela, hoy, no sólo
debe incluir el concepto de seguridad interior (con la consiguiente
revalorización de un cuerpo excepcionalmente importante como la DISIP), sino
también el factor tiempo: las amenazas que se ciernen sobre Venezuela se
realizarán en plazos mucho más próximos que lejanos.
Tres son las Hipótesis de Conflicto que amenazan hoy la viabilidad de la Nación
y de la Revolución Venezolana. Dos son de naturaleza estrictamente militar, y la
tercera ideológica y político-militar.
Agresiones militares en la frontera occidental (decisión norteamericana de
rearmar al ejército colombiano, que no debe ser identificado automáticamente con
el «enemigo» por excelencia de Venezuela);
Agresiones militares en la frontera oriental (militarización norteamericana del
Esequibo);
Agresiones contra-revolucionarias internas.
Respecto de las dos agresiones exteriores, lo que se está observando es la
materialización de un movimiento de pinzas sobre el territorio de Venezuela. No
hay nada nuevo en cuanto a la concepción: la novedad es que la amenaza ya se
está realizando en forma conjunta, simultánea y veloz. El riesgo es máximo si
consideramos que el agresor (apoyado en una realidad inmodificable: la
estructura geográfica del Mare Nostrum caribeño), puede cerrarle a Venezuela
todas las vías marítimas, negándole el uso de las aguas abiertas del Océano
Atlántico.
Respecto de las dos primeras Hipótesis, dos acciones deben ser impulsadas de
inmediato.
Una acción geopolítica que representa continuar la marcha hacia el sur, la
búsqueda del sur, es decir, el dominio venezolano sobre los grandes espacios
terrestres y fluviales venezolanos, que constituyen la retaguardia estratégica
de Venezuela y de su Revolución Nacional Bolivariana (serán el Ejército y la
Guardia Nacional los responsables directos de esta operación). Y una acción
estrictamente militar-operativa, que debe arrancar de un máximo potenciamiento
de la capacidad militar física de la fuerza armada impulsando la incorporación
de sistemas de armas eficaces, adecuadas al Teatro, y de última generación (en
la adecuación al Teatro de esos sistemas de armas, la participación venezolana,
a nivel científico e industrial, podría ser muy intensa). La marcha hacia el sur
será el primer paso concreto hacia la continentalización de la revolución
bolivariana.
Esa potenciación de los sistemas de armas deberá ser prioritaria en todo el
amplio espectro de la guerra aero-naval, de superficie y submarina (sobre todo
submarina). Será la Marina Militar —en cooperación estrecha con la Fuerza Aérea—
quien tendrá la responsabilidad de evitar la asfixia marítima de Venezuela en el
Mare Nostrum Norteamericano: el Caribe. Debemos dar gracias a Dios que en estos
momentos existe una fuerte tendencia hacia la apolaridad en el sistema
internacional, lo que posibilita que países como Venezuela puedan buscar
proveedores en espacios anteriormente vedados, como Rusia (y otras potencias que
ya disponen de excelentes tecnologías defensivas). Reiteramos la urgencia de
disponer al más breve plazo posible de una fuerza de defensa submarina con una
amplia capacidad de acción (aunque no necesariamente de naves con un extenso
radio de acción), único medio de mantener expeditos los pasos entre el Caribe y
el Atlántico. Esta fuerza submarina deberá operar en estrecha coordinación con
aeronaves de superioridad aérea, pero con base terrestre.
La tercera Hipótesis de Conflicto nos coloca en un Teatro de Operaciones
totalmente distinto. Es la Hipótesis de Conflicto interior. Lo importante es
asumirla como componente de un sistema orgánico de amenazas materializadas a
través de tres Hipótesis de Conflicto, indisociables una de las otras. En este
Teatro Interior de Operaciones sobresale un factor que es la guerra ideológica
contra-contrarrevolucionaria. La contrarrevolución no es solamente la Oligarquía
Globalizante, sino también sus socios de la izquierda (armada o civilizada,
bolchevique o socialdemócrata, castrista o simplemente «progresista», todos
hijos de una misma teología y de un mismo padre Mesiánico), que buscan
infiltrarse en el proceso revolucionario nacional, auténticamente endógeno, para
pervertirlo y anularlo.
Esta guerra ideológica necesita un cuerpo político-militar a través del cual
ella se pueda desarrollar con eficacia. Ese cuerpo será el producto, primero de
la revalorización, y luego de la reconducción, y no de la destrucción de la
DISIP, que está mucho más allá de ser sólo una organización de «soplones» y
«torturadores», como alguien dijo recientemente. Pero como el factor militar es
el elemento determinante de las tres Hipótesis, y su confluencia ineludible, a
él le debe corresponder la conducción del conjunto.
Cuestiones de revolución y de contrarrevolución en América meridional
El triunfo era tan previsible que no podía sino despertar el insaciable apetito
de los depredadores. Todo estuvo perfectamente calculado. Cuando en el minuto
final de la campaña electoral, Fidel Castro (desde La Habana) llamó por teléfono
al presidente Chávez, se reprodujo una clásica imagen (un ejemplo de manual)
entre manipulador y manipulado. Fidel le informa al mundo: «Allí está mi
muchacho, es el mejor, es invencible. Ya ven, no estoy solo. Mi capacidad de
supervivencia se ha incrementado». Chávez no le dice nada ni al mundo ni a su
país. Increíblemente, en el cenit de su victoria personal, parece aceptar el rol
pasivo asignado por el manipulador: ser el mejor alumno del viejo zorro, que se
presenta urbi et orbi como el ganador de las elecciones venezolanas. Como el
verdadero poder detrás del trono.
Fidel gana, Hugo pierde. Se entiende y hasta se acepta la jugarreta de Fidel. No
se comprende en absoluto la inocencia (para decirlo con toda suavidad y cautela)
del Caudillo venezolano. Cuando Chávez se puso al teléfono lo único que le
quedaba por hacer, después, era pagar la factura de un tenebroso y oscuro
proceso, que es el de Cuba reintegrándose a la globalidad. Esta imagen, la de
Fidel asumiendo la paternidad de la Revolución Venezolana, ha quedado grabada en
toda la prensa internacional; es la imagen de un padre orgulloso de la
invencibilidad de su hijito. Sin embargo, y porque existe una historia que todos
conocemos muy bien, ella hiere profundamente la sensibilidad y el orgullo del
pueblo y de la fuerza armada venezolana, en la misma medida que alimenta el
izquierdismo pueril y atrasado (pero eso sí, «democrático») de algunos partidos
del Polo Patriótico y de algunos altos funcionarios del gobierno, que hoy son lo
que son sólo gracias al Caudillo y al Ejército venezolanos.
No olvidemos que los comunistas, los autores de los más horrendos genocidios de
la historia de la humanidad, son recordados ahora, en la Europa poshistórica,
como antiguos «luchadores por la libertad». Se han borrado las fronteras entre
el marxismo (leninista o democrático) y la «civilización global», en este falso
«fin de historia».
Yo sigo pensando que la Revolución Bolivariana será cabeza de león o no será
nada. Porque en el otro extremo de las «jineteras» cubanas, en ese mismo plano
de indignidad y corrupción, están las masas hambreadas de la Argentina
democratizada a palos, un modelo típico de «cola de ratón». El último Censo
oficial publicado en noviembre de 2000 en Buenos Aires indica que un treinta por
ciento de la población económicamente activa (30%, que significan unos 4.100.000
habitantes) es muy pobre, está por debajo del nivel de subsistencia y se
encuentra desocupada y completamente desasistida. En términos relacionales, la
catástrofe social argentina es hoy el doble de grave que la crisis social
venezolana. Mucho más si consideramos que la tasa media histórica de
desocupación en la Argentina fue de sólo el 3%.
La «democracia de mercado» conduce a la catástrofe social, al igual que el
«socialismo» sometido a los dictados de la gran banca de la Costa Este de los
EUA. (y, antes, a las mafias de Moscú, siempre protegidas por sus vínculos con
Wall Street). Son los socialdemócratas del chavismo los que aspiran a convertir
a Venezuela en la «cola del león»: de un león sarnoso, desdentado y al borde de
la muerte. Otra forma de traición, diferente a la de la dirigencia argentina (menemista
o antimenemista) sólo en las formas.
La esperanza que ha despertado Chávez en toda la América Meridional radica
precisamente en que es un fenómeno que nace diferenciado, más aún, con capacidad
de diferenciarse y con voluntad para dignificar a pueblos y naciones oprimidas,
preservando siempre intacta la capacidad de defensa (o potencial militar).
Entendida siempre en su proyección continental, la revolución venezolana no sólo
es nacional (es decir, única) en su génesis, sino además nacionalista en sus
objetivos. No pertenece ni puede pertenecer a ninguna de las familias
ideológicas que hoy integran los sistemas sinárquicos globales hegemónicos: sean
éstos logias de «derechos humanos», indigenistas profesionales, fascistas
nostálgicos orgánicos a los servicios de inteligencia occidentales,
marxistas-leninistas con sed de venganza, socialdemócratas de mercado o
sionistas defensores de la política de exterminación del Estado (cada vez más
judío) de Israel.
Todos esos grupos, más algunos otros, pertenecen a la misma tradición teológica:
son los arrogantes de este mundo, los que sólo sobreviven como depredadores de
los pueblos. Ellos serán los enemigos en las próximas batallas.
Geopolítica y revolución
En dos programas de radio de gran audiencia («Punto de vista», emitidos durante
un total de cuatro horas (4 horas), los días 5 y 19 de agosto, por Radio
Intercontinental de Madrid) un grupo de periodistas españoles me acosó con
punzantes preguntas sobre Venezuela. En base a las grabaciones de ambos
programas intentaré sintetizar al máximo (brutalmente) esas cuatro horas
dedicadas a Venezuela.
Después de la relegitimación del Presidente, el principal problema de la
política interior de Venezuela (y el principal enemigo de la revolución
bolivariana) es la creciente influencia, en distintos niveles de gobierno, de un
grupo socialdemócrata de amplio espectro. Esa «izquierda progresista» (que va
desde los cubanófilos al MAS, pasando por los adecos recauchutados, hasta los
profesionales de los «derechos humanos» y del «indigenismo»), se quiere apropiar
del proceso, presentándolo ante el mundo como propio. Dentro del partido
comunista español ya se han echado las bases para viabilizar esta operación. Es
curioso porque esas personas, en toda Europa, hasta hace pocas semanas, se
referían al presidente Chávez como «ese golpista».
El avance de esta tendencia hace prever importantes conflictos ideológicos
dentro y fuera del gobierno, porque la socialdemocratización de la revolución es
la perversión de la revolución, ya que implica automáticamente su
desnacionalización: el vaciamiento de sus contenidos más profundos.
Visto desde este ángulo, el problema de la participación militar en la
conducción estratégica de la revolución bolivariana no es una cuestión ni
secundaria ni naïf. Constituye el núcleo del debate ideológico y, por lo tanto,
la piedra de toque del rumbo futuro de la revolución. En sentido inverso tampoco
carece de sentido la «cuestión cubana»: cuanto más próximos se encuentren ambos
modelos, mayor será la influencia de la socialglobalización sobre Venezuela.
De tal manera, hoy, la revolución bolivariana se debate entre dos opciones
excluyentes: la socialglobalista y la nacionalcontinentalista o bolivariana,
propiamente dicha. Al igual que otras tantas veces en la historia del mundo,
revolución y contrarrevolución coexisten, provisoriamente, dentro de un mismo
proceso político.
Fuera de este debate, la política venezolana ha adquirido una dualidad
esquizofrénica. Esto quiere decir que se ha escindido en dos partes
irreconciliables una con la otra. Mientras la política doméstica se mantiene a
nivel de gallinero, el Caudillo accede a la condición de líder internacional, en
su doble función de Presidente de Venezuela y de la OPEP, con un poder en el
mundo ya equiparable, como mínimo, al de cualquier jefe de Estado europeo.
La «clase política» venezolana ni se ha enterado de esta reencarnación del
Caudillo. Pretende lo imposible: hacerle creer al mundo que ella, que no es nada
ni nadie, puede existir sin Chávez. Pero mientras que con un solo gesto del
Caudillo el barril del petróleo ha superado los 32 dólares, los «padres
municipales de la patria», los socialglobalistas, sólo están preocupados por
ocupar la mayor cantidad de cargos (municipales) posibles.
Hasta hace pocas horas esa «ala izquierda» del gobierno bolivariano estaba
muerta en América y en el mundo. Ahora, por ejemplo, está muy preocupada en des-geopolitizar
el reciente viaje del Presidente a países miembros de la OPEP. Pero el enemigo
auténtico no se deja engañar. Sabe que lo que está en juego es muy importante:
la creación de un vector geopolítico a partir de la OPEP representa una gran
alternativa de resistencia al mundo unipolar, o global.
Si a ese vector geopolítico se le suma la posibilidad de comenzar a
continentalizar la revolución en la América Meridional, revalorizando la
capacidad política de las fuerzas armadas, humilladas y destruidas por la
globalización, estaremos en presencia de una poderosa realidad estratégica
vitalmente transformadora. Es precisamente contra ella donde hoy apuntan las
armas de la izquierda liberal-progresista, que fue siempre la otra cara de la
moneda del poder imperial: en el siglo XIX británico y en el XX norteamericano.
La nueva clase
Periodista: —Norberto Ceresole dijo, en un artículo reciente, que a raíz de las
últimas declaraciones del ministro de la Defensa y de Chávez se consolida la
idea de que el Presidente está pensando en una democracia en la que participan
él (Chávez), el pueblo y los militares como organización intermedia.
Isaías Rodríguez, Vicepresidente de Venezuela: —Esa tesis la viene esbozando
Ceresole desde la época en que fue asesor de Juan Velasco Alvarado. El cree en
una concepción neofacista, en la que los partidos no tienen participación
alguna. Incluso con una concepción antisemítica, que le da un carácter religioso
a su propuesta. No participamos ni de la concepción neofacista y antisemítica,
ni mucho menos de la desaparición de los partidos. Es indispensable que los
partidos en una democracia canalicen la relación entre los ciudadanos y el
Estado. Pero deben ser otros partidos. Creo que deben aparecer nuevos actores en
la democracia venezolana. Individuales y colectivos. Incluso, nosotros mismos,
que formamos parte de este proceso, debemos darle paso a esos nuevos actores.
Nosotros, con toda la buena fe, de alguna manera tenemos contaminación con todo
lo que ha sido esta democracia que queremos sustituir.
Periodista: —¿El hecho de que un ministro de la Defensa y un alto oficial como
el general Manuel Rosendo expresen su adhesión al proyecto revolucionario del
Presidente, no nos acerca a la tesis de Ceresole?
Isaías Rodríguez: —No lo entiendo así. Hay una lectura a las palabras de Rosendo
que forma parte de la coyuntura electoral. Es necesaria la participación de
todos los ciudadanos en la construcción de la nueva República. No puede ser obra
de un estamento especial. Para mí, las palabras de Rosendo son el compromiso con
el cambio que el país necesita. No es el compromiso con un proyecto determinado.
El Nacional, viernes 28 de julio de 2000
«... se desarrolla la tesis ceresoliana del caudillo militar que gobierna
directamente con las masas sin la intermediación de los partidos... En cuanto al
ceresolianismo no es más que una de las tantas maneras de descalificar la
propuesta de Chávez, destinada a rescatar el protagonismo popular en la
construcción de una democracia verdadera».
Isaías Rodríguez, «Los paradigmas del nuevo tiempo», El Universal, 8 de agosto
de 2000.
Entre el principio caudillista de legitimidad, y las viejas pero intactas
estructuras mentales, políticas e institucionales, se está instalando en
Venezuela una Nueva Clase dirigente. Esa Nueva Clase tiene una ideología y
además pretende adquirir una autoconciencia. Su ideología está dentro de los
parámetros clásicos de la historia política de Venezuela, cuya evolución es en
esencia una historia socialdemócrata de amplio espectro. Yo no veo rupturas
ideológicas importantes entre la Nueva Clase y anteriores formaciones
burocráticas progresistas y democráticas. En cuanto a la adquisición de una
conciencia de sí, estamos presenciando en la actualidad la elaboración de un
nuevo principio de autolegitimidad, ubicado en las antípodas del principio
caudillista de legitimidad (al menos tal como yo lo he elaborado en mis
trabajos).
La primera operación de toda Nueva Clase fue siempre esa: encontrar un principio
para autolegitimarse y legitimarse. En tiempos del «socialismo real» esta era
una operación relativamente sencilla. La teoría leninista ofrecía todas las
herramientas necesarias para emprender la faena, a partir del corpus teológico
historia-proletariado-partido.
Pero en el caso venezolano esto ahora se complica, porque si mis análisis son
ciertos, en los últimos tiempos aparece la figura de un Caudillo, que es la
persona a la que el pueblo ordena dirigir.
«La orden que emite el pueblo de Venezuela ... es clara y terminante. Una
persona física y no una idea abstracta o un «partido» genérico» fue delegada por
ese pueblo para ejercer un poder. La orden popular que definió ese poder físico
y personal incluyó, por supuesto, la necesidad de transformar integralmente el
país y de reubicar a Venezuela, de una manera distinta, en el sistema
internacional» (Norberto Ceresole, «Caudillo, Ejército, Pueblo», pg.29, Al-ándalus,
Madrid, febrero de 2000).
Por lo tanto esta nueva clase, en el mejor de los casos, tendrá una legitimidad
secundaria, o derivada de la legitimidad principal que es la que emerge de la
relación Caudillo-Pueblo. Lo que representa un «handicap» fatal, una debilidad
de origen irreversible, al menos mientras funcione la legitimidad que ofrece el
principio caudillista. Yo no conozco ningún sistema político que haya podido
funcionar a partir de una legitimidad derivada. De allí la urgencia que tiene la
Nueva Clase para encontrar, pronto, una legitimidad original.
Para ello se echa mano a uno de los tantos mitos racionalistas que, en conjunto,
han provocado un enorme daño a todo lo largo del siglo XX: en este caso, el Mito
de la democracia directa. En términos estrictos, la nueva clase es el partido de
la democracia directa. Cuanto más directa sea la democracia —dice el Mito— menos
necesaria será la presencia del Caudillo. Cuanto más democracia directa, menos
«atraso» político. Porque nunca debemos olvidar el dogma fundacional de la
sociología occidental: el caudillismo es una forma «primitiva», «asiática», de
representación política. Lo opuesto al caudillismo es la democracia: la
tradición contra la modernidad. Y si la democracia es directa, mucho mejor,
porque esa sería la forma utópica final del «socialismo democrático», que es
otra contradicción insoluble.
En tanto Mito, el de la democracia directa es hijo legítimo de otros peores,
todos ellos elaborados entre los siglos XVIII y XIX, como por ejemplo el
roussoniano del hombre naturalmente bueno, o el positivista de la razón versus
el irracionalismo, o el capitalista de la conquista de la naturaleza, o el
freudiano de un consciente «bueno» enfrentado a un inconsciente al que hay que
reprimir, o el marxista-leninista de las bondades innatas y las virtudes
extremas y eternas de la raza obrera (blanca-europea), y un largo etcétera de
sangrientos fracasos.
La Nueva Clase tiene su Mito pero también tiene su lógica. En tanto partido de
la democracia directa es absolutamente incompatible con el principio de la
legitimación caudillista. Como todo grupo diferenciado y autodiferenciado
buscará su expansión, incrementando al máximo posible su poder (la
autoadjudicación de sueldos generosísimos por los neodiputados es sólo una parte
de este proceso de «autoconciencia»).
En este punto, y para utilizar un lenguaje menos abstracto, permítaseme
reproducir un párrafo de un artículo mío anterior: «... el principal problema de
la política interior de Venezuela (y el principal enemigo de la revolución
bolivariana) es la creciente influencia, en distintos niveles de gobierno, de un
grupo socialdemócrata de amplio espectro. Esa «izquierda progresista» (que va
desde los cubanófilos al MAS, pasando por los adecos recauchutados hasta los
profesionales de los «derechos humanos» y del «indigenismo»), se quiere apropiar
del proceso, presentándolo ante el mundo como propio... El avance de esta
tendencia hace prever importantes conflictos ideológicos dentro y fuera del
gobierno, porque la socialdemocratización de la revolución es la perversión de
la revolución, ya que implica automáticamente su desnacionalización: el
vaciamiento de sus contenidos más profundos» (Norberto Ceresole, «Geopolítica y
revolución», en Venezuela Analítica, 25 a agosto de 2000).
La Nueva Clase ostentará su modernidad y fingirá que aspira a darle el poder «al
pueblo» quitándoselo al Caudillo; pretendiendo no advertir que el Caudillo (esa
legitimidad «reaccionaria» e «irracional») es la verdadera representación
democrática-concreta de un pueblo-concreto (porque por él fue creada). Pero ese
pueblo-concreto no es necesariamente «democrático»: para él esa palabra
—adjetivada o no— resume décadas (toda una vida) de humillación nacional y de
pobreza social.
La Nueva Clase exigirá la «devolución del poder». Un «retorno» del poder al
«pueblo». Para ello buscará la ruptura.
«El pueblo de Venezuela generó un caudillo. El núcleo del poder actual es
precisamente esa relación establecida entre líder y masa. Esta naturaleza única
y diferencial del proceso venezolano no puede ser ni tergiversada ni mal
interpretada. Se trata de un pueblo que le dio una orden a un jefe, a un
caudillo, a un líder militar. Él está obligado a cumplir con esa orden que le
dio ese pueblo. Por lo tanto aquí lo único que nos debe importar es el
mantenimiento de esa relación pueblo-líder. Ella está en el núcleo del poder
instaurado. Es la esencia del modelo que ustedes han creado. Si ella se
mantiene, el proceso continuará su camino; si ella se rompe el proceso
degenerará y se anulará una de las experiencias más importantes de las últimas
décadas. Esa es la relación que hay que defender sobre todas las cosas. Por lo
tanto será necesario oponerse con toda energía a cualquier intento que pretenda
«democratizar» el poder. «Democratizar» el poder tiene hoy un significado claro
y unívoco en Venezuela: quiere decir «licuar» el poder, quiere decir «gasificar»
el poder, quiere decir anular el poder... Así y todo tiene que haber un proceso
de «devolución» del poder. Ello fue parte del mandato que recibió el líder. Pero
esa «devolución» del poder no debe significar una disminución o eliminación del
poder de uno de los polos de la ecuación (el Caudillo), de ese polo que hemos
llamado líder. Esto quiere decir que no puede haber poder popular sin la
existencia permanente de un liderazgo fuerte. Por lo tanto no es correcto usar
la palabra «devolución». Tendremos que pensar más bien en el reforzamiento mutuo
de un poder que sólo existe cuando se comparte: cuando ambos polos, el líder y
la masa, comparten un mismo poder. Porque la desaparición del líder dejaría a la
masa en estado de absoluta indefensión. No hay un sólo ejemplo en la historia
del mundo, desde los orígenes hasta nuestros días, que nos demuestre que las
cosas hayan sido de otra manera» (Norberto Ceresole, «Caudillo, etc...», op. cit,
pgs. 58-65).
En el límite la Nueva Clase intentará fracturar una relación positiva (la
existente entre un pueblo concreto y un Caudillo de carne y hueso, y la única
posible para asegurar el «progreso» de una comunidad en términos prácticos), en
nombre de un Mito aberrante: el de un pueblo bueno —es decir abstracto o
genérico— con plena e innata capacidad para gobernarse así mismo. Es la
delirante versión postmoderna, elaborada por el marxismo, y no sólo por el
marxismo soviético, de la «raza obrera», poseedora de todas las virtudes humanas
y de ninguno de sus defectos. Sólo una raza, antes que una simple clase, podía
haber sido elegida para cerrar mesiánicamente la Historia.
Entre Jimmy Carter y Frantz Fanon: ¿Es el chavismo una versión levemente
«militarizada» de la vieja socialdemocracia?
El presidente Chávez ha sido ampliamente re-legitimado y, con él, todo su
gobierno. Pero aún los cargos electos por voto popular dentro de ese gobierno
constituyen una «formación secundaria» o derivada, lo que significa que no
tienen representatividad propia fuera del manto protector del principio
caudillista de legitimidad. Estamos hablando, por supuesto, en términos
sociológicos y no jurídicos o legales.
Lo urgente es ahora resolver lo que los antiguos marxistas llamaban «la cuestión
ideológica»; es necesario saber qué es lo que el pueblo de Venezuela a
re-legitimado.
Para el vicepresidente-a-dedo (un caso típico de legitimidad secundaria o
derivada), quien muy probablemente no hubiese sacado ni una docena de votos de
no haber sido cooptado por el principio caudillista de legitimidad, el chavismo
no es más que la «verdadera democracia»: «Creo que deben aparecer nuevos actores
en la democracia venezolana. Individuales y colectivos. Incluso, nosotros
mismos, que formamos parte de este proceso, debemos darle paso a esos nuevos
actores. Nosotros, con toda la buena fe, de alguna manera tenemos contaminación
con todo lo que ha sido esta democracia que queremos sustituir... Es necesaria
la participación de todos los ciudadanos en la construcción de la nueva
República. No puede ser obra de un estamento especial».
Para el señor Isaías Rodríguez el pueblo de Venezuela ha vuelto a legitimar la
renovación de la democracia en Venezuela. Una democracia con contenido social:
una social-democracia, en suma. ¿Es que las democracias de los «últimos cuarenta
años» no tuvieron contenido social? Hasta ahora seguimos siendo incapaces de
percibir la diferencia entre el ayer y el hoy. ¿Qué es el chavismo, entonces?
¿Algo distinto o más «cantidad de democracia»?
Por más adjetivos que se le adjunte al sustantivo «democracia» no llegamos nunca
a definir el chavismo. Ese es el drama de la inteligentsia adjunta a la Nueva
Clase. Es manifiesta su incapacidad para realizar una verdadera «misión
imposible», para definir algo distinto y que a su vez coincida con sus
principios dogmáticos. Por eso el chavismo no ha tenido, no tiene ni podrá tener
«intelectuales orgánicos», como decía Gramsci, provenientes de las «Academias
Liberales». Todos los intelectuales de izquierda que en este momento abrevan en
la burocracia chavista tienen el mismo origen filosófico: son los hijos de las
«luces», los herederos de la «razón», los paladines de la «justicia» y los
negacionistas del Gulag. Todos ellos juntos jamás podrán explicar al chavismo,
aunque sí deformarlo, convertirlo en otra cosa, socialdemocratizarlo, en suma.
Ponerlo entre Jimmy Carter y Franz Fanon.
Por el contrario, yo he intentado elaborar una explicación del fenómeno,
tratando de construir un discurso coherente y sistemático, pero eso sí, fuera de
libreto (es decir, fuera del sistema). Esta es una de las causas que explica
tanto odio acumulado contra mi persona. En principio fue el odio del sistema
puro y duro (primera expulsión, junio 1995), que luego fue transferido a y
asumido por la Nueva Clase que pretende la representación del chavismo. Mis dos
expulsiones físicas de Venezuela sólo se diferencian entre sí en las
formalidades (en la última, marzo de 1999, no hubo en verdad malos tratos: sólo
amenazas telefónicas del descerebrado Jesús Urdaneta).
A partir de allí, con esa experiencia a cuesta, he llegado a disponer de una
visión muy amplia sobre la magnitud y la envergadura del bloque de fuerzas que
tengo enfrente mío. Él está implantado no sólo en Venezuela sino sobre todo en
determinados sectores «progresistas» de los Estados Unidos. No hay que olvidar
que quien legitima internacionalmente el proceso democrático venezolano es Jimmy
Carter, quien en su momento fue el primer presidente norteamericano en viajar a
Israel. También durante su presidencia se oficializó la ideología o teología del
Holocausto, algo que hasta ese momento no existía tal como hoy la conocemos.
«Las élites judías americanas recordaron el Holocausto Nazi antes de junio de
1967 sólo cuando vieron que resultaba políticamente eficaz. Dada su demostrada
utilidad, el Judaísmo Americano explotó el Holocausto Nazi después de la guerra
de junio. El Holocausto demostró ser el arma perfecta para descalificar y evitar
cualquier clase de crítica a Israel» (Norman G. Finkelstein, «The holocaust
industry», Verso, London, 2000). El joven historiador judío-norteamericano (Hunter
College, Universidad de Nueva York) recuerda lo que siempre le decía su madre,
ex prisionera en el campo de Maidanek, ante la existencia de tantos
«supervivientes» en busca de una indemnización: «Si todos éstos han sobrevivido
y son verdaderos, entonces, ¿a quién mató Hitler?»
Curiosa posición en la que ha sido puesto un presidente que declara estar con la
causa Palestina. Esto quiere decir que el «progresismo» internacional intenta
cooptar a Chávez a través de la Nueva Clase y de una inteligentsia blanda y
devaluada, ubicada fuera del espacio y del tiempo, es decir, viviendo aún en
otros tiempos y en otros espacios. Esta es la raíz del problema de mi
«expulsión» de la política Venezolana.
Mi definición de chavismo, que he expuesto en un libro y numerosos artículos
posteriores, conforma un complejo sistema de ideas. Parte de una lectura de los
acontecimientos: un pueblo definiendo a «su» Caudillo. El pueblo no se
«autogobierna»: decide gobernarse a través de un Caudillo. Por lo tanto toda
organización política es un factor subsidiario —aunque administrativamente
necesario— dentro del nuevo orden constituido. De inmediato, el relevante papel
de la Fuerza Armada: ella es quien de verdad otorga continuidad al proceso. Si
se hubiese producido una sola fractura militar (tal era el objetivo final real
de la candidatura de Arias Cárdenas) la operación política hubiese abortado en
su totalidad. Esta «dolorosa» realidad no será nunca reconocida por la Nueva
Clase. Luego vienen las definiciones y las realizaciones geopolíticas,
totalmente inéditas en la historia de Venezuela. En definitiva, trato de
desarrollar una formulación «ideológica» positiva, o lo que es lo mismo, una
definición entendible de chavismo tratando de no caer en el absurdo de definir
al chavismo como una mera Democracia Plus, y sin la necesidad de tener que
recurrir a modelos exógenos ni a autores que fueron importantes en el viejo
mundo bipolar.
Como recuerdo en mi libro «La falsificación de la realidad» (Libertarias,
Madrid, 1998, p.189. Ver recuadro), yo leí a Franz Fanon hace exactamente 30
años. En esos momentos no sabía que era una figura fabricada en la «rive gauche»
por uno de los grandes falsificadores de la realidad de este siglo, Jean Paul
Sartre, sionista profesional y diseñador de «modelos» para su exportación al
«tercer mundo» revolucionario de entonces: en realidad un submundo lleno de
basura ideológica producto de la llamada bipolaridad. Quedé estupefacto cuando
escuché que el presidente Chávez lo citaba desde una tribuna internacional.
Estupefacto y un tanto avergonzado. ¿Es necesario recurrir a escritores que
pertenecen a un tiempo que ha desaparecido definitivamente? Esto tiene una sola
lectura: no existe prueba más evidente de la imposibilidad de la inteligentsia
llamada chavista para adecuar una realidad a un esquema. No tienen ni tendrán
jamás un discurso revolucionario. Se han quedado en el paleolítico de la
Weltanschauung liberal-marxista.
Frantz Fanon. En: Norberto Ceresole, La falsificación de la realidad,
Libertarias, Madrid, 1998.
Fue quien más influyó sobre nosotros en aquellos años. El escritor negro Frantz
Fanon, un médico psiquiatra nacido en la Martinica francesa había militado
activamente en el FLN argelino. He vuelto a leer, también después de treinta
años, los tres libros de Fanon: Los condenados de la tierra, Piel negra, máscara
blanca y Escritos sobre la revolución africana.
Para Fanon la negritud, o la conciencia de ser árabe, produce, obviamente,
hombres distintos al hombre blanco. La diferenciación racial, el colonialismo,
la humillación del colonizado, produce odio, que es la materia prima para la
generación de la violencia. No puede haber descolonización sin violencia.
Pero la violencia así
originada, a partir de la diferenciación racial y de la conciencia que el
colonizado toma de ella, es efímera. Esa violencia no es la revolución. Para
asegurar el pasaje de la violencia racial a la revolución social, el colonizado,
que odia sobre todo al blanco, tiene que transformar su alma. Es decir se tiene
que convertir en «proletariado blanco», desde el punto de vista de su conciencia
social. Mientras no transforme su naturaleza racial y la convierta en conciencia
social, al mejor estilo del racionalismo europeo, la rebelión no devendrá en
revolución. El negro, en definitiva, es un mero colonizado, mientras que el
blanco es un simple colonizador.
Resultan particularmente patéticas las páginas de Escritos sobre la revolución
africana, en las que Fanon apela a la izquierda blanca francesa —socialistas y
comunistas— para que apoyen verdaderamente al proceso de la revolución argelina,
y no se atengan a modelos más o menos estrictos de Comunidad Francesa abarcante
de una Argelia «autónoma». Fanon, a diferencia de Lenin, murió con la idea de
que la «verdadera» revolución era la revolución social europea.
Para Fanon, en última instancia, el racismo del hombre blanco contra el
colonizado no blanco no es cualitativamente distinto del racismo del «ario»
contra el judío. La negritud de Fanon estuvo siempre recubierta por el manto de
plomo de la blancura del racionalismo europeo. En Piel negra, máscara blanca
cita extensamente las ideas de Jean-Paul Sartre sobre la «cuestión judía». Ese
gran hipócrita es quien prologa el último de los libros del «pobre negro», Los
condenados de la tierra. Fanon es uno de los tantos prisioneros del modelo
sartreano ario-judío, y lo aplica a las relaciones blanco-negro.
Lo curioso es que Fanon escribió sus ideas casi 20 años después de la fundación
del Estado de Israel. El autor de la teoría sobre el colonialismo que más
influencia tuvo en el «tercer mundo» de aquellos tiempos, no vio, simplemente,
el fenómeno colonial por excelencia. Entre él y la realidad estaba la sombra de
Jean-Paul Sartre y de todo un «marxismo-leninismo» laico existencial reelaborado
para consumo exclusivo del «tercer mundo». Tal vez la re-lectura de los escritos
de Fanon nos dé la clave del porqué la «revolución africana» abortó en un lago
de sangre. Ni Fanon ni África pudieron finalmente pensar ni pensarse con
independencia de Europa. Una vez más los blancos habían vencido.
Anexo documental. Entrevistas
Miércoles, 21 de junio de 2000
Otra exclusiva de Analitica.com: Ceresole visto por él mismo. El Ejército debe
participar en la ejecución del proyecto porque es la única institución realmente
organizada. Norberto Ceresole. Llegó con un traje claro de verano, de modesta
factura. Sin aspavientos, sin ferocidades, un argentino de hablar directo que no
se deja vencer por su tartamudez. Norberto Ceresole vive sin alardes en un
pueblito de la Sierra madrileña con sus múltiples libros y el aire puro de la
montaña. De sonrisa fácil y manos grandes, niega sus presuntos fascismos y habla
con cariño de Hugo Chávez pero con angustia por algunos desvíos chavistas. Está
en total desacuerdo con Fidel Castro, y afirma que no tiene nada contra los
judíos como religión, pero sí contra Israel como país que ha desplazado sin
piedad al pueblo palestino. Usted puede no estar de acuerdo con sus
planteamientos, pero sin duda que los expone con pasión y con eficaz y
comprensible razonamiento. Norberto Ceresole es un ideólogo a quien sus teorías
y contactos no han hecho rico, pero que persiste en ellos con sinceridad y
siempre dispuesto a oír y a responder. Norberto Ceresole dio una muy peculiar
entrevista a Venezuela Analítica en la cual enfrenta los temas duros y
profundiza otros que no suelen plantearle los periodistas venezolanos. Lo que
sigue es lo que Norberto Ceresole confesó a Emilio Figueredo, Alfredo Maldonado
y Manuel Urdaneta.
VA: América Latina está atravesando una etapa difícil, hay crisis
institucionales en varios países. ¿En su opinión, cuál es la causa de esta
crisis y desajustes que se han convertido ya en crónicos y cómo puede superarse
el círculo vicioso de autoritarismo y de democracia inefectiva? Y para redondear
esta pregunta: ¿qué entiende usted por postdemocracia?
Ceresole: Ese círculo vicioso entre democracia y autoritarismo en verdad no
existe, es ficticio. En toda la historia de América Meridional siempre hubo una
perfecta continuidad entre democracia y autoritarismo, nunca hubo ruptura entre
lo que se llamó un sistema democrático y lo que se llamó un sistema
autoritarista o autoritario; siempre gobernaron los mismos. La práctica
económica que se diseña, por ejemplo, en un gobierno autoritario, trasciende y
se aplica luego con mayor o menor consenso en un gobierno democrático, y la que
se diseña en uno democrático, se aplica en un gobierno autoritario. De tal
forma, yo no soy partidario de hacer ese tipo de diferenciación que pertenece a
la escuela sociológica norteamericana; prefiero atenerme a la lectura de la
realidad. La realidad indica siempre que hubo continuidad, mucha continuidad
entre autoritarismo y democracia en nuestros países. Por lo tanto, no es cierto
que haya una dicotomía, no es cierto que haya estrategias distintas; ciertamente
hay tácticas distintas, hay formas distintas, hay modales distintos, pero no
estrategias distintas.
Ahora, ¿qué entiendo yo por postdemocracia?. En mi opinión constituye un sistema
que funcione, es decir, algo que sea aplicable a la realidad de nuestros países
y no la importación de un modelo, de una doctrina, de una teoría que nunca ha
funcionado en nuestros países. La doctrina, en tanto doctrina democrática, no
sólo no ha funcionado en nuestros países, sino que no funciona en casi ningún
lado. Aquí en Europa, por ejemplo, aquí los electores que votan a un diputado,
no saben cómo se llama ese diputado. Aquí en España, nadie, ningún elector
español, sabe cómo se llama el diputado al cual ha votado. Ese diputado fue
elegido, es un funcionario del partido que fue elegido y nadie sabe quién es ese
señor. Por lo tanto, la democracia en un sentido dogmático, doctrinario, no
existe en ningún lado, menos en nuestros países donde hay una serie de
interferencias económicas, estratégicas, culturales. Entonces lo que yo entiendo
por postdemocracia es la búsqueda de un sistema que funcione, sobre todo que
funcione, y posiblemente ese sistema no necesite de partidos políticos clásicos,
posiblemente, no es seguro, eso se verá. Posiblemente, reitero, no necesite de
toda la parafernalia doctrinaria que trae la democracia como doctrina; en todo
caso, es una hipótesis que funciona o no funciona. Yo creo que en el caso de
Venezuela no se trata de ver lo que nosotros queremos, se trata de ver lo que
realmente fue. Y lo que realmente fue, es que el día 6 de diciembre de 1998 el
pueblo de Venezuela votó a una persona, no votó a un partido, porque no lo hay,
ni lo había ni lo hay; no votó a una ideología porque ni la había ni la hay. No
votó a nada que no fuese una persona física. Ese es el hecho concreto. A partir
de ahí yo arranco mi libro, sobre la base de un dato que se puede verificar en
la realidad. Puede gustarte o puede disgustarte.
VA: Para precisar esa última afirmación: en el texto de su libro (Caudillo,
ejército, pueblo) usted habla de que el líder es producto de un mandato popular.
Sin embargo, ese mandato popular, que es la expresión del pueblo, imprime al
líder con una misión importante. Si lo vemos por ejemplo en los esquemas
tradicionales, fue bastante relativo, no relativo en cuanto a la intención pero
en cuanto a la votación. El presidente tuvo un mandato en las elecciones de 1998
de un 57% sobre un 40% que votó, es decir, que hay una expresión de alguna
significación o de algún contenido que no lo ungió. ¿Qué significado puede tener
eso?
Ceresole: Usted dice que hay que tener en cuenta a las minorías, exactamente.
VA: O al revés, que quién votó por Chávez como individuo, independientemente de
la causa, de la causa de la debacle de Acción Democrática, todo ese tipo de
cosas, ungió a Chávez, pero fue una minoría.
Ceresole: Pero en todo caso una minoría muy efectiva y en todo caso muy superior
a las minorías que dan vida a los gobiernos, por ejemplo en Europa que son mucho
más minoritarios. Los gobiernos en Europa, normalmente, de media digamos, no
sobrepasan el 30% de los votos, en este caso Chávez ha superado con creces esta
cifra. Por lo tanto, todos los calificativos que se le han hecho de dictador y
cosas peores, no son aplicables salvo que se quiera deformar la doctrina; salvo
que un voto no sea un voto. Salvo que ese voto como se ha dicho aquí en Europa,
en relación con Haider, en Austria, tenga ADN antidemocrático, esto se ha dicho
y mucho se ha escrito sobre esto. Ahora, si esos votos, como los de Chávez,
tienen ADN antidemocrático, esa es otra cuestión, en todo caso es un tema
biológico.
VA: Usted ha sido satanizado en Venezuela por considerársele que ha ejercido o
ejerce una influencia negativa sobre el presidente Chávez por impulsar los
conceptos que están expresados en sus escritos y más recientemente en su libro,
relativos a la relación caudillo-ejército-pueblo y la posibilidad de la creación
de un movimiento, una fusión entre pueblo y ejército como mecanismo de acción.
La pregunta en concreto es la siguiente, ¿cree usted que sus ideas pueden
derivar en un fundamento o en una base para un neoautoritarismo sin contrapeso?
Ceresole: Ninguna persona en ningún lugar del mundo, en ninguna época, tuvo la
capacidad para que sus ideas puedan provocar situaciones políticas de hecho; eso
no ha sucedido nunca, por lo tanto, menos en este caso. De tal modo, no tengo el
poder para provocar una situación o un cuadro político determinado positivo o
negativo, por tanto eso es descartable. Yo soy un intelectual que he escrito de
unas cosas y eso ha provocado lo que ha provocado en Venezuela, puede haber otro
intelectual que diga lo contrario y bueno, ahí vamos a discutir francamente, ahí
sí puede caber la palabra democráticamente, civilizadamente, a ver qué es lo que
pasa. Lo que pasa es que conmigo la intelectualidad venezolana no vino a
discutir democráticamente, excepto ustedes ahora. No vino a discutir
democráticamente; vino a por mi yugular, vino a ver cómo me cortaban la yugular
rápidamente. Esto a mi me parece mal, me parece francamente reprobable en
personas democráticas, acusarme a priori, y entender que yo pienso de tal manera
aunque no pienso de esa forma. Me han puesto al lado de Fidel Castro, y yo con
Fidel Castro no tengo nada que ver. Ahora tengo que hacer un esfuerzo para
deslindarme de ello, cosa que no debían haberlo hecho. En fin, fui satanizado
por muchos motivos. A mí me expulsan de Venezuela en 1995, creo que fue en junio
de 1995, me expulsa una Disip que estaba en ese momento dirigida y gobernada por
el Mossad israelí. Porque ustedes saben muy bien que nadie hacía carrera en la
Disip si no hacía su curso en Israel, en el Mossad. La persona que a mí me
interroga todo el día, doce horas, se llama Israel Weiser, que era Director
General de Inteligencia de la Disip. Hay un montón de claves. En esa época ya
estaba trabajando en la hipótesis que luego escribí en varios libros. Escribí
varios libros sobre un suceso en la Argentina y a partir de ese momento fui
demonizado, porque cometí un pecado. Yo no sabía que había un determinado sector
del mundo, de la población del mundo, a la cual no se le puede ni tocar.
VA: Lo que usted quiere decir en el fondo es que el inicio de la demonización
surge porque usted enfrenta en un momento dado una determinada visión o un
determinado análisis de la realidad que tiene Israel. Entonces, desde ese punto
se le ha acusado de fascista.
Ceresole: No, no.
VA: De ser fascista, antisemita. Ceresole, ¿es antisemita?
Ceresole: No, no, absolutamente.
VA: Puede explicarnos un poco porqué, entonces, ese mito.
Ceresole: Hasta que escribí estos libros en 1994, en 1995, yo nunca había
hablado del tema de los judíos. Para mí todos los pueblos son iguales, para mí
un judío era igual que cualquier otra persona, era exactamente igual que
cualquier otra persona, pero a partir de ese momento las cosas han cambiado,
porque yo me he dado cuenta de cosas que antes no sabía. Yo he viajado para
seguir mi hipótesis, he viajado al Líbano, a Irán, etc. y desde ese momento me
convertí en Satán. Así de simple. Pero yo no soy antisemita. Ahora bien, sí soy
un crítico de la política del Estado de Israel.
VA: ¿Del Estado de Israel?
Ceresole: Naturalmente, de ese Estado criminal que tira bombas, mata gente,
tortura gente. Israel es el único país del mundo donde la tortura está permitida
legalmente, allí hay cárceles secretas, si hasta sale en los periódicos. Hablar
de eso es un pecado muy grave, yo no sabía que era un pecado grave. Entonces el
señor israelí de la Disip, Weiser, me preguntaba —cuando yo estaba ahí esposado—
cosas que yo ni sabía: Si yo era de Bandera Roja, por ejemplo, y yo ni sabía qué
era Bandera Roja, de verdad que no sabía lo que era Bandera Roja.
VA: Un foco marginal ¿no?
Ceresole: Después me quería meter en un complot, qué se yo. Es verdad, fue como
un castigo que se me dio por mis investigaciones. Luego quisieron juntar a
Chávez conmigo, en el sentido que somos iguales, que mis virus los transmito a
él y él es el portador de los virus, cosa que es ridícula es como se cazaba las
brujas antes. Eso no lo acepto. Además, no estoy dispuesto a revisar mis
teorías, no estoy dispuesto porque hasta el día de hoy son ciertas.
Hasta el día de hoy no hay detenidos en Argentina por implicación directa en los
dos atentados terroristas, que primero detengan a los culpables y después vemos
quiénes fueron. Yo tengo la convicción profunda de que lo que yo dije desde el
primer día sobre estos temas se está cumpliendo, por lo tanto no tengo por qué
revisar mis posiciones. Ahora, claro, se quiere culpar a Chávez de que yo soy
antisemita, y Chávez que tiene su cerebro lleno de Ceresole, toda su materia
gris y blanca. La verdad es que no sé muy bien qué tiene él en su cerebro.
VA: Usted ha sido amigo de Chávez o lo ha acompañado, ha conversado muchísimo
con él.
Ceresole: Yo sí me considero amigo de él.
VA: Pero en todo ese tiempo que Chávez llama «el cruce del desierto» ¿qué diría
que fue el mensaje que le dejó?
Ceresole: El mensaje que le di a Chávez estaba en mis libros anteriores, yo soy
en realidad un experto en temas de sociología militar, esa sería la definición
técnica de lo que hago o hacía antes que empezara con otras cuestiones. He
escrito cantidad de libros sobre el tema militar en la Argentina. Cuando estaba
en Perú con Velasco Alvarado, estuve presente en la firma del acuerdo
soviético-peruano, que fue el acuerdo militar más importante, excepto Cuba, que
firmas los soviéticos en América; por supuesto, a partir de ese momento los
soviéticos me propusieron que viajara a Moscú, fui entonces a Moscú y me
hicieron miembro de la Academia de Ciencias, seguramente no por nazi ni
fascista. No es culpa mía.
VA: Ya sería ..... demasiado.
Ceresole: Echarme la culpa, exacto. Bueno, tuve una relación con los soviéticos
de muchos años a partir de ese acuerdo peruano-soviético, acuerdo que fue muy
importante. Y la única persona en ese momento, a la vista de ellos, que
trabajaba la cuestión militar, o sea, relación sociedad-ejército, relación
tecnología militar-tecnología civil, era yo, en toda la América del Sur.
Entonces yo fui traducido al ruso. Yo fui rusificado. Rusificado, no
«comunizado».
VA: ¿Qué crees tú que le quedó a Chávez?
Ceresole: Yo creo que Chávez leyó mucho mi libro «Tecnología Militar y
Estrategia Nacional». Este libro fue muy debatido entre nosotros, no el libro en
sí, sino los temas; hacer una síntesis de 500 páginas no es fácil. Ese libro
constituyó un enorme esfuerzo personal. Otro trabajo mío sobre el mismo tema
consta de siete volúmenes, y además fue financiado —curiosamente- por el
Ministerio de la Defensa de España, por una cooperación que había entre
Argentina y España. Eso fue cuando el ex Ministro de Defensa español era Narcís
Serra. Bueno, en esa época, estamos hablando de hace quince años, se debatían
muchos temas académicos, por ejemplo, el de economía de la defensa. ¿Es la
defensa compatible con el desarrollo o es, por el contrario, la defensa, enemiga
del desarrollo?. Y entonces había escuelas, hay todavía escuelas sobre esos
temas. Todo eso es lo que discutíamos. Es decir, cuál es la proyección del
Ejército, no necesariamente del Ejército de uniforme dirigiendo una fábrica sino
la participación de la tecnología militar en un plan nacional de desarrollo. Por
otra parte, ¿por qué un ejército con alta disponibilidad de tecnología es menos
autoritario que un ejército de baja disponibilidad?. Es evidente que un Ejército
con alta disponibilidad de tecnología es menos autoritario porque tiene que
incorporar profesiones de todo tipo, relaciones con los sectores civiles
equivalentes. Esto ocurre aquí y en todos lados. Los golpes de estado se dan con
fusiles y bayonetas y con pistolas, no necesitan ni misiles, ni bombas atómicas.
VA: Usted le dedica su libro Caudillo, ejército y pueblo a una nueva élite
militar en Latinoamérica. ¿Quiénes son?, ¿qué representan esos oficiales y cómo
pueden estos cambiar a sus respectivos países?
Ceresole: Esos oficiales representan lo nuevo que se vive en América, es decir,
no es ni la izquierda ni la derecha, ni todos los tópicos ni todas las tonterías
ni todos los esquemas vacíos de contenido que se han repetido hasta ahora. Esos
oficiales en mi opinión, no todos, no todos claro, pero la mayoría de estos
muchachos, de esta gente joven, son los que realmente expresan una nueva
percepción transideológica, es decir aideológica o desideologizada de cómo
encarar el futuro en nuestros países. Además, pertenecen a organizaciones que en
potencia, no digo que lo tengan en efectivo todavía, pero que en potencia tienen
el mínimo nivel organizativo para provocar cambios, y hacer que esos cambios
puedan ser conducidos y no simplemente lanzados a la anarquía. La importancia de
los ejércitos, en mi opinión, es su capacidad organizativa para organizar el
cambio, para evitar que esos cambios deriven en anarquía, y para evitar que esos
cambios deriven hacia posiciones ideológicas.
VA: No para hacer los cambios en....
Ceresole: Nunca el cambio lo va a hacer un ejército solo, el cambio se hace como
se hace en Venezuela o como se hace en Ecuador o como se hace en Bolivia, como
se pudo haber hecho en Argentina, en la época de Perón, o en otro momento. Hay
muchos modelos distintos, todos distintos unos de otros, los de ustedes son
distintos. El cambio, una vez que se produce, necesita una gerencia tomando en
cuenta que no hay partidos. Si tú me dices, hay un partido, ah bueno, fenómeno,
vamos por él. Pero no hay partidos con capacidad de gerenciar, y por otro lado,
evitar que el proceso derive hacia, por ejemplo la izquierda delirante, sin plan
y vieja, sería el fin de un país. Eso sería una catástrofe. Por cierto, observo
con mucha preocupación algunas expresiones del presidente Chávez sobre Cuba, con
mucha preocupación, insisto; y yo quiero dejar claro que no tengo nada que ver
con eso.
VA: En relación al tema de Cuba, en uno de los escritos suyos anteriores, usted
decía que Castro se mantenía en el poder porque había logrado cementar una
relación emocional entre el pueblo-nación y él, y que si ese cemento se caía
habría una implosión. ¿No hay un riesgo que esto ocurra en un modelo como el que
actualmente se está creando en Venezuela? Si la relación caudillo-masa se hace y
si esa relación no tiene intermediarios efectivos, ¿no puede suceder lo mismo?
Ceresole: Si, sí puede suceder. Eso hay que encararlo en el momento en que
ocurra porque hoy por hoy tenemos un caudillo, digámoslo así, un jefe de 45
años, que está muy fuerte. De tal forma, este no es un tema para la discusión
actual. Ahora, el día que pase, si es que pasa, ese día va a ser muy grave
porque ese peligro que tú señalas existe. Claro que existe, pero existe también
en las democracias, porque cuando en las democracias desaparecen las grandes
figuras —y mira a Francia después de De Gaulle, y mira a Estados Unidos después
de la relación entre Clinton y la Lewinsky— pueden haber riesgos de implosión.
Fidel Castro en mi opinión, tiene una sola sustentación, su nacionalismo: ese es
un escudo nacional, un escudo que usa el pueblo ante lo que va a venir. Eso lo
sustenta a él hoy.
VA: Entonces, ¿Fidel Castro, él como tal, no ha dejado una herencia de
continuación?, ¿si él desaparece desaparece todo?
Ceresole: Ninguna herencia. Allí no hay nada, Raúl y los demás no son nadie.
Igual que lo que pasa en Venezuela en la actualidad, aunque en otra escala, en
una escala mucho más dramática. Si en Venezuela hoy desaparece Chávez ¿quién va
a quedar? ¿Miquilena?
VA: En Venezuela hay una masa popular que efectivamente Chávez acaudilla, que
cree en él y que le ha dado un voto absolutamente de confianza que mantiene
todavía. Chávez llega al poder porque al lado de esa masa depauperada y
desesperada, también hay un derrumbe de los partidos. Acción Democrática se
equivoca de candidato, Copei se equivoca de candidato, no logran manejar sus
enormes maquinarias porque las maquinarias electorales no están motivadas y se
vienen al suelo, y terminan con una votación ficticia. Pareciera sin embargo que
hoy en día, a un año y medio de las elecciones de 1998, que aunque Chávez sigue
siendo el caudillo de las masas populares, no ha logrado penetrar ni entusiasmar
a las clases medias de intelectuales, académicos ni a la dirigencia social. Al
mismo tiempo se observa una especie de poder regional donde hay gobernadores y
alcaldes adecos, que no quieren una dirigencia desde Caracas, es como un nuevo
adequismo, para llamarlo de alguna manera, ¿usted no cree que puede llegar un
momento en que haya rebeldes en todas partes y que Chávez tenga que gobernar con
esa gente?
Ceresole: Ya veremos, yo he escrito sobre esto, he escrito artículos muy duros
sobre esta situación. Yo creo que es un grave error que se conecte con la
mentalidad miquileniana por así decirlo, con la mentalidad del viejo comunismo
partidario, del aparato comunista, y eso es un grave error que se va a pagar muy
caro, no sé cuándo. Algún día. Yo soy partidario de una desconcentración
regional, pero sólo a nivel administrativo. A mi criterio, se puede
desconcentrar el poder regional y se debe lograr que la gestión de la región, de
la provincia, de los estados sea autónoma, aunque no bajo el concepto de la
autonomía conceptual, porque el poder si se divide se rompe y se hunde. Como un
elemento físico, si se gasifica el poder se diluye y deja de ser un poder, por
lo tanto deja de haber quién dirija y por lo tanto se produce la crisis. Esa es
mi posición. Yo estoy pensando que ese período existe en Venezuela, que existe
ese nuevo adequismo en los estados, de que hay muchos elementos que no han sido
procesados, y en parte no han sido absorbidos porque no hay una ideología. Ojo,
esta es la otra cara. Los elaboradores naturales de ideología, los intelectuales
orgánicos, tampoco han hecho nada al respecto, se han dedicado a despellejar a
Chávez. Han despreciado, han destruido, han anulado, o sea, que aquí hay dos
culpas, no solamente una, es un juego de doble vía.
VA: Con respecto a eso, en una parte de su libro afirma que es necesario
oponerse con energía a cualquier intento de democratizar el poder.
Ceresole: Entre comillas.
VA: Sí, entre comillas. Esa democratización del poder, ¿en qué consistiría?, ¿en
una definición?
Ceresole: El poder dividido. El extremos sería, dividirlo en el número de
habitantes del país. Chávez tenía, yo recuerdo, una mentalidad demasiado
democrática, era postdemocrático en el sentido de que era un roussoniano, eso
era en el 94, y era un roussoniano extremo porque quería democratizar todo. Y yo
le dije: tú sigues así y te vas a quedar sin nada, pero no sólo tú, sino todos
se van a quedar sin nada, porque si se reparte tanto el pastel no le va a
corresponder a ninguno ni una molécula de ese pastel.
VA: En un esquema en el que se controla la dispersión del poder, porque quizás
la palabra democratización del poder puede tener una connotación distinta que
dispersión del poder, ¿cómo se garantizan en un modelo de este tipo las
libertades humanas fundamentales?
Ceresole: ¿Qué tiene que ver eso con un modelo político?. ¿Quién dijo que la
democracia garantiza la libertad humana? Estamos viendo situaciones. Por
ejemplo, hace un año la democracia Europea-Americana bombardeó a un país y mató
a tres mil y picos de serbios, ¿en nombre de qué?. Los serbios se suponía que
estaban cometiendo una masacre que después no se probó, finalmente no se probó
en absoluto, contra un tercer pueblo que era musulmán, entonces, la democracia
occidental de raíz cristiana bombardea a un país cristiano para que un estado
musulmán pueda entrar, porque el negocio de la OTAN es con Turquía. Entonces,
las bombas democráticas ¿no matan?. Tal vez sean bombas que no maten. Que yo
sepa sí matan. Mire, en Venezuela, la organización Amnistía Internacional le ha
entregado a Chávez un premio, porque es el país que más respetó a los grupos
humanos durante el último año.
VA: Usted ha dicho que no puede haber oposición a Chávez, o mejor dicho que una
opción distinta a Chávez en este momento en Venezuela conduciría casi
inexorablemente a una guerra civil, ¿por qué?
Ceresole: Porque las alternativas que se están presentando son opciones
confrontativas, no tienen una visión de la cooperación política. Hay una
confrontación permanente con el poder —o con Chávez en este caso— y ello
significa que luego de la confrontación va a seguir una guerra civil. En la
vieja Ley de Clausewitz se habla sobre la ascensión a los extremos que produce
una guerra. Yo temo que en Venezuela se está dando una ascensión a los extremos
debido a ese tipo de oposición. Por eso yo salí a enfrentar la opción de Arias
Cárdenas. Me pareció que el papel de Arias estaba enmarcada bajo esa
perspectiva, que esa opción de Arias representaba la clásica ascensión a los
extremos de Clausewitz. Ahora, yo he vivido el peronismo en la Argentina, y
también he vivido el posperonismo, porque yo era muy joven cuando Perón cayó, y
quiero decirles algo a ustedes, muy importante en cuanto a su significado
histórico: el peronismo fue un movimiento de odio/amor, muy parecido al de
Chávez, aunque sólo en ese aspecto de odio/amor. El antiperonista en Argentina
odia al peronismo, lo odia profundamente, lo odia racialmente, escuchen,
racialmente, porque en general el antiperonista es un blanco rico y el peronista
es un menos blanco pobre. El Partido Comunista Argentino era antiperonista
porque era un partido blanco de inmigración y judío en un 90%. Entonces, es
terrible cuando un país entra en la dialéctica del odio «racial» como fue el
caso del peronismo, porque ello conduce inexorablemente a los extremos. Hoy en
día Argentina está en una situación crítica, con una tasa de desocupación de 21%
a 22%, cuando Argentina históricamente tenía tasas del 2 y el 3%. Argentina era
un país en que nadie se moría de hambre, hoy la gente se muere de hambre; uno de
cada diez habitantes antes era pobre, ahora uno de cada tres es pobre,
democracia de por medio y también dictadura de por medio, porque ahí viene la
convergencia entre los dos sistemas. Por eso es que la crisis no es entre
sistemas, es entre estructuras, entre estrategias.
VA: Pero en realidad, si uno ve los resultados de los gobiernos militares, han
sido bastante malos.
Ceresole: Tan malos como los democráticos.
VA: Entonces ¿por qué esta nueva generación que se fundamenta en un ejército va
a producir algo distinto? Puede que Chávez sea una persona con una visión
distinta de la realidad, pero el cuerpo del ejército no parece que sea muy
distinto de los ejércitos anteriores.
Ceresole: De acuerdo. Pero nadie, al menos que yo sepa, está pensando en un
gobierno militar. No. Nadie está pensando en un gobierno militarista, no.
Estamos pensando en formas organizativas que sean convenientes para la
efectividad de un gobierno, de un gobierno no necesariamente militar o civil o
cívico militar. Se trata de un gobierno que funcione. Los gobiernos militares
fueron tan malos y perversos, en cuanto a su acción social y también en relación
a su acción estratégica, como los civiles. ¿Por qué decir que unos son mejores
que otros?, ¿dónde hubo uno mejor que otro? En la Argentina, que es el país que
más conozco, no lo veo, al contrario, veo la mezcla, veo que habían civiles muy
democráticos que iban a las puertas de los cuarteles para que votaran al
gobierno elegido, el peronista. ¿Quién elige a Perón?: l pueblo ante una mayoría
de votos. ¿Quién lo voltea?: los militares, un grupo.
VA: En el caso de Argentina está hablando de un planteamiento socio racial entre
peronistas y antiperonismo, y de alguna manera es pertinente. En el caso chileno
por ejemplo, hay una división clara entre pinochetismo y antipinochetismo, que
incluye tanto a los que reclaman los crímenes del militar —tales como la gente
del partido socialista e independientes- y hay otros que lo apoyan y conforman
una especie de derecha. La división es tan fuerte que el presidente Lagos ganó
las elecciones por puntos.
Ceresole: Tú te has respondido a ti mismo. Yo como buen argentino no quisiera
hablar de Chile porque no quisiera meter la pata digamos, pero hay que reconocer
que Pinochet tiene la mitad de los votos.
VA: Inclusive la incrementó.
Ceresole: Y no es que a mi me guste, no, pero es así. Lagos, además de
«democrático», es jefe de la masonería chilena. Existen situaciones que hay que
investigarlas más a fondo porque esto es peligroso, en fin, es tan peligroso que
a Chile yo la veo que va hacia una situación de crisis así, rápidamente, y todo
gracias al Juez Garzón.
VA: Sabemos que usted no trata el tema económico; sin embargo, sí ha mencionado
en sus libros que lo que se llama «el progreso indefinido» generó destrucción
durante un siglo, ¿qué sustituye entonces a ese progreso indefinido?
Ceresole: Esa pregunta es fácil de hacer pero es difícil de responder. Yo confío
más bien en procesos y no en grandes teorías, en grandes conclusiones teóricas
de reemplazo. Por ejemplo Rusia. Desde hace años vengo esperando la explosión
social en Rusia. Yo conozco Rusia, he estado cantidad de veces allí y me
pregunto: ¿cómo puede ser que un pueblo aguante esto?. ¿Cómo puede ser que un
pueblo aguante esa terrible destrucción? Pues aguanta. El ser humano tiene una
tremenda capacidad de aguante que no se puede creer y ¿por qué aguanta tanto?
Porque el Partido Comunista Soviético tuvo como función esencial despolitizar al
pueblo. El Partido Comunista fue tan perverso que no sólo politizó
comunísticamente, sino que lo despolitizó, le quitó energía, le quitó fuerza. El
comunismo también era parte de la concepción del progreso indefinido … Aquí en
Europa tú vas a hablar con un funcionario, cualquier funcionario, aquí, en
París, donde sea, y todos te hablan detrás de historia, es decir, ya terminaron
la historia. En cambio el venezolano no, está haciendo la propia historia. No sé
si me explico, según la teoría vigente, ya no pasa nunca más nada en Europa. En
Europa ya pasó la historia, no va a haber ningún cambio más en Europa, estamos
en el final.
VA: Es decir, lo que decía Fukuyama se aplicaba a las sociedades maduras.
Ceresole: Sin embargo ¿Por qué bombardear Yugoslavia? Yugoslavia está aquí al
lado, de hecho el bajo vientre de Europa es vital, por eso es que la bombardean,
porque es importante, cuando quisieron hacer lo mismo en el Cáucaso, Rusia dijo
no, y liquidó a los pseudo chechenos.
VA: Sí, eso se calló.
Ceresole: Claro, porque hay misiles todavía ahí, se calló porque hay poder. Lo
que le dije siempre a Chávez: tener poder. Yo siempre le expliqué a Chávez el
poder. El poder se materializa en cosas, en objetos, en ideas, no sólo en
misiles sino también en ideas, eso es lo que hay que armar, la opción al proceso
indefinido. Es que no hay una opción todavía al iluminismo. O sea, no hay un
pensamiento postiluminista, o post racionalista, si tú quieres.
VA: Pero, en relación a lo económico, ¿qué puede sustituir a ese proceso
indefinido?
Ceresole: Mira, volver a la ciencia económica clásica. ¿Quién inventó la ciencia
económica? Adam Smith, de mercado. ¿Qué decían? ¿Para qué escribieron los
libros? ¿Qué era esto? ¿Cómo era esto? Dale de comer a la gente, provocar
desarrollo, crecimiento, bienestar. Los escritos de Adam Smith sobre los ricos
son lapidarios, mucho más duros que Marx, y los dos eran judíos.
VA: Y Ricardo también.
Ceresole: Entonces, de lo que se trata es de volver un poco a la idea básica de
decir, bueno muchacho, hay que comer primero. Esta meta es fenomenal, pero
primero hay que comer, no puede ser que en Venezuela yo iba a hacer un mercado
en Caracas y había agua mineral italiana. Los saudíes tienen ciertos derechos
porque no hay donde sembrar, pero ustedes no, eso es inmoral, eso es a lo que
hay que volver. Por eso yo insisto, el sector militar es la vanguardia
tecnológica, todo, Internet fue Vietnam, usted conoce la historia de Internet,
todos son elementos militares, entonces, yo digo, el ejército como vanguardia
tecnológica, es decir, productor de tecnología.
VA: Pero hay una deformación en Venezuela. No se está haciendo la tecnificación
del ejército que significa que el ejército capture nuevas tecnologías, nuevos
avances, modernización. Lo que se está haciendo en la actualidad con el ejército
venezolano no es una cuestión productiva, es un ejército vendedor de papas, de
pollos y que limpia quebradas. Pero entonces, ¿se justifica el plan de
desarrollo económico llevado por el presidente Hugo Chávez?. Por ejemplo, ¿el
desarrollo del eje Orinoco — Apure es el que va a impulsar el desarrollo
económico venezolano?
Ceresole: Sí en parte, en eso tuve algo que ver. Porque la idea era impulsar el
sur de Venezuela y de ahí surgió el tema Orinoco — Apure, que ya estaba
elaborado en Venezuela, había proyectos, había planes, es más, el plan de la
interconexión de las cuencas es un plan venezolano. Yo se lo dije a Chávez: es
necesario hacer una alianza fuerte con Brasil, yo conozco bien Brasil, con su
pensamiento geopolítico, e íntimamente fui amigo de todos los pensadores
políticos. Pero volviendo al otro tema, lo importante es que Venezuela coma su
propia comida y que no importe, que deje de importar no sólo agua italiana, sino
también comida simple.
VA: Arroz, caraota.
Ceresole: Es injustificable no producir comida en Venezuela.
VA: Otro punto: Chávez ha plagado el gobierno de oficiales retirados y activos
en cargos supuestamente técnicos, ¿eso es una expresión de la dirección de las
Fuerzas Armadas como elemento gerencial?
Ceresole: En líneas generales ha hecho bien, porque él llamó a hombres de
confianza o, en todo caso, a hombres a los cuales puede gobernar y no irse a
personas que él no conoce y a las que no le tiene ni un mínimo de confianza. En
las Fuerzas Armadas de Venezuela he conocido altos oficiales de coronel para
arriba que eran doctores en física, y no uno, he conocido a seis o siete,
doctores en química, egresados de universidades norteamericanas ¿Saben lo que
ellos hacían antes? Cualquier cosa, escribían cartas, eran la secretaria del
General, hacían trabajos realmente aberrantes dado su nivel. Yo creo que Chávez
hizo un esfuerzo para distribuir a esa gente mejor, no sé si lo logró o no. Pero
yo creo que esa fue la idea, usar material humano calificado, pero sobre todo
controlable.
VA: Otra cuestión, pareciera una tendencia latinoamericana, quizás intuitiva,
buscar siempre al caudillo. Por ejemplo, cuando Perón muere, queda el peronismo
flotando, aparece un Menem que de alguna forma se convirtió en un caudillo.
Ceresole: El antiperón, Menem fue el Arias Cárdenas de la Argentina. Perdón, es
peor que Arias Cárdenas, pero en fin...
VA: Pero tuvo su momento de popularidad. Pinochet sigue presente.
Ceresole: Porque está vivo.
VA: En Perú está Fujimori que, obviamente tiene un sector importante que lo
respalda. En Ecuador pareciera que están buscando un caudillo porque el
Presidente ha caído. En Colombia no hay una figura que se contraponga a Tiro
Fijo.
Ceresole: Colombia está dividida, hay tres Colombias o dos Colombias, la
Colombia oficial y la Colombia guerrillera o como tú quieras llamarla. Ahí
tienes el contra ejemplo más interesante. A Colombia la falta de caudillo,
claro, el caudillo es un elemento unificador, un elemento centralizador, si tu
descentralizas te caes, se te pierde todo.
VA: En su libro usted menciona la idea de una inteligencia estratégica ¿qué es?,
¿cómo funciona?, ¿qué ejecuta una inteligencia estratégica?
Ceresole: Mira, la inteligencia estratégica es muy simple, es ver cómo funciona
el mundo. Pero no como te dicen a ti que funciona, sino cómo funciona. Es decir,
el mundo como es, cuáles son los mecanismos que hace que el mundo funcione como
funciona, y no de otra manera. Análisis basado también en teorías, como la
teoría geopolitica que es muy importante, por ejemplo, las grandes
confrontaciones históricas entre masas terrestres y masas marítimas. Estados
Unidos es una potencia marítima, como lo fue Inglaterra, Rusia y Alemania son
potencias terrestres, nunca fueron marítimas. China siempre fue terrestre por
supuesto, nunca marítima. Entonces, hay procesos que responden a ciertas
constantes, y otros que no, otros son coyunturales. Diferenciar lo que son
procesos constantes, de los que son coyunturales, esto es muy importante. La
Inteligencia estratégica sirve para ver dónde nos podemos meter, por qué
agujerito de las coyunturas y las crisis puedo meter a un país pequeño como
Venezuela, para que exista, para lograr oxigenación, para que podamos vivir, no
para tener hegemonía, porque sería delirante pensar que nosotros podemos tener
hegemonías en algún momento. No es eso, sí sobrevivir. La inteligencia
estratégica es análisis serio del entorno internacional y la búsqueda de
alianzas posibles. Yo digo, hay que hablar con Fujimori, ¿por qué? No digo que
haya que casarse con Fujimori, ni jurar amor eterno a Fujimori, no, aliarse con
Fujimori, como se alió Alemania y Rusia en 1940, entonces, bien, esos tipos de
alianza jalonan la historia, no es la única ni va a ser la última. Entonces,
análisis de la realidad, ver los agujeros que abre la historia, el proceso
histórico y buscar alianzas rápidas y coyunturales, y cambiantes. Si hay que
cambiar mañana cambiamos, mañana, no hoy, hoy Fujimori, mañana no sé, veremos,
hoy los coroneles de Ecuador, mañana no sé. Hoy los sindicados de Argentina,
mañana tal vez no.
VA: Para concluir, en Venezuela han surgido varios «Ceresólogos» entre otros
Aníbal Romero quien se ha desempeñado como profesor de la Escuela Superior de
Guerra y ha enfrentado mucho las tesis que él afirma que son las tuyas. ¿Qué
opina sobre sus planteamientos?
Ceresole: Bueno, hay un profundo rencor, de alguna manera —sin quererlo— asumí
un rol en Venezuela. Por motivos que yo desconozco, Romero debió haber asumido
un rol político más activo que no asumió.
VA: Otro tema: han habido muchas manifestaciones y protestas de indios. Hay un
cierto indigenismo peruano soterrado, no revelado porque son muy sometidos. Hay
un indigenismo organizado en Ecuador. Hay un cierto indigenismo en Chiapas,
México. Hubo una reacción llamativa en Venezuela cuando Chávez en la
Constituyente le dio oportunidad y se formó todo un lío porque prácticamente los
convirtieron en pueblo ¿Tú no crees que podría haber ahí un germen, de alguna
especie, de indigenismo fundamentalista?
Ceresole: Claro por supuesto que sí, y además organizado tradicionalmente por el
Consejo Mundial de Iglesias, organización con sede en Amsterdam que ha
descubierto en el indigenismo una fuente fantástica de poder. Yo soy
completamente contrario al indigenismo como ideología porque es una manipulación
de factores de poder perfectamente identificados, con los cuales yo estoy en
total desarmonía. Entonces deseo que la vertiente indígena de las futuras
revoluciones no sea indigenista, que sea simplemente indígena.
VA: Usted ha dicho que tiene «treinta, cuarenta años esperando». ¿Qué significa
esperar a Godot o esperar a Chávez?
Ceresole: Cuando conocí a Chávez, con quien estuve en Buenos Aires, porque él
estuvo en Buenos Aires con Dávila y con Quijada, yo sentí como una revelación,
es decir, vi a un personaje que en una forma yo había imaginado. Eso lo
tergiversaron en una entrevista en Venezuela en El Nacional y dijeron que yo
había creado a Chávez. ¿Se acuerdan? No es así. No es que yo lo haya creado. Yo
había imaginado a alguien. Yo había imaginado esta posibilidad. Yo venía de una
experiencia negativa con algunos militares en la Argentina, y cuando vi a Chávez
fue como un soplo de aire fresco, francamente. Enseguida vi también su veta
izquierdista, eso no me gustó y de allí surge la lucha fraternal de Chávez y
Ceresole.
VA: Cerramos con esta pregunta ¿Ceresole ve la realidad latinoamericana y el
mundo árabe como actor o como espectador?
Ceresole: Cada vez más como actor. Y lo que ha pasado ahora en el Líbano, es, en
mi opinión, un hecho histórico capital, que es el Sur liberado, desalojado,
porque eso va a determinar un cambio cualitativo en la situación en el Oriente
Medio y a partir de ahí veremos muchos cambios en el entorno.
Así concluyó la entrevista con Norberto Ceresole, sin mordiscos ni gruñidos. A
las diez de una noche madrileña muy calurosa y en el ambiente más apacible, del
pequeño salón del Hotel Orfila se fue Norberto Ceresole con su maletín grueso
cargado de libros y con su esposa europea, alta y callada, tímida, a su pequeña
casa en la sierra madrileña.
Jesús Valente
Jueves, 2 de noviembre de 2000
Norberto Ceresole: «El gran ganador con la visita de Fidel Castro a Venezuela
fue Chávez». Norberto Ceresole: No hubo planteamientos nuevos por parte del
mandatario cubano, Fidel Castro durante su visita a Venezuela. Sus
planteamientos son sólo «chatarra ideológica» que no sirve hoy día para nada. Al
hacer un balance del reciente encuentro se tiene que concluir que el gran
ganador fue el presidente venezolano: Hugo Chávez, quien exhibe un nuevo
pensamiento latinoamericano. Estas son las reflexiones que hizo Norberto
Ceresole en conversación telefónica desde España con el Editor de Venezuela
Analítica, Emilio Figueredo, la coordinadora general de nuestra publicación,
Julia Márquez, Ysrrael Camero, jefe de la sección Iberoamérica On-Line, Roberto
Hernández Montoya, director de La BitBlioteca, y con quien esto suscribe. En la
entrevista tocó además el tema peruano y formuló algunas advertencias sobre el
Plan Colombia.
—Con motivo de la visita de Fidel Castro a Caracas se ha levantado mucho revuelo
sobre la viabilidad de un Polo Latinoamericano en el cual Hugo Chávez y el
mandatario cubano estarían aliados. ¿Es factible este polo de poder?
—Yo he sido el teórico de esa idea, he escrito un libro sobre ese tema. Lo que
dice Fidel ahora no es más que vulgarizar lo que yo elaboré a escala teórica.
Por supuesto que ese polo de poder hay que crearlo, tal vez no en los términos
ideológicos en que lo plantea Fidel Castro. Pero antes de hablar del polo de
poder yo quiero decir que me encuentro sorprendido con la visita de Fidel,
porque en lugar de llegar a Venezuela un león con hambre de carne, llegó un
gatito mimoso al cual se le dio un vasito de leche, bueno, de petróleo. El
hombre está exterminado.
—Durante la visita del mandatario cubano, más que en el acuerdo petrolero, el
hecho noticioso se centró en las advertencias que Castro le hizo al presidente
Chávez acerca de su seguridad personal. ¿Qué de cierto puede tener todo esto?
¿Estamos en presencia tan sólo de un globo de ensayo?
—Lo que hizo Fidel en Venezuela fue ceresolismo puro, porque lo que hizo fue
ratificar en términos de vulgata el principio caudillista de legitimidad. Lo que
hizo Fidel a cada minuto fue decir, en términos explícitos e implícitos, que sin
Chávez no hay nada. Eso lo repitió hasta el cansancio. Esto es lo que teme la
nueva clase política, la nomenclatura del Movimiento V República: temen que el
principio caudillista de legitimidad se erija como lo que ya es hace mucho
tiempo, el tema central de Venezuela. Aquí no hay otro principio de legitimidad
que el caudillista. Todo ese cuento de la democracia participativa es sólo eso:
un cuento que no se lo creen ni los niños de Venezuela.
—¿Significa esto que el MVR como movimiento político tiende a debilitarse frente
a la realización de lo que es la tesis que usted ha sostenido varias veces:
caudillo-ejército-pueblo, donde el partido político pasará a ser simplemente un
elemento decorativo?
—Ya lo es. El partido político es incapaz de conformar un frente sindical, de
enfrentar la crisis social de Venezuela, no sirve para nada, es absolutamente
decorativo. Y en la medida que pasen los días, es decir cuando ya no haya más
elecciones, va a servir menos. Es decir que la importancia del partido político
es inversamente proporcional al tiempo.
—¿Y dónde queda el papel jugado por el MAS cuando ha hecho retroceder al
gobierno en sus planteamientos acerca del Fides, por ejemplo?
—Eso son detalles. El Movimiento al Socialismo tampoco existe. Pero volvamos al
tema de Fidel: él lo que hizo fue ratificar el principio caudillista de
legitimidad política. Entonces el gran derrotado de la visita de Fidel es la
nomenclatura de la nueva clase socialdemócrata que vive a costa del principio
caudillista.
—Se está hablando mucho de Norberto Ceresole en la prensa venezolana. Desde hace
algún tiempo está anunciada su visita sin que se haya materializado. Hace tiempo
que no se le escucha. ¿Por qué Ceresole no viene al país?
—Porque no pude. Clarísimos mensajes me decían que si yo llegaba a Venezuela,
como iba a llegar hace un par de meses, iba a ser o detenido o muerto.
—¿Por parte de quién?
—De la Disip. Del jefe actual de la Disip, que pertenece a esta nomenclatura, a
esta «neomafia» que quiere desplazar el principio caudillista de legitimidad. Yo
soy para ellos, para este grupo, un elemento letal.
—¿Cómo se interpretan o dónde deben ubicarse los cambios que está realizando el
presidente Chávez tanto en organismos gubernamentales como en empresas del
Estado colocando en los puestos claves a militares?
—Son positivos pero no suficientes. Hubo en Venezuela una cumbre de la OPEP en
la cual la seguridad estaba a cargo de la Disip, por lo menos de unos anillos de
seguridad, los últimos, y sin embargo, una señora que llegó de Londres se pudo
acercar al ministro iraní de energía y le tiró un huevo y le dio un golpe, pero
pudo tirarle una granada de alto poder explosivo. Todo esto demuestra que la
Disip sigue en manos del Mossad israelí. Ahora bien, hay un conflicto entre
Israel y Venezuela, esto es público. Ese conflicto lo tiene que gestionar un
señor que se llama José Vicente Rangel quien dijo que yo era nazi, lo cual es
falso, por supuesto. Vean las ironías de la vida. Me alegra que Rangel tenga que
gestionar un conflicto con el Estado de Israel con una Disip en manos del Mossad,
cuando ese conflicto se va a incrementar día a día.
—¿Por qué se mantienen José Vicente Rangel y Luis Miquilena al lado del
presidente Chávez? Es decir, ¿eso es una etapa que Chávez está planificando
dentro de su proceso hacia el ceresolismo o es una desviación?
—Esa es una pregunta que deberían hacérsela a Chávez. Yo no tengo respuesta.
Ojalá la tuviera, estaría mucho más tranquilo.
—Es que en algunas áreas se sigue sintiendo el peso de alguno de los dos
personajes, por ejemplo, en las revisiones electorales de algunas gobernaciones,
si bien hay casos en que están dirigidas a Acción Democrática, en otros
parecieran destinadas a candidatos del propio oficialismo.
—Yo no conozco bien esos temas. Son juegos de intereses internos. Pero yo nunca
dije que un partido político sea innecesario, nunca lo dije. Un partido siempre
es necesario para administrar los procesos políticos, pero sólo para
administrarlos, no para dirigirlos. No hay nadie dentro del MVR con capacidad de
dirigir nada, ni siquiera de su vida personal. El señor Rangel no puede dirigir
ni a su mujer.
—Yendo al contexto suramericano: hay nuevos militares en la región, como el caso
de Venezuela, Perú, Ecuador. A la vez hay unos nuevos movimientos sociales y una
revitalización de ciertos sectores de la izquierda, como el Partido de los
Trabajadores en Brasil, los indigenistas en México y Ecuador. ¿Cuál es su
percepción de estas nuevas tendencias?
—Yo tengo una natural desconfianza por el indigenismo, me causa una cierta
inquietud. Yo veo al Comandante Marcos en México y me parece horroroso este
personaje. Yo veo que hay indigenistas en Venezuela que le están tirando torres
de alta tensión a Chávez. Creo que el indigenismo es un tema que está muy
manipulado desde Europa y los Estados Unidos. Le tengo una cierta desconfianza,
no porque todos sean títeres, sino porque muchos dirigentes sí lo son. Ahora, en
cuanto a las tendencias, vean que en la Alcaldía de Santiago de Chile acaba de
ganar la derecha. El tema derecha-izquierda está totalmente superado. Aquí lo
que estamos viendo es una revitalización de las Fuerzas Armadas como elemento
político en muchos países, que fue lo que yo señalé en Venezuela hace algunos
años y fue lo que a mí me atrajo de Chávez en su momento, en el 94, cuando lo
conocí. Esa tendencia de un incremento de la participación de las Fuerzas
Armadas en todos los escenarios me parece que sigue vigente, sin dejarse engañar
por sucesos ficticios como el de Perú, que son «ensayos de inteligencia».
—¿Cómo interpreta esa coincidencia de Fidel con el ceresolismo?
—Bueno yo esperaba todo lo contrario, estaba preocupado pensando que Fidel iba a
entrar como una tromba, como un león, y entró como un gatito.
—¿Por qué Fidel actuó así?
—Porque está sentado en chatarra ideológica, en el marxismo-leninismo. ¿Qué es
todo esto hoy? No hay futuro allí.
—Dice que no hay derecha ni izquierda, al igual que Fidel Castro. ¿Hacia dónde
nos dirigimos entonces?
—Vamos a la necesidad de decisiones reales y no ideológicas. ¿Qué es la
izquierda en Europa? Sencillamente es una mierda, es tan mierda como la derecha.
Están todas mezcladas de tal manera que no se logra diferenciar unos de otros.
En América es peor porque hay más debilidad ideológica.
—Cambiando el tema, hablemos del Plan Colombia y su impacto en el equilibrio geo-político
en la región y en particular los efectos que puede tener sobre Ecuador y
Venezuela. Y aunque pudiera parecer que no tiene nada que ver con el asunto,
quisiera su reflexión acerca de la incursión un día antes de que llegara Fidel
Castro a Venezuela de dos guardacostas norteamericanos en aguas del Golfo de
Venezuela, inclusive, desmantelando el argumento jurídico que hemos sostenido,
de que son aguas interiores o históricas bajo el argumento de que se trataba de
aguas internacionales. ¿Qué piensa de esa acción que a los pocos días fue
seguida por una seudovisita sumamente cercana de unas corbetas colombianas?
—Sí, yo tengo entendido que hubo dos acciones navales: una en el oriente y otra
en occidente. Allí están actuando las dos hipótesis en conflicto, la oriental y
la occidental. En la medida en que la crisis se incremente esto va a ser así,
las operaciones de este tipo se van a aclimatar también. De las dos, la
occidental, la del Golfo, es de una envergadura colosal, porque ahí se está
conspirando el gran conflicto suramericano.
—¿Eso obedece a algún plan específico?
—No, no, eso obedece, por supuesto, a la necesidad que tiene alguna gente en
Estados Unidos, de no enfrentar a la guerrilla, sino de liquidarla rápidamente.
—¿Comparte, entonces, la tesis de la vietmanización de la región?
—No sé si va a ser vietmanización o no. Va a ser lo que sea en la práctica, no
le demos nombres porque eso confunde. Aquí hay una operación tremenda de
liquidación de la guerrilla. Ahora bien, la pregunta que hay que hacerse es: ¿es
la guerrilla el aliado natural de Chávez? O dicho de otra forma, ¿es Venezuela
aliado natural de los liberales colombianos? Esa es la duda que yo tengo. Si se
pudiese habría que estar fuera de este conflicto.
—Sí, además está el rol de las Fuerzas Armadas colombianas.
—Claro, lo ideal sería que haya un sector en las FF.AA. colombianas que
incorpore a un sector de la guerrilla, pero esto es un sueño de una noche de
verano.
—¿De una u otra manera, entonces, lo que hará el Plan Colombia es complejizar
más el conflicto, radicalizarlo y expandirlo?
—Claro. Ustedes como venezolanos no son en principio ni liberales ni
conservadores. Ahora, la guerrilla es una continuidad del liberalismo en
Colombia. Lo que significa que en su origen está la masonería, pero los
conservadores tampoco son aliados, por lo tanto, es un conflicto en el cual, en
teoría, no deberían participar. Ahora, ¿es eso posible?
—Tenemos Los Llanos que nos queman.
—Eso es lo terrible de esta realidad. Es terrible. Yo quisiera no ser amigo de
ninguno o de los dos, en su caso [el venezolano], porque esto es una expresión
antigua de una guerra civil muy antigua, que va a tener expresiones ideológicas
límites. Cada expresión ideológica, el liberalismo y el conservadurismo,
llegaron a su límite y ese es un conflicto en el que yo no desearía participar.
—Y tampoco, obviamente, del lado de la guerrilla...
—Esto es una situación muy dramática que está muy presente también en México a
través del seudocomandante Marcos. Todos ellos hablan en nombre del progresismo,
que es igual al progresismo de Israel con los palestinos hoy día, de sangre y
fuego.
Capítulo 2. Guerra y sociedad (ejércitos y pueblo) Argentina, 1982
El siguiente texto fue escrito entre los años 1994 y 1995, pero muchas de sus
ideas fueron parcial y anteriormente editadas en los libros: Norberto Ceresole,
Subversión, Contrasubversión y Disolución del Poder, un país entrópico en un
mundo apolar, CEAM, Buenos Aires, 1996. Norberto Ceresole, Política Nacional y
Proyecto de País, El Bloque, Buenos Aires, 1993. Y, Norberto Ceresole,
Tecnología Militar y Estrategia Nacional, ILCTRI, Buenos Aires, 1991.
«...raza que no se sienta a sí misma deshonrada por la incompetencia y la
desmoralización de su organismo guerrero es que se halla profundamente enferma e
incapaz de aferrarse al planeta».
José Ortega y Gasset
Fuimos el primer país de posguerra que frenó a un agresor. Y, si me permiten
decirlo, los argentinos tienen una gran deuda conmigo: de haber ganado Galtieri
ahora no tendrían democracia.
Declaraciones de Margaret Thatcher, 26/2/94
Los países que por incapacidad o mala organización de sus gobiernos no tienen
una organización política internacional bien definida, y por lo tanto no tienen
un objetivo político bien determinado, están en las peores condiciones para
elegir los medios y procedimientos de su acción guerrera. No conociendo con
exactitud tal orientación, los objetivos aparecerán vagos e inciertos. La
desaparición del órgano político respecto del militar, la falta de relación
entre ambos crea una situación de desconocimiento mutuo, que lleva a un
verdadero caos de aspiraciones inconexas y, como resultado de ello, a una
orientación de actividades muchas veces contradictorias».
Apuntes de Historia Militar; Juan Domingo Perón
Vista la historia contemporánea de Argentina con cierta perspectiva, las últimas
dos décadas, y desde el ángulo de la confluencia de lo militar con lo social,
quedamos deslumbrados ante un espectáculo alucinante: tal vez no exista otro
caso en la historia de las naciones modernas en el cual se haya producido un
ciclo destructivo tan coherente y sistemático. Una continuidad tan perfecta
entre dictadura y democracia que, por definición, deberían ser dos regímenes
políticos antagónicos.
Vemos a un instrumento militar no sabiendo enfrentarse con una crisis social
interna, la de los años 70. Luego lo vemos en el poder político al servicio de
una burguesía depredadora y generadora de corrupción; más tarde derrotado en una
guerra internacional y, finalmente, presenciando la destrucción de su propia
infraestructura operativa, doctrinaria, institucional, demográfica e industrial.
«Esas» fuerzas armadas fueron generadas, y a su vez generan, a «ésta» sociedad
argentina actual, pusilánime y decadente, absolutamente despojada de espíritu de
lucha o de cualquier otra trascendencia y, sobre todo, incapaz de fortalecer y
alentar a su instrumento militar. La relación entre los ejércitos y la sociedad
en la Argentina es un caso casi perfecto de entropía social.
Todo este proceso se realiza en función de una inicial adscripción del sector
militar no a la sociedad en su conjunto, sino a sus sectores dominantes o
hegemónicos. Este es un dato relevante que existe con independencia de la
naturaleza del sistema político en ese momento vigente. En líneas generales,
esto no es nada nuevo en ninguna parte del mundo. Lo absolutamente patológico en
nuestra caso específico es que la adscripción militar a esos sectores implicó
—bajo distintas formas y en diferentes momentos históricos— su transformación en
instrumento para realizar ese proyecto que, al ser de naturaleza dependiente, en
última instancia expulsa a las propias organizaciones militares hacia la
periferia del sistema.
Toda sociedad se construye alrededor de un hecho histórico básico que se llama
guerra. Su capacidad de hacer la guerra (de conseguir la victoria) mide con
absoluta exactitud su voluntad de supervivencia. Aún en la derrota puede haber
voluntad de supervivencia si el pensamiento que nutre a esa sociedad logra
extraer de esa masa caótica que es toda cultura dependiente (y que siempre
agobia al derrotado), los elementos significativos que permitan rescatar una
identidad nacional; esto es, la posibilidad de salir victoriosos en la próxima
confrontación militar.
Pero todo se pervierte cuando el cuerpo social carece de disposición para la
acción militar. Nosotros hemos llegado a ese punto porque los aparatos del
Estado, desde hace ya mucho tiempo, se convirtieron a la ideología provista por
el agente de dominación. A partir de allí, la desintegración cultural de la
sociedad se verifica como un suceso natural y casi automático.
La resolución de la ecuación guerra/sociedad implica encontrar el camino exacto
de la supervivencia. Esto es, esa ecuación se constituye en el punto de partida
inexorable para la elaboración de cualquier política posterior. Si una sociedad
no está dispuesta a pelear, de ella no puede surgir nada que perdure. Y si un
ejército derrotado se mimetiza con la cultura del enemigo/vencedor, en ese caso,
el primer acto de supervivencia a encarar por la sociedad debe ser la
transformación o el reemplazo de ese ejército.
Una lectura comprehensiva de la historia militar mundial, del desarrollo
tecnológico e industrial de los armamentos y de la evolución organizativa de las
instituciones militares, permite extraer una conclusión de validez universal: es
el instrumento militar quien modela a las sociedades supervivientes; porque son
sólo estas últimas quienes pueden generar organizaciones militares con vocación
de victoria. La relación guerra/sociedad es histórica y universalmente
determinante. De ella emergen nuevas tecnologías y nuevas formas organizativas;
nuevas filosofías y nuevas fronteras. Es una auténtica relación fundadora.
Por su parte, las organizaciones militares importantes trascienden y penetran
distintas épocas históricas. Ningún ejército significativo muere: sólo se
transforma. Las primeras hordas de marginales mal armados que origina la
revolución francesa se transforman en ejércitos revolucionarios y conquistadores
sólo en el momento en que se produce su encuadramiento con doctrinas y
organizaciones militares adecuadas. Todas las grandes revoluciones, al menos en
occidente y en el mundo eslavo, exponen el mismo paisaje militar: ruptura y
continuidad.
Los dos grandes problemas militares de Francia en el período revolucionario
fueron la creación de un ejército nacional (en oposición al antiguo ejército
multinacional estructurado a partir de una casta de oficiales con solidaridades
nobiliarias horizontales), y la formación y promoción de nuevos cuadros a partir
de la fractura de la vieja organización militar basada en esas solidaridades
monárquicas multinacionales. Se debía construir un ejército permanente, nacional
y popular en el sentido estricto de ambos conceptos, con la función de
reemplazar a un ejército profesional —también permanente— que era
internacionalmente transferible y en el que, de hecho, militaban una gran
cantidad de extranjeros, en su mayoría nobles y mercenarios.
Al poco tiempo el ejército del antiguo régimen se fue agrupando del otro lado de
la frontera, creando una enorme fuerza dispuesta a la invasión. Fue allí cuando
la nación en armas orientó sus bayonetas hacia el exterior. En ese proceso se
verifica un hecho determinante: el nacimiento y la promoción de gran cantidad de
talentos militares. «Fueron numerosos los oficiales brillantes, generales y
mariscales incluidos, que antes de la revolución eran sólo soldados rasos o
suboficiales. El talento era rápidamente descubierto y premiado generosamente...
El general Bonaparte, el ejemplo más notorio, tenía sólo veintisiete años cuando
tomó el mando del ejército de Italia en 1796; claro que él había comenzado como
oficial. Por aquellas fechas no era ni mucho menos tan conocido como el general
Lazare Hoche, que había sido sargento de la Guardia Francesa y tenía la misma
edad cuando sofocó la insurrección de la Vendée» (Geoffrey Best, Guerra y
Sociedad en la Europa Revolucionaria, 1770/1870).
Toda revolución es una militarización de la conciencia nacional y popular que se
produce a través de una compleja mezcla de romanticismo y geopolítica. Toda
revolución exige la nacionalización de los ejércitos, ya sea por la vía de la
expulsión de los oficiales de casta, extranjeros (o extranjerizantes, por
definición), ya sea por la irrupción violenta de nuevos talentos militares, o
por ambas vías a la vez. En los ejércitos contemporáneos de los países
subalternos se dan innumerables casos de solidaridades horizontales. Son esas
solidaridades horizontales transnacionales las que fracturan e inmovilizan a los
ejércitos, y los ponen al servicio de planes globales a implementar por los
grupos socialmente hegemónicos. En cierto sentido, ciertos ejércitos subalternos
contemporáneos presentan una gran similitud con los ejércitos europeos del
antiguo régimen: prevalecen las solidaridades horizontales (periferia-centro) y
son nacionales sólo formalmente. Los elementos centrales a través de los cuales
esos ejércitos se estructuran son la transnacionalización y su dependencia
respecto del bloque social hegemónico en el orden interno.
Finalmente sólo desaparecen los ejércitos in/significantes, aquellos que
pertenecen a sociedades in/trascendentes y se arrastran por la vida sobre la
condición de que se aceptan mutuamente como cosas recíprocamente necesarias.
Ambos, ejército débil y sociedad desarticulada, se identifican mutuamente como
«el otro» necesario. Ese es el comienzo de una entropía histórica que conduce
inexorablemente a la muerte. Esto es, a la (auto)negación de luchar por la
supervivencia persiguiendo y atrapando a esa belleza esquiva, a ese gran amor de
los hombres fuertes, que se llama Victoria.
Son múltiples y complejos los vínculos que unen histórica y universalmente los
términos de la ecuación guerra/sociedad. En la base hay dos factores centrales:
territorio y población. En la cúpula, y en épocas recientes: transferencias de
ciencias y de tecnologías. En relación a esto último, el Washington Post del
2/9/93 comentó el nuevo Plan Militar norteamericano diciendo, entre otras cosas:
«El Plan pone en claro que la política de defensa de la Administración Clinton
se fundamenta en una política industrial de la defensa que apunta a mantener la
habilidad de la Nación para producir tecnologías claves para la defensa. El Plan
propone construir algunos armamentos que ya no necesita, con el único objeto de
mantener operativas las líneas de producción y la infraestructura tecnológica».
En 1453 dos importantes asedios ponen fin, al menos provisoriamente, a dos
grandes conflictos que se habían prolongado durante un siglo: la guerra de los
Cien Años entre Francia e Inglaterra y la caída de Constantinopla en manos del
naciente Imperio Otomano. Al final de esos «cien años» de esfuerzo militar, el
historiador se encuentra ante sociedades vigorosas perfectamente capaces de
engendrar a ejércitos victoriosos. La demografía se había expandido impulsando
un crecimiento económico generalizado, que facilitó progresos institucionales en
todos los sistemas administrativos estatales. En definitiva, «...la sociedad se
enriqueció como nunca con una mezcla de profesiones, costumbres y formas de
pensamiento» ( J. R. Hale, Guerra y sociedad en la Europa del Renacimiento,
1450/1620).
Algunos grandes conflictos son síntomas de vitalidad que emergen y generan
épocas de largas y sostenidas expansiones demográficas, económicas y culturales.
Las derrotas militares, entendidas como formas específicas de incompetencia e
incapacidad militar, no pueden generar sino sociedades decadentes. Y las
sociedades decadentes son incapaces de levantar ejércitos: se muestran sumisas
ante la voluntad de funcionarios coloniales, y legitiman a oficiales genuflexos.
Incapacidad militar y crisis social
En la Argentina la devastación y la desolación de la posguerra ya estaban
impresas en la concepción, forma y manera con que fue conducida la guerra, y en
la política militar de preguerra.
Existe una relación profunda entre una derrota militar tanto con la
desmembración y decadencia que ha sufrido la sociedad argentina, cuanto con la
destrucción casi total de un saber hacer técnico, industrial y científico: con
la descerebración estratégica y tecnológica del país.
Pretender interpretar los sucesos que conformaron la evolución social y las
políticas económicas que asolaron a la Argentina durante las últimas décadas,
llamadas de la «democracia», sin partir de la derrota militar de 1982 en el
Atlántico Sur, significa renunciar a comprender los hechos de nuestra historia
contemporánea, al excluir significado y causalidad. En la casi totalidad de los
casos se opta por excluir la idea de que la guerra —las guerras en general, y
los instrumentos militares en particular— contribuyen en un grado muy alto a
generar, a modificar y a transformar una sociedad.
Las modificaciones y transformaciones que introdujo en la sociedad argentina la
derrota militar de 1982, y el anterior y posterior comportamiento político de
las Fuerzas, estuvieron todas orientadas a su desintegración y descerebración.
La derrota consolida y transforma en certeza lo que muchos ciudadanos habían
vivido hasta ese momento como sospecha: no existen opciones serias a la
dependencia y a la subalternización nacional, porque «las clases dirigentes
siempre claudican».
La derrota militar de 1982 ocasiona un daño inmenso a la sociedad argentina. A
partir de allí quedan impresos en los circuitos sociales una determinada actitud
política y cultural, que se caracteriza por excluir el rechazo de una «realidad»
ignominiosa e insoportable. No fue una casualidad que esa derrota fuera
elaborada por grupos perfectamente identificables de la estructura de poder que
actuaron por acción; y por grupos de fuera de la estructura de poder que lo
hicieron por inacción, pero en la misma dirección histórica, aunque desde
ubicaciones políticas aparentemente antagónicas.
En líneas generales, la ideología utilizada por estos últimos fue de naturaleza
«democrática» y occidentalista, y englobó a sectores civiles y militares, a
operadores enquistados en el gobierno y a argentinos exiliados; a perseguidores
y a perseguidos de la década anterior. En varios lugares del mundo, muchos de
estos últimos sostuvieron que las «fragatas británicas vendrían a restaurar la
democracia en la Argentina», mientras que ministros del régimen militar
autorizaban la repatriación de beneficios de empresas británicas, en pleno
conflicto bélico, con destino a Londres. Es el caso concreto del ministro de
economía de esa época de gobierno militar, el judío Roberto Alemann. La Guerra
del Atlántico Sur fue un acontecimiento de gran magnitud que cortó en dos,
horizontalmente, a la sociedad argentina. Se puede decir que a partir de 1982
ella no se dividió sino a partir de la actitud que cada argentino tomara sobre
ese conflicto.
Tanto la forma como el contenido con que la democracia retorna a la Argentina
está total y directamente determinado no sólo por la derrota, sino por la
posición derrotista (es decir, occidentalista) que la «clase política» asume
respecto del conflicto. Los democráticos y, en general, los «humanistas»
deseaban y necesitaban la derrota nacional argentina en el Atlántico Sur (AS).
Asimismo los «hombres del sistema», llevaran o no uniforme, deseaban y
necesitaban la derrota argentina en el AS. En ambos casos, para poder continuar
una relación de la cual viven social o profesionalmente. Nunca como antes en la
sociedad argentina se había visto un corte horizontal semejante. El conflicto
«ideológico» ya no estaba planteado entre civiles y militares. La democracia, al
ser el premio consuelo de un país vencido, de hecho superó esa vieja antinomia,
pero asumiendo la humillación como hecho cultural fundacional. Para unos y para
otros la democracia en la derrota era la posibilidad de seguir existiendo, en un
conflicto aparente de «extremos» y en un «teatro de operaciones» que nunca
estuvo fuera de los límites del «orden establecido».
Naturalmente, la mayor responsabilidad les cabe a aquellos que, desde dentro del
sistema de poder, contribuyeron activamente a la derrota de 1982, porque luego
fueron los que administraron (o admitieron) la indefensión —como dato normal de
la vida política, durante los sucesivos gobiernos democráticos. Existe una
continuidad absoluta entre ambas situaciones (derrota = indefensión). La derrota
fue la conditio sine qua non de la «desrregulación» de la defensa en la
Argentina. Nos indica con toda exactitud sobre la función que tuvieron la
Fuerzas (entendidas como una especial modalidad de organización social) dentro
de la sociedad argentina, de qué manera y con qué ideología éstas surgieron como
«factor de poder», y sobre el tipo de impresiones que el instrumento militar
produjo sobre la sociedad. Argentina es un caso único donde tiene lugar un
proceso social y económico destinado a la indefensión que es apoyado activamente
por una ideología militar democrática y occidentalizante.
Lo terrible de la situación, es que la «desrregulación» del aparato defensivo de
Argentina, lo que es la indefensión actual propiamente dicha de ese país, se
realizó en un estadio de su desarrollo que lo viabilizaba para un salto hacia un
status de «potencia regional». No sólo fue necesaria la derrota de 1982 (para
impedir esa transición hacia la potenciación nacional/regional); resultó
imprescindible coronarla con el desmantelamiento de todo el sistema industrial y
científico/técnico que giraba en torno a la defensa nacional.
Ese desmantelamiento y esa destrucción sólo fueron posibles porque, al igual que
en 1982, y con una vocación de derrota ya impresa en la psicología colectiva
(social), el instrumento militar acepta y adopta la ideología de su enemigo
vencedor. Es cierto que los grupos con capacidad decisional dentro de la
dirigencia militar no estaban en condiciones políticas para oponerse al proyecto
hegemónico, que implicaba la destrucción de un sistema científico, tecnológico e
industrial que era posible transformar para convertirlo en una gran fuerza de
potenciación nacional. Sin embargo, algunos grupos militares visceralmente
ligados al régimen, utilizaron argumentos economicistas (condenados por la
doctrina nacional/militar hasta ese momento vigente) y falsos análisis
estratégicos, integralmente elaborados por los grupos dirigentes civiles, cuyo
negocio económico depende de la adaptación del país al «mercado mundial».
Un documento clasificado «secreto» emitido por la Dirección General de
Fabricaciones Militares (DGFM) el 31 de mayo de 1990, sostiene que «el actual
escenario internacional muestra un cambio sustantivo en materia de relaciones
entre los Estados, caracterizado por constituir un rápido y fluido pasaje entre
en período de confrontación hacia un período de cooperación». Si la
confrontación había sido reemplazada por la cooperación se justificaba
plenamente «una rápida y adecuada transformación de la estructura empresaria (de
la DGFM y de todo el Sistema de Producción para la Defensa) conforme a las
pautas fijadas por el gobierno nacional, para adecuarse a la evolución económica
del país...»
Los redactores de este documento, sin embargo, no desconocían las verdaderas
intenciones de la «privatización»: «El llamado Plan de Privatizaciones de las
empresas de Defensa, no parece contemplar la participación de la DGFM en los
casos que le incumben, ni asegurar el reciclaje de las inversiones a los nuevos
campos de interés de la Fuerza, con lo cual se llegaría a enfrentar el riesgo de
desequilibrar el balance económico/financiero del sistema productivo y de
provocar una descapitalización que transformaría a la DGFM en una empresa
subsidiada, tal vez con escasa o ninguna capacidad de modernización, que
paulatinamente irá cancelando su aptitud de servir a un Ejército moderno, el
cual se tornará entonces dependiente, por obsolescencia tecnológica o quiebra de
su fuente de aprovisionamiento, conclusión que en la práctica significa
contradecir objetivos nacionales permanentes».
No hubo, por supuesto, ni declinación paulatina ni empresas subsidiadas. Se
había optado por una versión optimista acerca del futuro, con el objeto de
adaptarse, una vez más en la historia, lo más fielmente posible, a los objetivos
del bloque social hegemónico, que expresa con absoluta claridad (y con weberiana
legitimidad, además) el segundo gobierno democrático (Menem).
La destrucción de la indefensión se realiza a través de un mecanismo de
reabsorción ideológica por el cual una parte del cuadro de oficiales la apoya (a
esa destrucción que produce la indefensión) a partir de lograr una equivalencia
entre la jerarquía militar y la jerarquía social civil. A partir de esta
equivalencia, que no es necesariamente económica (en todo caso, no
exclusivamente económica), sectores importantes de la milicia se constituyen en
aliados naturales de su antiguo enemigo/vencedor. A través de ese mecanismo las
fuerzas se desnacionalizan, se feudalizan, se desindustrializan, se descerebran
y pasan a colaborar activamente en proyectos internacionales del tipo «cascos
azules» u otros aún peores.
La equivalencia entre la jerarquía militar y la jerarquía social fue siempre un
elemento vital para asegurar el orden y el mantenimiento del status quo. En
otros tiempos y en otros espacios esa equivalencia se lograba a través de la
compra de los ascensos en la milicia: los ascensos dependían estrictamente del
nivel de ingresos y de la ubicación social de los oficiales. La compra de los
ascensos aseguraba el mantenimiento de una equivalencia efectiva entre ambas
jerarquías (Geoffrey Best, Guerra y Sociedad en la Europa Revolucionaria,
1770/1870).
En definitiva la liquidación de una potente industria militar nacional, apoyada
en un complejo científico y tecnológico con grandes posibilidades de desarrollo
constituye un aspecto esencial en esa dinámica destructora llamada indefensión
(realizada bajo la cobertura occidental y democrática y como condición para
lograr nuestra inserción en un «nuevo orden» que ya se cae a pedazos).
Esas industrias y esa tecnoestructura necesitaban, obviamente, ser transformadas
y potenciadas y, sobre todo, dotadas de un aparato de comercialización para
competir en el mercado mundial. Era el camino opuesto al del alineamiento
automático. Representaba asumir la «desconfianza de occidente», es decir un
conflicto digno y resoluble por la sociedad argentina. El alineamiento
automático, en cambio, nos instaló en un conflicto indigno y, tal vez,
irresoluble.
Pero en la Argentina se impuso una forma de democracia fundamentada en una gran
derrota nacional que corona un desencuentro profundo entre la milicia y la
sociedad. Esa derrota no estuvo representada tanto por la fortaleza del enemigo
cuanto por la traición en el «frente interno». Se originó en un «combate de
retaguardia» que tiene profundas raíces en el seno de una Argentina gobernada
por una oligarquía vocacionalmente dependiente. Y en una estructura de poder que
respondió y responde a intereses sectoriales de esa clase productora de formas
de legitimización que finalmente abarcó al peronismo, ese antiguo «hecho
maldito» de la Argentina moderna, y luego última opción de gobernabilidad,
gracias a la traición del menemismo.
Luego de optar por la derrota se continúa con la destrucción que conlleva la
indefensión. Entre ambos momentos históricos existe una continuidad absoluta de
hombres, grupos e ideologías. Y sólo un cambio formal de sistemas políticos.
Desgraciadamente para nuestra Patria, fueron muchos los uniformados que
sostuvieron y sostienen que la guerra del Atlántico Sur (AS) estaba «perdida de
antemano», que fue un «gesto inútil», un «error innecesario». Esa ideología,
basada en un pesimismo histórico antinacional, fue la que luego convalidó, y en
cierto sentido legitimó, la vigencia destructora de la indefensión que hoy
amenaza con convertirnos en algo peor que una colonia: en un montón desordenado
de esclavos insatisfechos.
Lineamientos estratégicos y conducción táctica (1982)
El conflicto de Malvinas constituye el hecho fundacional de la Argentina
contemporánea: a partir de él, nos insertamos en la vida internacional como país
vencido. Y sólo a partir de él son posibles fenómenos como el menemismo, la
máxima traición al peronismo, que lleva la filosofía de la despotenciación
nacional a límites patológicos.
Desde esa óptica, dos son los temas principales en función de los cuales se
puede estructurar la totalidad de la reflexión histórica. El primero de ellos
está referido a la naturaleza de las relaciones argentino/norteamericanas (y,
lógicamente, a la naturaleza de las relaciones británico/norteamericanas). El
segundo gran tema es definir las características militares del conflicto y
responder al siguiente interrogante: ¿Era una guerra necesariamente perdida para
Argentina?
Malvinas y la naturaleza de las relaciones argentino/norteamericanas
Existió una versión por la cual el ex presidente Reagan trató de frenar las
intenciones británicas de acción militar en 1982. Pero eso no fue más que una
acción psicológica alejada de la verdad. El apoyo militar norteamericano a la
fuerza de tareas británica fue integral y decisivo. Que es lo que corresponde
entre aliados naturales. Nosotros nos hemos referido a este apoyo en diferentes
trabajos anteriores: sin él la expedición hubiese sido imposible.
Esta situación debemos verla en
forma conjunta con la historia de las relaciones argentino/norteamericanas, que
fue siempre una relación conflictiva, especialmente en los momentos de máximo
esplendor argentino (1946-1955). En esos momentos nuestro país fue
sistemáticamente excluido de los más importantes programas de «ayuda» regional,
y fue allí cuando se intentó eliminar todo núcleo de desarrollo industrial
autónomo, calificándolo de «nazi-fascista».
La estructura de las relaciones internacionales en 1982, fuertemente bipolar, y
con un movimiento muy fuerte de estados independientes, le hubiese brindado a la
Argentina amplias posibilidades para consolidar apoyaturas políticas y militares
con capacidad para revertir la alianza anglonorteamericana. Pero la dirigencia
militar de entonces no disponía ni de los conocimientos ni de la voluntad para
explorar esa alternativa. Luego de transitar durante décadas por diversas formas
de dependencia doctrinaria, no disponía de la concepción estratégica adecuada
para hacerle frente al enemigo inglés.
La primera explicación de la derrota pretendió fundamentarse en «motivos
tecnológicos»: ella resultó absolutamente insostenible, desde el momento en que
no existió auténtica disparidad tecnológica entre las fuerzas atacantes y las
fuerzas defensoras. Lo que sí existió, en estas últimas, fue una incapacidad
estratégica que sumió al conjunto del sistema defensivo en la parálisis y la
inacción. A ello se le debe sumar el feudalismo institucional que existió entre
cada fuerza y, aún, dentro de cada una de las fuerzas. La derrota militar
argentina en el Atlántico Sur no fue la consecuencia inexorable de un sistema de
fuerzas, por definición, «invencible». Para Argentina, la del Atlántico Sur
hubiese sido una guerra ganable si la conducción de sus fuerzas hubiese
instrumentado la doctrina adecuada y la voluntad política correspondiente. Las
condiciones internacionales de la época posibilitaban esa alternativa.
En definitiva, la derrota argentina fue una decisión adoptada para evitar que en
el Cono Sur emerja una potencia militar con capacidad autonómica. Se optó por
una Argentina derrotada en función de la continuidad de los buenos negocios de
las clases dirigentes. La cúpula militar de la época fue, en ese sentido,
instrumento y cómplice.
La incapacidad estratégica del mando se manifestó en el plano táctico, bajo la
forma de incompetencia operativa. La conducción política estratégica estaba
basada en expectativas subjetivas conducentes a una negociación final: «Si bien
una reacción inglesa nos parecía posible, no creíamos que Gran Bretaña se
movilizaría por las Malvinas. Quiero decir, no nos parecía un hecho probable.
Personalmente juzgaba escasamente posible una respuesta inglesa, absolutamente
improbable: imagínese esta reacción tan desmesurada, desproporcionada. No lo
esperaba nadie...» (Del reportaje de Oriana Falacci al general Galtieri).
La pequeña política había absorbido toda la energía de los mandos militares,
mientras la anarquía organizativa se incrementaba paralelamente y en proporción
directa a la crisis general del país que se originó por la misma presencia de
esos mandos en el Estado. En el drama que termina con la derrota argentina en el
Atlántico sur, hay una trama conspirativa que está plagada de contradicciones y
malos entendidos, pero que es necesario desentrañar para comprender con mayor
exactitud las limitaciones morales e intelectuales de ciertos oficiales que una
vez se autoconsideraron salvadores de la patria, y que fueron los verdaderos
responsables de la vigencia posterior de una «democracia» devastadora. El
argumento comienza hacia el mes de agosto de 1981, con el viaje del general
Galtieri, Comandante en jefe del Ejército, a los EEUU.
El Primer Viaje incluyó una reunión con el jefe del Estado Mayor del Ejército de
los EEUU, general Edward Meyer en Virginia, en el Pentágono. El general Meyer
condecoró al general Galtieri con la Legión al Mérito, en el grado de
comandante. Luego, en Seattle, el general Galtieri pronunció un discurso donde
entre otras cosas dijo: «Mi país, por su vital importancia en América Latina
fue, es y será un blanco permanente. Pero Argentina, su ejército, el ejército
que tengo el honor de comandar, luchó y ganó una guerra contra el terrorismo
internacional. Fue una victoria amarga y costosa y no siempre comprendida en el
exterior». Dirigiéndose a sus anfitriones subrayó: «La amenaza que ustedes
enfrentaron una vez, en la IIGM., ha cambiado dramáticamente desde ese entonces,
es global, creando violencia alrededor del mundo con el único propósito de ganar
el poder para el marxismo». En su reunión con el general Meyer se decidió la
destitución del entonces presidente argentino general Viola. Ello fue el primer
escalón de la aventura malvínica.
Hubo un rápido acuerdo para destituir al general Viola. Como telón de fondo
estaba la Unión Soviética y la política que este último general pensaba
desarrollar con ella (recuerdo al lector que yo en aquellos momentos era un
consultor importante de la Academia de Ciencias de la URSS, especializado en
temas militares de América Latina. Esa posición yo la había adquirido a partir
de la firma de los acuerdos militares soviético-peruanos, en la época del
general Velazco Alvarado. Existen muchos documentos que coinciden en afirmar que
yo disponía, en ese tiempo, de una importante influencia dentro de la política
militar soviética para la América Latina. NC). La política cerealera argentina,
para los norteamericanos, representaba una maniobra soviética de provocación.
Tal posición era absolutamente coincidente con la de determinados grupos
hegemónicos en el interior del país. El diario conservador La Prensa, de Buenos
Aires, dio la voz de alarma con prolongada anterioridad, cuando un coronel del
ejercito soviético fue condecorado por el general Viola, entonces jefe del
Estado Mayor del Ejército.
Lo que atacaba La Prensa era la pretensión del gobierno de Viola de acelerar los
acuerdos de cooperación económica con la URSS, especialmente los grandes
proyectos hidroeléctricos del noreste argentino, que no sólo generarían enormes
cantidades de energía sino que además pondrían en producción millones de
hectáreas de tierras, con rendimientos similares a los de la «pampa húmeda». Las
turbinas y otros equipos técnicos para el «Paraná Medio» serían suministrados
por la URSS. En esa zona del país se hubiese originado una estructura agraria
competitiva respecto de la oligarquía terrateniente de la pampa húmeda; por el
momento monopólica, proveedora de granos a la URSS.
La coincidencia anticomunista con el Pentágono era total. Uno de los primeros
actos del general Galtieri al destituir al general Viola y asumir personalmente
la presidencia fue postergar todos esos proyectos de desarrollo. Ni a los EEUU
ni a la oligarquía le interesaba que aquellos planes pudieran concretarse. A los
primeros porque hubiera supuesto un avance de la presencia soviética en
Argentina (la URSS había ofrecido tecnología, técnicos, capitales, créditos,
etc.); a la segunda porque la concreción de esas obras hubiera significado a
mediano plazo, una virtual «reforma agraria» (aunque no en el sentido de la
propiedad sino de la productividad de las tierras), derrumbando con ello
—democratizando, por decirlo así— el enorme poder interno que implica controlar
monopólicamente el único sector de la economía argentina que participaba de la
renta internacional, y por tanto el generador casi exclusivo de todas las
divisas que produce el país. De los 10 mil millones de dólares -promedio- que
Argentina exportaba anualmente, en 1982, 8.500 lo producían las exportaciones
agropecuarias. Basta revisar por un momento la estrecha relación existente entre
las exportaciones, la deuda externa y el crédito internacional para concluir que
la economía argentina dependía casi exclusivamente de su producción
agropecuaria.
Ante el intento de Viola de negociar con la URSSS, la contrajugada de la
oligarquía no sólo fue audaz; también fue cuidadosa y brillantemente concebida,
más allá de alguna desprolijidad militar en su ejecución. No obstante la idea es
simple: atraer la atención hacia el tercio inferior del territorio,
aproximadamente toda la Patagonia (es decir, el Atlántico Sur), vasto desierto
que en ningún caso podrá competir en productividad con la pampa húmeda.
Bienvenido el petróleo, los peces, los minerales. Bienvenida cualquier riqueza
futura que no ponga en peligro el santuario oligárquico. Esta situación se
articula con una situación interior explosiva. Era absolutamente vital para las
fuerzas armadas encontrar un nuevo espacio político que les posibilitara una
maniobra de recomposición de sus fuerzas, ya fuertemente desgastadas, hasta
llegar a una especie de gobierno cívico militar que se hiciera cargo del poder
político.
Comienza a tomar forma el proyecto de recuperar militarmente las Malvinas, ello
generaría el consenso popular suficiente para ejecutar la maniobra. El único y
gran obstáculo a salvar estaba representado por el gobierno británico. Se espera
superar el escollo con el apoyo de Washington. Pero no sólo existe una historia
militar británica que no es ni indolente ni incompetente. Existía además una
específica necesidad política de un concreto gobierno conservador de prestigiar
su desastrosa política interior con un hecho resonante a nivel internacional.
La maniobra diplomática para ejecutar la operación militar la inicia el propio
Galtieri, una vez más, en Washington, aprovechando la celebración de la XIV
Conferencia de Ejércitos americanos. Galtieri es recibido por el presidente
Reagan, por Alexander Haig, por Gaspar Weinberger, por George Bush y por Vernon
Walters, entre otros. El argumento esgrimido por Galtieri fue relativamente
simple, muy a gusto de la mentalidad norteamericana: la crisis interna de
Argentina es de tal magnitud que no puede descartarse una insurrección popular.
Hay que hacer algo y rápido. Y allí muy cerca de la costa argentina estaban las
Islas Malvinas. Su recuperación militar generaría tal consenso que una maniobra
política era absolutamente posible. El grupo californiano decide finalmente
apoyar tácitamente el plan, y mantener bien controlado a Galtieri. Washington
intentaría desalentar a Londres. El operativo se decide con el apoyo explícito
de la marina argentina, que tan lamentable papel militar jugó luego.
Washington se asegura algunas contraprestaciones importantes, especialmente en
América Central. La orquestación del plan a nivel internacional estuvo a cargo
de un abogado argentino miembro destacado de varias empresas multinacionales y
ex ministro de Relaciones Exteriores: Nicanor Costa Méndez. Ese personaje
tendría un colaborador eficiente: el nuevo ministro de Economía, el judío
Roberto Alemann, que llega con un proyecto bien elaborado: producir la
privatización rápida y total de la economía argentina.
En definitiva, algunos, en Washington, reiteran su apoyo al plan. Eso es
interpretado falsa e interesadamente, por otros, en Buenos Aires como una total
luz verde. Por lo tanto no había que preocuparse por la preparación militar de
las tropas argentinas que iban a desembarcar, ni por los materiales que había
que trasladar a las islas.
Al parecer Haig y su clan tampoco esperaban la oposición que encontrarían de
inmediato en Londres; los días posteriores al 2 de abril de 1982 pensaban calmar
al gobierno conservador con importantes ventajas económicas en el AS. La
posición del gobierno conservador fue reforzada considerablemente por la
inesperada decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, condenando «la agresión
argentina». La señora Thatcher tenía lo que necesitaba: su propuesta de «hacer
grande» otra vez a Gran Bretaña.
La política de Haig se estrella contra esa barrera. Finalmente la lógica se
impone. El Atlántico Norte no es el Atlántico Sur, y además hay una historia
común que no es posible olvidar. Estados Unidos había comenzado el juego con dos
alternativas: la propuesta argentina y la docilidad británica. Cuando vio que
ésta no existía cambia rápidamente de cartas. Y se produce lo que muchos
militares argentinos de entonces denominaron «la gran traición». Con cualquiera
de los dos, EEUU jugaba a ganador.
En su primer viaje a Londres, como «mediador», el general Haig se dio
rápidamente cuenta de la situación que se había creado. Los argentinos en las
islas, confiando en las palabras de Washington, y los británicos preparando la
flota. De inmediato aconseja a Galtieri volver atrás. Pero ello era imposible,
la situación interna del país no lo permitía. Todo lo demás ya es anécdota. Ante
la «traición» consumada, un sector del mando militar decide combatir. Sobre la
base de la improvisación política y estratégica, se desarrolló una larga secuela
de incompetencias tácticas y operativas.
En primer lugar se produjo una total disfuncionalidad entre la voluntad política
de la población, que era una voluntad de victoria, y los medios puestos en juego
por las fuerzas armadas en el teatro de operaciones. Se desoyó el viejo consejo
que sostiene la necesidad de aprovechar hasta el último extremo las fuerzas del
Estado para batir al adversario (Foch). Si los inicios de una acción bélica
determinan un punto de ruptura, corresponde a la política la elección de ese
momento; hacerlo correctamente es de una importancia extraordinaria. ¿Cuál era
el objetivo político de la guerra? y ¿Cuál el objetivo militar propiamente
dicho?
El objetivo político declarado era (y sigue siendo) absolutamente lícito:
recuperar un segmento de territorio nacional en manos de una nación extranjera.
El objetivo político implícito era también, en cierta medida, lícito: crear las
condiciones de política interior que posibilitara, al ejército, delegar el
poder. El objetivo político real era: 1) Producir la invasión. 2) Generar un
rápido acuerdo con los EEUU que posibilitara frenar cualquier acción británica.
3) Acordar un reparto tripartito de las ventajas económicas y estratégicas de
las islas. 4) «Vender» el producto convenientemente retocado, en el plano de la
política interior. 5) Transferir el poder a una organización civil, borrando, de
común acuerdo, toda la historia anterior.
La acción diplomática de la dictadura militar no podía sino arrojar resultados
nulos. El arma económica no fue en absoluto utilizada, a pesar de su
disponibilidad, fundamentada en el, entonces, enorme poder «negativo» de la
deuda exterior del país. En este caso concreto, unos 5 mil millones de dólares
localizados en acreedores bancarios británicos.
La disuasión política estaba absolutamente comprometida e hipotecada a la
decisión que tomaran los EEUU. Finalmente la disuasión puramente militar debió
haber sido planificada con el objeto de neutralizar la acción a emprender por el
enemigo. Pero se partió de la hipótesis de que el enemigo no emprendería ninguna
acción, o una acción limitada. Por ello se comienza por entregar las islas
Georgias.
La derrota fue la obra de un grupo, de una facción dentro de las fuerzas
armadas. Hacía ya muchas décadas que cada arma era en sí misma una facción en
relación con las otras. Una facción que albergaba a su vez, facciones menores
que se disputaban el poder entre sí, con total prescindencia del entorno
nacional, excepto el de los núcleos sociales hegemónicos. A la manera hegeliana,
los ejércitos en Argentina tuvieron existencia «en sí» y «para sí». Con lo cual
la derrota ya estaba implícita en el propio esquema «organizativo» anterior.
«Nada puede haber más importante para la conducción acertada que el empleo de
sus diferentes partes sea hecho con la más absoluta unidad de concepción y
acción» (Perón, op. cit.).
No sólo no existió el instrumento adecuado para llevar a cabo una acción
precisa. Tampoco existió ese planeamiento ni esa definición de los objetivos a
alcanzar. No existió ni un plan de guerra, ni un plan militar ni un plan de
operaciones adecuado. La incompetencia de la conducción táctica-operativa se
manifestó básicamente en el uso que se hizo de los espacios terrestre y naval,
especialmente en la falta de movilidad sobre el espacio terrestre y en la total
subestimación que brindaba el aprovechamiento del espacio naval.
Desde un comienzo, el mando argentino se colocó en situación de inferioridad al
ceder la iniciativa al adversario. Las leyes de la guerra aconsejaban a
Argentina «batir al enemigo por partes», conforme iba llegando al campo de
batalla y sin esperar a que fuera él quien decidiera cuándo y dónde quería dar
la batalla. El espacio, en realidad, no fue utilizado en ese sentido.
Todo ejército se debe organizar y preparar para una guerra determinada mucho
antes que se produzca dicha guerra. Esa guerra determinada impone un esfuerzo
determinado a realizar en un teatro de operaciones específico. Cuando esta ley
no se cumple, la incapacidad militar puede ser señalada como el origen de la
crisis social. La especificidad que tuvieron las relaciones entre las
instituciones militares y la sociedad en la Argentina, terminaron por
transformar a ésta última en una masa de «ciudadanos pacifistas», sin ninguna
capacidad de supervivencia en el mundo actual. Esa sociedad se transforma en
algo absolutamente insolvente para sostener a un ejército de combatientes.
En sus «Memorias», Los Años de Downing Street, la señora Margaret Thatcher, le
dedica nada menos que dos capítulos a la guerra del Atlántico Sur: El VII, La
guerra de Malvinas: tras la estela de la Armada, y el VIII, Las Malvinas:
Victoria (utilizamos la traducción española del libro, Ed. El País/Aguilar, pags.
171/235).
Significado estratégico
Todos los análisis respecto del significado estratégico del conflicto, que
nosotros venimos realizando desde hace muchos años, y que hemos tratado de
reelaborar en el presente libro, están plenamente confirmados por la propia
interpretación que realiza el enemigo. Siempre dijimos que la recuperación del
Atlántico Sur que intenta Argentina en abril de 1982 era un hecho profundamente
revolucionario, ya que alteraba sustancialmente la naturaleza del orden
internacional entonces vigente y fijaba un nuevo rango para el país en el mundo.
Esa situación geoestratégica hubiese tenido una traducción sociopolítica casi
automática en el orden interno: hubiese impulsado una profunda reversión de las
alianzas. Era imposible enfrentar esa nueva situación estratégica desde el mismo
bloque social anterior al 2 de abril.
La hipótesis de la victoria argentina fue percibida por Londres como el ocaso
definitivo de la potencia británica. Y muchos observadores pensaban que esa
victoria era poco menos que inexorable.
El significado de la guerra de las Malvinas fue enorme, tanto para la seguridad
en sí misma de la nación británica como para nuestra situación en el mundo. A
partir de 1956, año del fiasco de Suez, la política exterior británica no había
sido sino una larga retirada. El Gobierno británico, al igual que los gobiernos
extranjeros, habían asumido tácitamente que nuestro papel internacional estaba
condenado a disminuir poco a poco. Había llegado un momento en que tanto
nuestros amigos como nuestros enemigos nos veían como una nación desprovista de
voluntad y de capacidad a la hora de defender sus intereses en tiempos de paz,
para no hablar de los momentos de guerra. La victoria en las Malvinas cambió
todo aquello. Después de la guerra, a cualquier lugar donde yo fuera, el nombre
de Gran Bretaña había adquirido un significado que antes no tenía. La guerra
también tuvo verdadera importancia en las relaciones entre el Este y el Oeste:
varios años después, un general ruso me dijo que los soviéticos habían estado
absolutamente convencidos de que no lucharíamos por las Malvinas, y que, de
hacerlo, perderíamos. Les demostramos su equivocación con respecto a ambos
extremos, y este hecho jamás lo olvidaron.
...(a última hora de la tarde del martes 30 de marzo) acababa de recibir
información que indicaba que la flota argentina... parecía tener intenciones de
invadir las islas el viernes 2 de abril. No había ningún motivo para dudar de
esta información. John (Nott) presentó el punto de vista del Ministerio de
Defensa, en el sentido de que, una vez capturadas las Malvinas, no se podrían
volver a tomar. Esto era terrible y de todo punto inaceptable. No me lo podía
creer: se trataba de nuestra gente, de nuestras islas. Yo dije inmediatamente:
«si se produce una invasión, tenemos que recuperarlas».
Sorpresa
«Al contrario de lo que se decía entonces, no tuvimos hasta casi el último
momento información alguna en el sentido de que Argentina estaba a punto de
emprender una invasión a escala total. Tampoco la tenían los norteamericanos: de
hecho, más tarde, Al (Alexander) Haig me decía que ellos sabían entonces aún
menos que nosotros».
Esta confesión sobre dos fallas simultáneas de inteligencia es de suma
importancia. Las fuerzas argentinas no sólo lograron producir una sorpresa
inicial casi total: queda asimismo destruida la hipótesis de un «acuerdo previo»
más allá de ciertas conversaciones genéricas, entre el gobierno militar y
Washington y/o Londres. Se robustece así la interpretación por la cual el
desembarco argentino del 2 de abril constituyó un enorme peligro estratégico
para el status quo internacional entonces vigente. La operación militar
argentina fue rápidamente definida como «agresora» y «perturbadora». Y los
movimientos de Occidente estuvieron todos destinados a lograr el aislamiento del
«agresor». Todos los medios fueron utilizados en esa dirección: desde el embargo
internacional hasta el impulso a los movimientos por los «derechos humanos».
El amigo americano
Los argentinos (el mando militar) se habían hecho una idea descomunalmente
exagerada sobre su importancia para los Estados Unidos (basada en
participaciones antisubversivas en Centroamérica).
Nuestra única esperanza para entonces (primera semana del conflicto) eran los
americanos: amigos y aliados, y personas a las que Galtieri, si aún seguía
comportándose de manera racional, debía prestar oído... enviamos un mensaje
urgente al presidente Reagan solicitándole que insistiera ante Galtieri en el
sentido de que éste debía dar marcha atrás para no dar un paso en el vacío. El
presidente accedió inmediatamente.
Esta última afirmación no es más que una pura acción psicológica, dada una
situación objetiva altamente desfavorable para los intereses británicos en esos
primeros momentos del conflicto. El general Galtieri se niega a atender el
llamado de Reagan. «Sólo se dignó a hablar con el presidente (norteamericano)
cuando ya era demasiado tarde para interrumpir la invasión. Yo tuve noticias de
este resultado a primerísima hora de la mañana del viernes; fue entonces cuando
supe que nuestra última esperanza se había desvanecido».
«Para entonces en Whitehall se estaban discutiendo todos los aspectos de la
campaña, entre ellos la aplicación de sanciones... Los preparativos militares
continuaban a ritmo febril.. Lo que más nos preocupaba en aquel momento era el
tiempo que (la expedición) tardaría en llegar a las Malvinas. Opinábamos, y no
nos equivocábamos, que los argentinos reunirían gran número de hombres y de
material para hacer que el desalojo nos resultara lo más difícil posible.
Además, la situación atmosférica en el sur del Atlántico iría de mal en peor, a
medida en que se aproximaban los vientos huracanados y las fuertes tormentas del
invierno en el hemisferio Sur».
Los aliados del Imperio
Mi gratitud se dirigió de manera muy especial al presidente Mitterrand quien,
junto con los dirigentes de la antigua Commonwealth, fue uno de nuestros amigos
más incondicionales... (Durante los años siguientes serían muchos mis
desacuerdos con el presidente Mitterrand, pero jamás olvidé nuestra deuda con él
en relación con su apoyo personal a lo largo de la crisis de las Malvinas).
La reacción de la Commonwealth, con la excepción parcial de la India, fue de
gran apoyo...Nos decepcionó la actitud un tanto equívoca de Japón. Como era de
suponer, la Unión Soviética se inclinaba en medida creciente hacia Argentina y
fue aumentando los ataques verbales a nuestra posición.
En América Latina, «Chile estaba de nuestro lado. Algunos otros países, y a
pesar de su postura pública, nos eran favorables en silencio».
Por lo que concierne a la Unión Soviética, yo sospechaba que los rusos temían la
participación de los Estados Unidos en la misma medida en que los
norteamericanos temían lo contrario. Quizá occidente no las tenía todas consigo,
pero en igual caso estaban los soviéticos.
Estas afirmaciones van definiendo una situación por la cual resultaba
estratégicamente imposible para Londres contar con apoyos internacionales más
allá de ciertos límites diplomáticos. En definitiva, si la task force hubiese
encontrado vallas militares infranqueables, no sólo no se hubiese producido la
participación norteamericana en el conflicto. El propio gobierno conservador
hubiese saltado hecho pedazos y, con él, se hubiese revertido en su totalidad
una determinada situación estratégica a escala global.
La señora Thatcher deja bien en claro las dificultades extremas con que se debió
enfrentar a lo largo del conflicto. Sus relaciones con los aliados, incluidos
los EUA eran, por momentos, extremadamente difíciles. Y su «frente interno», a
medida que avanzaba el conflicto, se transformaba en una fuerza opositora cada
vez más estructurada.
La única carta de victoria de la señora Thatcher era el éxito de la operación
militar. Ella sabía esto con absoluto exactitud: «el asunto de interés principal
siempre sería el militar». La perspectiva de una victoria militar era lo único
que aglutinaba (provisoriamente) su estrategia diplomática y su inestable
situación política interior.
Las preocupaciones militares del gabinete de crisis destacan sobre todas las
demás. «Nuestra principal tarea en el Ministerio de Defensa consistía en una
concienzuda cesión de información sobre las realidades militares. Era importante
que todos supiéramos exactamente qué fuerzas estaban dispuestas a enfrentarse a
nosotros, cuál era su capacidad, los efectos del invierno antártico y, por
supuesto, las opciones disponibles. Cualquiera que hubiera tenido la idea de que
la misión especial (fuerza de tareas) podría efectuar un bloqueo en las Malvinas
pronto quedó desengañado. Aparte de las posibles pérdidas de aeronaves —entre
los dos portaaviones sólo reunían 20 Harriers— las dificultades de mantener a
hombres y equipos en aquellos mares turbulentos eran enormes».
Sólo a partir del fracaso de la misión Haig Londres llega a un acuerdo con
Washington para el uso de la vital isla de Ascención, que se transformó en la
verdadera base avanzada de la expedición naval.
Anulación de la capacidad naval argentina
En muchos pasajes del texto la señora Thatcher hace referencia a las
preocupaciones que le causaban algunas naves argentinas, cuya acción podría
haber anulado la capacidad ofensiva de la task force. Estaba especialmente
preocupada con las coordenadas del portaaviones 25 de mayo. En este contexto se
produce el hundimiento del Belgrano. «Los acontecimientos posteriores justifican
sobradamente lo que se hizo. Como resultado de la devastadora pérdida del
Belgrano, la flota argentina —sobre todo el portaaviones— regresó a puerto y se
quedó allí. A partir de ese momento no volvió a presentar ninguna amenaza seria
al destacamento(británico)...El hundimiento del Belgrano resultó ser una de las
acciones militares más decisivas de la guerra».
A partir de allí existieron momentos en los que la suerte de las armas
británicas estuvo seriamente comprometida. Sólo la incapacidad del mando
argentino posibilitó el triunfo del enemigo, en especial la inactividad total de
la flota de superficie. Ella posibilitó la siguiente declaración final:
«Hemos dejado de ser una nación en retirada. En su lugar tenemos una nueva
confianza en nosotros mismos... Y así hoy podemos alegrarnos por nuestro éxito
en las Malvinas y enorgullecernos de las proezas de nuestros hombres y mujeres
de nuestras fuerzas armadas... Nos alegramos de que Gran Bretaña haya recuperado
ese espíritu que la alimentó en generaciones pasadas y que hoy comienza a arder
tan intensamente como antaño. Gran Bretaña ha vuelto a encontrarse a sí misma en
el Atlántico Sur y no retrocederá de su victoria».
El desafío que la derrota de 1982 proyecta sobre la Argentina actual y futura es
de dimensiones nunca vistas en nuestra historia nacional. Ese es el punto que
separa la vida de la muerte. También debemos reencontrarnos a nosotros mismos en
el Atlántico Sur, en una lucha a vida o muerte por nuestra supervivencia.
La batalla de Malvinas y las líneas de fractura. de la política mundial. el
Atlántico sur y las flotas continentales
Situación internacional y marco estratégico
El teatro de operaciones —de abril a junio de 1982— se desarrolló en una
determinada situación internacional, lo que conllevó un específico marco
estratégico. Los principales elementos que lo constituían en ese momento eran
los siguientes: 1) Existía globalidad bipolar, es decir conflicto entre las dos
superpotencias; 2) los Estados Unidos se encontraban aún bajo el «síndrome de
Vietnam»; 3) existía una Europa Continental relativamente hostil a Gran Bretaña;
4) estaba vigente un mundo no alineado relativamente fuerte y hostil a cualquier
aventura colonial; 5) el deterioro del partido conservador y el creciente
descontento laboral habían creado una sensación de crisis en la opinión pública
británica.
El conjunto de estos elementos, en especial la presencia militar expansiva de la
URSS, marcaba unas posibilidades estratégicas enormes para una potencia militar
emergente como pudo haber sido la Argentina de aquellos años. A principios de la
década de los `80 ninguna potencia occidental de segundo nivel (GB) estaba en
condiciones de triunfar en un conflicto como el de Malvinas. La flota inglesa no
estaba diseñada para ser proyectada sobre un objetivo terrestre. Por lo demás no
disponía del número de unidades idóneas y la fuerza anfibia británica no existía
en el momento en que la flota parte de sus puertos de origen.
Las fuerzas británicas llegan a Puerto Argentino en el límite de sus
posibilidades. Una simple limitación a su avance hubiese significado para ellas
un retroceso irreversible. Si las fuerzas británicas de desembarco hubiesen sido
obligadas a reembarcar, la totalidad de la expedición hubiese abortado. Y en las
condiciones estratégicas (antes señaladas) que se vivían en aquel momento, tal
situación no hubiese generado una nueva invasión sino la caída del gobierno
conservador en Londres. Estados Unidos aún no estaba en condiciones de
reemplazar militarmente a los británicos, entre otras cosas porque existía una
URSS con gran capacidad militar, y la Europa Continental hubiese contribuido en
la caída de las políticas anticomunitarias de la señora Thatcher.
Un retroceso británico hubiese significado una derrota británica (occidental).
Esto es, la presencia en el mundo de una Argentina militarmente fuerte. A partir
de allí otro hubiese sido el destino de nuestro país. Esta hipótesis de futuro
aborta por una sola causa: una derrota militar que fue el resultado de un viejo
contubernio entre generales/almirantes, gerentes «blancos» y administradores
imperiales.
El Atlántico Sur en el nuevo proceso de disolución de los poderes globales
Existen dos precedentes históricos que señalan la necesidad de replantear la
actual situación estratégica del Atlántico Sur, redefiniendo la cambiante
relación entre la región y el mundo en la presente coyuntura de crisis.
En 1914 se produce la «primera batalla» de las Malvinas, entre la Flota del
Imperialismo Oceánico (Gran Bretaña) y la primera Flota Continental (según
definición de MacKinder): la alemana creada por el Almirante Tirpitz.
En la confrontación argentino/británica de 1982 (en términos de teatro de
operaciones, la «segunda batalla» de las Malvinas), la conducción política y
militar de Argentina, en ese entonces autodefinida «vanguardia de la tercera
guerra mundial contra el comunismo», naturalmente no recurre a la Potencia
Continental Soviética (a pesar del voluminoso apoyo norteamericano a la task
force británica). Las causas de esta omisión son múltiples, pero todas ellas
perfectamente analizables y totalmente transparentes al análisis histórico.
Posteriormente, la fractura de la bipolaridad, a partir de la caída soviética,
desvaloriza drásticamente, en términos estratégicos, al espacio del Atlántico
Sur. Ello permite un amplio margen de maniobra para encarar «negociaciones
diplomáticas» que sistemáticamente incidieron en perjuicio de Argentina. Ahora
puede ser necesario asumir, con toda la experiencia diplomático/militar
acumulada, la posible revalorización estratégica de una región que, de ser
teatro de operaciones, devino en simple elemento de negociación diplomática.
La apolaridad actual, entendida como licuación global del poder modificaría, de
raíz el actual statu quo del Atlántico Sur. Esa nueva situación, esencialmente
distinta a la imperante durante el período de la guerra fría, tiene su expresión
en la nueva estructura política y racial que impera hoy en Africa del Sur. El
impacto geopolítico de los cambios internos ocurridos en Africa del Sur es
enorme, desde que constituye uno de los principales factores que hacen a la
revaloración estratégica de la región.
En el límite, Argentina se vería enfrentada o bien a renunciar definitivamente a
su soberanía sobre la región y aceptar la legalidad de la actual estratificación
militar, o bien a la necesidad de reiniciar un proceso tendiente a la
recuperación territorial del Atlántico Sur. Ambas situaciones límite señalan
alternativas estratégicas radicalmente opuestas. Esas alternativas no existirían
si en el mundo no se estuviese produciendo una despolarización antisistema. La
fractura de la vieja bipolaridad posibilitó que el espacio del Atlántico Sur se
transformara en una zona de negociación sobre la base de una confrontación que
ya había sido realizada y definida.
Ahora ya se pueden realizar varias proyecciones. Las futuras Flotas
Euroasiáticas de Ultramar, la rusa incluida, no podrán prescindir del Drake como
amplia avenida de circulación interoceánica, de la misma manera que no pudo
prescindir de su uso la flota submarina soviética, en su momento. Esta
multiplicación de Flotas —submarinas y de superficie— sobre y por debajo de la
geografía oceánica mundial, sumada a la vigencia de una bipolarización
antisistémica, revalorizará enormemente el espacio del Atlántico Sur. En todo
caso lo despojará de su actual forma de «mesa de negociaciones».
Allí Argentina ha quedado en manifiesta debilidad táctica y estratégica. El
sistema de alianzas británico/chileno opera de corset sobre nuestra necesidad de
movimiento. Sin realizar esos movimientos nunca seremos una nación, en un
estricto sentido geopolítico.
Tal vez el destino nos depare una nueva opción de supervivencia. Lo habíamos
perdido todo allí, y casi todo en los demás escenarios de la política mundial.
La crisis que supondrá la nueva despolarización antisistémica nos dará, tal vez,
una nueva oportunidad de recuperar lo que no supimos defender en combates mal
concebidos y peor realizados y, luego, en negociaciones vergonzantes.
Este macrocomplejo escenario mundial, habitado por una multitud creciente de
actores impredecibles, hace ya mucho tiempo que produce desbordamientos en los
cerebros de los analistas solitarios. Sólo la existencia de un amplio y riguroso
Grupo Interdisciplinario de Seguimiento podría hoy garantizar la competencia de
un análisis y de una evaluación continuados y sistemáticos sobre las cuestiones
estratégicas que nos afectan. Pero para ello debemos pensar y desear,
previamente, a una nación con vocación de potencia regional y con rango
internacional.
1914: La primera batalla de las Malvinas. Una flota destinada al sacrificio
Una de las mejores muestras del valor estratégico del Atlántico Sur en épocas de
crisis, bélica y prebélica, se dio ya en la PGM, con la aniquilación en las
inmediaciones del archipiélago malvínico, de la Flota Alemana del Pacífico.
En 1914, el Imperio alemán en el Pacífico era relativamente pequeño. Se componía
de algunas factorías y puertos en China y de dos archipiélagos comprados a
España: Las Marianas y Las Carolinas. La Marina Imperial, deseosa de evidenciar
su poderío, había creado su propia Flota del Extremo Oriente, como el resto de
las grandes potencias occidentales. Tenía su base en el puerto chino de Tsingtao
(en la península de Shangtung, en el Mar Amarillo), pero muy alejada de otros
puntos de apoyo amigos y rodeada por flotas potencialmente enemigas que
disponían de buenas bases (los ingleses en Hong Kong, los franceses en Saigón,
además de los rusos y los japoneses), era una flota con vocación de sacrificio.
Toda ella sería destruida, finalmente, en el Atlántico Sur, cuando intentaba el
cruce interoceánico para dirigirse a un puerto alemán.
Al mando de la Flota alemana del Extremo Oriente estaba el barón del imperio (Reichgraf)
Maximilian von Spee. Su escuadra se componía de los dos modernos cruceros
acorazados Scharnhorst y Gneisenau y de los cruceros ligeros Emdem y Nuremberg.
Los primeros desplazaban 12.000 Tn y alcanzaban hasta los 23 nudos. Habían sido
botados en 1908 y su artillería constaba de 8 cañones de 120 mm, 6 de 150 mm, y
8 de 88 mm. En cuanto a los cruceros ligeros, fueron botados también en 1908,
alcanzaban 24,5 nudos y los artillaban 10 cañones de 105 mm. A esta flota se
unieron otros dos navíos, el crucero Leipzig, que navegaba por las costas
mexicanas del Pacífico, y el Dresden, que operaba en el Río de la Plata.
Cruceros auxiliares y buques carboneros completaban la escuadra de Von Spee.
El almirante alemán dio orden de abandonar las peligrosas aguas de China apenas
se inició el conflicto, dirigiéndose a la isla de Pagan, en el centro del gran
arco de las Marianas. Una vez allí evaluó sus posibilidades, decidiendo
dirigirse hacia las costas de Chile, donde la floreciente colonia alemana del
país podría prestarle alguna ayuda y el intrincado litoral le permitiría hallar
resguardo. Y, desde allí, intentaría alcanzar el Atlántico rumbo a Alemania.
Toda la flota partió en la dirección indicada salvo el crucero Emdem, al que se
le encomendó la misión de permanecer en Extremo Oriente para intentar defender
las posesiones germanas y practicar la guerra de corso. Actuaría en el Índico
con tan buena fortuna que su nombre se hizo rápidamente mítico. Sus días
terminaron en la isla Dirección, del archipiélago de Cocos, al ser sorprendido
por una de las flotillas aliadas que le buscaban. La brillante actuación del
Emdem permitió, entre otras cosas, una fácil navegación a la flota de Von Spee,
ya que los múltiples ataques del navío alemán hicieron pensar a los aliados que
no se trataba de un buque solo sino de varios. Cuando al fin salieron de su
error Von Spee ya se había paseado por las Christmas y las Samoa y había hundido
en Papeete (cerca de Tahití) un patrullero francés. Finalmente, los alemanes
recalaron en la isla en donde se le unieron el Dresden y el Leipzig. Pero el
Almirantazgo británico, conocedor de su ruta, podía suponer las intenciones del
Reichgraf.
Batalla de Coronel
Churchill, primer lord del Almirantazgo, tras sopesar los informes con los que
contaba dio orden a una escuadra británica destacada en el Atlántico Sur, con
base en las Malvinas y bajo el mando del almirante Cradock, de ir a la búsqueda
de los alemanes en el Pacífico. Esta escuadra contaba con el acorazado Good Hope,
de 14.000 Tm., botado en 1902, los cruceros Glasgow y Monmouth y el crucero
auxiliar Otranto.
Las dos flotas se encontraron ante el puerto chileno de Coronel, pocos
kilómetros al sur de Concepción, librándose una batalla, breve pero sangrienta,
el día 2 de noviembre de 1914.
A primeras horas de la tarde, tras avistar los navíos ingleses, Von Spee dio
orden de dirigirse hacia ellos a toda máquina y a las 7 de la tarde comenzó a
tronar la artillería. Instantes después el Good Hope ya estaba tocado y antes de
que pasara una hora se había hundido, con Cradock a bordo. Desaparecido el buque
insignia, los británicos huyeron en todas direcciones.
El Nurenberg que no participó en la batalla por problemas en sus máquinas, se
dio de bruces inesperadamente con el Monmouth y lo echó a pique (iba ya
seriamente dañado). El Glasgow —también muy averiado— y el Otranto consiguieron
huir. Un acorazado británico despachado para reforzar a Cradock, el Canopus, al
no conseguir enlazar con la flota expedicionaria, regresó a las Malvinas. Nótese
que las Falklands (Malvinas) constituían la base de la Flota británica y
funcionaba taponando los movimientos del Pacífico hacia el Atlántico. De manera
diversa a como funcionaron en 1982, taponando, con medios aeronavales, las
líneas de movimiento entre el continente y las Islas.
Para los ingleses acostumbrados desde hacía muchas décadas a imponer su voluntad
sobre los mares, el golpe fue terrible. El mito de la imbatibilidad de la Royal
Navy se derrumbó estrepitosamente ante la victoria alemana. Y, además, estaban
las bajas sufridas —dos poderosos navíos y 1.200 hombres— y los peligros
potenciales que suponía esta escuadra alemana, incluidos los que se cernían
sobre las Malvinas. La respuesta no se haría esperar y —como ha ocurrido en
1982— otra flota inglesa fue enviada al Atlántico Sur.
Bajo el mando del almirante Sturdee se agruparon los cruceros de batalla
Inflexible e Invencible, abandonando a toda prisa los astilleros donde se los
reparaba, el 11 de noviembre. Eran buques gemelos de 17.000 Tn, con 8 cañones de
305 mm y 16 de 102 mm; desarrollaban 26 nudos a toda máquina. Junto a ellos
navegarían el acorazado Carnavon y los cruceros Cornwall y Kent, mientras que en
Puerto Stanley les esperaba el Canopus, que había llegado con averías, por lo
que se le habilitó como fortaleza fija para defensa de los accesos, debidamente
camuflado (función que en 1982 debió haber cumplido el crucero General Belgrano,
hundido mientras se alejaba a toda máquina del teatro de operaciones). Otros
buques fueron también enviados a las Malvinas: el Glasgow, escapado de Coronel y
que reparó sus averías en Rio de Janeiro, y los cruceros Kent y Bristol, así
como el crucero auxiliar Macedonia. La flota de Sturdee se concentró en Puerto
Stanley los primeros días de diciembre.
La decisión alemana
Tras la victoria de Coronel, la flota alemana tenía aún graves problemas por
delante. No podía permanecer por más tiempo en aguas chilenas, ni volver al
Extremo Oriente. Sin duda los ingleses la esperaban en el Atlántico. Sus buques
necesitaban reparaciones y el problema de conseguir carbón era acuciante. Con
esa perspectiva Von Spee recibió la orden de regresar a Alemania. Pero unas
cartas enviadas por el Alto Mando Naval Alemán a Valparaíso, dándole detalles de
dónde y cómo podía efectuar el carboneo de sus buques (se habían constituido
depósitos en Canarias y en Islandia) no le llegaron jamás.
Después de la guerra, la prensa difundió la noticia de que los ingleses,
conocedores de los códigos de radio alemanes, habían dado a Von Spee la falsa
orden de dirigirse a las Malvinas, donde le esperaban. La realidad es otra. Si
el almirante alemán hubiera llegado a conocer las cartas y sabiendo que no iba a
tener problemas de combustible, posiblemente hubiera dejado de lado el desolado
archipiélago.
Tras un último carboneo en aguas chilenas, Von Spee envió a uno de sus buques
carboneros a Punta Arenas para cargar combustible, ordenándole aguardarle
después al sur del Río de la Plata. Este buque informó por radio al almirante
que, según las noticias recogidas en Punta Arenas, no había ningún buque
británico en Puerto Stanley y, desde luego el único que había, en aquella fecha,
el Canopus estaba bien camuflado. Al recibir esta noticia, para él muy positiva,
Von Spee se hizo a la mar, para doblar el Cabo de Hornos, en medio de espantosas
tempestades y navegando, por tanto, muy lentamente. Quiso el azar que avistara
en esa zona un gran velero canadiense, cargado de carbón, precisamente. Con la
presa en sus manos, Von Spee dio orden de dirigirse a la entrada del canal de
Beagle para trasbordar la preciada carga. Dadas las circunstancias
climatológicas, el trabajo duró cuatro días, el tiempo suficiente para que la
flota inglesa llegase a las Malvinas. Además fue en esos cuatro días cuando Von
Spee decidió atacar Puerto Stanley, lo que —esperaba— le iba a dar la ocasión de
adquirir más combustible y reforzaría el prestigio alemán en Sudamérica.
Batalla en Puerto Stanley
El 7 de diciembre Von Spee destacó al Gneisenau y al Nurenberg para que
reconocieran la rada del puerto malvínico, destruyeran la estación de radio con
sus piezas y llevaran a cabo un desembarco. Al amanecer del día 8 —un amanecer
muy temprano en los comienzos del verano austral— los buques avistaron el
objetivo y cuando se preparaban para iniciar el cañoneo y el desembarco, un
vigía señaló la presencia de mástiles correspondientes a los grandes cruceros de
batalla ingleses. Superado el estupor inicial, y una vez transmitida la
desagradable noticia a Von Spee, los alemanes se disponían a abrir el fuego
cuando les llegaron salvas disparadas por las piezas de 310 mm del Canopus,
navío que aún no habían detectado. Von Spee dio orden al Gneseinau y al
Nurenberg de unirse al grueso de la escuadra para formar un grupo más compacto.
Fue un error, porque en ese momento los buques ingleses se hallaban en plena
labor de carboneo, y, por tanto, inmóviles, por lo que no hubieran podido
responder adecuadamente al fuego, salvo el Canopus. Pero Von Spee no podía
saberlo. En pocas horas la escuadra británica se puso en marcha y, apoyado en
una total superioridad, se abalanzó sobre los alemanes.
La desigual batalla tenía un fin más que previsto y, quizá por ello Von Spee
decidió sacrificar a sus cruceros acorazados para permitir la huida, al menos,
de los cruceros ligeros. En la madrugada del día 9 los británicos avistaron al
Scharnhorst y al Gneisenau. Equipados con cañones de más calibre y alcance,
gozando de mayor velocidad, los echaron a pique tras un corto combate.
Von Spee desapareció con su buque insignia, que se hundió arrastrando a toda la
tripulación. El Gneisenau le siguió hora y media más tarde. Mientras la
persecución a los cruceros ligeros continuaba. Sólo el Dresden se había alejado
mucho; pero el Leipzig y el Nurenberg no lograron distanciarse lo suficiente. El
primero de ellos combatió durante 5 horas, pese a que no tenía escapatoria,
rechazando las ofertas de rendición y hundiéndose con el pabellón izado. Las
heladas aguas antárticas acabaron con las vidas de los pocos náufragos. Como el
Scharnhorst, tampoco el Leipzig dejó supervivientes. El Nurenberg libró una
batalla similar y a las 19.30 horas iniciaba su última singladura hacia el fondo
del mar. Los ingleses a muy corta distancia, pudieron ver a los marinos alemanes
a los costados del ya muy escorado buque, sosteniendo aún en sus manos el
pabellón de combate.
Epílogo del primer acto
La flota de Von Spee había sido aniquilada, pereciendo alrededor de 2.200
marinos. Sólo el Dresden a toda máquina consiguió volver al Pacífico, siempre
con los navíos ingleses persiguiéndolo. Navegando por el dédalo de los canales y
fiordos de la costa chilena, eludió durante 3 meses el acoso enemigo. Pero el 14
de marzo fue sorprendido en la isla de Masa-Tierra, perteneciente al
archipiélago de Juan Fernández, por los cruceros Kent y Glasgow. Dado que se
trataba de las aguas jurisdiccionales de un país neutral, los alemanes
protestaron ante los cruceros británicos, recibiendo una respuesta típica de los
hábitos de la Royal Navy, con tantos resabios aún de piratería, y del respeto
inglés por el Derecho Internacional: «Sabemos que son aguas de país neutral.
Pero os hundiremos y ya se ocuparán de esto nuestros diplomáticos». Al iniciarse
el fuego artillero enemigo, los alemanes hundieron su buque. La flota alemana de
Oriente había dejado de existir.
De no haber dispuesto de la base de las Malvinas, difícilmente se hubieran
asegurado los británicos el eficaz control de los accesos al Estrecho de
Magallanes. De producirse una nueva polarización en la escala global, el control
del paso interoceánico volverá a convertirse en una circunstancia estratégica de
naturaleza vital.
Nosotros presuponemos que Estados Unidos está tratando de construir, con la
mayor rapidez posible, un nuevo y moderno canal interoceánico a través del Río
Grijalva, frontera norte del Estado mexicano de Chiapas. Mientras tanto no
existen alternativas a Panamá. Para eso provocaron, allí, el movimiento
secesionista del seudocomandante Marcos.
Hoy como ayer las Malvinas son vitales para el dominio del mar en el Atlántico
Sur, en la medida en que se consolide una situación de crisis internacional.
La indefensión en el Atlántico Sur
En 1982 Argentina no emplea todo su potencial militar. ello demuestra una
conspiración para preparar una derrota que fue planificada como prologo de una
«democracia» devastadora.
Conducción militar y política nacional
La guerra no es independiente de la política en el sentido de que la batalla
engloba y expresa el tipo de política que se quiso continuar a través del
combate. Una derrota con las características que presentó la Argentina en el
Atlántico Sur, no es más que la expresión de una larga alineación política que
ha tenido que soportar la nación en su conjunto dada la existencia de una
determinada estructura de poder en el orden interno. Esa derrota expresa, con
absoluta claridad, la inexistencia de fines políticos, la ausencia de un núcleo
político. Al enfrentarse dos fuerzas relativamente iguales tiende a imponerse
siempre la voluntad política más intensa de una de ellas. En este caso,
simplemente, una de ellas carecía en absoluto de voluntad política, porque su
razón política estaba alineada a un centro desicional exógeno que necesitaba la
derrota.
Las flotas
Es evidente que el total de la flota británica resultaba superior al total de la
flota argentina, antes de comenzar el conflicto. La flota británica totalizaba
434.721 toneladas, mientras que Argentina apenas llegaba a las 83.316 toneladas.
La cantidad de buques era de 103 británicos contra 17 argentinos.
Pero la flota de intervención británica sólo pudo alistar finalmente poco más de
20 unidades de combate, entre ellas 2 o 3 submarinos del tipo Swiftsure. En
total, el desprendimiento de esas unidades del grueso de la flota británica
operativa en el Atlántico Norte no provocó sensible desequilibrios en la fuerza
total de la OTAN en esa zona.
Fue evidente para casi todos los analistas militares que la flota de
intervención británica no estaba adaptada a las específicas circunstancias
geográficas y operativas que impuso la Batalla del Atlántico Sur. Su nave
principal, el Invencible había sido concebida para una tarea antisubmarina en el
Atlántico Norte. La armada británica ya se había desprendido de sus últimos
grandes portaaviones: el Ark Royal y el Eagle. Ello había provocado graves
tensiones políticas y militares en los organismos de defensa británicos. El
único portaaviones mediano conservado fue el Hermes, al cual se le adaptó una
cubierta sky para el despegue de los aviones V-Stol Harrier.
El potencial de la flota argentina había sido recientemente reforzado con la
incorporación de tres corbetas: Drumond, Guerrico y Granville, construidas por
los astilleros de Lorient en Francia. Eran navíos de 1.200 toneladas de
desplazamiento, dotados de un cañón de 100 mm, misiles Exocet y lanzacohetes
antisubmarinos.
La flota de intervención llega al Atlántico Sur fuertemente disminuida no sólo
en poder aéreo, sino también en poder artillero. Ello condicionó notablemente la
eficacia de la flota británica en «tiro sobre la costa». La marina inglesa fue
de las primeras en reconocer el «envejecimiento» de los grandes buques
artilleros y los había desguazado hacía ya varios años. Los destructores y las
fragatas se convirtieron así, en la espina dorsal de la flota, siendo su misión
principal proteger a los portaaviones contra submarinos y ataques aéreos. A los
portaaviones, a través de la aviación embarcada, le quedaba por misión destruir,
entre otros, los blancos terrestres del enemigo. Así, la flota de intervención
se encontraba en un círculo vicioso: no tenía artillería suficiente para batir
blancos terrestres porque debió haber tenido más aviación embarcada. Pero la
propia artillería era extremadamente reducida. Por lo demás, los portaaeronaves
tampoco tenían artillería propia —independiente de sus medios aéreos— para dar
apoyo a tierra.
Las fuerzas británicas rompen ese círculo vicioso a fuerza de audacia. En primer
lugar, arriesgando sus propios medios: el número de buques hundidos y averiados
resultó finalmente muy alto. En segundo lugar, asumiendo la táctica adecuada:
atacando en el lugar y en los ángulos menos previstos. Ambas actitudes se
encuentran íntimamente relacionadas.
La flota argentina, por su parte, tenía una bien probada experiencia en lucha
antisubmarina. Ello, en este caso, pudo haber favorecido una acción eficaz en
ese campo, ya que se contaba con factores geográficos favorables: la poca
profundidad de las aguas y la morfología de la plataforma submarina continental.
La tecnología de los submarinos británicos no estaba adaptada a esa morfología.
En los últimos años antes del conflicto la marina argentina había realizado
operativos conjuntos con la marina norteamericana, gran parte de los cuales
estuvieron dedicados a la lucha antisubmarina. El más reciente de ellos comenzó
el 1º de agosto de 1981 y se denominó «Ocean Venture 81».
Argentina pudo haber puesto, en términos reales, la siguiente flota en oposición
a la fuerza atacante:
1 Portaaviones, 25 de Mayo. El estado operativo de esta nave, que prácticamente
no salió de puerto (al igual que la casi totalidad de la flota de superficie)
era excelente. Llevaba 14 aviones Super Etendard, y 6 helicópteros tipo Lynx.
Tenía una importante capacidad antiaérea (10-40/70) y medios electrónicos y
radáricos modernos.
9 Fragatas: Hércules, Santísima Trinidad, Comodoro Py, Bouchard, Piedrabuena,
Segui, Alte. Domecq García, Alte. Storni y Rosales.
En cuanto a la capacidad operativa de esta fuerza naval hay que destacar las
características de las dos primeras naves. Son del tipo británico Sheffield. La
primera, Hércules, construida en Gran Bretaña y la segunda, Santísima Trinidad,
en Argentina. En el astillero AFNE hoy lógicamente desaparecido.
El armamento y las prestaciones de ambas naves era igual a la de las tres
unidades británicas (2 hundidas) destacadas en el AS. Llevaban misiles
antinavíos Exocet y AA Sea Dart, una pieza de artillería de 114/55, dos AA
20/70, 6 tubos lanzatorpedos A/submarino y un helicóptero tipo Lynx, destinado a
la lucha antisubmarina.
5 Corbetas: Drumond, Guerrico, Granville, King y Murature. Son de destacar las
tres primeras, ya mencionadas, entonces de reciente construcción, Tipo A-69
(francés). Estaban dotadas de material electrónico y radárico moderno y
artilladas, cada una, con dos lanzadores de misiles Exocet, una pieza de
artillería 100/55, dos AA 20/70, cuatro lanzadores antisubmarinos, etc.
2 Submarinos operativos: Salta y San Luis. Habían sido construidos en Alemania
en 1974 y estaban provistos de 8 tubos lanzatorpedos de 533 mm.
2 Unidades ligeras de 268 tn: las cañoneras Intrépida e Indómita, con capacidad
antibuque, antiaérea y antisubmarina.
En esta reseña vamos a obviar otros navíos, como los de patrulla, barreminas,
auxiliares de todo tipo, rompehielos, remolcadores, guardacostas, etc. Lo dicho
basta para afirmar con seriedad, que, contrariamente a lo que se quiso hacer
creer ante la opinión pública nacional e internacional, la flota de mar
argentina no estuvo nunca en posición de inferioridad absoluta, ni cualitativa
ni cuantitativamente, respecto de la flota de intervención británica.
Existe además una historia naval militar que demuestra hasta la saciedad que una
batalla naval no es sólo un choque de fuerzas materiales, sino también de
inteligencia y de valor. Innumerables batallas navales fueron ganadas por flotas
relativamente más débiles en el plano material.
Cualitativamente, una buena parte del material de ambas flotas era idéntico:
Misiles Exocet (MM 39 y MM 40). Como se sabe es un misil táctico
superficie-superficie o aire-superficie, de guía inercial radárica, de alcance
entre 50 y 70 Km y peso entre 650 y 825 kg.
Misiles AA Sea Dart. Es un misil antiaéreo británico de la tercera generación,
propulsado por combustible sólido y con un alcance de unos 30 km.
Helicópteros: Diferentes tipos.
Cuantitativamente existía cierta desproporcionalidad en favor de la flota
británica. Pero eran 3 los elementos estratégicos que hubiesen desnivelado esa
diferencia:
La Flota argentina podía operar al oeste de las islas, entre éstas y el
continente. Por el contrario el grueso de la flota británica debía operar
obligatoriamente al este de las islas, por un problema de protección aérea.
En esa área el enemigo principal eran los submarinos británicos artillados con
el torpedo Tigerfish. La neutralización de tal amenaza, independiente de la
capacidad antisubmarina de la propia flota de superficie, se debió haber
activado a partir del dominio del espacio aéreo, con aeronaves con capacidad de
lucha antisubmarina, y del minado de los espacios correspondientes.
La especificidad geográfica insular.
Si bien el poder real total de la flota argentina era inferior al de la flota
atacante, no debemos olvidar que el uso de la geografía costera pudo haber
jugado decisivamente a favor de la flota costera. Pero para ello la flota
argentina debió haber salido de sus puertos continentales instalándose en las
costas insulares, antes de la llegada de la task force.
El anterior concepto que relaciona positivamente a la geografía costera con una
flota pegada a la costa es aplicable tanto a buques de superficie como a
submarinos. En relación con estos últimos, no olvidemos que el sumergible más
vulnerable es el que hace más ruido, esto es, el que navega a mayor velocidad:
el submarino atacante. El submarino defensor podía en este caso, agazaparse en
las infinitas irregularidades de las costas isleñas y esperar, simplemente, a su
presa. En muchos casos protegido por el poder aéreo y/o terrestre. La misma
táctica estaba a disposición de unidades altamente operativas de reciente
creación como la Agrupación de Lanchas Rápidas (ALR) que hasta ese momento había
operado preferentemente en los canales fueguinos (en Tierra del Fuego).
Otro hecho que llamó notoriamente la atención a los observadores fue la no
utilización plena de la Infantería de Marina argentina, fuerza que, en tiempos
de paz, alistaba unos 9 mil hombres. No se la empleó masivamente en el lugar y
momento adecuados: atacando por la retaguardia y/o los flancos de una fuerza
enemiga recién desembarcada y con un potencial aún débil.
En muchos medios especializados europeos se recordó que la Infantería de Marina
de Argentina era una de las fuerzas terrestres mejor organizadas del país. En
1982 estaba dividida en tres grandes unidades de combate. La brigada de IM Nº1,
con base en la provincia de Buenos Aires, estaba alistada como fuerza de
desembarco, de gran movilidad y potencia de fuego. Para ello contaba con los
elementos de combate, apoyo y servicios para apoyo de combate necesarios, de
cara a su misión específica. La Brigada, a su vez, estaba conformada por un
Batallón Comando que tenía la responsabilidad de organizar, instalar, operar y
dar seguridad al Puesto de Mando de la Brigada al mismo tiempo que asegura la
comunicación fluida con las otras unidades. Integra también la Brigada los
Batallones de IM Nº1 y Nº2; el Batallón de Artillería de Campaña Nº1 y un
Batallón de Apoyo Logístico. En cuanto a la artillería convencional cuenta con
cañones sin retroceso de 155 mm. modelo argentino y Cañones Oto-Melara M-56 de
105/14 mm. También posee obuses de 155 mm. y morteros de 60, 81 y 120 mm. En el
rubro misiles cuenta con los antitanque guiados Bantam y Mamba, mientras que
para la defensa antiaérea utiliza el Tiger-cat, así como ametralladores calibre
12,7 mm y los modernos cañones Hispano-Suiza de 30 mm. HSS-831.
Como vehículos anfibios utiliza el LVTP-7 (Landing Vehicle, Tracked, Personnel)
de origen norteamericano. Este es un vehículo totalmente anfibio sin preparación
con blindaje de aluminio soldado y que entró en servicio con el cuerpo de
Marines norteamericanos en 1971. Con un peso de 25 toneladas transporta a tres
tripulantes y 25 combatientes ó 4,5 toneladas de carga. El otro anfibio
utilizado es el LARC 5 (Lighter Anphibious Resupply Cargo), también de origen
estadounidense, que es un vehículo sobre ruedas 4X4 diseñado para transportar
cargas de diverso tipo desde los buques hasta tierra. La Infantería de Marina
cuenta para su transporte con un Buque de Desembarco de Tanques (BDT) el Q-42
ARA Cabo San Antonio, diseñado y construido en la Argentina para la Armada (ex
Astilleros AFNE).
La más reciente incorporación antes del conflicto fue el vehículo blindado de
reconocimiento con cañón ERC 90 Lynx fabricado por la firma francesa Panhard. El
Lynx es anfibio y para desplazarse en el agua utiliza el sistema de hidrojets.
También puede ser provisto con equipos de filtración para operar en ambientes
contaminados por medios químicos, bacteriológicos o radioactivos, y con un
sistema de acondicionamiento de aire para operar en zonas de temperaturas
extremas. Igualmente admite visores para conducción nocturna y amplificación de
luz residual, así como un telémetro de rayo láser. En la torreta lleva un cañón
modelo D961 de 90 mm.
La Infantería de Marina argentina contaba con un sistema de comunicaciones muy
desarrollado acorde con los requerimientos de la guerra moderna. Esta fuerza
había sido especialmente diseñada para integrar un Poder Naval (junto a los
buques de la flota y el potencial de la Aviación Naval) concebido para velar por
los intereses de Occidente en el Atlántico Sur, lo que suponía el control de las
comunicaciones en los mares australes, no para el espacio nacional, sino para la
civilización marítima global.
Los ejércitos de tierra
Las posibilidades de desplegar material que tenía el ejército argentino, sobre
las islas, era realmente inmensa, ya que en ese momento disponía de cantidades
importantes de: tanques de combate, vehículos blindados de reconocimiento,
vehículos de transporte de personal, artillería remolcada, artillería
autopropulsada, artillería antiaérea, misiles SAM Tigercat: SS-11, SS-12, Bantam,
Cobra y Mamba, morteros: de 81 y 120 mm, aviación de reconocimiento,
helicópteros y un largo etcétera de otros tipos de armas.
Las fuerzas terrestres habían sido fuertemente modernizadas en los últimos
tiempos. Ni humana ni materialmente las fuerzas británicas terrestres hubiesen
tenido ninguna posibilidad, de haber utilizado el mando argentino, con toda
plenitud y racionalidad, los elementos materiales y humanos de que disponía.
La Fuerza Aérea Argentina tampoco utilizó todo su potencial
Por graves deficiencias en operaciones conjuntas no pudo transformar la pista de
aterrizaje de Puerto Argentino en una auténtica base aérea operativa. Las obras
civiles necesarias para realizar tal operación eran relativamente sencillas:
alargamiento de la pista de aterrizaje, edificación de hangares de cemento
armado para las aeronaves, depósitos de combustible y munición, y talleres.
Bien planificadas y empleando elementos modulares transportables desde el
continente esas obras se podrían haber realizado en menos de 30 días. Pero
existió un fundamento político posibilitador de aquella «pereza estratégica»: se
trabajó con la hipótesis de que no existía la posibilidad de una confrontación
militar.
De haber existido una decisión política de enfrentamiento, la existencia de una
base aérea de emergencia en Puerto Argentino hubiese sido decisiva para la
evolución del conflicto. El radio mínimo de acción, aproximado, de las
principales aeronaves argentinas (Mirage, Dagger, A-4, Super Etendart, etc.) sin
tanque suplementario de combustible, con base en pistas de Puerto Argentino,
hubiese limitado drásticamente el punto máximo de aproximación de la flota
británica a las Islas dado el radio de acción de las principales aeronaves
argentinas. Por lo tanto no existía ninguna posibilidad de bombardeo terrestre
desde las naves británicas.
Para lograr el radio máximo de acción de un Harrier Stol esas aeronaves debían
despegar necesariamente en forma no vertical. Ello reducía su número operativo a
unas 10 aeronaves por operación, mientras Argentina pudo haber empleado un
número de aeronaves por lo menos 5 veces mayor por operación. Sin embargo, aún
así, hubiesen existido intentos de desembarcos heliotransportados y de
acercamiento nocturno de naves de desembarco, allí hubiesen entrado en acción
los aviones (desarrollados y construidos en la Argentina) COIN Pucará, desde
bases alternativas en las islas Ganso Verde y Peblec.
La no utilización de las islas
Las islas no fueron utilizadas:
Ni como espacio para la maniobra o el despliegue terrestre dinámico.
Ni como base de operaciones aéreas.
Ni como base de operaciones navales.
Hubo sin embargo, combate. Pero sus resultados fueron siendo anulados por una
concepción estratégica del mando que nulificó y pervirtió la acción heroica de
un determinado endogrupo militar que estuvo muy cerca de hacer fracasar la
expedición británica. Lo que sigue es una información elaborada por Der Spiegel
pocos meses después de finalizado el conflicto, y se refiere específicamente a
la fase aeronaval de la guerra:
Reconocimiento tardío de los errores cometidos en las Malvinas: la flota
británica, a pesar de su modernísimo armamento, sólo pudo evitar por muy poco la
derrota...Desde que se ha levantado en Londres la censura militar se pone cada
vez más de relieve que...en la batalla de las Malvinas las armas más modernas de
que disponía Inglaterra sólo pudieron evitar por muy poco una derrota. Poco
faltó para que cazabombarderos del ejército del aire argentino, con bombas de
acero relativamente antiguas, destruyeran el núcleo de la armada británica. Como
se ha podido comprobar ahora, el peligro principal no lo representaron los
misiles franceses Exocet.
Por ejemplo, aquel Exocet que destruyó el destructor Sheffield, no explotó en el
interior del buque, sino que la fase de impulsión del misil continuó ardiendo. Y
el buque se incendió por fallas en el sistema de extinción.
Otros cinco ataques con misiles Exocet fueron interceptados por los británicos a
través de simuladores metálicos que engañaron el radar de búsqueda de los
misiles.
Según la actual opinión autocrítica de los oficiales del Ministerio de Defensa
inglés, la guerra de las Malvinas pudo haber terminado con la casi victoria de
los cazabombarderos argentinos, que lograron romper, en vuelo bajo y
repetidamente, el cinturón de defensa de los misiles AA británicos.
Esos aviones hundieron con sus bombas de 500 kg. no solamente el destructor
Coventry, las fragatas Antélope y Ardent y el portacontenedores Sir Galahad.
También alcanzaron, como se ha podido saber ahora, a otros 14 barcos de las 23
unidades de combate del núcleo de la Task-Force.
Un balance que según el criterio de un contraalmirante, podría haber sido
«absolutamente decisivo en esta guerra, si las bombas hubiesen tenido espoletas
retardadas de 3 segundos.
Si sólo cinco o seis bombas hubiesen estallado (de las que dieron en el blanco
en esos 14 navíos), dijo un Capitán de Fragata, toda la operación de las
Malvinas habría tenido que terminarse.
Pero de hecho ninguna bomba estalló en el casco de los 14 barcos británicos que
se salvaron. Algunas de esas bombas, de camisa de acero, perforaron los delgados
tabiques de aluminio de las fragatas y destructores, cayendo la mayoría de las
veces, después de atravesar netamente el barco, al mar.
Un número importante de bombas simplemente no estallaron, quedando alojadas en
el interior de los buques, como por ejemplo, en el portacontenedores Sir
Lancelot y en la fragata Alacrity. En la fragata Argonaut una bomba hizo impacto
por debajo de la línea de flotación. La bomba siguió su trayecto a través de la
sala de máquinas y el depósito de combustible diesel hasta la sala de
municiones, allí explotó no la bomba sino un cohete antiaéreo. Esa explosión
mató a dos guardas de la sala de municiones, mientras que un incendio en la sala
de máquinas, fue sofocado milagrosamente, por una cascada formada por un escape
de aceite.
La fragata Plymouth, que fue sorprendida en su camino hacia el estrecho de las
Malvinas por un escuadrón de Mirages, sufrió cuatro impactos simultáneos,
ninguno con orificio de salida.
Algunos datos sobre la ayuda made in usa
La ayuda fue cierta, cuantiosa, precisa y oportuna, oficializándose a partir del
momento en el que el entonces secretario de Estado norteamericano, Alexander
Haig, dijo que su país iba a responder positivamente a las peticiones de apoyo
material —y de otro tipo—, formuladas por Londres.
Las propias fuentes británicas han hablado de misiles AIM-9L Sidewinter que
fueron utilizados por los Harrier. Esos misiles multiplicaron las prestaciones
de un avión más bien mediocre, como Sea Harrier. 24 Aviones argentinos fueron
abatidos por ese misil norteamericano: el Sidewinter AIM-9L.
La versión AIM-9L representa la tercera generación de este tipo de misiles
norteamericanos, diferenciándose de sus antecesores AIM-9G/H/J; AIM-9E/B, en
muchos aspectos referente a su capacidad de ataque. Sus principales
características son: longitud 287 cm.; diámetro 12,7 cm.; peso 86 kg. Esta
última versión del Sidewinter posee un sistema de guía infrarrojo y otro óptico.
Ha sido construido por la firma Raytheon Company, de Massachussetts (Jane`s,
Weapon System, 1980).
Los sensores termosensibles del Sidewinter acusaban incluso el calor producido
por la fricción de las ojivas de los aviones argentinos, de forma que fue
suficiente disparar los misiles en ataque de vuelo lateral.
Las arriesgadas maniobras de los aviones argentinos Mirage y Skyhawk, que debían
acercarse a los buques británicos en vuelo rasante, facilitaron la acción de los
Sea Harrier artillados con Sidewinter: «Los aviones argentinos entraron en el
sector de maniobras más favorable de los aviones británicos». (Der Spiegel, 2 de
agosto de 1982, Operation Beendet).
Otros apoyos significativos fueron los misiles tierra aire Hawk, distintos
equipos para la detección de submarinos, grandes cantidades de munición, sobre
todo para la artillería naval, paneles de acero destinados a la construcción de
pistas de aterrizaje de fortuna, piezas de repuestos de diversas clases y, por
supuesto, equipos electrónicos y otros ingenios muy avanzados.
Vital ha sido en el capítulo logístico la isla de Ascensión, situada frente a
las costas africanas y a 6.000 Km de las Malvinas. Allí se encuentra una gran
base aérea construida por los EEUU y bajo mando norteamericano, así como una
base naval de primera importancia costeada igualmente con fondos yanquis. Ambas
sirvieron de escala para la fuerza aeronaval expedicionaria británica y allí
aterrizaron atiborrados de material, los C-130 Hércules y C-5 Galexy de la US
Air Force, que llegaban desde los EEUU tras una escala en la base aérea de
Howard situada en la Canal Zone Panameña. Otros C-5 transportaron aviones
Harrier entre el Reino Unido y Ascensión, comprendiéndose muy bien que un alto
mando británico haya afirmado oficiosamente, que sin la base media de Ascensión,
no podríamos haber emprendido esta guerra o nos habría resultado enormemente más
onerosa y difícil de ganar.
De extrema importancia puede considerarse también las informaciones de tipo
meteorológico y, más aún, las proporcionadas sobre los movimientos de las
unidades argentinas navales, aéreas y terrestres, por los aviones de
reconocimiento U-2 y SR-71 norteamericanos, extremo dado como seguro en los
medios generalmente bien informados de Washington y recogido, sin mentís alguno,
en la prensa de esa capital, que sí descartó en cambio, la participación de los
AWACS en la recogida de datos.
En esta misma línea cabe incluir la labor de los satélites de observación lo
que, por otra parte, resulta explicable ya que el Reino Unido tiene al caudal
del Centro de Información y Vigilancia de las Flotas Oceánicas (FOSIC)
norteamericano, donde se centralizan las informaciones que proporcionan los
satélites denominados espías, además de las de los buques y aviones de
vigilancia. Se da el caso curioso de que la central del FOSIC no se encuentra en
los EEUU, sino en el cuartel general que la US Navy posee en Grosvenor Square,
en Londres, mientras que también tiene su centro en el Reino Unido,
concretamente en la localidad escocesa Edzell, otro sistema norteamericano: el
Orsus, de satélites centrados en la observación de los océanos que, en bandadas
de a cuatro, cada 104 minutos completan la órbita terráquea a mil Km de altura,
proporcionando inteligencia mediante fotografías, radio y radares. Todos estos
sistemas, a los que cabe añadirles los satélites que controla directamente la
CIA y otros, compatibilizan sus datos, dentro del cuadro de la OTAN, con los
satélites Skynet británicos.
Siempre en el campo de la inteligencia, no hay que olvidar que el Reino Unido y
su pariente sajón del otro lado del Atlántico forman parte del consorcio SIGINIT,
para la localización de buques en el océano mediante las señales radio que éstos
transmiten, una de cuyas bases se encuentra en la ya mencionada isla de
Ascensión.
La beligerancia de la Administración Reagan ha sido, desde luego, muy acusada en
el plano militar y si en Londres existió un Gabinete de Guerra, lo que es
lógico, en Washington funcionó otro organismo del estilo, denominado Gabinete de
Crisis, a cuyas sesiones asistieron el presidente y vicepresidente
norteamericanos, el secretario de Estado, el secretario de Defensa, el jefe del
Estado Mayor Conjunto, y el secretario de la US Navy, entre otros. Estados
Unidos hizo algo más que ayudar a Londres. Puso su inmensa capacidad al servicio
de un objetivo logrado: evitar que Buenos Aires pudiera reponer sus pérdidas y
adquirir medios de defensa o de apoyo nuevos. La cúpula del Imperialismo
Oceánico se vengaba acabadamente de un subalterno que quiso crecer dentro del
sistema.
La capitulación militar en el teatro de operaciones estuvo en función de
decisiones políticas tomadas en el alto mando cívico/militar de la retaguardia
La fuerza de intervención británica comienza a desembarcar en la Bahía de San
Carlos, gracias a una de las grandes incompetencias del mando argentino: la
marina de guerra había dejado abierto el canal interinsular (cuyo extremo Norte
tiene una anchura de unos 4,5 Km). Impedir su uso a las fuerzas enemigas,
minándolo, hubiese sido una tarea increíblemente fácil y económica, que sin
embargo no se hizo.
Antes de comenzar el desembarco, en las condiciones reales que actuó la flota
británica (pocos barcos, poca artillería, mínima cobertura aérea, insuficiente
número de efectivos de infantería), el potencial de las armas británicas era
igual a cero.
En lo fundamental, las fuerzas terrestres (su incompetencia se corporizó en su
inmovilidad) permitieron que ese potencial fuera creciendo lenta pero
inexorablemente. De inmediato, los británicos comprendieron que se estaban
enfrentando con un ejército que ya había sido profundamente «trabajado» por
servicios de inteligencia propios y aliados.
De allí que cuando llega la hora del combate, no existió la preparación
necesaria; no se habían efectivizado los principios que informan una doctrina de
defensa de islas, que se pueden dividir en dos grandes fases:
Descubrir al enemigo.
Destruirlo antes de que pueda atacar.
Las Fuerzas argentinas disponían de elementos para cubrir ambas fases.
Para descubrirlo existía un sistema de vigilancia para realizar la segunda fase;
permitiendo señalar al enemigo con tiempo suficiente para que su destrucción
pueda realizarse antes de que esté en condiciones de lanzar el ataque. Para
cumplir la segunda fase era absolutamente necesario contar con un «brazo más
largo», es decir medios de mayor alcance que los del enemigo. Este aspecto debió
ser cubierto con la activación de bases aéreas en las islas y con la instalación
de artillería costera (cañón «sofman» de 155 mm de fabricación argentina). Ya
habíamos señalado que la flota británica carecía de artillería pesada y de largo
alcance.
Sin embargo se produjo un desembarco. Los mandos argentinos de entonces no
cualificaron a las fuerzas terrestres ya instaladas, no activaron una base aérea
apta para tornar operativa la superioridad en ese campo; las fuerzas navales no
operaron aprovechando el espacio insular, no se minaron los puntos de desembarco
más probables; las fuerzas terrestres no utilizaron la isla occidental como
pivote de la reserva estratégica. No existió en las islas el armamento adecuado.
La fuerza atacante, en un rasgo de audacia que pudo costarle la derrota de haber
estado la defensa vertebrada por un mando competente, reemplazó su inexistente
reserva estratégica por una logística absolutamente eficiente. Después de la
batalla el general Moore comentó: «La logística fue un problema colosal. Una
línea de comunicación de 8.000 millas (13.000 kilómetros). Y luego ochenta
kilómetros sobre un terreno pésimo, sin caminos y con un tiempo signado por
tormentas de nieve con el que no pueden volar los helicópteros... Volviendo a
las guerras napoleónicas, Wellington dijo que el sistema francés de entonces era
como unas riendas elegantes. El problema era que cuando se partía el cuero, se
partía. Wellington hizo sus riendas con cuerdas y, cuando se rompían, las ataba
con nudos. Nosotros, aquí, tuvimos muchos nudos que atar. El hundimiento, en
Bahía San Carlos, del carguero Atlantic Conveyor fue un inmenso desastre (que
logramos disimular), ya que estaba repleto de grandes helicópteros Chinook que
debían haber servido para desembarcar tropas y material en dirección de Port
Stanley. De hecho, las tropas que desembarcaron en San Carlos avanzaron luego a
pie, porque los pocos helicópteros que quedaban se concentraron en el transporte
de municiones».
Aquel desastre sufrido por la fuerza atacante, llevó a otro desastre. Sin
embargo, gracias al inmovilismo de las fuerzas argentinas sobre el terreno y a
la absoluta estaticidad de su reserva estratégica, el enemigo condujo a sus
hombres hasta la victoria.
El segundo desastre, obligado por el primero, se originó en el desembarco del
resto de la fuerza atacante en Bluff Cove y Fitzroy. «Allí los británicos
sufrimos un nuevo revés con el ataque aéreo argentino contra los buques
logísticos Sir Gallahad y Sir Tristam. Pero con este avance se acortó la guerra.
Teníamos prisa. Los portaaviones habían estado en el mar en una operación
continua que duró más que la de ningún otro portaaviones antes en el mundo».
Es decir que cuando se produce la rendición argentina, el ejército británico
estaba en el exacto límite de sus fuerzas, con toda su logística puesta en el
terreno —que no era mucha ni de diferente calidad que la argentina— y sin
reserva estratégica en absoluto. Las fuerzas argentinas estaban ya asentadas en
terreno —o debían haberlo estado— fortificadas (o debían haberlo estado) y, con
una enorme reserva estratégica, medios de transporte adecuados en cantidad y
calidad y un amplio espacio que ocupar inmediato al teatro de operaciones: la
isla Gran Malvina (la isla occidental del archipiélago).
La fuerza atacante tuvo siempre la audacia y el valor de moverse en el límite de
sus posibilidades, basada en una superioridad moral sobre las fuerzas
defensoras. «En la batalla de Goose Green tuvimos todo tipo de problemas, pero
hicimos una cuerda, y los responsables de la logística desempeñaron una soberbia
labor asegurando la necesaria cantidad de munición en el frente... Por un pelo,
pues al final de algunas batallas algunos cañones tenían muy poca munición».
Para Moore aquella superioridad moral se estableció «...derrotando al enemigo en
batalla; y siempre tuvimos la intención de buscar una batalla en la que
derrotarle pronto».
Incapacidad de la defensa
Existen en la historia militar contemporánea algunas analogías con la campaña
inglesa en las Malvinas. Concretamente, la Larga Marcha de Mao, que se origina
en una gran derrota, y en su evolución, dentro de un amplio espacio, se
sucedieron otras muchas derrotas. Pero la estrategia finaliza en la victoria
final (empleamos el concepto estrategia en su acepción más formal: como
movimiento de las fuerzas en su relación con el objetivo final de la guerra).
El mando argentino no realizó siquiera el intento de organizar una defensa
estratégica dinámica (defensa estratégica: «es la conducción de una campaña, o
de toda la guerra, que no busca, en forma directa, la decisión por medio de la
lucha o, por lo menos, trata de retardarla el tiempo que juzgue necesario.
Consiste generalmente en rehuir la batalla decisiva, buscando obtener antes el
equilibrio o la superioridad sobre el adversario. Otras veces se la emplea para
conservar las fuerzas a la espera de la acción y del enemigo, para atraerlo a un
campo más propicio y luego atacarlo en busca de la decisión». Perón, op. cit.).
Es obvio que la defensa estratégica está directamente vinculada con ciertas
formas de movilidad táctica (impidiendo acercarse al enemigo con toda su
potencia, en busca de la batalla decisiva) pero, fundamentalmente, con la
reserva estratégica o, más bien, con el uso que se haga de tal reserva.
En el informe de especialistas europeos citado inicialmente se puede leer: «No
es la inglesa una flota para ser proyectada sobre tierra, porque ir por un
objetivo terrestre exige acercarse, ponerse a tiro de armas bien asentadas,
donde la alerta radar es entorpecida por el relieve y las contramedidas
electrónicas... se activan demasiado tarde» (juicio absolutamente correcto que
habla de la vulnerabilidad inicial de la fuerza británica). «Hace falta más
flota, más cantidad de unidades, si se quiere aceptar el lógico porcentaje de
bajas para vencer con las restantes. Y no es así la flota inglesa. Sus unidades
están contadas. (Certera referencia al handicap con que inició las operaciones
la fuerza británica).
«Además el desalojo de fuerzas contrarias instaladas en tierra no es posible a
distancia, hay que ir allí y entablar finalmente el combate de las infanterías,
y tampoco cuenta la Royal Fleet con los medios adecuados para ello. Sí que los
marines tienen preparación suficiente y sus dos o tres regimientos se han
reforzado con unidades del Ejército» (No existía prácticamente una fuerza
anfibia británica, y sin embargo el atacante batió a un enemigo que se suponía
debía estar bien instalado en tierra). Ya habíamos señalado que el principal
error de muchos analistas europeos fue el haber presupuesto que las fuerzas
argentinas utilizarían su flota de mar:
«La flota, por su parte, y en especial el portaaviones 25 de Mayo, se mantiene
presta para lanzar sus aviones y misiles contra los barcos ingleses que se
acerquen a las islas». Se suponía que el objetivo inicial era preservar las
fuerzas navales «...para no perder la posibilidad de tráfico marítimo entre el
continente y las islas...» Esas fuerzas nunca se utilizaron.
Curiosamente en la batalla de las Malvinas se enfrentaron dos generales cuya
experiencia anterior era básicamente contrainsurreccional. Antes de las
Malvinas, Moore participó en las campañas de Malasia, Brunei, Chipre e Irlanda
del Norte. Menéndez, en una sola y muy modesta: Tucumán. Dos generales
esencialmente occidentalistas, esto es, anticomunistas en profundidad,
profesionalmente. Triunfó el que logró expresar el discurso nacional más
profundamente guerrero. Y ello, contra todas las predicciones lógicas.
En los comienzos del conflicto, el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres
había sido muy cauto sobre las posibilidades de las fuerzas británicas. Esta, en
ningún caso, podría expulsar a las fuerzas argentinas de las Islas Malvinas. Sin
embargo, produciendo acciones precisas y audaces, podría forzar el
establecimiento de una posición militar como plataforma de búsqueda de una
solución diplomática.
En esencia, la incompetencia táctico-operativa del mando militar argentino en el
teatro de operaciones, estuvo fundamentada en el uso totalmente incorrecto que
se hizo del espacio, ya sea del terrestre o del naval. Esto es, en la ausencia
de movilidad, en la incapacidad de propuesta, debemos reconocer que esta
incompetencia tuvo un handicap de una desastrosa conducción
estratégico-política, pero en todo caso se trataba de algo conocido y compartido
por el mando táctico.
Dijo Moore: «Lo primero era adivinar las intenciones del enemigo. Esperamos un
contraataque por tierra que nunca llegó. Lo segundo era la duda de qué recursos
se estaba reservando el enemigo. Esto no estuvo claro hasta que, de repente,
empezaron a salir de sus trincheras para rendirse».
El periodista que hizo el reportaje comenta: «Moore se quedó sorprendido por la
rapidez de los últimos acontecimientos (en la noche de la rendición del 13 al 14
de junio de 1982). No negoció directamente la rendición con Menéndez; le dejó
esta labor a su adjunto, el general Walters, pues piensa que es mejor dejar
negociar a otro que tenga la excusa de la necesidad de consultar los términos
con sus superiores. Es la misma técnica que los británicos han utilizado cuando
han tenido que negociar con terroristas».
Roma jugó un papel destacado en la rendición, secundada por importantes sectores
de la Iglesia argentina. De tal forma que cuando el Papa polaco, a punto de
abandonar Buenos Aires, ejecuta el último acto en la ya inevitable trama de la
rendición, las fuerzas en el terreno estaban preparadas para ella. Ya habían
perdido todo el espacio que necesitaban para operar y la retaguardia había
dejado de ser operativa, si es que alguna vez lo fue.
Otro factor que decidió tan alto grado de incompetencia, fue la inexistencia de
una auténtica reserva estratégica. En nuestro caso específico, tal reserva era
dependiente, en grado sumo, de la utilización del espacio marítimo. Y volvamos
así al punto central de partida. Para la utilización de ese espacio marítimo
existían los medios necesarios y la instrucción adecuada. Ambos factores no se
utilizaron. La iniciativa estuvo siempre en manos del enemigo, que operaba a
enormes distancias de sus bases. No se utilizaron por una única razón posible:
porque la victoria podría transformarse en un hecho políticamente indeseable.
En cuanto a la instrucción, existía una experiencia acumulada durante más de
tres décadas de prácticas antisubmarinas que se desarrollaron a lo largo de
todos los Operativos UNITAS. Sin embargo, algo es cierto. Los sonidos que
registran los Sonares provenientes de motores de submarinos soviéticos son
distintos de los que emiten los submarinos occidentales. Tan distintos son que
la última generación de armas AS puede diferenciar muy bien unos de otros. Y
evidentemente, nuestra marina de guerra está acostumbrada a «bailar» en función
de determinados sonidos, y no de otros. ¿Cuánto dinero le costó al país la
financiación de esas prácticas antisubmarinas para que, al final, sólo sirvieran
para que unos cuantos caballeros se diviertan metiendo ruido y asustando peces?
Reserva estratégica: «Es el conjunto de unidades operativas retenidas a
retaguardia de un frente de operaciones, donde se producirá la decisión de la
guerra, con el objeto de emplearlas oportunamente en el sector y momento
decisivos. De ello se deduce que su aplicación puede justificarse sólo en el
caso de una defensiva estratégica, y en dispositivos articulados en profundidad»
(Perón, op. cit.). Las fuerzas británicas carecían en absoluto de reserva
estratégica. Concentraron todas sus fuerzas en el centro de gravedad estratégica
del dispositivo oponente, obligando a la batalla.
De allí que los presupuestos de una victoria argentina estaban localizados en la
utilización de esa reserva estratégica localizada en el continente. La
utilización racional de esa reserva, de haber existido voluntad política de
triunfo, dependían de:
Uso del espacio insular y continental. No debemos olvidar, en ningún momento,
que existió otra isla Gran Malvina que era el espacio ideal para maniobrar sobre
Soledad desde el continente.
Uso de medios de transporte navales y aéreos. Ellos existían abundantemente.
Simplemente no fueron utilizados porque no existió la voluntad política de lucha
y de triunfar, que era el deseo más íntimo y profundo de todo el pueblo
argentino y de todos los pueblos del mundo que vieron en esa lucha una auténtica
lucha anticolonialista.
Grado de fortificación y capacidad de resistencia de las fuerzas acantonadas en
Puerto Argentino. En la medida en que la resistencia continuara atrayendo la
totalidad de la fuerza atacante, la utilización de la reserva estratégica se
pudo haber realizado con total libertad de acción.
Movilidad táctica: En este caso, la movilidad táctica debió haber sido empleada
desde el mismo momento en que desembarcan los primeros cuerpos británicos en
bahía San Carlos. No necesariamente con el objeto de reducirlos en forma total,
pero sí desgastarlos con el objeto de impedir que se acercaran con todo su
potencial —moral y material—, a los centros de gravedad del dispositivo
defensivo. Esta fue una incompetencia que debe serle atribuida exclusivamente al
mando operativo.
La movilidad táctica estaba en relación con la utilización de la reserva
estratégica, con una movilización en el momento oportuno. El no haber hecho uso
de ella es responsabilidad exclusiva del alto mando estratégico. La alianza
cívico/militar que gobernó Argentina durante el «Proceso Militar» es la
responsable de la derrota.
La inmovilidad táctica fue uno de los resultados específicos de la incompetencia
del mando en el teatro de operaciones. La concentración de tropas en Ganso Verde
y Puerto Argentino no sólo generó una inercia psicológica tendiente a la
inmovilidad. Además el propio trabajo de fortificación se realizó en forma
dubitativa e improvisada.
Esa extraña concepción de la defensa y la inercia operativa les regaló a los
británicos la posibilidad de actuar con una gran libertad operativa: «Pudimos
sorprenderles en diferentes ocasiones y actuar con resolución. Desembarcamos en
un lugar donde no nos esperaban y avanzamos en ángulos que no esperaban» (Moore).
Centro de gravedad estratégico: Es la parte del dispositivo del o de los
ejércitos donde se hace actuar la potencia principal en procura de la decisión».
La estrategia moderna no aspira más que a un resultado: la batalla (Clausewitz)
—que los acontecimientos posteriores demostraron no ser más que una expresión de
deseos.
La estrategia y la política según Clausewitz. Disimetría entre la defensiva y la
ofensiva
La función específica de la estrategia es el cálculo de los medios militares en
función del objetivo militar propiamente dicho: Ziel. Luego está el fin
político: Zweck, al cual debe estar subordinada la estrategia. No hay guerra sin
«el otro»: sin el adversario. Las «leyes» de la guerra se extraen, precisamente,
de esa acción recíproca: «La guerra descansa sobre la acción incesante que los
dos campos ejercen entre sí». Surge el principio de la polaridad, que impone a
los dos adversarios el objetivo estratégico: desarmar o ser desarmados.
«Las intenciones políticas se miden en el comportamiento estratégico». No había
desequilibrio estratégico entre ambas fuerzas en el AS. Y si él existía había
decantado en favor de la defensa, porque las fuerzas atacantes habían llegado al
límite de su esfuerzo. Ello favorecía netamente la concepción de la «fuerza
desigual» que existe entre el ataque y la defensa. La fuerza de la defensa tiene
superioridad. El desequilibrio que produce el ataque siempre puede ser
restaurado en función de la diferencia de la «dos formas» de guerra (la ofensiva
y la defensiva) y de su intrínseca desigualdad. A partir de ella, de la
superioridad de la defensa, la fuerza del más fuerte no es directamente
proporcional a la debilidad del más débil. Dos combatientes pueden equilibrarse
por el hecho de que ambos son «el más fuerte», uno en la ofensiva, otro en la
defensiva. La disimetría de la ofensiva y de la defensiva (estamos hablando
siempre en el plano de una guerra convencional, clásica) permite a la defensa
equilibrar una potencia ofensiva mayor que la capacidad defensiva. Tal
superioridad se basa en que la defensa tiene la posibilidad de explotar con
mayor eficacia el espacio y el tiempo. Esto es, de utilizar la retaguardia. La
ventaja de la defensa es un principio de equilibrio que modera la amenaza, por
medio de la posibilidad de un «contraataque», que hace pensar sobre el campo una
fuerza ofensivamente superior.
La gran responsabilidad del mando —táctico y estratégico- consistió en
despreciar las ventajas de la defensa, la incompetencia de la conducción tiene
allí su más clara expresión. Porque para hacer valer la defensa, en la práctica,
dentro del marco teórico de superioridad que le atribuye Clausewitz, se
necesitan los atributos fisiológicos y morales que sólo los combatientes, lleven
o no uniforme, poseen.
En la disimetría estructural, la defensa puede forzar el atacante a perder su
intención ofensiva. En el caso del AS, esto era más que evidente, ya que el
atacante había empleado ya todos sus recursos, llegando al límite de su tensión
bélica. La defensa debió haberse convertido en resistencia eficaz, basada en la
resistencia moral— que nunca existió, salvo excepcionalmente —del cuadro de
oficiales. Y debió haber funcionado la retaguardia estratégica, es decir, la
capacidad de contraataque. Si la concentración de todos los recursos con miras a
una resistencia es lo bastante grande como para contrapesar la preponderancia
eventual del ataque del enemigo, la simple duración del combate bastará para
llevarlo paulatinamente a un punto en que su objetivo ya no será un equivalente
adecuado, un punto en el que deberá abandonar la lucha.
La defensa tiene que tener el privilegio de la movilidad. En este caso ella
estaba localizada en la retaguardia estratégica. Al reducido espacio físico
operativo se le debió sobreimpresionar un espacio estratégico, cuya dimensión
más importante se encontraba en la capacidad de reacción de la retaguardia.
La no utilización de la reserva estratégica es la más clara indicación de las
ligazones de subordinación que existían y existen entre una amplia franja del
mando y determinados centros decisionales de los EE.UU.
Dentro de este marco de razonamiento, el pensador político debe analizar las
características de una conducción de la batalla dentro y fuera del teatro de
operaciones.
Hoy la democracia devastadora culmina la tarea iniciada por aquellos mandos
traidores. La continuidad entre ambos sistemas políticos es absoluta. No se
trata del pasaje de la dictadura a la democracia, sino de la derrota a la
indefensión: y ello se fundamenta en las privatizaciones del área de producción
para la defensa y su infraestructura científico-técnica.
El Gobierno argentino correspondiente a la segunda fase de la democracia (Menem),
en virtud de la Ley de Racionalización del Estado, ha «privatizado» la totalidad
de las empresas que conforman el área de producción para la defensa. Se trató de
uno de los grandes grupos económicos de América Latina y el de mayor experiencia
y capacidad para convertirse en el núcleo de un gran complejo industrial/militar
competitivo con otros del exterior.
Se sobreentiende que el concepto «privatización», en este contexto, no significa
una modificación de la estructura jurídica de la empresa. Significa, simple y
llanamente, su liquidación.
A partir del sistema industrial/militar argentino nuestro país hubiese estado en
condiciones de convertirse en una importante potencia regional con una capacidad
tecnológico/industrial de tal envergadura que lo hubiese habilitado para generar
y transferir tecnología a la totalidad del sector industrial. Además, esa
capacidad, proyectada hacia el mundo exterior, hubiese sido un extraordinario
instrumento de soberanía y de mejoramiento de la ubicación jerárquica de la
Nación en el mundo.
Con una política distinta, Argentina hubiese estado en condiciones de fabricar
submarinos y blindados, sistemas electrónicos y buques oceánicos, misiles y
sistemas satelitarios. Al ser toda tecnología, hoy, de doble uso, la capacidad
de transferencia (interior) y de proyección (exterior) que hubiese tenido el
«complejo» industrial/militar argentino, hubiese significado una radical
modificación del rol de Argentina en el mundo.
Ese complejo militar integraba una variedad muy grande de industrias que, en su
conjunto, se hubiesen convertido en una poderosa palanca del desarrollo
económico, tecnológico, social (producción de empleo) y, en definitiva,
estratégica. Esta fractura del saber hacer nacional fue una de las importantes
consecuencias de la derrota militar y de su continuidad «democrática.
Las Fuerzas Armadas en la etapa del desengaño democrático. de la derrota a la
indefensión
1. La derrota
La derrota de las fuerzas argentinas fue, ante todo, una actitud mental no solo
de la dirigencia militar; fue el resultado de una prehistoria «occidental y
marítima» y de una especial interacción entre las instituciones militares y el
bloque social hegemónico que las ideologiza y las administra
A los pocos días del hundimiento del Sheffield, un grupo de expertos militares
de distintos países europeos analizaron «Las operaciones militares que se
desarrollan en la no declarada guerra de las Malvinas», texto que ya hemos
citado anteriormente.
Los analistas percibieron que el dispositivo defensivo argentino era superior a
la capacidad ofensiva de la fuerza británica, y que si Argentina perdía la
guerra sería a causa de decisiones provenientes «de la retaguardia».
Los analistas explicaban con mucha exactitud los puntos débiles de la fuerza
expedicionaria británica, pero se equivocaban absolutamente al juzgar «la
solidez del esquema defensivo argentino». El error, por cierto, provenía de
ubicar a las fuerzas argentinas fuera de su contexto histórico, político y
social.
Históricamente, esas fuerzas no habían combatido nunca contra el Mundo Marítimo,
es decir, contra el occidente capitalista. Habían nacido institucionalmente como
prolongación de ese mundo. Todos sus iconos eran y son continuidad de ese mundo.
La acción de Malvinas fue una acción fuera de contexto dentro del tiempo y del
espacio de la historia institucional de Argentina. Desde el punto de vista
estratégico, la batalla del AS no fue la continuación de la guerra de la
independencia, sino exactamente lo contrario.
Nuestra prehistoria comienza en 1810 y se realiza, casi sin discontinuidades, de
la mano del Mundo Marítimo. La victoria en el Atlántico Sur hubiese representado
una fractura con occidente. Hubiese sido el fin de la prehistoria y el comienzo
de la Historia. Socialmente esas fuerzas eran un apéndice instrumental del
bloque hegemónico, cuya continuidad como tal dependía de la continuidad de sus
relaciones con el «mundo marítimo occidental». Es decir, dependía de la
necesidad de recomponer una prehistoria comenzada en mayo de 1810 (ver Anexo).
Por ello, y no podía ser de otra manera, la cosmovisión política de las fuerzas
militares era de raíz anticomunista. Esto significó que no tenían un proyecto
nacional propio y diferenciado, y que carecieran de doctrina y de plan militar.
Por todo ese complejo cúmulo de antecedentes, y por haber sido constituyentes de
un gobierno a la medida de la oligarquía financiera, la situación orgánica de
las fuerzas era realmente catastrófica. Era lo que convenía a la continuidad
prehistórica de un proyecto geopolítico dependiente del Imperialismo Oceánico
llamado Nación Argentina.
El Informe concluye señalando proféticamente que la victoria británica, «si
llega a producirse», se conseguirá en «el combate de las retaguardias, donde se
enfrentan la estabilidad de la monarquía parlamentaria contra una siempre
inestable dictadura».
El siguiente es el texto del Informe, que expresa lo que debió haber sido el
combate en términos de lógica militar. Las fuerzas argentinas son ubicadas fuera
de su historia y de su contexto social:
«En el nivel de conducción de la guerra, la de las Malvinas es un hecho
increíble, de la misma manera que son increíbles la dictadura y el colonialismo
que la protagonizan. Ambos pertenecen al orden de lo irracional, y no es extraño
que sus iniciativas escapen a la comprensión.
«Pero en el nivel de los ejecutantes estamos ante un acontecimiento
históricamente cotidiano realizado por profesionales y organizaciones
especializados para estas suertes y susceptible de análisis, crítica y
pronóstico, aunque en la parte que tiene en común con aquel nivel superior de
conducción haya que sustituir el razonamiento por la intuición y tal vez por la
adivinación».
Sorpresa británica
Del lógico secreto conque se cubren las operaciones militares ya se han filtrado
suficientes indicios para constatar la concienzuda y conocida preparación de las
fuerzas armadas argentinas, muy anterior a este evento, así como la sorpresa de
la que fue víctima la máquina militar de Gran Bretaña.
En efecto, en las bases del sur del país, las fuerzas aéreas argentinas
mantienen en alerta un poderoso despliegue sobre las pistas, listo para
reaccionar en defensa de la flota, cautamente abrigada cerca de las costas. La
flota, por su parte, y en especial el portaaviones 25 de Mayo, se mantiene
presta para lanzar sus aviones y misiles contra los barcos ingleses que se
acerquen a las islas.
Allí en la Soledad y en la Gran Malvina, la Infantería de Marina ampliamente
reforzada por el Ejército de Tierra, se pega al suelo, sin que al adversario le
sea posible llegar hasta el objetivo final más que con elementos ligeros capaces
de burlar el dispositivo de vigilancia terrestre, pero sin capacidad para
acciones resolutivas.
El esquema descrito contiene naturalmente el dinamismo propio de la acción
bélica, pero su fundamento estratégico no parece que vaya a apartarse
sustancialmente de los siguientes tres sencillos y eficaces principios:
Resistir sobre las posiciones isleñas a toda costa.
Reaccionar desde el continente y desde la flota con fuerzas aéreas
fundamentalmente.
Preservar las fuerzas navales para no perder la posibilidad de tráfico marítimo
entre el continente y las islas para el refuerzo, el reemplazo de bajas y el
abastecimiento. Se trata en definitiva, de un dispositivo absolutamente
defensivo, adaptado a la configuración geográfica del teatro y a la medida de
las posibilidades militares argentinas.
Logística
Por otra parte, en el terreno de la logística, tan crítico para un país como
Argentina, esencialmente dependiente para su dotación armamentística y de
repuestos, la preparación de sus Fuerzas Armadas no es menor que la que viene
demostrando en el combate. Previendo el más que probable boicoteo de los
suministradores habituales de equipos militares, las Fuerzas Armadas se dotaron,
para cada sistema de armas que montan las unidades terrestres navales y aéreas,
con stocks completos de municiones, componentes, repuestos y talleres, todo ello
traído a altísimos costes de países diversos, fundamentalmente Inglaterra, EEUU,
Alemania, Francia e Israel.
La gigantesca operación de preparación y abastecimiento se ha venido realizando
a lo largo de los últimos años, intercalando cortinas de humo para su
ocultación, como bien pudo haber sido el conflicto del canal de Beagle con
Chile.
Por su lado, la Gran Bretaña posee una fuerza naval muy poderosa en el ámbito
para el que fue concebida, el oceánico, y para el fin para el que fue diseñada,
el dominio del mar.
Se trata de unidades navales listas para garantizar el tráfico propio y la
circulación marítima entre Norteamérica y el norte de Europa, por ejemplo, y
para impedir la entrada al Atlántico, por el Norte, de fuerzas contrarias. De
ahí su formidable fuerza submarina. Quizás sean la OTAN y la guerra generalizada
los supuestos que han guiado a los estrategas británicos.
No es la inglesa una flota para ser proyectada sobre tierra, porque ir por un
objetivo terrestre exige acercarse, ponerse a tiro de armas bien asentadas,
donde la alerta radar es entorpecida por el relieve y las contramedidas
electrónicas, defensa contra los misiles, se activan demasiado tarde, como
demostró la destrucción del Sheffield.
Hace falta más flota
Hace falta más flota, más cantidad de unidades, si se quiere aceptar el lógico
porcentaje de bajas para vencer con las restantes, y no es así la flota inglesa.
Sus unidades están contadas.
Además, el desalojo de tropas contrarias instaladas en tierra no es posible a
distancia, hay que ir allí y entablar finalmente el combate de las infanterías y
tampoco cuenta la Royal Fleet con los medios adecuados para ello. Sí que los
marines tienen preparación suficiente y sus dos o tres regimientos se han
reforzado con unidades del Ejército; sin embargo no existe, prácticamente, una
fuerza anfibia británica a la medida de la tarea.
Con un solo buque de asalto se puede lanzar un batallón reforzado, el resto de
la fuerza de desembarco es transportado en mercantes requisados, sin la
necesaria dotación de medios de trasbordo, comunicaciones y control. En el plano
estrictamente militar, no se ve capacidad resolutiva en las fuerzas británicas.
Su triunfo, si lo logran, tendrá que venirles por el combate de las
retaguardias, donde se enfrentan la estabilidad de la monarquía parlamentaria
contra una siempre indeseable dictadura».
2. La indefensión
El personal político y militar, y el «cuerpo estable» de comunicadores sociales
que propiciaron la derrota militar, representan en esencia los mismos intereses
que, luego, organizaron la indefensión/en/democracia y el alineamiento
automático.
Seguridad versus defensa
En Argentina se ha producido una definición institucional en favor de la
seguridad, lo que necesariamente significa en perjuicio de la defensa.
A esta situación se llega a través de la realización de un proceso inexorable y
lógico:
Primero. Se elimina la necesidad de una elaboración estratégica y doctrinaria
autónoma: se adopta y se asume el marco estratégico provisto por el
enemigo/vencedor, es decir, por las expresiones fácticas de la «globalidad».
Ello conduce a la existencia de Ejércitos des/terrados, en un principio, y
aparentemente, al servicio del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Segundo. Se imprime a fuego, sobre toda la estructura institucional de las
fuerzas vencidas, una específica conciencia de culpabilidad, que se concretiza a
través de la expansión de los «obstáculos de entendimiento» que existen entre la
milicia y la sociedad. La «desmilitarización» de la sociedad se convierte así en
un buen negocio electoral.
Tercero. Se elimina la capacidad tecnológica e industrial de las fuerzas: se
erradica su gran opción por el pensamiento autonómico (se sabe que el
pensamiento científico y tecnológico es siempre el producto de una determinada
visión estratégica). No se «moderniza» el sistema industrial, tecnológico y
científico ligado a la defensa: se lo erradica.
Cuarto. Se inviabiliza a las fuerzas desde el punto de vista demográfico,
negando la participación de la ciudadanía en el proyecto socializador que
implica la articulación defensiva de una comunidad nacional. La fractura entre
milicia y sociedad que emerge de una doble derrota militar facilita la maniobra
de lograr éxitos electorales a partir de la desciudadanización de la defensa.
Quinto. Se reemplaza la defensa por la seguridad. A partir de allí toda la
estructura de la defensa morirá por inanición. A partir de allí se producirán
importantes desgarramientos sociales e irreversibles fracturas territoriales. El
objetivo del enemigo habrá sido plenamente logrado: el proyecto llamado «nación
argentina» habrá dejado de existir.
Seguridad y defensa son conceptos que expresan cosas no sólo distintas, sino
radicalmente opuestas. La seguridad está referida al mantenimiento de un
determinado orden social interior, cualquiera sea éste. La defensa es la
preservación de un espacio común: tanto en lo político, como en lo geográfico y
lo cultural. Como lo demuestran innumerables experiencias internacionales
recientes (entre otras, Rusia) la defensa no es un factor orientado a la
preservación de la estructura socioeconómica interior.
Por definición la seguridad exige represión. En términos concretos, en el aquí y
ahora, la seguridad es la defensa de los incluidos en el seno de una sociedad
excluyente. La defensa se pervierte transformándose en seguridad en el preciso
momento en que ya no es posible ni deseable (porque altera la naturaleza del
«modelo») encarar políticas de desarrollo económico que incluyan el bienestar
social, más allá de lo meramente instrumental definido a partir de la
supervivencia del propio grupo gobernante.
La verdadera defensa, especialmente en países de baja densidad demográfica,
exige una participación y una inclusión social intensa, porque ello obedece a la
lógica de una necesaria profundidad defensiva.
Una política de defensa encarada bajo la perspectiva de la democracia y de la
participación social tampoco puede estar sometida a la falsa contradicción
ejército profesional versus servicio militar obligatorio. La política de defensa
que se debe oponer a la concepción posmoderna de la seguridad, concilia ambos
términos, hoy sometidos a una tensión ilógica en función de los intereses de los
profesionales de la seguridad. De la seguridad viven, políticamente hablando,
sectores aparentemente contradictorios del espectro social.
La defensa se nutre de incrementos en los índices de salud, de educación, de
ciencia y de tecnología, y del desarrollo industrial. Inversamente, las
políticas de seguridad encajan perfectamente con proyectos económicos
desindustrializadores y de alta concentración financiera en la cúpula de la
pirámide. Así como la defensa puede y debe ser encarada en términos de
crecimiento económico (ello no sólo está en los textos actuales de «economía de
la defensa» sino en la naturaleza del pensamiento estratégico nacional) la
seguridad se manifiesta exclusivamente bajo la forma de racionalidad
administrativa: por ello tiene su origen en un ministerio mal llamado de
«economía». La seguridad es a la defensa lo que la contabilidad es a la
filosofía de la creación de bienes (economía). Es por ello que hay una economía
de la defensa y una concepción administrativa de la seguridad.
A partir de una política de defensa definida como antagónica a la seguridad se
puede encarar un vasto proceso de repotenciación científico/tecnológico y un
proyecto re/industrializador de grandes proporciones. En cambio la seguridad se
nutre de materiales importados y de bajo contenido tecnológico, de equipos
simples, baratos y fáciles de manejar. Se puede reprimir «a la bayoneta», y de
hecho así se hace, pero muy difícilmente se pueda reprimir desde un submarino de
propulsión nuclear, desde un programa espacial o desde bases militares
dislocadas según el «viejo» criterio territorial, orientadas a dominar
socialmente una geografía extensa y compleja.
La seguridad exige «inteligencia» al viejo estilo. La defensa conocimiento de
los nuevos hechos que ocurren en un mundo nuevo.
La seguridad expulsa hacia la periferia a las fuerzas armadas. La política
militar queda subordinada a la política policial. Hoy y aquí se ha optado por
fundamentar la seguridad fuera del marco de las instituciones militares. No se
pudo hacer seguridad con instituciones creadas históricamente para la defensa.
Las nuevas fuerzas de seguridad estarán en condiciones de enfrentarse a las
instituciones de la defensa.
Sin hipótesis de conflicto, sin presupuesto adecuado, con brechas cada vez más
profundas con la sociedad, sin ningún tipo de pensamiento estratégico serio, el
reforzamiento de la seguridad pone al borde de su exilio definitivo a las
instituciones de la defensa. ¿Para qué hacer defensa en un mundo sin conflictos
excepto los interiores? ¿Por qué no reemplazar la defensa por la seguridad
cuando lo único que se trata de «defender» es el status quo?
La seguridad presupone y se fundamenta en el alineamiento automático. Porque
implica una delegación de la capacidad nacional de utilizar la fuerza de la
forma que más beneficie a los intereses del Estado, la seguridad es el conflicto
hacia adentro. La defensa no se puede edificar sin márgenes sustanciales de
autonomía: es el conflicto hacia afuera. La seguridad se impone en sociedades
con instituciones políticas incapaces de enfrentarse a un conflicto «hacia
afuera», con instituciones que aceptan pasivamente como un «dato» dado el
conflicto hacia «adentro». La seguridad es la defensa de los privilegiados
dentro de una sociedad globalmente subalternizada. La seguridad profundiza los
lazos de «solidaridad» entre los grupos armados internos y los centros de
decisión militar ubicados en el exterior. La defensa exige solidaridades y
acuerdos dentro de la propia sociedad nacional.
La relación Fuerzas Armadas/sociedad pasa, en una medida significativa, por el
grado de desarrollo del complejo industrial y científico-técnico. No sólo porque
el desarrollo de ese complejo no puede fragmentarse de sus implicancias
industriales-defensivas, constituyendo uno de los elementos centrales de un gran
proyecto nacional movilizador de voluntades colectivas, sino además porque él
generará una fuerte ligazón entre grupos técnicos equivalentes entre los
sectores militar y civil de la sociedad. Ello promoverá la posibilidad de
estructurar múltiples canales entre la sociedad civil y las instituciones
militares, facilitando una creciente movilidad e intercambiabilidad de funciones
entre profesiones técnicas equivalentes, civiles y militares. Esa franja
profesional de los ejércitos será tanto mayor cuanto mayor sea su capacidad para
manipular tecnologías complejas y, también, cuanta mayor sea su inserción
industrial en el sistema económico.
La seguridad anula cualquier posibilidad de una política exterior independiente
y de alianzas regionales «fuera de libreto». La defensa exige ambas situaciones
entendidas como marco externo imprescindible para su desarrollo. Una de esas
alianzas regionales está localizada en una cooperación con Brasil.
Los estrategas brasileños han comprendido perfectamente que el sistema
internacional hoy es altamente confrontativo, y que la supervivencia dentro de
él exige desarrollar multidimensionalmente un poder nacional con soberanía
plena, lo que incluye capacidad para obtener libre acceso a tecnologías
avanzadas de doble uso, cualquiera sea el punto del planeta en donde ellas se
encuentren. Ante esta situación es urgente desarrollar una política alternativa,
entendida como una forma específica de cooperación internacional, basada en el
ejercicio pleno de las soberanías respectivas y orientada a la conformación de
un poder regional autónomo en el Cono Sur de América del Sur.
Ambos ejércitos podrían emprender en forma conjunta el desarrollo de tecnologías
de doble uso y de industrias militares estratégicas, incluyendo las nucleares y
las misilísticas. Esta operación es posible de realizar en un mundo
confrontativo que tiende a la fragmentación, a pesar de los esfuerzos por lograr
una nueva forma de globalización imperial. En rigor de verdad adoptar hoy esa
forma cooperativa de desarrollo tecnológico, industrial y defensivo es para
nosotros una opción de supervivencia.
No se puede encarar la lucha contra el concepto y la práctica de la seguridad
que busca un sistema globalmente perverso a partir de exhortaciones
democratistas carentes de contenido, excepto que se comparta con los directores
de la seguridad el presupuesto de que vivimos en un mundo unipolar orientado
hacia el fin de la historia, dentro del cual el único comportamiento posible es
el del llamado «realismo periférico».
La articulación de una visión coherente de la problemática defensiva, insertada
en un mundo inestable y crecientemente conflictivo, puede y debe ser un elemento
impulsor de un desarrollo integral del espacio y de la sociedad nacionales.
Plantear una lucha por la seguridad, entendida como «razón de estado», desde la
aceptación de la inexorabilidad de la indefensión, significa, en el mundo
contemporáneo, perder la guerra en la primera escaramuza de su primera batalla.
El triunfador será cualquiera de las formas posmodernas que asuma el
«bonapartismo», en las actuales condiciones de creciente dependencia nacional y
de exclusiones sociales llevadas al límite.
Definitivamente no existe nación significante hoy en el mundo que no disponga de
un adecuado potencial militar acompañado por una doctrina que convierta la
disuasión en algo creíble. Ese potencial sólo puede pivotar en instituciones
militares sólidamente insertadas en su sociedad, en una producción industrial
propia, y en un pensamiento estratégico nacional.
Política de defensa, política militar, estrategia y economía de la defensa son
todos los cuerpos interrelacionados que, en todos los casos, deberán ser
analizados en un contexto geopolítico localizado en tiempo y espacio. La
política de defensa es la actividad específica que desarrolla un Estado y una
sociedad tendiente a garantizar la supervivencia nacional. La política de
defensa no es un dominio exclusivamente militar.
La política militar, por su parte, es subsidiaria de la política de defensa. La
política militar está formada por el conjunto de objetivos que deben alcanzar
las fuerzas armadas para cumplir misiones asignadas por los gobiernos dentro del
marco de la política de defensa. La política militar es parte de una estrategia,
esto es, de un conjunto de acciones coherentes destinadas a ser aplicadas en
oportunidad, con tiempo y espacio, a fin de alcanzar los objetivos determinados
por la política de defensa.
Este desarrollo se da dentro de un marco geoestratégico específico. A ella se
adaptará la política militar. La ruptura de esta jerarquización axiológica
conduce al predominio del aparato militar, que desde el punto de vista lógico
implica la subordinación de la política de defensa y de la estrategia nacional a
la mera política militar. En este caso estaríamos en presencia de un «partido
militar» que es la hipertrofia del aparato militar. Ella, como bien ha
demostrado la Guerra del Atlántico Sur, no es sinónimo de eficiencia bélica.
En la base para la determinación de una política de defensa hay siempre una o
varias Hipótesis de Guerra. Esto es, el saber contra qué hay que defenderse. Es
por ello que la elaboración de una política de defensa debe partir determinando
las amenazas. Estas suelen ser muchas y variadas. Esas amenazas externas que
deben ser determinadas dependen de la ubicación geoestratégica y geopolítica de
cada Estado. Y los medios para neutralizarlas varían desde los específicamente
político-diplomáticos hasta los militares propiamente dichos.
Una vez determinada la amenaza, ésta debe ser valorada y clasificada. Se debe
conocer con exactitud, quién, cuándo, dónde y con qué fuerza. A ese conocimiento
se le debe oponer un sistema propio de neutralización. Finalmente la política de
defensa deberá evaluar la capacidad de ese sistema de neutralización para hacer
frente a la amenaza o amenazas más probables.
El llenado de este esquema lógico de cualquier política de defensa da lugar a
una específica estrategia nacional, en la cual tanto la política militar como la
economía de la defensa jugarán roles interconectados. Hoy más que nunca defensa
y economía están íntimamente relacionadas si bien la estructura de prioridades
relativas cambia con las decisiones que moldean nuestro entorno material y
social.
Para cualquier Estado, el uso de las armas es una circunstancia esporádica en su
devenir histórico. Pero normalmente es su último recurso de sobrevivencia en
circunstancias extremas, y factor permanente de disuasión para el devenir normal
de su política exterior. Es por ello que la política militar dentro de la
política de defensa ocupa un espacio forzosamente importante.
De la política de defensa y de la estrategia nacional es posible derivar
objetivos y acciones de las que, a su vez, se deducirán las misiones de las
Fuerzas. Las misiones correspondientes a las Fuerzas son, entonces, elementos
subordinados a la política de defensa y a su estrategia correspondiente. Por lo
demás, tales misiones son específicas a un espacio y a un tiempo nacionales. Y
pueden destacarse las siguientes: a) rechazar toda agresión contra la integridad
del Estado-nación; b) proteger las actividades marítimas y la ZEE; c) garantizar
el comercio exterior de la Nación; d) controlar y defender el espacio aéreo
nacional, etc.
Estos objetivos, y otros, sólo puede cumplirlos la defensa por medio de las
Fuerzas Armadas. Las Fuerzas Armadas constituyen el fundamento de la política
militar de la Nación. Y para que puedan cumplir con las misiones asignadas por
la política de defensa deben contar, entre otras cosas, con los medios
materiales adecuados.
De allí surge una nueva variable, la política industrial-militar como elemento
constituyente central de la economía de la defensa, perfectamente imbricada a
una política de defensa que sea realmente eficaz en su principal cometido, que
es preservar la sobrevivencia de la nación.
La práctica internacional cotidiana demuestra que la democracia no es ni puede
ser un término contradictorio en el desarrollo de un adecuado potencial militar.
Tampoco el potencial militar es algo contradictorio con la naturaleza de una
democracia participativa. En cambio la «seguridad» es una práctica coherente con
las formas que en la periferia adopta la llamada «democracia limitada».
La permanencia de Argentina en una situación dependiente hizo necesario, entre
otras cosas, el desmantelamiento de su industria militar; esto implica una
situación de máximo riesgo para nuestra defensa nacional. La soberanía de
Argentina quedó absolutamente comprometida y su posición internacional fijada en
un nivel de dependencia de segundo o de tercer grado. Allí en ese punto límite,
nace la «seguridad» —en oposición a la defensa— como núcleo de una determinada
«razón de Estado».
El alineamiento automático dejó a la sociedad argentina absolutamente inerme.
Sin capacidad alguna de respuesta. Por lo tanto tampoco con capacidad de
negociación. La decisión se establece definitivamente en el exterior del espacio
nacional. Cuando la soberanía se convierte en un concepto vacío y ficticio la
seguridad reemplaza a la defensa.
Las sociedades significantes, cualquiera sea su signo ideológico, no han logrado
eliminar la guerra sustituyéndola por puros mecanismos de negociación
diplomática o política. Todas las sociedades significantes en el mundo, conocen
y practican la única forma de negociación posible: el discurso que emana de una
capacidad autónoma de disuasión militar. La negociación sin capacidad de
disuasión creíble conduce a una sociedad inerme. Y una nación inerme no es
sujeto de negociación para resolver conflictos internacionales. Es sólo sujeto
de rendición. A partir de allí aparece la «seguridad».
La indefensión incluyó la destrucción de «tecnologías madres», esto es, de
aquellas actividades científicas, técnicas e industriales que son demandantes
netas de otras tecnologías y que, por ello, actúan de tracción de cara a la
totalidad de la infraestructura científico/técnica del país.
Esas tecnologías demandantes son básicamente dos: la nuclear y la aeroespacial.
Sin una fuerte actividad científica, técnica e industrial en esas dos áreas
principales, ningún país puede acceder a niveles de autonomía compatibles con un
mínimo de dignidad nacional.
La destrucción de esas dos áreas tecnológicas básicas implica condenar a la
nación a mantenerse en un estado de barbarie tecnonocultural. Representa la
culminación de un proceso de colonización que tiene varias implicancias
simultáneas: a) consolida la dependencia global de la sociedad; b) genera una
progresiva indefensión; c) socava profundamente sus fundamentos culturales y su
aptitud para competir en el mundo contemporáneo.
Tecnología militar y tecnología civil: el doble uso
Junto con el fenómeno de la nacionalización progresiva de la investigación
científico/técnica debe ser positivamente revalorizada la concepción del «doble
uso», en el sentido de que ahora, una vez más, las investigaciones orientadas a
las nuevas tecnologías militares vuelven a traccionar a la industria civil.
Los principales programas europeos de I+D están consiguiendo mayores cotas
financieras, dentro de la reducción global de los presupuestos militares. Este
fenómeno, contradictorio sólo en apariencia, es el resultado de la verificación
de que la investigación militar sigue arrastrando a la tecnología civil. La
reducción presupuestaria que implica contracción de armamentos convencionales no
significa entrar en el terreno de la indefensión. Los hechos están demostrando
todo lo contrario.
El incremento de programas de I+D dentro de la reducción global de los
presupuestos de la defensa (convencional) está directamente relacionado con dos
elementos principales. El primero es de naturaleza política y tiene que ver con
lo ya dicho: existe un proceso creciente de nacionalización (bajo la apariencia
de la transnacionalización) y una modificación esencial de la naturaleza de los
conflictos. El segundo es de naturaleza económica: la selección de los programas
de I+D militar se hace con un criterio de rentabilidad industrial íntimamente
ligada con concepciones estratégicas nacionales divergentes.
Alemania no sólo se apartó del proyecto espacial franco/europeo Hermes.
Desarrolló en solitario un sistema superior, el Saenger, definiéndolo como «el
futuro de la tecnología aeroespacial». También se retiró —en favor de proyectos
propios en cada uno de esos campos- de los programas de construcción de la
«fragata europea» y del «avión europeo» que se desarrollan penosamente entre
Francia, Italia, España y Gran Bretaña.
El tema de los microsatélites, por ejemplo, nos introducen en una problemática
más vasta, que es la de las actuales tendencias de la tecnología militar y la
revalorización del concepto de «doble uso».
No es casual que Brasil haya decidido trabajar en el terreno de los
microsatélites: el dominio de ese tema constituye uno de los ejes de la nueva
tecnología militar probada en el conflicto del Golfo.
Un microsatélite es un ingenio que en tiempos de paz se mantiene en una órbita
de gran altura, para evitar el desgaste. Cuando se produce un conflicto, en
cualquier punto del planeta, es desplazado hacia allí, descendiendo a órbitas
más bajas. Los microsatélites son las estrellas que guiarán a los ejércitos del
futuro.
De la «guerra de bloques» a los nuevos conflictos fronterizos
Los análisis realizados recientemente sobre la evolución de los programas
europeos de cooperación científico/tecnológica entre los distintos Estados
integrantes de la CEE, muestran que todos ellos, sin excepción, se mantienen a
baja cota. Esto tiene un significado evidente: los Estados nacionales y los
grupos industriales no están dispuestos a intercambiar resultados de
investigaciones consideradas de interés estratégico. La amenaza de conflictos
interfronterizos ha sustituido la posibilidad de enfrentamientos entre bloques.
La nueva política científica y tecnológica de Alemania puso de manifiesto esta
situación en muchos campos del conocimiento y de la industria. El mayor esfuerzo
científico y tecnológico actual de Alemania se localiza en el campo de la
industria aeroespacial y naval (la división militar de la empresa sueca Saab fue
comprada por una firma alemana). Pero ese esfuerzo no lo realiza junto a sus
«socios comunitarios», sino con independencia de sus vecinos («Nuestro problema
es Francia, como siempre», escribía recientemente Rudolf Augstein en Der Spiegel).
El futuro aeronáutico está en la explotación del espacio con aparatos capaces de
volar a gran altura, controlados desde el despegue y reutilizables en distintas
misiones. Alemania ha puesto en marcha el proyecto Saenger, distinto y superior
al franco/europeo Hermes.
Tecnología militar y competitividad industrial
En los Estados Unidos, los recortes presupuestarios de la defensa están
incidiendo negativamente en la competitividad global de la industria
norteamericana. El presupuesto militar norteamericano se mantuvo siempre entre
el 6 y el 7% del PNB. En la actualidad es del 4,5% y ello ha provocado «la
conversión de los Estados Unidos en una potencia industrial de segundo orden» (Seymour
Melman). Ello coincide con la pérdida de control de empresas norteamericanas
sobre sectores estratégicos de su industria. Nuestro viejo conocido Samuel P.
Huntington reconoció veintidós campos de tecnología crítica. Al final de los
años 80, en dos de esos campos existía ventaja soviética y en seis se habían
adelantado los japoneses: «Obviamente la seguridad nacional norteamericana se ha
debilitado hasta el extremo de que EUA depende de la tecnología japonesa para
construir sus más avanzadas armas» (Huntington).
Japón es en la actualidad la tercera potencia en gastos militares y mantiene un
fuerte liderazgo tecnológico sobre los componentes vitales para la construcción
de nuevos sistemas de armas. Sus empresas, al igual que las alemanas, han sabido
especializarse en tecnologías de doble uso. Ambos Estados, en la actualidad,
están en condiciones potenciales óptimas para construir una nueva generación de
armamentos a partir del dominio que sus empresas tienen sobre microprocesadores,
superconductores y demás componentes «de punta».
La barbarie tecnológica y la indefensión nacional
Si relacionamos a Argentina con estos macro/procesos mundiales podemos observar
con toda claridad la naturaleza de la barbarie tecnológica y la descerebración
cultural en que nos encontramos. En forma acelerada nuestro país está quedando
fuera de la historia. Y ello es directamente proporcional a la destrucción
progresiva de su infraestructura científico/técnica, que hoy es el factor
determinante de la capacidad defensiva de una nación.
Retrotraer a un país como el nuestro a un estado de barbarie tecnológica exige
de «medidas complementarias» para consolidar la colonización. En primer lugar,
la existencia de una economía financiera, liquidadora del potencial productivo.
En segundo lugar, una política demográfica malthusiana tendiente al
decrecimiento poblacional. Esta política se logra a partir de la introducción de
diferentes formas de guerras económicas y bio/culturales (mantenimiento de la
pobreza endémica, por ejemplo) generadoras de enfermedades que hagan disminuir
el número de habitantes y/o destroce su capacidad psicofísica. En tercer lugar,
una política educativa y cultural descerebradora, en lo cualitativo y en lo
cuantitativo (menos educación y cultura, para menos gentes y de un nivel
compatible con el «nuevo orden mundial»).
La «fórmula» de la hiperdependencia está a la vista. Es: barbarie tecnológica +
malthusianismo demográfico + descerebración cultural. Estos tres elementos se
retroalimentan y, en conjunto, conforman una estrategia que algunas llaman de
«realismo periférico».
Todas estas políticas están vigentes hoy en la Argentina. Es el precio que los
grupos dirigentes están haciendo pagar al pueblo para mantener el control de un
país vencido y en decadencia constante. Fracturarlas y vencerlas es lo único que
le puede abrir el camino a la Revolución Nacional, entendida como el núcleo de
un sistema de confluencias cívico/militar.
La destrucción de tecnologías e industrias fue una operación que se encuadró
dentro de la triple premisa de la desnacionalización, de la
desterritorialización y de la desnaciudadanización de las Fuerzas. El resultado
final no podía ser otro: Ejércitos sin doctrina y sin tecnologías
(descerebrados), Ejércitos operando en conflictos inherentes a la globalización
y Ejércitos sin ciudadanos.
El servicio militar obligatorio estaba afectado por los mismos males que el
sistema industrial militar: ambos exigían ser modificados y reestructurados de
raíz. Pero el contenido de la acción no fue ocupado por una voluntad de
transformación sino de destrucción de lo existente (industrias y obligatoriedad
del servicio militar) en beneficio de una mejor inserción de ciertos grupos de
argentinos en el «mundo global».
La Argentina envía tropas a muchos lugares del mundo donde no tiene ningún
objetivo propio, nacional, que defender, al mismo tiempo que elimina sus
sistemas tecnológicos y productivos y condena a las Fuerzas a la inanición
demográfica, es decir, a su desciudadanización.
Cada vez es más perceptible la diferencia de intereses que existe entre la
Nación y los negocios que agrupan a una serie de Estados que actúan bajo la
cobertura de la bandera de las Naciones Unidas y, cuando ello no es posible,
dado el creciente desorden militar internacional, detrás de las insignias de la
OTAN.
Este proyecto de transformar a las Fuerzas en una especie de legión extranjera
presenta un atractivo táctico indudable. Pero los oficiales bienintencionados
que defienden la alternativa por motivos eminentemente técnicos (capacitación
del personal, etc.) no perciben la enorme hipoteca estratégica que esconde la
operación.
Las dimensiones estratégicas del problema se expresan en dos planos diferentes.
En relación a la política interior argentina representa la primera «movida»
destinada a transnacionalizar a las fuerzas armadas. A convertirlas en «legión
extranjera» de cara a la propia sociedad nacional. Y en relación a la política
internacional, significa aceptar como legítima la política global del Consejo de
Seguridad de las NU, o las intervenciones militares de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte.
El intento por transformar al ejército argentino en una legión extranjera se
produce en el mismo momento en que se destruyen las «tecnologías madres» ligadas
a la defensa, y a las propias industrias de la defensa. La otra cara de unas
fuerzas armadas des/terradas es la de unas fuerzas armadas des/cerebradas.
En el plano internacional aceptar como legítima la política global actual de
Naciones Unidas, o las acciones militares significa reconocer que el impulso
político que hoy dirige esa organización está en capacidad de perdurar en el
tiempo. Y en las actuales condiciones internacionales ello no sólo es inmoral:
es una posición basada en el más profundo irrealismo político.
La política norteamericana está llegando al fin de una etapa. Mientras ella
duró, el gobierno de Washington pretendió ejercer el poder global (bajo la
consigna nunca explicitada de «nuevo orden internacional») legitimándolo tras la
fachada «universal» de las NU.
Además está en las antípodas de lo que se suele llamar «realismo político». El
nuevo gobierno norteamericano será aislacionista. Ello trastocará absolutamente
las bases políticas del actual sistema internacional. Desde este punto de vista,
eminentemente pragmático, es altamente inconveniente ligarse a una estrategia
global que sin duda carece de futuro.
El vencimiento de la hipoteca estratégica está, entonces, a la vista. La
inserción internacional del país no podría evadir la inexorable decadencia de
una política global, al mismo tiempo que se legalizaría la transfiguración del
ejército argentino en legión extranjera apátrida. Las ventajas tácticas no
compensan en absoluto las desventajas estratégicas.
Agotamiento de la «política militar»
Esta transmutación del ejército en «legión extranjera» se produce en el momento
en que con más evidencia se manifiesta la inexistencia de una «política militar»
(PM), entendiendo por PM la suma de actitudes y sentimientos de las fuerzas
armadas hacia la sociedad que las nutre y hacia el Estado que las administra.
Agotamiento de la política militar quiere decir, entonces, ausencia de
propuestas militares alternativas, originadas y lanzadas desde el propio ámbito
militar, ante los distintos problemas concretos que afronta la sociedad
argentina. Sobre la base de ese vacío político/cultural existente en el
pensamiento militar operan las políticas de indefensión de la actual
administración.
Inexistencia de política militar quiere decir, en primer lugar, ausencia de
«cultura militar». Ello significa que no existe un sistema de ideas coherentes
que emerjan de las instituciones militares tratando de explicarse y de explicar
el funcionamiento global de la sociedad argentina y de la inserción de ésta en
el mundo.
Todo pensamiento sistémico surge siempre por exigencias de la realidad: es una
respuesta a problemas que plantea el entorno y que afecta a nuestra posición
respecto de él. Hace muchas décadas que las fuerzas armadas han dejado de
pensar. Durante demasiado tiempo fueron consumidoras de doctrinas elaboradas
fronteras afuera. El pensamiento militar argentino fue desterrado (la excepción
reciente que en todo momento debe ser recordada es la del general Guglialmelli).
Sin pensamiento, sin cultura militar, no pueden existir políticas militares, es
decir, actitudes específicas de las fuerzas orientadas a reflexionar sobre sí
mismas pero en función del entorno social e internacional que las contiene.
Al carecer de proyecto propio y conjunto, cada una de las fuerzas a adoptado en
la actualidad aspectos distintos, y hasta contradictorios, de la ideología
partidaria que ofrece el liberal/populismo. Ello permite que se ejerzan sobre
ellas niveles de presión y de penetración que en otra época hubiesen sido
inimaginables.
El problema surge cuando se comienza a percibir que existe una contradicción
creciente entre lo que se supone es el interés nacional y lo que, legítimamente,
son intereses de partido. La percepción de esa contradicción es lo que exige la
presencia de un pensamiento militar independiente, con capacidad para ofertarle
a la sociedad políticas concretas en cada uno de los campos específicos, pero
especialmente en los planos vitales que hacen a su supervivencia: política
económica, política exterior y política científico/tecnológica y, por supuesto,
política de defensa.
Política militar y escenarios de futuro
La oferta de políticas que deberá realizar el ejército en un futuro inmediato
admite dos niveles de acción: 1. Hacia la sociedad; 2. Hacia los órganos civiles
del Estado.
El ejército, y en diferentes niveles y grados las otras dos fuerzas, puede
convertirse en factor de poder a partir de la explotación de un dato básico de
la realidad: el creciente distanciamiento entre el interés nacional y las
políticas del gobierno.
Ello hubiera generará, en primer lugar, una cultura militar (un conjunto
sistémico de ideas y determinada voluntad política de realizarlas) y, luego, un
conjunto de políticas concretas y específicas (sistema de alianzas). En eso
consiste la política militar, que se debe diferenciar radicalmente de la
política de defensa que instrumenta el gobierno.
Lo que hemos llamado política militar, que hemos definido como elemento
subsidiario de una «cultura militar» (entendida como proyecto nacional) es lo
contrapuesto a la ideología de la indefensión periférica actualmente vigente. La
frontera existente entre ambas se llama interés nacional.
La ideología de la indefensión obliga a la sociedad a funcionar como mercado. La
reduce a una competencia salvaje de todos contra todos. Por ello, los
fundamentos de esa sociedad, que no pueden depender de las leyes de la oferta y
la demanda (que además funcionan imperfecta y distorsionadamente) son duramente
dañados. Cultura, ciencia y tecnología, salud y defensa son algunos de los
factores básicos que dejan de ser significativos dentro de esa concepción.
La nueva cultura militar que surge a lo largo y ancho del mundo excluido, en
Brasil, en Rusia y en Venezuela, del Éufrates al Africa Occidental, señala que
la reducción de la sociedad a la categoría de mercado daña severamente el
interés nacional. Se define el interés nacional como el incremento del poder de
un Estado/nación, lo que quiere decir: +cultura, +ciencia, +tecnología, +salud y
+defensa. Todas esas actividades humanas se basan en el principio de la
solidaridad social, no en el de la desintegración ni en el de la competencia
selvática.
Se trata de rescatar las funciones del Estado, no para retrotraerlo a una etapa
«intervencionista» ya superada. Se ha dicho que un mercado sin Estado se vuelve
un mercado negro. Además hoy estamos en presencia de un Estado «...sin
protagonistas sociales responsables, sin empresarios, sindicatos,
administradores ni intelectuales; (ese Estado) no puede ser otra cosa que un
servidor de intereses extranjeros y del aumento de las desigualdades» (Alain
Touraine).
La nueva cultura militar está en las antípodas de lo que fue esa peste llamada
doctrina de la seguridad nacional. En esencia, el problema se reduce a definir
qué es el interés nacional. Esta definición no puede ser dictada desde
Washington ni impuesta por las oligarquías financieras locales.
La vigencia del «nuevo orden mundial» ha tenido una vida efímera. En el plano
militar esto quiere decir que existe una multiplicación e intensificación de
conflictos cuya definición se realiza por medios eminentemente militares. Bajo
ningún punto de vista hoy es posible pensar en el ya viejo mito de que existe,
en alguna región del Planeta, algún lugar donde funcione lo que en la Argentina
del «alineamiento automático» aún se llama «paraguas de protección diplomática».
Ya no existe ninguna posibilidad de que ninguna diplomacia proteja nada que haya
sido militarmente agredido y anexado con anterioridad. Las sociedades que hoy no
estén dotadas de capacidad militar —y esto debe ser asumido sin dramatismo, pero
como un dato concreto de una realidad objetiva de alcance planetario— están
condenadas inexorablemente a desaparecer.
En esta etapa de la vida argentina no sólo existe indefensión, lo que es
extremadamente serio en un mundo crecientemente conflictivo y militarmente
desordenado. Estamos en presencia de algo mucho más grave que eso. La estructura
de la defensa en la Argentina ha llegado al límite de sus posibilidades
históricas. Ella ya no admite ser re/formada sino que es preciso trans/formarla.
Esto quiere decir que no existe ninguna posibilidad de generar defensa —sino
todo lo contrario— a partir de los viejos moldes institucionales, doctrinarios y
estratégicos hoy aún vigentes.
Esa reestructuración institucional debe coexistir -simultáneamente- con la
capacidad política de re/integrar con la mayor rapidez posible a distintos
sectores, grupos e individuos de la vieja a la nueva matriz institucional. Lo
que de verdad está en estado avanzado de putrefacción son las pequeñas
estrategias institucionales y, sobre todo, los comportamientos colectivos
avalados por una tradición no compatible ni con el interés nacional y con las
nuevas circunstancias vigentes en el mundo. Muchos hombres —la inmensa mayoría
de sus componentes- y Armas de esas instituciones están en perfecta capacidad
física, psicológica y moral para defender a la Patria con la máxima dignidad y
eficacia, pero desde otra organización institucional.
A partir de esas transformaciones profundas —y sólo a partir de ellas, es decir:
desde la existencia de un nuevo ejército de tierra, de un nuevo ejército del mar
y de un nuevo ejército del aire— se podrá hablar de la conformación de un
verdadero Estado Mayor —no «conjunto»- sino interfuerzas, concebido como un
único Ejército, como el brazo armado único de la Nación.
La vieja cuestión por la cual se debe integrar a las tres fuerzas en una misma
estructura orgánica es algo imposible de resolver en las actuales
circunstancias. La naturaleza, tipo y cantidad de intereses que las separan son
de tal magnitud que -hoy- es absolutamente imposible organizar el poder militar
nacional dentro de una misma orgánica institucional. Si consideramos que por
definición no existe defensa nacional si la misma no es el resultado de la
integración de cada una de las fuerzas militares (entre sí, con la sociedad y
con la estrategia del Estado), no podemos llegar sino a la conclusión de que
será necesario rearticular —con diferentes tiempos y modalidades- a todos y a
cada uno de los aparatos militares existentes antes de poder conformar un nuevo
sistema defensivo nacional integrado.
Todo este proceso estará basado en una definición muy precisa del concepto
«economía de la defensa», en el sentido de que existe una relación positiva
causal entre una determinada forma de economía y una determinada concepción de
la defensa basada en desarrollos científicos y tecnológicos autonomizantes.
Estará basado, asimismo, sobre la explicitación del significado exacto de lo que
representan para el crecimiento económico de la sociedad en general las
tecnologías llamadas de «doble uso», y sobre las formas en que se producirá la
integración de una nueva industria militar, propiamente dicha, dentro del
conjunto del esfuerzo industrial de la Nación, en esta etapa tecnológica que
vive la economía mundial.
La actual forma institucional y doctrinaria a la que han llegado las fuerzas
armadas republicanas de Argentina después de un largo proceso histórico que
legítimamente puede remontarse hasta 1806 es absolutamente inadecuada a la
situación del mundo actual caracterizada, en ese plano, por el creciente
desorden militar que afecta a la totalidad del planeta.
Es urgente escapar a los antiguos esquemas de interpretación. No es que el
«ejército liberal» haya pulverizado al «ejército nacional». Carece de todo
significado discutir si el arma de caballería o de artillería o cualquiera otra
son hegemónicas en el ejército, porque la verdad es que desde hace mucho tiempo
carecemos en absoluto de un Ejército: de lo que se puede llamar un Ejército
propiamente dicho. No hay ni «ejército nacional» ni «ejército liberal»: No hay
Ejército. Hay que re/construirlos. Sin ellos no dispondremos de espacio nacional
efectivo.
En conjunto la mentira y el engaño, sistemáticamente apoyados por «fuerzas
civiles» no sólo cómplices sino beneficiarias de lo sucedido, ya constituye un
espesor existencial históricamente irreversible. Sin embargo ello no es lo más
importante.
Durante muchos años la incapacidad para abrir con dignidad un debate nacional
sobre un pasado (en el que está incluida la derrota y pérdida del Atlántico Sur
por traición e incapacidad en las cúpulas), fue una loza de plomo para todos los
argentinos honestos —militares y civiles—, pero también una prueba extrema de la
adhesión, sin límites morales ni políticos, de muchos de esos viejos oficiales
hacia el sistema oligárquico (nacional e internacional) que aún hoy los
alimenta.
Idéntica aberración se percibe en la mayoría de los supervivientes de las
fuerzas irregulares. Esa acumulación de culpas históricas fue el gran negocio y,
por lo tanto, fue sistemáticamente alimentada desde la civilidad por un
«progresismo» cómplice que vive y prospera políticamente gracias a esa situación
de deterioro creciente del potencial nacional. Estos otros traidores a la Patria
siempre sustentaron y prolongaron el drama; su negocio consiste en no ofertar
ningún tipo de salida ni de soluciones, y en negar la explicitación de cualquier
alternativa positiva de las muchas posibles objetivamente existentes.
Todos esos factores no hicieron —hacen— más que alimentar la desintegración de
una concepción del mundo que en ningún momento fue modificada, ni durante
gobiernos civiles ni durante gobiernos militares. La continuidad entre dictadura
y democracia fue absoluta en el campo de la estrategia. Durante el proceso se
hizo una «guerra sucia» en nombre de la «tercera guerra mundial» contra el
comunismo. Durante la democracia se buscó integrar a las fuerzas militares y de
seguridad —como una especie de «legión extranjera» subdesarrollada— en un ya
desintegrado «nuevo orden mundial» exclusivamente orientado contra los
«transgresores» del sistema oligárquico global. No hubo ni un milímetro de
discontinuidad estratégica entre ambas etapas.
Pero la cuestión puede plantearse también en sentido inverso, porque existe
significado en ambas direcciones. tanto las aberraciones cometidas contra
prisioneros durante la «guerra sucia» —y no estamos hablando aquí de un
enfrentamiento entre «buenos» y «malos» por definición metafísica—, como la
derrota nacional en el Atlántico Sur (es curioso, la marina militar no utilizó
su potencial en Malvinas, ni remotamente, como lo hizo durante la «guerra
sucia», con esa sistemática voluntad de vencer al «enemigo de occidente») fueron
el resultado inexorable de una concepción estratégica inyectada a las fuerzas y
aceptada por éstas.
Esta situación duró tanto tiempo que ya se ha transformado en un hecho
irreversible. No hay defensa. No hay fuerzas armadas. Hay una seguridad interior
demasiado imbricada con la delincuencia no sólo interior. Pero sobre todo no hay
posibilidad de rescatar lo que ya ha muerto.
Los sostenedores de la globalidad como proceso inexorable cubren —y ello sucede
no sólo en la Argentina— un amplio espectro que va desde las estúpidas actitudes
de la izquierda —reconvertida o no— hasta una derecha económica y política que
sabe muy bien cuál es su negocio.
Los globalistas —todos ellos, y sólo con diferencias de matices— sostienen lo
que podríamos llamar la teoría de la «africanización» del planeta. No sólo les
interesa la desaparición de los espacios nacionales entendidos como limitaciones
a una libertad de flujos de muy diversa naturaleza. Les interesa sobre todo que
esa desaparición tenga una dimensión interior, haciendo que la actividad
económica quede reducida a núcleos tecnológicos financieramente controlados y
conectados unos con otros «hacia afuera» y no «hacia adentro».
Apoyan la succión de recursos (licuación de activos y todas las formas posibles
de transferencias financieras hacia un «exterior» que ya no es un «país» en
particular sino una «región» cultural y financiera muy parecida a la que Dante
diseñó como el «Infierno») que en estos días se está operando en diferentes
países a partir del funcionamiento efectivo de dos nuevas tecnologías letales:
la de la demolición social y la de la desestructuración de nuestras regiones
interiores. Es natural que ambas estén íntimamente conectadas. En la mayoría de
los casos la producción de demolición social exige un proceso previo de
desestructuración territorial.
Una situación modélica de desestructuración nacional + demolición social lo
constituye lo sucedido en México: lo que determina la estrategia es la
liquidación del núcleo del poder político del objetivo (país o región) a
desestructurar.
Inversamente, la reestructuración nacional tiene un componente esencial y él
está íntimamente relacionado con la defensa nacional. La indefensión es la
expresión militar de la aceptación de la globalidad, es decir, de la
inexistencia de una identidad nacional, sea cual fuera la definición que sobre
ella se tenga.
Una nueva política de defensa no sólo es una necesidad insoslayable. Es el único
presupuesto con capacidad para asegurar la existencia de lo que muchos aún
seguimos llamando Nación Argentina, porque nunca, en ningún momento, aceptamos
que la posmodernidad era una concepción del mundo basada en presupuestos
filosóficamente respetables. Ninguno de esos presupuestos se realizó, se está
realizando o tiene posibilidades de realizarse en la contemporaneidad,
cualquiera sea el punto del planeta que señalemos.
Esta constatación objetiva que se verifica en el plano de lo general tiene una
versión concreta en el plano militar que ya es imposible soslayar por más
tiempo. Hoy existe un desorden militar global que se origina que el fracaso
total de la política que pretendieron representar las fuerzas multinacionales. Y
ese desorden militar global que se originó en la falacia de la superioridad
ontológica de la democracia capitalista en un nuevo orden poscomunista genera, a
su vez, una multiplicación y potenciación de conflictos militares de todo tipo
que emergen en todos los puntos del planeta.
Estrategias económicas y estrategias militares
La Nueva Política de Defensa no puede ser sino la expresión de una estrategia
económica diferenciada.
Diferenciarse no significa viajar al país de las fantasías sino señalar, con la
mayor exactitud posible, cuáles son los reales márgenes de maniobra que existen
dentro de la estructura de relaciones de poder vigente, para que a partir de
allí se puedan producir cambios profundos que mejoren las condiciones de vida de
amplios sectores sociales. Introducimos esta idea, para poder derivar con cierta
lógica el estado actual de las relaciones de fuerza en la sociedad Argentina a
partir de las reales condiciones políticas, económicas y sociales dominantes en
los centros decisionales «desarrollados».
Dentro de este amplio espectro de fenómenos que afectan en forma significativa a
la evolución de las economías desarrolladas, queremos enfatizar un hecho
particular dado su profundo impacto sobre el tejido social.
La economía mundial está presenciando un fenómeno concentrativo de una magnitud
nunca vista. El se verifica tanto en el campo de la producción como en el de la
centralización de recursos financieros. Este fenómeno de
concentración/centralización tiene un efecto espectacular que ha sido
calificado, por diferentes autores, como de «demolición social».
Diferenciarse significa comenzar a evaluar cual será la consecuencia, sobre el
ámbito de la política argentina, de la persistencia mundial de las estrategias
que expulsan día a día a miles de personas de lo que antes —hace relativamente
poco tiempo— eran «sociedades organizadas». Estamos hablando del conjunto de los
ciudadanos que han estado integrados al sistema de seguridad social, al mercado
formal de trabajo, a los sindicatos, a los derechos concedidos de la enseñanza y
la salud pública, etc. Cuántas mayores fueron las conquistas, mayor resulta la
percepción de la idea de la demolición social.
No puede haber dudas sobre el hecho de que la demolición social surge a partir
del fuerte crecimiento de las tasas de desempleo abierto y del subempleo, en el
contexto de las políticas de derregulación y privatización desarrolladas en
muchos países del mundo.
En todo el planeta el desarrollo de los procesos de derregulación y
privatización se realizó siempre con la activa participación del «gran mundo» de
las finanzas, sin el cual es imposible pensar en juntar la liquidez necesaria
para realizar cada operación. Esta es una característica generalizable para
cualquier país donde las relaciones de producción y de propiedad capitalista se
encuentren altamente difundidas (Argentina es uno de esos países).
La generación de una inmensa masa de recursos provenientes de la especulación
financiera en constante circulación choca, como ya ha sucedido en otros épocas
históricas, con los bienes materiales efectivamente producidos en la base
económica. Esta tendencia iniciada a comienzo de los ochenta tendiente a
canalizar los flujos financieros hacia la compra de activos ya existentes, más
que a la generación de nuevos activos, se ha convertido en el elemento central
de la valorización ficticia de los bienes y de los capitales preexistentes.
Diferenciarse es, en primer lugar, diferenciar el capital financiero del capital
productivo. El predominio del capital financiero no es un hecho novedoso. Desde
comienzos del siglo XX se ha presentado como una circunstancia muy destacada y
persistente. Lo que resulta novedoso (tendencia de los últimos diez años), es la
magnitud y la globalización de los mercados relacionados a la circulación del
dinero electrónico. Esto determina que, a la misma velocidad con que un ojo
puede leer la información en un monitor, se puede transmitir una decisión de
cambio de portafolio (cartera de inversiones) —por medio de la acción de
realizar un llamado por cualquier vía de comunicación que transporte palabras—
de inmensas cantidades nominales de dinero a casi cualquier parte del planeta.
El programa de transformaciones estructurales que caracterizó al conjunto de los
denominados mercados emergentes (en el plano local las políticas desarrolladas
por el Plan de Convertibilidad y por el Programa de Reforma del Estado), se
nutrió de la liquidez superlativa que se derivó de las «expectativas favorables»
que dominaron a la economía mundial entre 1991 y 1993, como consecuencia de los
reducidos valores en que osciló la tasa de interés. Cuando todo este proceso
comienza a revertirse, la velocidad del cambio de signo se desarrolla
exponencialmente pero ahora en sentido contrario, precipitando una situación de
crisis de gran magnitud. Esta es la situación que vive la Argentina actual.
La diferenciación que proponemos consiste no en aceptar el hecho genérico de que
efectivamente transitamos en un «estado de crisis». Todos los sectores de poder
concuerdan en ello. Hoy la polémica en ese nivel se centran exclusivamente en lo
que podríamos llamar «diagnósticos limitados». Se señalan las causas u orígenes
de la crisis en tal o cual insuficiencia del gobierno en materia fiscal,
cambiaria, monetaria o arancelaria.
Todas esas posiciones indiferenciadas presentan el mismo «error»: obviar
mencionar que las tensiones políticas, económicas y sociales son el resultado de
la vigencia de estrategias que aportan al desarrollo de la demolición social a
partir de una alianza entre el capital financiero y toda una amplia gama de
procesos concentrativos y de licuación de recursos vía privatizaciones. Estas
estrategias constituyen la estructuración misma, el núcleo esencial de las
relaciones financieras internacionales. De acuerdo a esto, los proyectos que
carezcan de una verdadera voluntad política orientada hacia muy profundos
cambios, corren el serio riesgo de convertirse en enunciados que contribuyan muy
poco a cambiar el cuadro general social vigente.
Un gobierno, además de los actores, son dos escenarios, el externo y el interno,
que se interpenetran y se superponen. La supervivencia de un gobierno radica en
la capacidad de disponer de la respuesta adecuada a cada uno de los desafíos
provenientes de cada uno de los escenarios, alternativa o simultáneamente.
La estructura de un gobierno —de un liderazgo, de una conducción— se debe
diseñar en función de la naturaleza de los escenarios existentes y de sus
evoluciones previsibles. El dominio de la anticipación será el arte —y la
ciencia— decisivos. La anticipación sólo es posible cuando el conocimiento que
se tiene de los escenarios no sólo es exacto en el corto plazo.
Tenemos planteadas hasta ahora dos cuestiones esenciales: capacidad de
diferenciación y capacidad de anticipación. Para lo primero se requiere no sólo
formular objetivos de largo plazo, sino seleccionar el sistema de alianzas
adecuado. Existen muchos otros tipos posibles de alianzas económicas, políticas
y sociales disponibles. Sectores importantes del empresariado argentino se han
quedado ya fuera de juego —y no nos referimos sólo a las Pymes. La crisis
financiera abre un ancho campo de alianzas con grandes grupos empresariales
ligados a la producción. Nosotros hemos verificado recientemente esta
posibilidad en Venezuela en el área de la producción petrolera.
Esas nuevas alianzas internas se presentan muy relacionadas con las nuevas
opciones que ofrece el presente desorden mundial. La interacción de ambas
situaciones señala una dialéctica amigo/enemigo esencialmente distinta a las que
se habían generado en las últimas dos etapas de la evolución del sistema
internacional: la de la guerra fría y la del «nuevo orden mundial», ambas
felizmente fenecidas.
Hoy existen enormes posibilidades en relación a la expansión de los bloques
regionales y, en general, a las relaciones Sur/Sur. El espacio del Mercosur, por
ejemplo, no sólo puede ser potenciado sino además ampliado con la inclusión de
países como Venezuela, que aportarían complementaridades económicas y
geopolíticas absolutamente vitales para la Argentina.
Mientras predicaban exactamente lo contrario, la mayoría de los países europeos
en los últimos años practicaron un keynesianismo distributivista en una escala
integral, afectando positivamente a -casi- todos los sectores de la economía.
Esa experiencia ha demostrado que la supervivencia económica, en el mundo real
actual, sólo se logra fortaleciendo empresas nacionales o empresas nacionales
adecuadamente asociadas y dotadas de los medios adecuados para una competencia
que es siempre desleal; es decir, que se basa en todos los casos en la apoyatura
y en los subsidios de un Estado inteligente.
La práctica desarrollada por la mayoría de los Estados de Europa Occidental
señala con claridad la viabilidad concreta de un camino diferenciador: hacer que
una nueva estructura de poder contribuya inteligentemente a la formación de un
grupo de grandes empresas nacionales —y nacionales/asociadas, desde el sector
petrolero hasta el nuclear— con capacidad para competir realmente en
determinados nichos de la economía mundial. La sociedad y el Estado argentinos
estarían en condiciones de construir esas empresas en diferentes niveles de la
actividad económica, muchos de ellos ubicados en el campo de la alta tecnología
y, aún, en el área de la utilización intensiva de tecnologías de «doble uso».
La experiencia europea señala otras dos cuestiones. La primera es que la
competencia desleal se da aún en el propio campo de los espacios económicos
comunes. La segunda es que la dinámica de la «comunidad económica» es exitosa,
mientas que la de la comunidad «política y militar» es catastrófica. Lo que en
definitiva ha quedado en pie en Europa son los primitivos Acuerdos de Roma y no
los de Maastricht.
El espacio de la América del Sur ampliado hacia el Caribe (Venezuela) podría
procesar esta experiencia y superarla. Una estrategia militar y de política
exterior común es posible entre ciertos países de la región, no entre todos los
países de la región, como lo demuestran los conflictos fronterizos que recién
vuelven a comenzar.
No hay desarrollo económico viable en el mundo real actual si esa estrategia no
está basada en una política de defensa y en una política internacional con
capacidad creíble de disuasión. En ese punto está localizado en gran fracaso
europeo de nuestros días.
El hecho es que existe una compatibilidad importante entre el desarrollo
económico concebido dentro de una estrategia alternativa y una política de
defensa anclada en sólidos presupuestos científicos, tecnológicos e
industriales. Los Estados europeos que sobrevivirán a la crisis son los que
—individual o subgrupalmente— practican esta estrategia.
Control del espacio y producción de poder: el caso argentino. historia y espacio
«Así como el tiempo es... el espacio de la historia, así también el modo de
futuro del tiempo es el espacio de las posibilidades reales de la historia».
Ernest Bloch, El principio esperanza
«Las consecuencias de la penetración del Capital Financiero Internacional, es
peor que una guerra, no es tan cruento, pero es implacable».
General Manuel Savio
Espacio y sociedad
El espacio que le interesa a la geopolítica es una categoría social, es el
resultado de una determinada estructura de poder, y no un mero «dato natural».
Así queda descartada, automáticamente, cualquier forma de determinismo, sea esta
geográfica o de cualquier otra índole.
Al considerar al espacio como producto material social, debemos asumirlo no como
un simple escenario teatral donde se despliega el deseo (en el sentido que lo
utiliza Hegel en la Fenomenología del Espíritu) de determinados actores humanos,
«...sino (como) la expresión concreta de cada conjunto histórico en el cual una
sociedad se especifica» (Manuel Castells, La Cuestión Urbana).
Entendida como ciencia interdisciplinaria y elemento constitutivo esencial de
una concepción del mundo, la geopolítica deberá establecer, en relación con el
sistema sociedad/espacio geográfico «...las leyes coyunturales y estructurales
que rigen su existencia y transformación (la del sistema geo-social), así como
su específica articulación con otros elementos de una misma realidad histórica»
(Manuel Castells, op. cit.).
Al igual que la física contemporánea, que explica la materia a través de formas
matemáticas, la geopolítica concebida en el contexto antes mencionado hace
devenir el espacio de su forma natural primitiva a una conceptualización
racionalmente concebida, actuando como elemento esencial de una formación
social. De allí que no pueda deslindarse la problemática geoespacial ni de las
estructuras del poder político ni de las específicas relaciones de producción
que ese poder ha establecido tanto en el interior de esa sociedad cuanto con su
entorno exterior. En ese último sentido, utilizaremos el concepto de dependencia
como incapacidad para ejercer el poder y dominar el espacio, «...a cada modo de
producción le corresponde adoptar una escala espacial adecuada al conocimiento y
al dominio del espacio que se posee en cada etapa histórica» (Joan-Eugeni
Sánchez, La Geografía y el Espacio Social del Poder).
Para saber pensar la complejidad del espacio —y no sólo del espacio terrestre—
(Norberto Ceresole, Atlántico Sur: Hipótesis de Guerra), debemos concebir al
hecho geográfico no como un dato natural dado sino como el soporte
físico-dinámico de una sociedad. De allí que toda acción social requiera
«...conocer y dominar el espacio (porque ello) es importante tanto para quienes
quieren mantener su hegemonía social como para quienes quieren modificarla»
(Joan-Eugeni Sánchez, op. cit.).
El espacio social es también un espacio histórico. El espacio no es tanto un
«hecho dado», sino el lugar donde se desarrollan las estrategias de poder. Por
ello es que no existe geografía sin drama. Todos los paisajes, absolutamente
todos, admiten una dimensión dramática (Yves Lacoste, Les Géographes, l’action
et le politique). En esta perspectiva, donde sobre la categoría de espacio
convergen no sólo hechos geográficos sino también (y fundamentalmente) hombres y
máquinas (tecnologías), es que la geopolítica adquiere todo su contenido como
saber político y militar (Yves Lacoste, op. cit.).
En las tres escalas geográficas básicas (la local —país—, la regional —conjunto
de Estados vecinos— y la global —escala geoestratégica—) en las que nos movemos
geopolíticamente, la politización del espacio es cada día más acusada. «En
verdad, la geografía es un saber político... a pesar de que no es el geógrafo
quien ejerce el poder» (Yves Lacoste, op. cit.).
El bloque social hegemónico pretende «ordenar» el espacio. Las agrupamientos
sociales emergentes no tendrán otro camino que transformarlo, para poder
transformarse a sí mismos y a la sociedad en su conjunto. El cambio (la
revolución), pasa necesariamente por la transformación del entorno espacial.
El espacio determina la especificidad de la sociedad. Una sociedad incapaz de
dominar su espacio es incapaz de transformarse a sí misma. «La sociedad se crea
creando el espacio, las dos forman un todo indisociable que entraña la misma
evolución...» (Hildebert Isnard, L’ Espace Géographique). La sociedad se
organiza en la práctica de su espacio. Ella se crea a sí misma «... a partir de
actividades que exigen la puesta en valor del espacio geográfico (Hildebert
Isnard, op. cit.). Si el espacio geográfico es la reproducción de la sociedad
«... al punto que entre ellos la identificación es total, la sociedad resulta de
las relaciones entre hombres enganchados en la producción y la reproducción del
espacio. La dialéctica que preside a la formación del sistema socio-espacial
preside su funcionamiento y su permanencia» (Hildebert Isnard, op. cit.).
Toda evolución implica una mutación brusca del espacio. Porque todo cambio
social profundo, para ser tal, debe poseer su correspondiente «representación»
espacial. Sociedad y espacio se reproducen y se transforman mutuamente en el
curso de una revolución. Por ello no es posible concebir mutaciones profundas en
la estructura social sin idénticas alteraciones en la concepción y el uso del
espacio. En un proceso de cambios revolucionarios la sociedad usa su espacio
para realizar su nuevo proyecto. Los mapas de las revoluciones reflejan el
impulso político de una sociedad, su nueva capacidad energética.
Finalmente: ¿Por qué geopolítica y no, simplemente, geografía política? Porque
lo que se pretende no es una simple descripción (científica) de la realidad,
sino también (y sobre todo) la liberación de la voluntad de transformarla.
Porque no es sólo interpretación académica lo que queremos, sino «transformación
del mundo»; es decir un saber que sea capaz de vivir sobre la marcha, una
filosofía de la acción y de la esperanza. «El mundo humano no se ha encontrado
nunca en la Luna, nunca en el espíritu puro. El mundo humano se ha encontrado en
la tierra... en las regiones habitadas no hay ya geografía sin los hombres, pero
no por ello deja de existir ni deja de ser amplio margen de la historia» (Ernst
Bloch, El Principio Esperanza).
Así concebida, la geopolítica implica la introducción del factor tiempo
(voluntad humana organizada) en el interior del espacio.
Tiempo y espacio
El tiempo es historia, es decir política. Es, naturalmente, «condiciones
objetivas», pero por sobre todo es el «punto de aplicación» de la voluntad
humana. Recordemos a Ernst Bloch: el tiempo es el espacio de la historia.
En las coordenadas nacionales, el tiempo es lo que se acaba en la Argentina. Es
lo que ya conspira contra la viabilidad del país. Tuvimos mucho tiempo. Ahora
tenemos poco. Las sociedades se vertebran en un espacio, pero también en un
tiempo. Ello nos habla de ambas dimensiones como de un valor finito. Lo que no
se hizo en su tiempo, no sólo no se puede hacer ahora, el mal uso del tiempo
impone en el presente la necesidad de hacer algo distinto. También en el tiempo
hay atajos. La historia, como la geografía, tiene senderos ocultos que es
preciso descubrir.
Un tiempo mal utilizado en el pasado implica la existencia de un espacio
deficiente. No existe percepción del espacio sino dentro de una determinada
concepción de la historia.
La organización social y productiva de los hombres incluye no sólo un cierto
Estado, un cierto derecho (es decir, un tiempo específicamente delimitado) sino
también un cierto espacio físico y geográfico. Ese derecho, ese Estado, ese
espacio físico y esas relaciones de producción pueden conectarse o desconectarse
entre sí a través del tiempo.
No hay tiempo sin espacio. El desarrollo económico-productivo de una sociedad
(es decir, el tiempo) encuentra en el espacio su elemento fundacional. El
espacio tiene que ver no sólo con las alteraciones hombre-naturaleza. También
intermedia en las relaciones entre los hombres y en las de éstos con el sistema
de poder. Su inclusión dentro de un sistema explicativo de las relaciones
hombre-naturaleza define unas determinadas (y no otras) relaciones de producción
y de poder.
El espacio es el continente de unas específicas relaciones de producción y de
poder. Por lo tanto, no es inocente.
Cuando se fractura el espacio también se fractura el tiempo de una sociedad. La
forma específica de esa fractura se da bajo la forma de un resquebrajamiento
progresivo de la voluntad nacional.
Ninguna sociedad nacional puede permitir fracturas espaciales porque ello
significaría la negación de una forma específica de proyección temporal. Mirando
hacia atrás, el tiempo es la forma que adoptó el espacio; de cara al futuro el
espacio es la forma que adoptará el tiempo. Una pérdida de espacio es una
pérdida de futuro. Cuando más espacio perdemos menos somos. Recuperar espacio
perdido es también recuperar tiempo, es incrementar el potencial de la voluntad
nacional. Esa recuperación no se puede dar contra un genérico «los otros», sino
contra un específico «el otro».
La recuperación del espacio es la realización en la historia de un trabajo
nacional liberador. De un trabajo que sea la dominación del mundo dado.
La Geopolítica como reflexión sobre lo real aún no devenido
La posibilidad de construir un pensamiento de raíz geopolítico que sirva a un
proyecto nacional exige avanzar en dos direcciones simultáneamente,
comprendiendo que ambas se encuentran íntimamente relacionadas. La primera de
las direcciones es lograr una perspectiva de situación que fracture los límites
«ideológicos» del pensamiento geopolítico argentino, especialmente los
relacionados con los presupuestos estratégicos de la geopolítica norteamericana.
La segunda dirección también implica una ruptura epistemológica, en este caso
con la Weltanschauung, con la concepción que fundamenta al Mundo Marítimo
Capitalista.
El esfuerzo político que es necesario realizar en todo momento para fracturar
los límites ideológicos impuestos a nuestra perspectiva de situación (es decir,
para dotar a esa perspectiva de una concepción del mundo netamente diferenciada
respecto de la que fundamenta al Mundo Marítimo) no es suficiente para producir
un nuevo pensamiento capaz de generar acciones políticas. El debe desarrollarse,
además, en un nivel de racionalidad y de estricta sistematización, rompiendo con
el subjetivismo ideológico que fundamenta ciertas corrientes hegemónicas de la
geopolítica entendida como bunker en la defensa del status quo.
Lo dicho conduce a la conveniencia de desplegar un sistema de pensamiento
geopolítico desde una teoría científica abarcante de la totalidad de un proceso
histórico, y a partir de una nueva concepción de «lo real».
El concepto de realidad no puede continuar siendo el anclaje de un pasado y un
presente insoportables: no puede continuar siendo la piedra fundacional para la
conservación de lo que existe. La vieja fórmula hegeliana por la cual «todo lo
real es racional y todo lo racional es real» se ha convertido universalmente en
el escudo protector de lo que existe y en el disuasivo fundamental de lo aún no
realizado.
Los «realistas» tratan de expulsar hacia la periferia de lo objetivo el concepto
de lo posible aún no realizado. Es decir, intentan transformar la esperanza en
una pura idea subjetiva perteneciente al plano de lo moral.
Pero la esperanza es una determinación fundamental que yace en el seno de la
realidad objetiva. «La atención, la esperanza y la intención dirigidas hacia lo
posible todavía no avenido no constituye solamente un reducto fundamental de la
conciencia humana sino, corregidas por lo concreto y recogidas concretamente,
son una determinación fundamental en el seno de la realidad objetiva» (Ernst
Bloch, op. cit.).
«La posibilidad real no reside en una ontología acabada del ser que ha sido
hasta el presente, sino en una ontología del ser-no-aún, que está siempre
fundando lo nuevo, en la medida en que ello descubre el futuro...» (Ernst Bloch,
op. cit.).
La objetividad científica genera un conocimiento de lo posible aún no realizado.
Una ciencia del devenir donde la esperanza es una categoría objetiva del ser,
aún-no-realizada. La esperanza está en la materia de la historia hecha por el
hombre, y no sólo en sus sueños —individuales o colectivos—.
Que la esperanza es sólo sueño aislado del objeto, es lo que con firmeza
sostienen los «realistas». Ellos están bien atrincherados en los principios
básicos de la filosofía tradicional: la realidad es más importante que la
posibilidad. «La realidad es aquí un ser absoluto; la posibilidad un ser que
comparte una privación, un ser dominado por la negatividad; la posibilidad
deviene realidad en la medida en que el no-ser deviene ser» (Ernst Bloch, op.
cit.). La realidad —sostienen los «realistas»— es el ser último, una realización
completamente acabada.
Desde esa percepción de lo real toda posibilidad es condenada a no ser más que
una «representación humana de la desdicha» (en el sentido de «suspiro de la
criatura oprimida»), subjetiva y abstracta.
Es relegada al campo de los sueños, de las fantasías y, si fuese posible, de la
locura. De allí que sea tan importante fundamentar, y no sólo en el campo de la
filosofía y de la ciencia, los alcances de la posibilidad objetivamente real. A
través de esa categorización será posible acceder a una nueva concepción de la
realidad, a un realismo con capacidad revolucionaria. Para Bloch, «Lo posible...
sólo tiene consecuencias... en tanto que es una determinabilidad sustentadora en
el campo mismo de lo real. El hombre es así la posibilidad real de todo lo que
se ha hecho de él en su historia, y sobre todo,... lo que todavía puede llegar a
ser... Y en la totalidad inagotable del mundo mismo: la materia es la
posibilidad real para todas las formas que se hallan latentes en su seno y se
desprenden de ella por medio del proceso» (Ernst Bloch, op. cit.).
Esta búsqueda de una nueva dimensión de lo real-objetivo tiene sentido porque a
través de ella lo posible podrá ser detectado no solamente como deseo, sino como
proceso real-objetivo. A diferencia del realismo positivista, aquí el sujeto es
parte del objeto, mientras que el ser no puede quedar escindido de ninguna forma
de voluntad.
Para que exista un futuro tiene que haber un proceso material y unas conciencias
que sepan vivir a su ritmo. La anticipación está en la materia, que es siempre
una relación entre el ser y el conocer.
Sin materia no es aprehensible ningún suelo de la anticipación (real); sin
anticipación (real) no es aprehensible ningún horizonte de la materia. La
posibilidad real no se encuentra... en ninguna ontología ya determinada del ser
del ente anterior, sino en una ontología del ser del ente-que-todavía-no-es,
nuevamente fundamentada de modo ininterrumpido, tal como el futuro en el pasado
y en toda la naturaleza [Ernst Bloch, op. cit.].
A partir de allí podemos percibir la realidad no como lo ya acabado que existe;
sino eso mismo en la frontera del nuevo acontecer. «¿Cómo, de otra manera,
explicar las cualidades grávidas de futuro de la materia? No hay ningún
verdadero realismo sin la verdadera dimensión de esa apertura» (Ernst Bloch, op.
cit.).
Lo real no es sólo lo que existe sino lo que ha de venir. Ello implica asumir el
futuro no sólo como proceso material sino inscribir en él a la conciencia, a la
voluntad, a la esperanza, como elementos fundamentales para lograr ese
despliegue hacia adelante...
Así el hombre que actúa en función de ese futuro-real es parte del proceso
material, y sus sueños no pueden ser elementos extraños, meras fantasías. La
esperanza se convierte en un aspecto del despliegue de lo real-objetivo hacia lo
que todavía-no-es.
No cualquier futuro está ya impreso en el presente. No cualquier esperanza puede
ser realizable. Bloch define lo posible, esto es, el objeto de la esperanza como
un «comportamiento determinado objetivo-estructural». Lo posible está en «la
cosa» y se desenvuelve de acuerdo con el objeto. A diferencia de la simple
realidad y de la objetividad vulgar positivista es necesario penetrar en el
estrato reproductivo de «la cosa». El conocimiento que tenemos del objeto no
puede «...vagar fantasmagóricamente, con independencia de la existencia o
inexistencia de los objetos» (Ernst Bloch, op. cit.).
Ello incluye a dos formas clásicas de conocimiento: la matemática y la lógica.
La aprehensión matemática de la materia ha sido una vez más atacada por uno de
los máximos ideólogos del realismo imperial, Karl Popper, para quien esas formas
de la «indeterminación» resultan catastróficas, ya que abren las puertas «para
que la física deje de ser una ciencia de objetos y devenga en una ciencia de
sueños». La racionalidad del positivismo capitalista exige una ontología
acabada, cerrada; una realidad ya dada.
La auténtica libertad para la acción histórica nos habla de una realidad como
producto de una conjunción del objeto con el sujeto. Ello nos introduce en la
realidad aún-no-devenida, con la libertad de lo posible a través de la esperanza
que se despliega de lo objetivamente real. El sistema de pensamiento se
independiza del objeto en la medida en que capta la «totalidad articulada» (Gliederung)
del objeto. Esto es, en la medida en que se construye como sistema lógico. Si el
pensamiento no logra reproducir esa totalidad articulada que explique la
dinámica de lo real-objetivo, no pasará del nivel ideológico, no será un
pensamiento científico.
Geoestratégicamente hablando, vivimos en un mundo MacKinderiano; es decir en un
mundo geográfica y políticamente dividido. Incluso las contradicciones
intelectuales que inciden sobre nuestro presente no son ajenas a la existencia
de ese mundo geográfica y políticamente dividido. La mayoría de los conflictos
intelectuales actuales están ubicados en una medida muy importante y pueden ser
explicados, dentro de un contexto geográfico-político perfectamente acotable.
Las principales corrientes de la cultura contemporánea están en correspondencia
a una fractura política y geográfica del mundo esencialmente multidimensional,
esencialmente distinta de la fractura simple que existía en la época de la
bipolaridad. La mayoría de las posiciones filosóficas, científicas y políticas
se sustentan y a su vez son sustentadas por diferentes perspectivas de situación
geopolíticas.
De tal manera, a muchos países periféricos, entre ellos Argentina, le ha llegado
la hora de optar: la pertenencia ficticia a un mundo cultural superpuesto a la
Nación o la adopción de una perspectiva de situación distinta a ese mundo
cultural central.
El concepto de «occidente» tiene una representación geográfica, política y
económica perfectamente definida. Pretender asumir la idea, fuera de esa
proyección físico-geográfica, significa negar la realización de nuestra propia
realidad, en tanto posible aún no realizado.
Como lo ha demostrado a guerra del Atlántico Sur, la periferia de occidente no
es occidente, es la periferia de occidente: la proyección geográfica real del
concepto de occidente en tanto estructura de poder a escala global deja «fuera
del mapa» a países como Argentina. En palabras de MacKinder, Argentina se
encuentra, exactamente, en una región externa a occidente. Y esta posición
geográfico-objetiva, tiene su correspondiente proyección político-cultural.
Es de extrema urgencia que países como Argentina reformulen sus claves
geopolíticas y geoestratégicas a partir de una revalorización integral de su
perspectiva de situación; esto es, de la percepción que debemos recrear respecto
de la situación objetiva del espacio argentino respecto de los niveles de
jerarquización del sistema internacional actual.
Producir una nueva perspectiva de situación significa generar una nueva
percepción del país sobre sí mismo y sobre su «concepción del mundo». En
concreto, lograr una nueva proyección sobre las posibilidades emergentes del
espacio nacional.
Dado el estado de desarticulación moral e intelectual que vive Argentina, la
acción que conlleva asumir esa nueva visión de futuro debe también ser percibida
como alternativa de cambio interior (que pueda ser racionalmente pensada y
ejecutada), lo que equivale a decir que sin una adecuada y exactamente acotada
nueva perspectiva de situación, ninguna política interior transformadora podrá
tener éxito.
No es cierto que exista un determinismo geográfico que convierta en insuperable
a la situación dependiente. Ese determinismo sólo refleja una vieja perspectiva
de situación, aún hoy plenamente vigente en tanto realidad de situación. Ella
comprime de tal forma al pensamiento geopolítico que lo obliga a desplazarse
dentro de los límites provinciales, asumiendo disputas estériles por espacios
inexistentes.
La aceptación de una realidad «naturalmente» dependiente, inscripta en cierta
lógica geográfica inmodificable (de un «realismo» vulgar positivista) presupone
y exige aceptar la exclusión del espacio nacional de cualquier dimensionalidad
estratégica: significa aceptar parámetros de limitación que inviabilizan el
desarrollo de proyectos orientados a la transformación económico-social del
interior del espacio nacional.
La inexistencia de una dimensión estratégica en el pensamiento geopolítico
argentino no es un hecho casual. No implica ignorancia sino adscripciones. Los
límites eminentemente regionales que se autoimpuso la geopolítica local definen
la posición de sus gestores, esto es, el dato estratégico básico de tal
pensamiento es su pertenencia objetiva a los principales lineamientos de la
geoestrategia norteamericana. Hasta el momento la geopolítica argentina dio por
supuesta implícita y explícitamente la validez de los postulados de la
estrategia norteamericana a nivel global. A partir de allí se limitó a
desarrollar, en el mejor de los casos, una disputa por conquistar un espacio
regional supuestamente posibilitador de las «aspiraciones nacionales». Su
dependencia final le impidió discernir sobre la vacuidad de tal disputa
regional. Al ser el nivel estratégico un dato ya cerrado, la geopolítica
regional argentina navegó repitiendo en forma ampliada todos los viejos fracasos
nacionales.
Geopolítica de la «modernidad»
El actual proceso global de reestructuración del sistema económico internacional
tiene dos proyecciones íntimamente relacionadas: la económico-tecnológica y la
estratégica. Esto quiere decir que un conjunto de innovaciones que se originan
en la evolución de una determinada lógica científico-comercial son asumidas por
una política global de confrontación pretendidamente final con el «mundo
excluido».
Esto provoca la existencia de una estructura científica y tecnológica que
evoluciona y desarrolla por medio de impulsos militares y económicos.
Dentro de los principales mecanismos de dominación del mundo central existe una
determinada forma de praxis científico-tecnológico-estratégica. A esa praxis hay
que entenderla como «un cuerpo indivisible de ideas». Indivisible pero también
intransferible. Sobre ese cuerpo de ideas y realizaciones se ha establecido un
cerco protector que pretende ser inexpugnable. Su objetivo es evitar las
tansferencias. Casi todas las nuevas tecnologías han sido clasificadas por la
administración norteamericana como de «doble uso» (civil y militar) y organismos
controladores, como el COCOM dependiente de la OTAN, son los encargados de
vigilar para que se cumpla el fundamental principio de estanqueidad, no sólo
hacia el Este, sino también hacia el Sur.
Es inexacto plantear la existencia del universo científico contemporáneo como si
fuese un todo, continuo y global. No sólo no es equiparable un investigador
trabajando en Alma Ata a otro trabajando en Berkeley. No es intercambiable un
investigador trabajando en Buenos Aires con otro trabajando en Cambridge,
excepto si consideramos válidas dos hipótesis: que existe una continuidad
esencial dentro del mundo occidental y que Argentina pertenece «naturalmente» a
ese mundo. Pero ninguna de esas dos hipótesis explica la situación actual, ni la
del mundo ni la de la Argentina en el mundo. Si las funciones de esos cuatro
investigadores fuesen realmente intercambiables existiría una auténtica igualdad
de oportunidades a escala global en un mundo-no-dividido. No es éste el caso.
El conocimiento (y la praxis) científico-técnico, en tanto «cuerpo indivisible
de ideas», es un temible instrumento de poder y tiene una dimensión estratégica
indudable. La accesibilidad a ese conocimiento es un factor que se deriva,
también, de una determinada posición geoestratégica, esto es, del valor de una
situación geográfica relativa. El valor de una situación tiene siempre dos
lecturas, la que se hace desde el centro y la que se puede hacer desde la
periferia. Los geopolíticos hindúes, por ejemplo, descubrieron que el valor real
del subcontinente luego de la independencia no era equiparable al valor que
tenía ese mismo espacio dentro del imperio británico. Un cambio político
interior hace que el valor de una determinada situación geográfica se modifique
radicalmente, en ese caso, transformando una parte dependiente de un imperio en
una Región Geopolítica Independiente.
Dentro del equilibrio estático que origina toda dependencia, la posición de los
países ubicados en un tercer nivel de poder respecto del postcapitalismo central
no se encuentran en una posición idónea para acceder al conocimiento
científico-técnico del propio centro. Además ello encerraría una contradicción
lógica insalvable; tal posibilidad nos llevaría a sostener que no existe
dependencia, es decir, escalones de poder dentro del sistema político
internacional.
El acceso a la modernidad de esos países de la periferia no puede ser encarado
desde el interior del área de la seguridad estratégica de la potencia hegemónica
de la zona. «Modernidad» dentro del área de seguridad estratégica de esta
potencia es un término que se traduce como postdependencia, es decir, como una
nueva forma de subsidiariedad de ciertas zonas periféricas a partir de una
cristalización, a escala global, del proceso de reestructuración capitalista
llamado globalidad. Argentina debe iniciar la marcha que intercepte el futuro
(el progreso) con identidad histórica y con dignidad nacional. Para que la
informática no se oponga a la crítica histórica. Para que podamos transitar por
la política mundial y no sólo digerir fórmulas de nuevas inserciones en
occidente.
Resulta necesario poner de manifiesto las relaciones que existen entre una
determinada estructura de poder y la forma de apropiación social del espacio
físico que adopta una comunidad. Ellas son relaciones de tipo causal. El espacio
geográfico (entendido como producto social emergente de una específica historia
política y económica), la estructura interna del sistema de poder y la inserción
eterna de ese espacio (el tipo y carácter de las relaciones que él mantiene con
su entorno regional y mundial), conforman tres aspectos de un mismo campo
problemático. Distintos procesamientos a esta unidad conceptual originan
políticas diversas y hasta opuestas: las orientadas a la mera «ordenación
territorial» y las destinadas a provocar la transformación espacial de un
Estado.
El nivel geopolítico del concepto de modernidad debe soslayar el tema de la
estructura de poder para construir la ficción de que es posible lograr una
modificación sustancial del «factor espacial» sin modificaciones políticas en la
estructura que provocó la malformación geográfica existente.
Surge así un módico proyecto de reordenamiento territorial, de matriz
ordenancista, que al parecer sería suficiente (según los modernizantes) para
provocar ciertos «cambios» asumibles por el sistema.
Lo fundamental, entonces, es soslayar el núcleo del problema: la absolutamente
desigual «puesta en valor» que representa el espacio argentino. Su
discontinuidad geoeconómica tiene una equivalencia directa con los escalones de
jerarquización interior de los distintos subespacios, que a su vez refleja, en
forma exacta y puntual un sistema de poder interior y otro exterior generadores
de esa específica jerarquización socioespacial. Es el sistema de poder
interno-externo quien jerarquiza el espacio de una determinada manera, como
parte indisociable de la dinámica del sistema: la acumulación de poder en el
«centro» y el vértice superior de la pirámide social no puede surgir sino de la
explotación de una «periferia» geográfica y de un «proletariado» crecientemente
marginalizado. La jerarquización de los subespacios geográficos es el producto
de una correspondiente jerarquización socioeconómica y política. Ambos elementos
constituyen los factores inseparables de una misma ecuación. No hay
transformación espacial sin transferencias de poder. Y el mismo esquema puede
ser aplicado en la escala de la inserción internacional del espacio argentino.
La transformación espacial del país es una alteración sustancial de la
estructura del poder en el orden interno y una reinserción absolutamente
distinta del espacio nacional en el sistema internacional. La modificación de la
estructura de poder en el interior y la reinserción en el exterior son dos
elementos que pueden pivotar alrededor de una forma específica y determinada de
apropiación espacial conduce a la existencia de un poder económico de las
características políticas y económicas que asuma la sociedad argentina respecto
de la re-apropiación del espacio.
Apropiarse de un «nuevo» espacio significa también hablar del espacio ya
apropiado por la evolución de una determinada historia, es decir, de una
determinada organización del poder. Significa o bien prolongar una forma
específica de apropiación espacial acotada por un sistema de producción, un
sistema de relaciones sociales y un nivel de dependencia exterior; o bien, por
el contrario, alterar la estructura social de la apropiación espacial y, con
ello, la lógica modificación del rol de ese espacio en el mundo.
El espacio geográfico es el producto de una historia social y, como tal, el
resultado de una determinada estructura de poder y de un sistema de relaciones
productivas. En nuestro caso, las distorsiones espaciales que nos afligen son el
reflejo exacto no sólo de una organización interna del poder, sino también de
las relaciones establecidas entre ella y lo exterior, lo que conduce a formas
específicas de dependencia exactamente reflejadas en esas distorsiones
espaciales vigentes.
Nuestra historia es un ejemplo casi in vitro de una mala apropiación social del
espacio generada por un sistema de poder económico y político asentado casi
exclusivamente en intereses sectoriales de unos determinados grupos económicos,
de unas determinadas clases sociales. La preeminencia de lo sectorial en el
plano económico y social, conduce no sólo a la existencia de un poder económico
como el que nos aflige, sino también a la supervivencia de un espacio
unidimensional, ligado tanto a ese poder como al fenómeno de la dependencia.
La distorsión geográfica que sufre nuestro país es el producto de una
determinada historia de la apropiación social del espacio, es decir, es el
reflejo de una determinada forma de dominación interior. Ciertas relaciones de
producción fijaron no solamente la jerarquía de los ciudadanos en la sociedad
—su poder relativo, individual y social— sino también su distribución en el
espacio, su control relativo de segmentos de ese espacio. Y ello es válido tanto
para las áreas urbanas como para las áreas no urbanas. La distribución
socio-espacial de la pobreza y de la riqueza dentro de las áreas urbanas, por
ejemplo, es indesligable de otras formas de control espacial, desde el punto de
vista de la lucha por la hegemonía sectorial dentro del poder político. El
espacio ha sido el objeto por excelencia sobre el que se ejerció el uso del
poder emergente de una determinada organización social y económica.
Así la actual organización espacial de nuestro país es un producto social, en la
medida en que expresó y expresa las relaciones entre grupos económicos a través
de los cuales se fue definiendo el perfil histórico de la sociedad nacional.
El espacio geográfico, mejor dicho, la ausencia de verdadero dominio social y
económico que existe en la actualidad sobre él, presenta la característica de
estar cargado de significación política. Desde un punto de vista «lingüístico»,
en un campo plagado de representaciones simbólicas. Pero es una simbología
distorsionada por los factores de dependencia (externa) y dominación (interna),
ya que la lectura que se puede hacer sobre este espacio no traduce tanto, en
signos visibles, el proyecto vital de toda sociedad —subsistir, protegerse,
proyectarse, en el tiempo— sino fundamentalmente las aspiraciones sectoriales de
un grupo, lo más íntimo de sus intereses económicos y de sus creencias
políticas. En un sentido muy estricto, la actual organización geopolítica de
Argentina no es la expresión de las aspiraciones históricas de la sociedad en su
conjunto sino la proyección de las creencias y apetencias de una oligarquía y de
una clase gerencial que modelaron especialmente al país a su imagen y semejanza.
De allí que no pueda coexistir la idea de la transformación espacial con la
permanencia objetiva de una estructura de poder hegemonizada por esos grupos u
otros semejantes.
Hubo también otra cara de la misma moneda. La sociedad argentina no reaccionó
con la suficiente claridad y fuerza ante la construcción espacial realizada por
los gerentes y las burguesías agraria e industrial. No hubo un proyecto lo
suficientemente coherente de país espacialmente «grande» ante el país «chico»
postulado por esos grupos; al menos no existió el suficiente aval social para la
cristalización de ese proyecto. Las diferentes irrupciones de los distintos
populismos no alteraron la organización básica del espacio.
No lograron producir un lenguaje de «signos visibles» que expresara las
concepciones de la sociedad en su conjunto, de las ideas que ella tiene sobre sí
misma y su interpretación del mundo. Para el «pueblo», y en primer lugar para
los intelectuales que debieron ser orgánicos a él, el concepto de espacio
careció, hasta el momento, de toda significación social; el espacio ha sido una
categoría que no logró «interiorizarse» en ningún proyecto político de raíz
popular.
La Nación, en tanto determinado engarce entre espacio y sociedad, es una unidad
productiva y de sentimientos, en la cual, espacio y sociedad deben estar en
relación de creación a creador. Sin espacio no hay realización social, menos aún
cuando la organización del espacio está hecha a contrapelo de las necesidades de
la mayoría de la población. Ello impide la realización social más aún que la
misma carencia de espacio. En nuestro tiempo hemos visto crecer sociedades
asfixiadas en espacios mínimos. Pero no hemos visto crecer a ninguna nación con
espacios grandes pero indominados, esto es, con estructuras internas de poder
que tuercen determinadas proyecciones históricas. Sólo la dominación integral
del espacio, la plena apropiación social del mismo, puede producir una
identificación plena entre un pueblo y su entorno geográfico. Sólo ellos pueden
producir la existencia definida de la Nación.
Hasta el momento, la geopolítica argentina confundió el espacio natural con el
espacio geográfico social e históricamente dominado. Un espacio natural se
transforma en un espacio geográfico en el curso de un proceso complejo en el
cual, la acción objetiva de la sociedad genera una dimensión geográfica con la
cual llega a identificarse. Sólo en el curso de esta transformación la sociedad
puede transformarse a sí misma, creándose como entidad original sin frenos
interiores y con un «frente» externo progresivamente deslimitado.
Así, hoy, la vieja sociedad argentina, dominada y dependiente, puede lograr
proyectarse en el tiempo ampliando y racionalizando su capacidad espacial con la
misma estructura social e histórica existente en el pasado. Así podría aspirar a
una módica modernidad en tanto excedente de un impulso generado en el centro.
Pero también es posible generar una nueva sociedad en un proceso íntimo con la
creación de un nuevo espacio. La sociedad se crea creando el espacio. Un espacio
distorsionado no puede ser sino un espacio dependiente y no puede albergar sino
a una sociedad que simplemente «está allí», en un hábitat generado por otros en
beneficio de esos otros.
No es posible generar un nuevo espacio sin crear una nueva sociedad. Una
sociedad sólo es tal cuando su práctica histórica puede organizar su propio
espacio, cuando ambos forman un todo indisociable que entraña la misma
evolución. Si una sociedad sólo se crea a partir de actividades que exigen la
puesta en valor de un espacio natural preexistente, sólo la dependencia y
ciertas formas de dominación interior pueden mantener a ese espacio como factor
externo a esa sociedad. La modernización de la sociedad es coherente con la
racionalización del espacio. A través de ambos conceptos la vieja sociedad
sobrevivirá aprisionada en un espacio inmodificado e inmodificable.
La ocupación del espacio improductivo argentino, base del desarrollo de una
economía de pleno empleo y una permanente expansión demográfica
En la expansión de las fronteras agropecuarias, existen dos grandes
posibilidades: la ocupación de tierras vírgenes o la intensificación de la
producción en tierras explotadas que no han sido suficientemente aprovechadas,
porque algún factor físico o económico ha impedido su real utilización.
La ocupación de las tierras marginales, sea mediante la apertura de una nueva
frontera agropecuaria o mediante el desarrollo de una nueva tecnología que
permita volver a poner en producción tierras abandonadas, tienen mucho en común.
El hecho de que una tierra sea considerada o no marginal, depende de la
tecnología empleada y de las necesidades de la sociedad de ese momento.
No pueden existir tierras marginales, sino marginadas, simplemente porque las
necesidades de la sociedad no requieren aún su utilización efectiva.
Espacio y población
Si consideramos al problema poblacional desde este nuevo punto de vista,
aparecen algunas consecuencias totalmente inesperadas.
Estamos acostumbrados a considerar a la Argentina como un país relativamente
despoblado, con poco más de 30 millones de habitantes. En cambio, según los
datos de Borgstrom el territorio productivo de nuestro país está en capacidad de
mantener una población relativa que equivalga a un quinto de la población
mundial.
La ocupación total del «espacio vital» del que dispone cada pueblo dentro de sus
fronteras políticas, asume así una magnitud realmente decisiva.
Cada km2, cada hectárea, debe ser utilizada de acuerdo con su capacidad
potencial más adecuada, sin dejar lugar a «tierras marginales» o simplementes
baldías. Hay que tener en cuenta que en geopolítica todo territorio desocupado
es territorio perdido.
Como falta todo —caminos, alambrados, hospitales, luz eléctrica, escuelas, etc.—
las posibilidades de crecimiento de estos «espacios vacíos» requerirán de la
industria argentina un esfuerzo enorme para poder abastecer estas nuevas
necesidades y la demanda puede ser muy grande. Es como construir un nuevo país,
partiendo casi de la nada. Tengamos presente que la superficie mínima para uno
solo de estos «espacios vacíos» o sea la región semiárida chaqueña, es igual o
superior a la de toda Inglaterra.
Medido por los «standards» de la FAO, solamente los 20 millones de hectáreas de
la región semiárida chaqueña servirían para proveer la proteína necesaria para
cerca de 80 millones de seres humanos, o sea aproximadamente el incremento anual
de la población mundial.
Para hacer frente a problemas urgentes, hacen falta métodos rápidos. Los métodos
lentos, elaborados y precisos, tienen aplicación en las áreas ya desarrolladas.
En las áreas nuevas, sólo representan un obstáculos para el desarrollo de las
mismas. Es necesario dejar de lado los métodos tradicionales, como el mapeo de
los suelos-lleva mucho tiempo y al iniciar la producción la situación ha
cambiado- y la concentración de grandes masas de técnicos con gran experiencia
que no siempre están disponibles.
Las necesidades concretas de los nuevos ocupantes se va a anticipar a los
resultados técnicos y en lugar de ser guiados por los mismos, los trabajos se
realizarán en forma empírica, con todos los errores posibles y fácilmente
subsanables con el empleo de nuevos métodos de análisis y calificación de
suelos.
Uno de los primeros y principales inconvenientes de las «tierras nuevas», en
todas las regiones áridas y semiáridas del mundo, es la falta de agua para el
hombre y los animales. El problema principal es el del agua potable, pues
generalmente hay suficiente cantidad de agua salada.
En nuestro país existen cuatro grandes regiones en las cuales se puede expandir
la producción agropecuaria: Gran Chaco, Región Semiárida Pampeana (Plan del
Oeste Pampeano), La Patagonia (económicamente urgente y fundamental para la
soberanía argentina en la región) y Regiones Subtropicales (Corrientes,
Misiones, Formosa, Salta y Jujuy).
Además se pueden recuperar tierras en regiones muy productivas donde hay
millones de hectáreas erosionadas o suelos agotados: región de cría del Salado y
del sur de la Pcia de Bs As; región S.O. de Córdoba con epicentro en Villa
Valeria (fue una de las mejores de «invernada»); zona de Rosafé en la Pcia de
Santa Fé, Córdoba y Buenos Aires afectada por la erosión y agotamiento; S.O de
Entre Ríos con erosión de grandes regiones; la región algodonera chaqueña por
agotamiento.
Chaco Gualambo
El Chaco Gualambo constituye la más grande reserva mundial, inhabitada e
inexplorada, apta para la producción de proteínas animales.
Todos los planteos de producción de carne, utilizando granos de cereales, aptos
para el consumo directo por el hombre, se han revelado como totalmente
ineficientes desde el punto de vista del flujo de energía que participa en el
proceso (por cada kilocaloría en el producto final se gastan 2,4 kilocalorías de
combustible (Instituto Volcani, Israel, 1975). Es un proceso antieconómico,
salvo que el precio del petróleo lo haga aconsejable.
Hay que redescubrir la producción de carne mediante la utilización de pastos y
no de granos de cereales. En esas condiciones el animal deja de ser un
competidor del hombre y se transforma en su aliado.
El trigo o cualquier otro cereal consumido directamente por el hombre, puede
producir cerca de diez veces más alimento utilizable por el ser humano.
Para obtener una kilocaloría en el producto final (leche o carne) necesitaban
(en Holanda) invertir 0,5 kilocalorías como fertilizante nitrogenado. Esta
relación de 1:2 es antieconómica, sobre todo cuando el precio del fertilizante
es de alrededor de 1 dólar por kilo de nitrógeno.
Estudios en EE.UU. indican que para obtener un kilo de nitrógeno como
fertilizante se necesitan alrededor de 19.200 kilocalorías. Un kilo de gas oil
tiene alrededor de 9.500 calorías, se necesitan entonces dos kilos de gas oil
para obtener un hilo de nitrógeno.
Según el precio del petróleo, la colonización ganadera en el Gran Chaco puede
adquirir una importancia decisiva a nivel mundial, dado que la gran riqueza en
calcio y fósforo de sus suelos permite un exuberante desarrollo de las
leguminosas, durante todo el año.
La única forma de obtener proteínas rojas baratas es tener previamente proteínas
verdes baratas. En los 50 a 60 millones de hectáreas del Gran Chaco, la
experiencia muestra que se pueden producir perfectamente 100 kilos de carne por
hectárea y por año.
Según la FAO se necesitan sólo 70 gramos de proteínas por persona y por día, de
los cuales sólo un 50% sería proteína animal como máximo, la carne producida en
el Gran Chaco alcanzaría para proveer de proteína animal a 200 o 300 millones de
personas.
En las colonias establecidas en el centro del Chaco Boreal paraguayo, se
obtienen novillos terminados con 420 kg. a los 24 a 30 meses de edad, sobre «buffel
grass» o «pasto Salinas» La superficie de las colonias abarca alrededor de 800
mil hectáreas y actualmente la mayor parte de la carne consumida en Asunción
proviene de esa fuente.
En una experiencia en gran escala realizada en el «impenetrable» santiagueño,
una firma privada argentina, con el asesoramiento de técnicos egresados de
universidades argentinas, abarcando alrededor de 53.000 hs., se lograron
rendimientos en carne similares a los de colonias del chaco paraguayo.
Hay que tener en cuenta que todo el ganado vacuno se origina en regiones
semiáridas y que de acuerdo con nuestra experiencia, cuánto más seca es la
región, siempre que se disponga de agua y pasto, tanto mayor es la producción de
carne. Las mayores y mejores productoras estancias argentinas, productoras de
carne, están situadas en la zona semiárida pampeana y los mayores «feed lots» de
EE.UU. están en los estados semiáridos de las Grandes llanuras.
La tecnología necesaria para obtener agua y pasto ya está suficientemente
desarrollada como para asegurar el desarrollo de cualquier plan de fomento en
esta región, siempre que a su frente se coloquen personas experimentadas que
sepan lo que hay que hacer y como hacerlo sin dañar el ecosistema.
La expansión de las fronteras agropecuarias tiene los mismos problemas que la
expansión de las fronteras políticas.
El incremento demográfico argentino, entendido como masa crítica de una matriz
de producción de poder, se debe comprender en función de una modificación
drástica de la estructura productiva territorial que señalan los siguientes
datos respecto al uso de la tierra:
Superficie total..............................19.266.000 ha.
Area cultivada con cereales e industriales.... 415.000 ha.
Area cultivada con forrajes................... 453.000 ha.
Pasturas naturales............................10.522.000 ha.
Tierras inaptas para agricultura y ganadería.. 847.000 ha.
Carga animal (vacunos + ovinos) (animales)... 1.711.000
Posible producción para el Gran Chaco
El principal cultivo asociado a la ganadería lo constituyen los sorgos. Su
empleo racional, en combinación con rotaciones con un leguminosa pueden permitir
excelentes rendimientos en años de buenas lluvias. En años muy secos se los
utiliza para el pastoreo de hacienda.
El «trébol dulce» o sweet clover es una leguminosa realmente extraordinaria para
la zona, en el Gran Chaco se ha logrado cerca de 200 kgrs. de semilla de «trébol
dulce» por ha., lo que representa un valor superior a las tierras.
La incorporación de sangre cebú puede ser el factor más importante para el éxito
ganadero en el Gran Chaco. Las más promisoria es el Nelore, que en Brasil ha
superado a todas las demás razas cebuinas.
El problema del agua se puede resolver como en Paraguay. Con pequeñas represas
donde se acumula el agua de lluvia. Una estancia de 40.000 ha. y 22.000 cabezas
de ganado, lo resolvió lo pudo resolver definitivamente de esa manera. Esto ya
dio resultado en el Chaco austral argentino.
Los principios ecológicos en manos de profesionales serios y responsables,
pueden ser la más poderosa herramienta para asegurar la supervivencia del hombre
sobre su cápsula espacial propia. En cambio, en manos de simples «dilettanti»,
pueden impedir el pleno desarrollo de las posibilidades humanas o por lo menos
retardarlas.
Existen dos clases de ecólogos. Los ecólogos «conservacionistas» que deberían
ser los consultores obligados de todo programa de ampliación de fronteras, y los
ecólogos «conversacionistas» cuya ignorancia básica sólo es igualada por su
habilidad propagandística.
El Plan Florentino Ameghino
La transformación de toda la enorme zona inundable de la cuenca del río Salado,
no se va a lograr dando conferencias científicas o publicando sesudos trabajos
en revistas especializadas.
Es necesario que estos conceptos formen parte del bagaje intelectual de todos y
de cada uno de los productores de la zona afectada. Esto es difícil de lograr,
pero está lejos de ser imposible.
Todas las capas de la sociedad deben conocer el problema y sus posibles
soluciones, tanto las maestras primarias como las secundarias, la iglesia, los
intendentes, las instituciones públicas y privadas de todo tipo, etc.
Para lograr esto se requiere el montaje de una verdadera campaña tipo militar.
Se necesitan jefes capaces y tropas entrenadas, recursos abundantes de movilidad
y de infraestructura; apoyo irrestricto de los poderes públicos, etc.
Y por sobre todas las cosas se necesita la liberación de trabas burocráticas. Un
ejército que tuviera que llenar facturas por triplicado por cada bala de cañón
disparada, es lógicamente un ejército vencido de antemano.
Para que una campaña de este tipo tenga éxito, se requieren los mismos
principios básicos que para conquistar el desierto o realizar una operación
militar:
1º) Que exista un grupo directivo que sepa que hay que hacer y cómo hacerlo.
2º) Que los responsables de la conducción política tengan confianza en ese grupo
y le faciliten los recursos indispensables.
La producción de carne en los trópicos y la producción de alimentos en la
Patagonia
Si no logramos conservar al suelo fértil en producción permanente al asesinato
del suelo le seguirá el asesinato de los hombres. Estos conceptos de Liebig en
el siglo XIX, pueden volver a tener actualidad a fines del siglo XX.
Es la región argentina donde con más fuerza se manifiestan la magnitud de los
contrastes nacionales, especialmente entre los problemas existentes y las
soluciones propuestas; entre el empuje de los pobladores y de los técnicos
locales y la inercia casi total de las autoridades nacionales; entre el aporte
que realiza la Patagonia al desarrollo argentino y la pequeñísimo retribución
que recibe en cambio, etc.
La Patagonia es sumamente seca. Pero en la cordillera y la precordillera existen
fuentes de agua potable inaprovechada que son las mayores del mundo en su tipo.
Sólo muy recientemente y en forma tímida, se está encarando el aprovechamiento
de este enorme potencial, que es la clave del desarrollo patagónico.
Según Alberdi, las tierras ricas sólo producen hombres que viven a costa de
ellas. Son como verdaderos vegetales, que aportan muy poco al progreso humano.
Son las tierras duras, las que forjan a los hombres y a los pueblos fuertes.
Esto ocurrió a lo largo de toda la historia del hombre.
La enorme riqueza potencial que encierran los depósitos de agua dulce, «colgados
de la cordillera», puede transformarse en la riqueza más grande de la Patagonia,
si aprendemos a manejarlos adecuadamente.
La famosa ruta de arreos española, que va desde los verdes prados gallegos hasta
pastizales de Extremadura, puede ser imitada en la Argentina. La precordillera
andina bien manejada y la meseta central en distintas épocas, pueden ser la
clave del manejo conservacionista de toda la Patagonia, sin necesidad de
despoblarla primero de animales.
Una nueva organización espacial y demográfica como elementos centrales de un
modelo de desarrollo independiente y de una matriz de producción de poder.
El Proyecto Nacional es el lugar donde confluye una nueva metodología del
pensamiento. No puede ser una mera proclama ni una simple recopilación de
consignas desgastadas por el uso. La elaboración de un proyecto exige la
utilización sistemática de un nuevo pensamiento sociopolítico y de una nueva
forma de articulación de un espectro muy amplio de disciplinas tradicionales.
El Proyecto Nacional no será nunca un esquema cerrado. Está concebido como un
sistema de ideas en constante evolución, es decir, bajo la única forma posible
de poder articular respuestas concretas a situaciones nuevas. El Proyecto
Nacional será la forma que adoptará una determinada cultura política. Una
cultura política que aspira a ser hegemónica en la sociedad. Es una forma de
expresión superadora de la pequeña política.
El Proyecto Nacional articulará un determinado nivel de expresión política, lo
suficientemente alto como para fijar el debate por sobre la banalidad
actualmente dominante.
El Proyecto Nacional es la elección de un destino. Los pueblos no tienen
destino: se lo proponen. Una voluntad cargada de potencia termina por
debilitarse y anularse si carece de proyecto. Inversamente, el proyecto puede y
debe convertirse en el potenciador de una voluntad nacional débil y
desarticulada.
El Proyecto es lo que se quiere ser, es el destino elegido. Es la decisión que
debe adoptar una nueva dirigencia en relación y al servicio de un pueblo
provisionalmente vencido y atomizado.
El Proyecto Nacional es la historia anticipada. Por ello es una función de la
forma en la que se inserte un nuevo grupo dirigente con las esperanzas del
conjunto del pueblo.
El Proyecto Nacional es la articulación de una voluntad nacional a punto de ser
destruida. Por esto es, en gran parte, responsabilidad de un nuevo grupo
dirigente.
Proyecto y poder
El objetivo principal de un proyecto nacional es producir poder. Bajo cualquier
circunstancia, la producción real de poder desde la periferia y a partir de la
exclusión será siempre un hecho históricamente positivo, porque nos habla de una
lucha contra hegemonías externas al Estado/nación.
La producción de poder es, automáticamente, un hecho positivo cuando se encara
desde una sociedad colonizada cultural y materialmente.
El concepto de poder, así definido y así acotado en los planos histórico y
geográfico («exclusión» y «periferia»), es la síntesis y la culminación de una
compleja arquitectura ético/política. Es lo que resume objetivos largamente
postergados de la sociedad, la nación y el Estado.
Desde una posición periférica y excluida, la producción de poder es una
tecnología social y política determinada y específica. No existe la posibilidad
de adoptar cualquier metodología para producir poder. La producción de poder
estará regida por parámetros concretos que deben ser perfectamente definidos. La
producción de poder es una variable dependiente de un factor principal:
liberación de energía social.
La liberación de energía social hoy encorsetada por un sistema económico y una
estructura política que comprimen y asfixian millones de iniciativas y condenan
a la gran masa del pueblo a vivir en una perpetua humillación llamada pobreza.
La liberación de energía social a partir de modificaciones sustanciales a
realizar en los planos de la economía y de la política es la única posibilidad
de insertar adecuadamente a una sociedad en un determinado contexto geográfico
(apropiación y transformación de los recursos naturales).
La relación adecuada entre una determinada población (demografía) y una
geografía específica (recursos naturales), y no la simple suma de ambos
factores, es lo que llamaremos masa crítica (Mc). La masa crítica es el primer
elemento constitutivo de una matriz de producción de poder.
Dentro de la siguiente fórmula sobre la cuantificación del poder:
P = (Mc+E+M).(O+V)
El factor «æ» representa el desarrollo científico/tecnológico y actúa de
multiplicador dentro de la matriz de producción de poder. La fórmula de Cline (Ray
Cline, World Power Assessment—Evaluación del poder mundial) se expresaría
entonces:
P = æ(Mc+E+M).(O+V)
Los componentes de la ecuación se definen de la siguiente manera:
P: Poder (percepción y autopercepción del poder).
æ: Capacidad de desarrollo científico/tecnológico. æ es matemáticamente un
factor que afecta al conjunto de la fórmula y no una variable.
Mc: Masa crítica. Es una sumatoria (suma ordenada) entre población y territorio
(demografía + geografía).
E: Capacidad económica.
M: Capacidad militar.
O: Objetivos estratégicos.
V: Voluntad nacional para lograr los objetivos estratégicos.
Estos componentes ingresarían en una matriz de producción de poder absolutamente
relacionados entre sí y a partir de un estricto orden jerárquico.
El orden jerárquico estará determinado por la estructura conceptual de la forma
o modelo que adopta el proyecto. La fórmula antes planteada establece una
relación lineal entre cinco componentes y un factor multiplicador (æ). Es una
ecuación lineal susceptible de ser resuelta por métodos de programación lineal.
Cada uno de los componentes que integran la fórmula son a su vez matrices
integradas por una cantidad muy grande de factores. Y cada uno de esos factores
son a su vez matrices integradas por subfactores, etc.
La importancia de establecer un modelo radica en que a partir de él existe la
posibilidad de poner todos los componentes en función de uno cualquiera de
ellos. Y a partir de allí ir obteniendo distintas perspectivas de situación.
Por ejemplo, se pueden poner todos los componentes en función de «E» (capacidad
económica). Ello permitiría determinar el nivel de recursos disponible. Pero la
asignación de esos recursos no estará determinada por «E» sino por «P», que es
la capacidad total de producción de poder del conjunto del modelo.
Poner la totalidad del modelo en función de «E» (que en sí misma puede ser una
compleja matriz econométrica) tiene la enorme ventaja de disponer de una visión
global sobre la cantidad y calidad de recursos disponibles.
Inmediatamente se puede poner la totalidad del modelo en función, por ejemplo,
de «M» (capacidad militar). Poner el modelo en función de «M» representaría
trabajar con un conocimiento más preciso sobre recursos existentes. Estando el
modelo en función de «M» estaríamos en condiciones de determinar cuánto
conflicto puede ser administrable.
Conociendo la masa de conflictos que el proyecto desatará (en lo interno y en lo
externo) y la proyección de recursos disponibles a lo largo del tiempo, el
modelo puede ser puesto en función del desarrollo de la «masa crítica», esto es,
del incremento cualitativo y cuantitativo de la población y el correspondiente
desarrollo de la apropiación y transformación de recursos naturales.
El crecimiento de la masa crítica impactará fuertemente sobre «E» y «M», lo que
nos muestra que la totalidad del modelo es un sistema energético
retroalimentado.
Componentes de la matriz de producción de poder
1. Masa crítica:
La masa crítica es, en cierto sentido, el componente central de la matriz de
producción de poder. Está integrada por dos subfactores que no pueden ser
disociados uno del otro. El subfactor población y el subfactor territorio. No
puede existir población sin territorio ni territorio sin población. De la forma
en cómo se unen ambos elementos surgirá la verdadera naturaleza del
Estado/nación. La masa crítica es una relación entre población y territorio.
El subfactor población está afectado por las siguientes variables:
Cantidad,
Tasas de crecimiento,
Situación sanitaria,
Situación habitacional,
Nivel educativo.
Cada una de estas variables dará lugar a las correspondientes políticas
sectoriales:
Políticas de fomento a la natalidad,
Políticas inmigratorias,
Políticas de salud y acción social,
Política de vivienda,
Política educativa/cultural.
El subfactor territorio está afectado por las siguientes variables:
Existencia de recursos naturales,
Extensión de territorios productivos,
Obras de infraestructura,
Sistema de transportes,
Sistema de comunicaciones.
Cada una de estas variables dará lugar a las correspondientes políticas
sectoriales:
Política de relevamiento y aprovechamiento de
recursos naturales,
Industrialización de recursos naturales,
Expansión de las fronteras productivas,
Política de obras públicas,
Política de transportes y comunicaciones.
La conformación de lo que hemos llamado masa crítica surge de las relaciones que
adopten el subfactor población con el subfactor territorio.
La masa crítica será entonces:
Mc = población productiva + territorio dominado
El incremento de la masa crítica como componente básico de una matriz de
producción de poder dependerá de la forma en cómo se distribuya la población
sobre un determinado espacio geográfico. Esa distribución deberá estar
determinada por la optimización de la apropiación de los recursos naturales
existentes y el desarrollo de industrias básicas ligadas a ellos.
Como esa distribución de la población en función de recursos naturales es un
componente de una matriz de poder, es decir que debe generar poder, la totalidad
de las políticas sectoriales deben apuntalar la relación, deben ser una función
de la misma.
Cada uno de los cinco componentes de la matriz más el factor «æ», están todas en
función de «P». Esta es la enorme diferencia respecto del actual modelo
liberal/populista, donde todas las variables están en función de «E».
2. Capacidad económica:
El componente «E» no es la variable independiente del sistema. Dicho componente
será evaluado en tanto y en cuanto proporcione poder económico. Como la medida
del poder económico a través del PNB encubre muchas ficciones, nosotros lo
definiremos a partir de cinco grandes variables:
Capacidad energética,
Disponibilidad de recursos financieros,
Capacidad productiva del sistema industrial,
Producción de alimentos,
Posición en el comercio mundial.
Las políticas sectoriales que dentro de la matriz de producción de poder
generarán poder a través de «E» son:
Política de incremento de la capacidad energética global (Acceso y
transformación industrial de las reservas de minerales críticos),
Política financiera,
Incremento, cuantitativo y cualitativo de la capacidad productiva del sistema
industrial,
Incremento de la producción de alimentos y de la capacidad de comercialización,
Redefinición global de las pautas del comercio exterior.
3. Capacidad militar:
Es uno de los elementos principales que integran la matriz de producción de
poder.
La capacidad militar es decisiva para actuar internacionalmente, es decir, para
disponer de una política exterior independiente.
Distinguiremos cinco factores determinantes del componente:
Cantidad y calidad de personas afectadas a la defensa,
Capacidad de desarrollo industrial propio,
Características culturales de los mandos,
Disponibilidad de sistemas de armas «no convencionales»,
Organización militar adoptada.
Cada una de estas variables dará lugar a las siguientes políticas sectoriales:
Forma que adopta la movilización defensiva de los ciudadanos,
Política de investigación y desarrollo y política industrial de la defensa,
Formación de mandos,
Desarrollo de nuevas tecnologías no convencionales,
Ministerio de Defensa interfuerzas.
4. El factor æ:
Es el elemento multiplicador de las tres variables antes mencionadas. El
desarrollo científico/tecnológico potencia no sólo la capacidad productiva
global sino sobre todo el poder global emergente de la Mpp.
5. Los objetivos nacionales (O):
Son los que emergen de un determinado proyecto nacional. Una sociedad, per se,
no tiene objetivos excepto la supervivencia.
Los objetivos nacionales los determina el proyecto, es decir, la forma
específica a través de la cual una nueva conducción se relaciona con «el
pueblo».
Los objetivos nacionales dependen del grado de realización interna de los
componentes antes mencionados (Mc+E+M). Sólo a partir de ellos es posible trazar
una estrategia que marque un determinado comportamiento internacional de la
región.
La realización de los objetivos es el resultado de una estrategia orientada a
reforzar (retroalimentar) a la formulación: (Mc+E+M).
Los factores que determinan la estrategia que exige este modelo son los
siguientes:
Generar condiciones externas para que (Mc+E+M) adquiera un máximo de desarrollo,
actuando sobre Gp, Ap y Dp.
Crear canales fluidos de inserción internacional en función de (Mc+E+M),
Generar los canales para «proyectar poder» en el ámbito regional,
Generar los canales para absorber poder de la nueva dinámica de las relaciones
internacionales,
Consolidar un nuevo sistema de cuadros diplomáticos.
Las políticas sectoriales correspondientes son:
Proyectar la acción internacional de la república en función del crecimiento de
su poder; a partir de la inevitabilidad del conflicto.
La función de la nueva diplomacia será «administrar el conflicto» que producirá
el crecimiento de «P».
Diseñar y ejecutar una política regional viable que potencie el espacio
nacional.
Conectar con los nuevos poderes globales emergentes.
Conectar las decisiones diplomáticas a las de defensa y a la nueva visión de la
economía.
6. Voluntad de realizar la estrategia (V)
La voluntad de realizar la estrategia está determinada por dos factores básicos:
la organización política de la sociedad y su perfil «ideológico». El nuevo nivel
de organización política deberá expresar fielmente un nuevo concepto de
solidaridad social; y la ideología emergente, una nueva forma cultural
hegemónica.
Los factores que determinan la voluntad nacional de realizar el objetivo
estratégico son:
Capacidad de acumular voluntades, en calidad y cantidad,
Oferta de una «cosmovisión nacional» lo suficientemente abierta como para
incorporar al proyecto al máximo de hombres y mujeres argentinos,
Inserción del proyecto en una historiografía integrativa opuesta a cualquier
forma historiográfica que genere exclusión,
Definición de un modelo político y social,
Determinación de los parámetros principales de una nueva organización política.
Las políticas sectoriales emergentes son:
Política cultural: deber ser «abierta» (inclusiva) y debe ser el fundamento de
una nueva dinámica social privilegiadora de nuevos valores.
Política institucional: impulsar un vasto movimiento de masas informado de los
alcances estratégicos del nuevo proyecto nacional.
Política informativa: promover la participación y el conocimiento de la nueva
etapa.
Política social: promoción y participación.
Política de «defensa civil»: promoción de las organizaciones básicas de la
sociedad.
Se trata en definitiva de un modelo integrado por 30 políticas sectoriales. Este
es, naturalmente un número arbitrario. Lo que se debe subrayar es que cada una
de esas políticas integra un total de cinco componentes básicos que son los
integrantes de una matriz de producción de poder. La producción de poder
generará conflictos. El conflicto será el regulador del sistema. La matriz
producirá poder, a través de una interacción de políticas sectoriales, hasta el
punto en que una administración de ese conflicto resulte razonable.
Poder y conflicto son las columnas vertebrales de este modelo. No es casual que
ambas constituyan lo que se debe erradicar dentro del proyecto liberal
actualmente vigente. Son sustituidos por los conceptos de «integración» y «paz».
Historias de la Patria e historias de la Prepatria
Sólo en el mito reposa el criterio de si un pueblo o un grupo social tienen una
misión histórica o se ha llegado al ocaso de su tiempo histórico. Desde la
profundidad de los instintos vitales reales, no del razonamiento ni desde la
consideración de oportunidad, surge el gran entusiasmo, la gran decisión moral y
el gran mito. En una intuición directa, la masa entusiasmada crea la imagen
mítica que empuja su energía hacia adelante, concediéndole tanto la fuerza para
el martirio como el valor para utilizar la violencia. Sólo así un pueblo o una
clase se convierten en el motor de la historia mundial. Donde esto falta, ningún
poder social ni político puede mantenerse, y ningún aparato mecánico puede
levantar una barrera cuando se desencadena una nueva corriente histórica...
Carl Schmitt, comentarios sobre Sorel, en Sobre el Parlamentarismo
El culto a la «guerra de la independencia», o el pasado como construcción
política
Los hoy llamados símbolos nacionales, el «culto a la independencia», son creados
en la Argentina como elementos de sustentación política de los liberales
porteños, para legitimar su poder, hacia mediados del siglo XIX, inmediatamente
después de terminadas las guerras civiles, que en esencia fueron guerras de
ricos (republicanos globalizantes) contra pobres (gauchos organizados en
«sindicatos» llamados montoneras), «monárquicos» (o proteccionistas). La
iconografía patriótica, desde el general San Martín, fueron todas creaciones no
sólo orientadas a consolidar el poder político de los agrocomerciantes porteños.
Esas creaciones tuvieron por objeto principal definir el espacio de la historia
nacional: un espacio cierta y objetivamente ligado a una Inglaterra
posnapoleónica indócil a las Restauraciones antinacionalistas impulsadas por la
Santa Alianza; es decir, por la Europa Continental.
La historiografía liberal-republicana define con mucha precisión y acierto las
dimensiones reales del espacio histórico dentro del cual de desenvuelve la
historia de esa neonación bautizada Argentina. El mapa de ese espacio era el
mapa de una «comunidad de naciones» británicas simplemente ampliado. Como
«colonias blancas» fueron definidos tres espacios básicos del imperio británico:
Canadá, Australia (y Nueva Zelanda) y Argentina. El liberalismo histórico,
políticamente triunfante, gana la batalla porque el espacio que él define, y los
iconos que ornamentan y vitalizan a ese espacio, nunca fueron esencialmente
cuestionados por ninguna corriente de pensamiento hasta ahora en la Argentina.
Si la Argentina nace en 1810 no lo hace sólo para servir a la Gran Bretaña, sino
para proyectarse hacia el futuro como parte de la Comunidad Atlántica de
naciones. Esa es la relación precisa que existe, en nuestro caso, entre
periodización histórica y espacio histórico.
Es por la ausencia de este cuestionamiento que hemos presenciado, durante los
años 60 y 70 del siglo XX, el absurdo de pretender estructurar una idea de
«liberación nacional» dentro de la misma periodización histórica señalada por la
propia historiografía oligárquica. En un momento aceptamos el sanmartinianismo,
o el rosismo, o el montonerismo de los espacios interiores como ideologías no
sólo alternativas sino además antagónicas al diseño liberal. Lo que resultó ser
un absurdo por naturaleza, y el antecedente de un fracaso político inexorable.
En última instancia, lo que no habíamos advertido hasta ese momento es que no
estábamos discutiendo sobre un pasado histórico, porque en verdad no teníamos
pasado histórico. Sólo teníamos elementos de una protohistoria. La Argentina de
hoy no tuvo pasado histórico hasta el nacimiento del peronismo, hasta el momento
en que se fundieron los dos grandes elementos demográficos (el inmigrante y el
nativo), constitutivos básicos de la Argentina contemporánea. Ese proceso
culmina recién hacia fines de la II Guerra Mundial. Allí comienza la etapa que
podríamos llamar de «introducción a la patria» (1945/1955).
La iconografía desarrollada por el liberalismo no tenía suficiente espacio como
para albergar a los nuevos contingentes demográficos. Y el modelo «nacionalista»
se constituyó como cultura de exclusión de lo no criollo en general: es decir,
de más de la mitad del total de la población de este país. Así vista, a través
de los grandes procesos inmigratorios/migratorios que transformaron al espacio
cultural nacional, la suma de iconografías liberales y restauradoras carecían
del elemento esencial: de valor mitológico. Ya no movilizaban hacia adelante y
no producían reconocimientos hacia atrás.
Si la historia no actúa de espejo de uno mismo cuando se mira hacia atrás, sus
contenidos no pueden nunca trascender hacia el futuro. Al promediar los años 50
del siglo XX, eran muy pocos los argentinos que se veían a sí mismos cuando
miraban hacia atrás a través de cualquier historia escrita. Los que sí se veían
a sí mismos en casi todas las historias escritas eran los que luego retomaron el
poder por las armas, utilizando el golpe de Estado como método a todo el
espectro legalizado por la historiografía «fundacional», desde cierto
«nacionalismo» hasta al comunismo, y pivotando sobre un cuerpo de oficiales
militares de formación predominantemente liberal. La iconografía les había
servido, otra vez, como forma para conservar el poder.
Si aceptamos que la nación argentina nace en 1810, estamos aceptando que lo hace
dentro de un espacio histórico inmodificable que inevitablemente la vincula con
la política marítima anglonorteamericana. Luego, a partir de allí, todas serán
cuestiones de detalle. Pero lo esencial quedará inmodificado.
En rigor de verdad, el espacio liberal, dentro de la periodicidad temporal y
nacional que propone, es correcto en forma y en contenido. Es tan exacto y
preciso que logra conformar una determinada idea de nación que aún,
fantasmalmente, perdura. El de nuestra prehistoria fue un espacio de convivencia
cultural entre un liberalismo que deviene católico y conservador, y un
«nacionalismo» que nace reaccionario y católico. Todos —o casi todos— amparados
por una Iglesia Romana que nunca —o casi nunca— jugó a favor de la Argentina.
Aquí llegó un Papa polaco y antisoviético (¿antiruso?) exigiendo la rendición de
Buenos Aires porque el combate entre católicos y protestantes en el Atlántico
Sur alteraba la estrategia global exclusivamente orientada a la destrucción del
«imperio del mal». Esta escenografía es una imagen que siempre debe recordarnos
que espacio histórico, iconografía y periodización, constituyen un conjunto de
factores que no se pueden disociar entre sí.
Con tal prehistoria a cuestas es perfectamente lógico que la llamada izquierda,
el tercero en discordias, no haya sido nunca otra cosa que un elemento
provocativo ligado sobre todo al patriciado oligárquico y a una forma
proletarizada de globalización mesiánica: juega un rol en la crisis para
terminar sirviendo a la devastación democrática. También ella siempre sostuvo
que el año cero es 1810. Porque el marxismo y el marxismo soviético deben ser
considerados como un subproducto del positivismo (pragmatismo) inglés.
Una Argentina que nace nacionalmente en 1810 no puede fracturar su destino de
ser un espacio histórico determinado, porque ese espacio es quien determina al
tiempo. Y todo tiempo tiene su hora cero. Entonces, con esa hora de nacimiento,
ese espacio es, por definición, un suburbio. Y sus «héroes nacionales», al ser
lo más representativo de un espacio así periodizado, no pueden ser sino actores
secundarios y subsidiarios de la historia central, es decir, de la historia
europea. «Agentes» del mundo central fueron y son también los que transformaron
en iconos a los viejos actores secundarios. «Agentes» fueron los
racionalizadores de una cierta idea de progreso, dirigencias ejecutoras de la
derrota nacional y de la devastación democrática. Agentes y operadores de un
proyecto dependiente.
Los principales operadores en la periferia de un proyecto hegemónico, el
británico, se transforman así en padres de una patria periférica, siempre que
nos mantengamos, claro está, en ese espacio y en esa periodización temporal que
nos propone, en su conjunto, la historiografía liberal.
Aquellos viejos actores secundarios del mundo central que se trasladan a los
grandes escenarios de la América del Sur representaban un proyecto nacionalista
y a la vez progresista, en términos del XIX europeo. Sin embargo la diferencia
entre los actores del XIX y la vasta gama de agentes del XX es esencial y debe
ser fuerte y permanentemente señalada. Los primeros impulsaron un proyecto
nacionalista con la globalidad como marco exterior, los segundos se adscriben
automáticamente a la globalidad no como marco exterior, sino como reemplazo de
una vida nacional, interior, diferenciada.
Los actores que luego fueron convertidos en padres de la patria por una o dos
generaciones posteriores que buscaban consolidar su propio poder sectorial,
nacen entonces de esa compleja confluencia de factores: luchas nacionales
europeas, ideologías subversivas racio/nacionalistas, restauraciones religiosas
antinacionalistas y antirracionalistas, pero sobre todo del rápido alejamiento
de Londres respecto del Continente, ámbito natural de la Restauración.
Estamos hablando de la patria en tiempos y espacios liberales y europeos a
partir del Congreso de Viena. En toda Europa, desde San Petersburgo hasta
Lisboa, pasando por los Balcanes, los racional/nacionalistas civiles y
militares, pero especialmente estos últimos, buscaban con desesperación las
líneas de fractura de la arquitectura Restauradora. Sólo el Reino Unido se
constituye en refugio seguro para los racional/nacionalistas exiliados y los
revolucionarios en fuga. Londres se aparta rápidamente y de manera decisiva de
la política marcada por la Santa Alianza.
«En la mayoría de los países de Europa (continental) en los que se había
restaurado la monarquía, las ideas del nacionalismo revolucionario sólo podían
subsistir en la clandestinidad; otras partes del mundo ofrecían, en cambio,
oportunidades apasionantes a quienes creían ciegamente en la libertad nacional y
el progreso de la humanidad. América del Sur se convirtió en su imán
extraeuropeo, en el objetivo de sus intereses transnacionales» (Geoffrey Best,
War and Society in Revolutionary Europe, 1770/1870).
Londres se aparta de la política de la Santa Alianza porque ya tenía en marcha
el primer proyecto de globalización que produce la historia de la humanidad. En
1804 William Pitt —el Joven— (1759/1806), Ministro de la Corte, con el eficaz
asesoramiento del ex teniente coronel español don Francisco Miranda, Mariscal
póstumo de la Venezuela republicana, y mentor de casi todos los «libertadores»
del continente, trazó un plan bien concreto para consumar la conquista británica
de la América del Sur. Se debía ocupar Buenos Aires, crear un ejército de
nativos con conductores ingleses, traspasar la Cordillera de los Andes,
arrebatar Chile a los españoles y desde allí, por mar, proceder a la conquista
del Perú. Al mismo tiempo se debía ocupar Venezuela con un ejército formado de
igual manera, es decir, nativos conducidos por ingleses, abatir a los españoles
y marchar hacia el Perú donde debían reunirse con el ejército de Buenos Aires.
El proyecto original fracasó, al ser derrotadas, en Buenos Aires, las fuerzas
británicas de intervención. En cambio, su Ersatz (sustituto) tuvo pleno éxito.
Fueron aquellos racional/nacionalistas revolucionarios europeos, marginados y
perseguidos por la Restauración continental, los encargados de dirigir las
operaciones militares, que tendrían por objeto generar el más amplio espacio
económico hasta ese momento conocido: la América Meridional bajo el control de
Londres. Y todo ello con la extraordinaria perspectiva que daba el «magnífico
aislamiento» de la insularidad británica.
John Lynch relaciona positivamente, y con toda razón, a San Martín con Canning:
«Soldado y gobernante, cada uno jugó un papel principal en grandes
acontecimientos; San Martín como el Libertador que encabezó la revolución
hispanoamericana, más allá de la Argentina (es decir, tal como lo había diseñado
ese gran imperialista que fue Pitt el Joven y su eficaz colaborador nativo
Francisco Miranda) hacia Chile y Perú (hacia el Pacífico español ambicionado por
Londres); Canning como el ministro que influyó sobre el gobierno británico para
que reconozca a los nuevos Estados y para que proteja sus independencias. Cuando
en 1812 San Martín partió de Europa, ya un veterano de la guerra de liberación
española, había mantenido contactos previos con Gran Bretaña. En Londres hizo
amigos, discutió estrategias, amplió sus ideas políticas y se reunió con otros
patriotas.»
A bordo de una fragata paradójicamente llamada «George Canning», llega al Río de
la Plata ese antiguo oficial español, el teniente coronel José de San Martín
que, al igual que tantos otros, había comenzado su separación del ejército
regular peninsular, de pobre actuación en las luchas contra Francia, a partir de
la Batalla de Bailén. Constitucionalista convencido (Cortes de Cádiz) toma
contacto con otros españoles exiliados en Gibraltar. Por esa vía, y muy
rápidamente, desembarca en el «fin del mundo», en un lugar que él desconocía y
donde casi nadie lo conocía: en el Río de la Plata. A partir de allí el Plan de
Pitt se cumple con casi matemática precisión. Según la historiografía liberal,
estaba naciendo una entidad geo/política que se llamaría Argentina.
La victoria militar de las fuerzas republicanas contra la potencia Restauradora
de una España (ya corroída y debilitada hasta los tuétanos por los complots
masónicos) y los Estados más o menos asociados de la Santa Alianza, genera un
espacio histórico al que se le adjudica la entidad de nación. Nacen (el nacer de
las naciones suena obviamente a redundancia) —se dice— distintas naciones
republicanas en las viejas provincias españolas. No ocurre lo mismo con la
América Atlántico/portuguesa, pero ésta es otra cuestión.
El resultado final real de la «guerra de la independencia» fue el
establecimiento de una «relación especial» entre Buenos Aires y Londres. El
general San Martín, naturalmente, y al decir de Lynch, manifestó desde un
comienzo su compromiso por el libre comercio y con la hegemonía británica sobre
él. «Abogó por la presencia naval británica en el Pacífico para contrarrestar a
los españoles; confió en la neutralidad británica y en su influencia para
prevenir la intervención europea. Imaginaba, luego de obtener la victoria, una
relación especial con Gran Bretaña... Lo que quería, por encima de todo, era el
apoyo moral británico y su influencia benevolente... La barrera contra la
intervención europea fue el poder naval británico. Eso era lo que San Martín
quería de la política británica, y eso fue lo que obtuvo. Y fue George Canning
quien logró impulsar esa política en el Reino Unido».
Lynch cita una célebre y certera frase de Canning: «Hice existir al Nuevo Mundo
para restablecer el equilibrio del Viejo». Dentro de este equilibrio global de
poder nace la Argentina atlántica, la Argentina británica. No es casual que hoy
San Martín sea recordado, en Londres, por un Comité de Honor donde predominan
las figuras del establishment aristocrático, como el duque de Edimburgo, y
financiero, donde no podían faltar los apellidos judíos ligados a todo el
proceso «independentista» americano, como los banqueros Peter Baring y Evelyn de
Rothschild.
La victoria militar de las revoluciones republicanas tienen como magno escenario
geográfico la Cuenca Surmeridional del Pacífico. De los únicos dos segmentos
atlánticos existentes bajo dominio español, uno estaba militarmente cuestionado
(el Caribe incluyendo la costa Este venezolana) y el otro era geográficamente
marginal y logísticamente inalcanzable (el Atlántico Sur). No debe llamarnos la
atención que la inteligencia británica dirija su interés, en un comienzo, a esos
dos segmentos atlánticos: por distintos motivos (potencial naval inglés en uno y
extremas distancias en otro) ninguno de los dos era controlable por la flota
continental. Además, desde el Pacífico Norte hasta la California central se
extendía la zona de influencia rusa, el gendarme militar de la Alianza
Continental Restauradora. Por única vez, y por muy breves años, España y Rusia,
dos miembros vitales de la Alianza, fueron Estados fronterizos sobre la franja
costera de California.
Si de verdad son naciones los espacios que nacen en ese escenario geográfico, de
alguna manera el futuro estaría ya cerrado. Todo lo que quedaría por hacer sería
desarrollar, en el tiempo, el proyecto original (fundacional). Que es lo que
hacen, utilizando diferentes métodos, las fuerzas del establishment, en otras
épocas llamadas patricias.
Las familias patricias, siguiendo el clásico modelo griego tan al gusto del
siglo XIX, serían las parteras de la patria (otra redundancia). Además son los
patricios los que se apoderan de los medios de producción —es decir, de la
riqueza— de la época: la tierra. Las jerarquías dentro del patriciado comienzan
a estratificarse en función de la cantidad de tierras acumuladas.
Así tenemos una «nación» gobernada por patricios, dentro de un determinado
espacio histórico/geográfico, con una certeza absoluta sobre su «hora cero» y
con una iconografía también fija y jerarquizada, como sucede con todos los
universos mitológicos hors du temps.
El problema con que tropieza este modelo es que, a medida que se avanza en el
tiempo, son cada vez más los habitantes de ese espacio nacional así definido los
que no se reconocen en el espejo de esa historia así elaborada.
Primero fue la gran masa inmigrante, que adopta mecánicamente esa historia pero
sin entenderla en absoluto. Luego los migrantes del espacio interior: quienes,
por una cuestión de memoria, simpatizaban mucho más con el recuerdo de los
viejos caudillos provinciales que con los próceres instalados en la galería
nacional/liberal.
En los años setenta del siglo XX eclosionan, entre otros, los problemas de la
vieja historia. Ningún esquema ideo/historiográfico explicaba satisfactoriamente
lo que estaba aconteciendo. La iconografía se derrumbaba y se podían ver sus
esqueletos. Nadie era todo lo que de él se decía que era, pero tampoco —salvo
excepciones— eran exactamente lo contrario. Se estructura una nueva voluntad de
independencia que no cabía en ninguna de las estrechas interpretaciones
anteriores. José de San Martín, un soldado valiente, honorable y profundo
conocedor de su oficio, pero que antes que nada vibraba políticamente por los
grandes acontecimientos europeos, había sido transformado en un icono que ya no
se podía sostener como «padre de la patria».
Esta situación cobra significado especialmente después de la batalla del
Atlántico Sur (1982), que fue, hablando en términos estratégicos, exactamente lo
inverso respecto de la «guerra de la independencia». La de la «independencia»
fue una guerra realizada en alianza con el Mundo Marítimo; la del Atlántico Sur
es una primera batalla de la periferia contra el Mundo Marítimo.
El mito fundador
—Habría que resucitar al héroe...
—Sí, pero ¿cómo?
—Yo, en tu lugar, buscaría en el pueblo la vieja sustancia del héroe. Muchacho,
el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de
naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que
parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa
memoria.
Leopoldo Marechal, Megafón, o la guerra.
En los pueblos antiguos la mitología está en la misma raíz de su conformación.
Inversamente, la debilidad original de los «pueblos jóvenes», (por definición,
sin historia) se localiza en la inexistencia, durante un primer largo ciclo
histórico (prehistoria), de mitos fundadores. Ninguna política potenciadora del
cuerpo social/nacional puede diseñarse y realizarse fuera de los límites de un
mito fundador.
Un mito urbano, industrial y de confluencia migratoria/inmigratoria
En este mito confluye la asimilación del «gringo» con la tierra, y la
asimilación del «gringo» con los «argentinos viejos»: así nace ese país nuevo
que había sido llamado Argentina. «Los trajimos -a los gringos- para que
trabajasen las tierras y levantaran las industrias», se quejaba el Gran
Oligarca, y al final «sus hijos alzaron banderas revolucionarias» (Leopoldo
Marechal, Megafón o la guerra). «Los vi sudar al sol, mojarse bajo los diluvios,
llorar sus desgajamientos y cantar sus posibles resurrecciones. Los vi en la
rotura de sus idiomas y en patético sainete de sus adaptaciones» (Marechal).
Ese mito no podía surgir sino a partir del peronismo, la gran obra de fusión
social y de asimilación y potenciación nacional, el gran diseño industrializador,
la primera experiencia científico/técnica; en suma, el ensayo general ineludible
para construir definitivamente un pueblo/nación/estado. En suma, un período que
hemos denominado: Introducción a la Patria.
Megafón es el héroe máximo de la obra de Leopoldo Marechal, el más grande, tal
vez el único poeta del peronismo y del posperonismo; Megafón es el mito que
surge de la derrota del peronismo. El expresa la voluntad de luchar contra la
maldad intrínseca de un régimen oligárquico, antinacional y antipopular. El nos
introduce en la Historia.
Con anterioridad a Megafón un número importante de personajes
hispano/gringo/criollos desfila por la obra literaria de Marechal. Ninguno de
ellos logra constituir un mito, sino que son piezas constituyentes de su Gestalt
final. Megafón es el compendio de todos ellos. Es el producto final de una
Argentina que nace con la derrota del peronismo.
Megafón es un mito fundador porque unifica lo nacional con lo popular. Es decir,
es un mito que surge —no podía ser de otra forma— de una derrota. Pero de la
primera derrota asumida. Las luchas populares, a partir de 1955, comienzan a
asentarse en una historia nacional, en una acumulación histórica. Es un mito
fundador, porque es el primer personaje heroico en la historia de la cultura
argentina: muere en su intento por rescatar la dignidad de la Patria. Es un mito
fundador porque no muere del todo: nunca fueron encontrados sus testículos, lo
que anuncia nuevos mitos heroicos. Mujeres y hombres de carne y hueso que lo
corporizarán. Apenas muerto Megafón varios grupos salieron a estudiar su
doctrina y su praxis. «Se trataría de encontrar el miembro viril de Megafón... A
esa búsqueda o encuesta del falo perdido serían invitadas las nuevas y
tormentosas generaciones que hoy se resisten a este mundo» (Marechal).
La valentía y el sacrificio de Megafón nada tienen que ver con el desprecio por
la vida del cuchillero borgiano. Megafón es lo que más se asemeja a los grandes
héroes de la mitología griega y alemana. Megafón era aquello de lo que carecía
la cultura argentina para asumir un rol protagónico, primero en la
fundamentación de la resistencia, luego, en la realización de la victoria.
Asimismo, Megafón es la negación del mito nostálgico, gardeliano y/o
discepoliano, que es la otra cara del heroísmo, pero que afectó y determinó
durante décadas de dependencia las actitudes colectivas de una Argentina que hay
que enterrar definitivamente. Megafón es la única fundamentación poética posible
de una política de recuperación nacional.
El punto de partida para ingresar en la Historia es la revalorización de un mito
heroico, nacional y popular, que en nuestro caso se llama Megafón. Ese mito nos
habla de una pelea contra el sistema que es posible ganar. Es un mito heroico
que murió pero dejó un legado. A partir de él las nuevas generaciones podrán
seguir combatiendo.
A través de Megafón podemos entender con claridad a los dos prototipos básicos
de los forjadores de la Historia: el militante heroico y el soldado con vocación
nacional. El ingreso en la Historia a través de la Guerra Necesaria.
—Prevista la «necesidad» de la guerra —dijo Megafón—, yo necesitaba saber si
nuestro pueblo «merece» una guerra.
—¿Cómo si la merece?
—La guerra —me advirtió él— no es un deporte más o menos violento ni un sudor
ácido en las axilas. Entrar en una guerra es entrar en la Historia.
—¿Y nosotros la merecemos?
—Nuestro pueblo merece una guerra...
—Pensé que si mi guerra era necesaria y merecida, faltaba demostrar que también
era posible.
—¿Y su guerra es posible?
—Vea —me respondió— yo vengo de tan «bajo» y salí a la superficie a través de
tantas capas duras como el cemento, que hoy, sólo al recordarlo, me duelen todos
los huesos del alma. Atravesé todos los infiernos de la Patria y rocé todos sus
paraísos. Y en todos ellos, con ellos o contra ellos, oí resonar los tambores de
la guerra posible.
Leopoldo Marechal, Megafón, o la guerra, 1970.
Disponer de un «mito» es darle sentido unitario a nuestra existencia como pueblo
y como nación, convirtiendo en «significantes» todos los pequeños trabajos, las
alegrías y las tragedias cotidianas acumuladas durante un determinado ciclo por
la historia de la «tribu». El «mito» contemporáneo ordena los elementos
dispersos de una misma historia: le da a un pueblo instinto de supervivencia. Le
da sentido a su existencia y sobre todo a sus luchas. Esas naciones vuelven a
despertar capaces de comprender cuál es su verdadero lugar en el universo.
Megafón, devolvemos a la tierra natal
aquello que te dio, sólo barro de un día.
¡No tu alma que fue la bandera de Marte
y la lanza de Marte que a la vez hiere y cura!
Nos hubiera gustado que sonaran clarines
en tu honor, y tronaran piezas de artillería,
o que trotara solo, detrás de tu ataúd,
el caballo de guerra que no tuviste nunca.
¡Ciudad impenitente que sabes adular
tan sólo al que te goza o al que vendió tus pechos,
y odias al que te sufre porque te quiere digna!
¡Ciudad que recompensas a tus héroes quemados
sólo con el destierro, el olvido y la muerte!
Aquí está Megafón: sepultado en tu tierra,
será el germen que anime las futuras batallas.
Capítulo 3. Palestina: la única víctima del Holocausto
«No existe el pueblo palestino... Ellos no existen».
(Golda Meir. Declaración al Sunday Times, el 15 de junio de 1969)
El estado de Israel es el Dios de Israel
El judaísmo es la religión nacional de Israel. Por lo tanto la política de
Israel es la consecuencia final lógica e inexorable del monoteísmo judío. El
Estado de Israel —en el efímero reino mítico de David y en la actualidad— es la
consecuencia natural de las indicaciones dadas por la autoridad suprema: Dios.
Yahvé es el único monarca o jefe de Estado de Israel, además de ser el único
propietario de la Tierra de Israel. Yahvé es el fundamento del poder, lo que
significa que es la única fuente de legitimidad.
La guerra —en su aspecto inter-nacional o «civil», (esta última es llamada
también, en el Antiguo Testamento, «expiatoria»)— es la consecuencia
determinante del dominio de Yahvé sobre el Estado judío. En esos momentos Yahvé
se transforma en el «Dios de los Ejércitos». Por lo tanto toda guerra judía es,
en primer lugar, una «guerra santa», porque en última instancia lo que siempre
está en juego es la conquista y/o preservación de la «Tierra prometida» (Josué,
Jueces, Samuel, Reyes). En todos los casos la guerra es siempre una decisión
divina.
Por lo tanto los crímenes del Estado Judío, las agresiones de Israel sobre el
resto del mundo, son siempre una responsabilidad directa del dios yahvítico. Ese
dios nacional judío está detrás de todas las acciones militares del Estado
judío: es el responsable de la expulsión a sangre y fuego de las poblaciones
palestinas originales, es el responsable de las torturas, es el responsable de
los bombardeos y es el responsable del martirio que se sufre en las cárceles
judías. Cuando una bala judía mata a un niño palestino, quien está detrás de
ella es siempre Yahvé, protegiendo la «Tierra prometida».
Israel, Estado sin Constitución, sin fronteras fijas, fundado sólo sobre una
noción religiosa, reconoce como ciudadanos potenciales a todos los judíos del
mundo. A los pocos palestinos que se quedaron en su tierra después de 1948
(musulmanes, cristianos y drusos), se les ha concedido recién una ciudadanía
incompleta y posiblemente reversible. Esos palestinos, descendientes de los
antiguos cananeos, fueron los propietarios de la tierra «prometida» por lo menos
quince milenios antes de que Yahvé se la diese en «propiedad» a un personaje
mítico llamado Moisés. De estas extraordinarias anomalías jurídicas resulta que
la única manera correcta de nombrar a los ciudadanos israelíes es el término
«judío». Esto es lo que quieren las autoridades de ese seudo-Estado. Es también
el instrumento conceptual que permite gravar con pesadas tasas a la diáspora
judía en el mundo.
Historia profana de Israel
La palabra «profano» tiene en nuestro idioma un significado claro y preciso:
«Que no es sagrado ni sirve a usos sagrados, sino puramente secular». Una
«historia profana» sería entonces una redundancia si nuestro mundo occidental
posrománico o cristiano no hubiese sido el resultado de una profunda enemistad
entre dos niveles de existencia: la sociedad eclesiástica (el poder espiritual)
y la sociedad política (o «civil»), o el poder temporal.
Por lo tanto: ¿Es posible escribir una historia profana de Israel? En otras
palabras: ¿Existe una historia de Israel fuera del texto mítico del Antiguo
Testamento? Los arqueólogos e historiadores dan, unánimemente, una respuesta
negativa a esta pregunta. Si la historia de Israel, desde la barbarie de las
primitivas tribus hebreas (que llegan muy tardíamente al Canaán bíblico) hasta
el día de hoy, quedara limitada a datos puramente físicos y/o documentales, esa
historia sería sin duda alguna tan insignificante que no valdría la pena
escribirla.
Por lo tanto la única historia posible de Israel es la historia mítica de
Israel. Aquella historia que comienza con un falseamiento de fechas y la
creación arbitraria de personajes (como es el caso de los Profetas, a los que se
les hace vivir diez siglos antes de la escritura de los primeros Libros del AT),
y termina con un «Holocausto rodeado de misterio», como dice Elie Wiesel. El
«Holocausto», como toda la historia mítica de Israel, «...está más allá de la
Historia, en verdad, fuera de ella, desafía a la vez el conocimiento y la
descripción, no puede ser ni explicado ni visualizado, no puede jamás ser
comprendido ni transmitido... es una mutación a escala cósmica». El Holocausto
es, por ello, la coronación consustancial de la historia mítica de Israel. «La
historia de Israel es historia sagrada, historia del pueblo elegido por Dios
para recoger su palabra y preparar el advenimiento de su reino... La historia de
Israel adquiere en consecuencia un carácter único que no es susceptible de
explicación con criterios meramente humanos» (Antonio Truyol y Serra, Historia
de la Filosofía del Derecho y del Estado).
Estamos entonces enfrentados ante un grave problema. Habría, en principio, una
imposibilidad teológica para escribir una historia (profana) de Israel. Lo que
implica el reconocimiento de que todos los actos de ese pueblo son
excepcionales, es decir, están inspirados en y son realizados por un mandato
divino. Todos sus actos, especialmente los políticos y sobre todo los militares.
Así el Estado de Israel actual, el primitivo «Hogar Nacional» que surge con la
«partición de Palestina», debería ser estudiado no a través de la historia
concreta real sino a partir de una decisión sagrada, o divina. Los hombres, los
actores de la historia, serían meros agentes de una Voluntad Superior. El Estado
de Israel no puede estar sujeto a las leyes humanas porque es el producto final
del excepcionalismo judío. Los judíos son ontológicamente excepcionales.
Dios no es sólo el único «propietario» del Heretz Israel (la Tierra de Israel
según el «mapa» del Antiguo Testamento), es también su único monarca. La
política judía —la del Estado de Israel— es la consecuencia natural del
monoteísmo hebreo. Dios se expresó primero por mediación de Moisés y, luego, por
los «jueces», que son caudillos político-religiosos expresamente señalados por
Dios. Finalmente el verdadero gobierno lo ejerció una teocracia, en nombre de
Yahvé.
Un día aparecen en escena lo que en términos contemporáneos son los judíos
laicos o «socialsionistas». Es decir, los descendientes de Filón de Alejandría,
el primer «intelectual» judío helenizado. Cuando los judíos ya instalados en
Canaán (a sangre y fuego, Josué) le piden a Samuel un «rey normal», «como todas
las naciones», se origina una exigencia política de nuevo tipo: una atenuación
del vínculo directo entre Yahvé y su pueblo. La respuesta de Yahvé la expresa su
profeta Samuel (I Sam., VIII, 7). Le permite a su pueblo adoptar la institución
monárquica, en la medida que los reyes queden sometidos a su Ley. Cuando el rey
se aparte de ella quedará sometido al dedo acusador de los sacerdotes, es decir,
los teócratas serán los únicos intérpretes de la ira de Yahvé.
Es un esquema muy actual porque dentro de él se realizó el último magnicidio: el
asesinato del general Rabin. Pero tanto con reyes como con generales, Dios y no
el pueblo es la única fuente de poder legítima en el judaísmo. ¿Puede una
democracia judía sustentarse a largo plazo? En otras palabras: ¿Puede una
democracia laica judía legitimarse en los designios de Dios?
Ahora bien, ¿Qué sería Israel sin el judaísmo? En última instancia todos los
discursos políticos en Israel, hoy, y desde su fundación como Estado, remiten al
Antiguo Testamento. En cuestiones vitales como la posesión de la tierra, el AT
es en definitiva una escritura de propiedad, un documento jurídico y un permiso
económico que le permite, a un judío polaco, o ruso, que llega por primera vez a
«tierra santa», adueñarse de tierras, propiedades y fortunas que antes de la
Decisión Superior, y durante miles de años con anterioridad a la llegada de las
primeras tribus hebreas, pertenecían a los antiguos habitantes
cananeo-palestinos. Es evidente que no estamos en presencia de un simple
colonialismo, en especial porque el Antiguo Testamento, ese registro de
propiedad exclusivo de los judíos es al mismo tiempo una «licencia para matar».
Se podría aceptar incluso que el Estado de Israel tenga derechos sagrados sobre
el territorio que hoy ocupa. Pero sólo en la medida exacta en que ese Estado
sobreviva como Estado confesional fuera y alejado de la llamada «comunidad
internacional» de nacionales normales, es decir, no excepcionales, y basado
exclusivamente en un Derecho Teológico. Si, en cambio, dentro de la población de
ese Estado pretende sobrevivir, como es el caso actual, una importante población
laica, los «derechos» de ese Estado sobre una tierra «sagrada» caducarían
automáticamente. En buena lógica, sólo los creyentes (los hassedin) podrían
disfrutar de un derecho de propiedad otorgado por Dios. ¿Cómo un no creyente
podría disfrutar de ese derecho?
Por lo tanto la laicización del Estado de Israel obligaría a todos los
habitantes de ese Estado a retornar a la historia real concreta y a sujetarse a
leyes positivas y no divinas, incluidas las leyes de la guerra. Lo primero,
entonces, sería abandonar las tierras cananeas palestinas y propiciar el retorno
a ellas de los expulsados, a sangre y fuego, entre 1947 y 1949.
Si Yahvé es el vértice de la historia, se podría entender que sus seguidores
gozaran de «derechos especiales», en la medida que aceptemos la excepcionalidad
judía: es decir la superioridad judía basada en una excepcionalidad ontológica.
Pero un judío laico no puede pretender derechos especiales, no es superior a un
gentil cualquiera. ¿Cuál es el papel de los judíos laicos en la «tierra
prometida», o «santa»? ¿Con qué justificación reemplazó a los primitivos
habitantes árabes de esas tierra?
Estamos así en origen de una guerra civil judía. Y no sólo de una guerra
judía-árabe.
Exceptuando el caso de Israel, tanto el concepto de «historia» como el de
«historiografía» se han edificado bajo el signo de lo profano; no podría ser de
otra manera desde el momento en que es preciso excluir causas divinas o
sobrenaturales en el devenir humano, porque tales causas podrían introducir un
elevado nivel de arbitrariedad en los análisis. Especialmente cuando la historia
de las religiones nos señala la existencia de dioses nacionales, o
nacionalistas, como es el caso de Yahvé.
Es sabido que en Occidente la disociación entre los dos niveles de la existencia
(el sagrado, o eclesial; y el profano, o político) fue el producto del lento
proceso de penetración del cristianismo sobre las estructuras geopolíticas y
administrativas del Imperio Romano. En el mundo antiguo-pagano no había ni podía
haber división entre Estado e Iglesia o Iglesias. El mundo antiguo precristiano
era una comunidad total de vida, que abarcaba a la religión como parte de la
política. La unidad interna entre lo profano y lo divino de ese mundo antiguo,
desde sus orígenes hasta hoy conocidos, se desarrolló y se mantuvo por lo menos
durante unos 16 milenios, o sea 160 siglos, hasta aproximadamente el siglo III
dC. El mundo disociado, esquizofrénico, de Occidente es, por lo tanto, un
producto novísimo.
La penetración del cristianismo en Roma es el origen de la dualidad que invade
la vida occidental, y la causa final de que la conducta internacional de ciertos
Estados sólo pueda ser explicada a nivel «sagrado», es decir, mítico. Con la
lenta cristianización del Imperio, el nivel divino adquiere una representación
institucional que antes no tenía. La vida espiritual de los hombres queda bajo
la autoridad de una Iglesia que se desprende de la autoridad temporal, y las más
de las veces, a partir de allí, la enfrenta y la combate. Por oposición al
«monismo» del mundo antiguo, nace el mundo moderno.
Cristianismo e Imperio son dos historias paralelas durante unos tres siglos,
aproximadamente (es bien sabido que la conversión de los paganos no es ni
simultánea ni automática y que además es muy tardía no sólo en los vastos
espacios germánicos, incluidos los ya romanizados). San Pablo escribe su
Epístola a los Romanos en tiempos de Nerón, al que se supone un tiempo de
persecución de los cristianos, según la historia legendaria que es en esencia
una historia cristianizante (o judeo-cristiana).
Los cristianos quieren apoderarse de un Imperio intacto: habían constatado la
inutilidad del revolucionarismo y del secesionismo judío (Flavio Josefo, La
guerra de los judíos). El monoteísmo abrahámico, judío o yahvesiano en su
origen, había tropezado con la política, en este caso, con la realidad militar
del Imperio. El ex judío Pablo, en cambio, es el príncipe de la estrategia. Sabe
que no puede ni debe competir con el Imperio: sabe que en principio debe darse
al César lo que es del César; pero sólo en principio.
Si el cristianismo no se hubiese apoderado del Imperio, su hermano mayor, el
judaísmo, tampoco hubiese sobrevivido. Es esencialmente falsa la idea de un
cristianismo tradicional «antisemita». Sin un cristianismo convertido en
«religión oficial» primero, y en oposición sistemática (al poder temporal)
después, no existiría ni el recuerdo del monoteísmo en el mundo occidental.
Judaísmo y sionismo
El sionismo no es más que la ideologización tardía (siglo XIX dC) del judaísmo
primitivo (siglos III, II, aC). La ideología sionista descansa en un postulado
muy sencillo: está escrito en el Génesis (XV, 18): En aquel día hizo Yahvé un
pacto con Abraham diciendo: a tu descendencia daré esta tierra desde el río de
Egipto hasta el río grande, el río Éufrates. A partir de allí, los dirigentes
sionistas, incluso los que son agnósticos o ateos, proclaman: Palestina nos ha
sido dada por Dios.
«Este país existe como realización de una promesa hecha por el propio Dios.
Sería ridículo pedirle cuentas sobre su legitimidad». Tal es el axioma de base
formulado por la Sra. Golda Meir. «Esta tierra nos fue prometida y nosotros
tenemos el derecho sobre ella», repite Beghin. «Si un pueblo posee la Biblia, si
se considera perteneciente a ese pueblo de la Biblia, debe poseer igualmente las
tierras bíblicas, las de los Jueces y de los Patriarcas, de Jerusalén, de
Hebrón, de Jericó y aún de otros lugares», insiste Ben Gurión.
Ben Gurión dice muy claramente: «No se trata de mantener el status quo. Tenemos
que crear un Estado dinámico, orientado hacia la expansión». La práctica
política responde a esta singular teoría: apoderarse de la tierra y expulsar a
los habitantes, como lo hizo Josué, el sucesor de Moisés. Menahem Beghin
proclamaba: «Eretz Israel será devuelta al pueblo de Israel. Toda entera y para
siempre». Así, de entrada, el Estado de Israel se coloca por encima de cualquier
Derecho Internacional. Aplica la excepcionalidad judía. Que luego será reforzada
por otra excepcionalidad: la del «Holocausto».
Impuesto a la O.N.U. el 11 de mayo de 1949 por la voluntad de los Estados Unidos
y la URSS, el Estado de Israel fue creado, pero con tres condiciones:
No tocar el Estatuto de Jerusalén.
Permitir a los Árabes palestinos regresar a sus hogares originales.
Respetar las fronteras fijadas por la resolución de la partición.
La Resolución de UN sobre la «Partición» de Palestina es una decisión
estratégica de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Esto
quiere decir que, en su origen, la creación internacional de un Estado Judío en
Palestina estaba ya presente en el mismo Tratado de Versalles, que cierra
falsamente la llamada Primera Guerra Mundial (PGM). Recordemos que no sólo se
reúnen Versalles (en 1919) los llamados «cuatro grandes», sino que también
participa de ese «Convento Masónico» una importante delegación sionista
encabezada por el rabino norteamericano Stephen Wise. Naturalmente, la
delegación del Vaticano fue excluida del evento (Ver: Jean Lombard Coeurderoy,
La cara oculta de la historia moderna, vol. 3, cap. XXX).
La delegación sionista en Versalles era muy importante y por lo tanto reclama un
status de supranacionalidad para los judíos europeos. Esas comunidades judías
debían culminar en un Hogar Nacional Judío instalado en Palestina. Pero los
judíos que entonces residían en Palestina eran muy pocos. Sólo la caída del
Imperio Otomano y la posterior «modernización» de Turquía (modernización que en
los tiempos actuales convierten a Turquía en el principal aliado regional de
Israel) abrirían la inmigración desde Europa, pero sobre todo desde Rusia. Hacía
falta una Segunda Guerra Mundial para culminar con ese proceso.
Durante todo el siglo XIX y parte del XX se desarrolló lo que se podría definir
como guerra judío-rusa. Todo el terrorismo ruso antizarista del siglo XIX fue
implementado por el judaísmo, que veía en ese régimen a su principal enemigo en
el mundo. Cuando estalla la guerra ruso-japonesa los judíos rusos buscan una
alianza con Tokio. Es por ello que tras el fracaso de la revolución de 1905 se
incrementa sustancialmente la inmigración judía desde Rusia hacia Palestina. En
un sentido muy estricto se podría sostener que el posterior triunfo bolchevique
de 1917 es la venganza judía contra el zarismo.
Durante la PGM son los británicos, con apoyo árabe, quienes conquistan para los
judíos la Palestina Turca. En ese momento (finales de la PGM) viven en Palestina
sólo 56.000 judíos. No obstante esa realidad Sir Arthur James Balfour se
compromete ante el lobby judío en Londres a aplicar «... todos los esfuerzos a
la creación de Hogar Nacional judío en Palestina, aunque respetando los derechos
civiles y religiosos de las otras comunidades».
El 21 de mayo de 1919 el presidente Wilson, el gran abanderado del Nuevo Orden
Mundial, aprueba la atribución de mandatos temporales por parte de la Sociedad
de las Naciones. Se procede así a realizar la Conferencia de San Remo el 18 de
abril de 1920. Allí Francia obtiene el mandato sobre Siria y Líbano; y Gran
Bretaña sobre Jordania, Irak y Palestina. Las disposiciones adoptadas por la
Sociedad de las Naciones para este último mandato fueron redactadas por el
delegado norteamericano Benjamín Cohen y revisadas y aprobadas en Londres por
Chaim Weizman, quien luego, décadas más tarde, en 1939, como presidente del
Consejo Judío Mundial, le declarará la guerra, también desde Londres, en nombre
de todos los judíos, a la Alemania nacionalsocialista.
El Mandato para Palestina, firmado el 24 de julio de 1922, no es más que la
«universalización» de la Declaración Balfour, que deja así de ser una iniciativa
puramente británica para pasar a convertirse en una decisión de la Sociedad de
las Naciones. Todos los estados miembros de esa Sociedad, el primer peldaño del
Nuevo Orden Mundial, le encargan a Gran Bretaña la preparación en ese
territorio, que continúa siendo habitado por árabes-palestinos en un 95%, para
convertirlo en un Hogar Nacional judío (artículo 2), además de la creación de
una Agencia Judía de enlace con las autoridades británicas (artículo 3), la
estimulación de la inmigración judía (artículo 6) y la concesión de facilidades
para la naturalización (artículo 7).
De Versalles a Nuremberg
La política se corresponde muy rigurosamente a esta ley de la selva: la
partición de Palestina que se deriva de la resolución de las Naciones Unidas no
fue respetada jamás. La resolución de la división de Palestina, adoptada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas (formada por las potencias vencedoras de
la Segunda Guerra Mundial) el 29 de noviembre de 1947, marca el propósito de
Occidente sobre su bastión avanzado: en esta fecha los judíos constituían el 32
% de la población y poseían el 5,6 % del suelo: sin embargo ellos recibieron,
gracias a la «partición» el 56 % del territorio, con las tierras más fértiles.
El Presidente Truman, de origen judío, ejerció una presión sin precedente sobre
el Departamento de Estado. El Subsecretario de Estado Sumner Welles escribió:
«Por orden directa de la Casa Blanca los funcionarios americanos debían emplear
las presiones directas o indirectas para asegurar la mayoría necesaria en la
votación final». El Ministro de Defensa de entonces, James Forrestal, confirma:
Los métodos utilizados para ejercer presión, y para obligar a las demás naciones
en el seno de las Naciones Unidas, rozaban el escándalo. El poder de los
monopolios privados fue movilizado. Dex Pearson, en el Chicago-Daily del 9 de
febrero de 1948, precisa algunas matizaciones, entre otras que: Harvey
Firestone, propietario de las plantaciones de caucho en Liberia, actuó cerca del
Gobierno liberiano, uno de lo votos positivos a favor de la creación del Estado
Judío.
Desde 1948, incluso las decisiones parciales han sido violadas por lo dirigentes
judíos. Los árabes protestan contra tamaña injusticia y la rechazan, los
dirigentes israelíes, con armamento «socialista» procedente de Checoslovaquia,
se aprovechan para apoderarse de nuevos territorios, en concreto de Jaffa y San
Juan de Acre: ya en 1949 los sionistas controlan el 80 % del país y 770.000
palestinos habían sido expulsados de sus tierras.
El método empleado para lograr esa expulsión, una de las más salvajes de la
historia de la humanidad, fue el del terror. El ejemplo más clamoroso fue el de
Deir Yassin: el 9 de abril de 1948 los 254 habitantes de este pueblo (hombres,
mujeres, niños, ancianos) fueron masacrados por las tropas del Irgún, cuyo jefe
era Menahem Beghin. Beghin escribe que no hubiera sido posible el Estado de
Israel sin la «victoria» de Deir Yassin. La Haganá por su parte realizaba
ataques en otros frentes. Los árabes desarmados huían gritando: «Deir Yassin».
Se consideró como «ausente» a todo palestino que había abandonado su domicilio
con anterioridad al 1 de agosto de 1948. Fue así como los 2/3 de las tierras
propiedad de los árabes (70.000 hectáreas sobre 110.000) fueron confiscadas.
Cuando en 1953 se promulgó la ley de la propiedad de bienes raíces, la
indemnización se fijó sobre el valor que tenía la tierra en 1950 pero, entre
tanto, la libra israelí había perdido cinco veces su valor. Además, desde el
inicio de la inmigración judía, y dentro del peor estilo colonialista, las
tierras se compraban a los propietarios feudales (los effendi) no residentes;
pero los campesinos pobres, los fellahs, eran expulsados de la tierra que
cultivaban, merced a estos arreglos, hechos sin contar con ellos entre sus amos
antiguos y los nuevos ocupantes. Privados de sus tierras, no tenían otro remedio
que huir.
Las Naciones Unidas habían designado a un mediador sueco, el conde Folke
Bernadotte. En su primer informe el conde Bernadotte escribe: «Sería ofender a
los principios elementales impedir a estas víctimas inocentes del conflicto
volver a sus hogares, mientras que los inmigrantes judíos afluyen a Palestina y,
además, amenazan, de forma constante, reemplazar a los refugiados árabes
enraizados en esta tierra desde hace siglos». Describe el pillaje sionista a
gran escala y la destrucción de aldeas sin provocación militar aparente. Este
informe fue entregado el 16 de septiembre de 1948. El 17 de septiembre de 1948
el conde Bernardotte y su asistente francés, el coronel Serot, eran asesinados
por el Irgún en la parte de Jerusalén ocupada por los sionistas.
Este no era el primer crimen sionista contra cualquiera que denunciara su
impostura. Lord Moyne, Secretario de Estado británico en el Cairo, declara, el 9
de junio de 1942, en la Cámara de los Lores, que los judíos no eran los
descendientes de los antiguos Hebreos y que no tenían la reivindicación legítima
sobre Tierra Santa. Partidario de moderar la inmigración en Palestina fue
acusado entonces de ser un enemigo implacable de la independencia hebrea. El 6
de noviembre de 1944, Lord Moyne caía abatido en El Cairo por dos miembros del
grupo Stern (de Isaac Shamir). Algunos años más tarde se revelaba que los
cuerpos de los dos asesinos ejecutados habían sido canjeados por 20 prisioneros
árabes, para enterrarles en el Monumento de los Héroes en Jerusalén.
Curiosamente el Gobierno británico deploró que Israel honrase a los asesinos y
les considerase como héroes.
El 22 de julio de 1946, el ala del hotel Rey David, de Jerusalén, donde se
hallaba instalado el Estado Mayor militar del Gobierno británico, explotaba,
causando la muerte de alrededor de 100 personas: ingleses, árabes y judíos. Fue
obra del Irgún, de Menahem Beghin, quien reivindicó el atentado.
El Estado de Israel vino a sustituir a los antiguos colonialistas y con sus
mismos métodos: por ejemplo, la ayuda agrícola que permitía el riego fue
distribuida de una forma discriminatoria, de tal suerte que los ocupantes judíos
fueron sistemáticamente favorecidos: entre 1948 y 1969, la superficie de tierras
de regadío pasó, para el sector judío, de 20.000 a 164.000 ha. y para el sector
árabe de 800 a 4.100 ha. El sistema colonial fue así perpetuado e incluso
agravado. La segregación se manifiesta también en la política de vivienda. El
Presidente de la Liga Israelí de los Derechos Humanos, el Dr. Israel Hahak,
profesor en la Universidad Hebraica de Jerusalén, en su libro « Le Racisme de
l’Etat d’Israël » nos enseña que existen en Israel ciudades enteras (Carmel,
Nazareth, Illith, Hatzor, Arad, Mitzphen-Ramen, y otras) donde la ley prohibe
residir formalmente a los no judíos.
Esta cultura del odio racial ha dado sus frutos: Después de Qana (Sobre la
matanza judía de Qana, en el Líbano ver: Norberto Ceresole, El nacional
judaísmo, un mesianismo pos-sionista, Capítulo primero), algunos soldados
judíos, cada vez más numerosos, imbuidos de la historia del «Holocausto»,
imaginaron toda clase de escenarios para exterminar a los árabes, recuerda el
oficial Ehud Praver, responsable del cuerpo de profesores del ejército. El mito
del «Holocausto» fue creado para legitimar el racismo judío. Según Praver
demasiados soldados creen que el «Holocausto» puede justificar cualquier acción
criminal contra los árabes.
El problema fue expuesto muy claramente con anterioridad incluso a la existencia
del Estado de Israel. El Director del Fondo Nacional Judío, Yossef Weitz,
escribe ya en 1940: Debe quedar claro para nosotros que no hay lugar para dos
pueblos en este país. Si los árabes lo abandonan, nos bastará [...]. No existe
otro medio que el de desplazarles a todos; es necesario no dejar una sola aldea,
una sola tribu. Es preciso explicar a Roosevelt, y a todos los Jefes de Estado
amigos, que la tierra de Israel no es demasiado pequeña si todos los árabes se
marchan, y si las fronteras se ensanchan un poco hacia el norte, a lo largo del
Litani, y hacia el este sobre los altos del Golán.
En el rotativo israelí «Yediot Aronoth» del 14 de julio de 1972, Yoram Ben
Porath recordaba con fuerza el objetivo a alcanzar: Es el deber de los
dirigentes israelíes explicar clara y valientemente a la opinión un cierto
número de hechos, que el tiempo hace olvidar. El primero de ellos es el hecho de
que no hay sionismo, colonización, Estado Judío, sin la expulsión de los árabes
y la expropiación de sus tierras. Nos encontramos, aquí y ahora, en la lógica
más rigurosa del sistema sionista: ¿cómo crear una mayoría judía en un país
poblado por una comunidad árabe palestina autóctona? El sionismo político ha
aportado la única solución que deriva de su programa colonialista: crear una
colonia de población expulsando a los palestinos y sustituyéndolos por la
inmigración judía.
Arrojar a los palestinos y apropiarse de sus tierras ha sido una empresa
deliberada y sistemática. En la época de la Declaración Balfour, en 1917, los
sionistas no poseían más que el 2,5 % de las tierras y en el momento de la
decisión de la partición de Palestina, el 6,5 %. En 1982 tenían el 93 %. Los
procedimientos utilizados para despojar al nativo de su tierra son los del
colonialismo más implacable, con un tinte racista aún más marcado en el caso del
sionismo (excepcionalismo judío).
La primera etapa tuvo los caracteres de un colonialismo clásico: se trataba de
explotar la mano de obra local. Era el método del barón Eduardo de Rothschild.
Igual que en Argelia, aquel explotaba, en sus viñedos, la mano de obra barata de
los fellahs, éste había extendido simplemente su campo de actuación a Palestina,
explotando en sus viñedos a otros árabes igual que a los argelinos.
Un cambio se produjo, alrededor de 1905, cuando llegó, procedente de Rusia, una
nueva ola de inmigrantes tras la derrota de la Revolución de 1905. Los judíos
revolucionarios rusos importaron a Palestina un extraño socialismo sionista.
Crearon cooperativas artesanales y Kibbutzs campesinos eliminando a los fellahs
palestinos para crear una economía que se apoyaba en una clase obrera y agrícola
judía. Del colonialismo clásico (del tipo inglés o francés) se pasó, de esta
manera, a una colonia de población, en la lógica del sionismo político, que
abarcaba a ese flujo de inmigrantes en favor de los cuales y contra nadie (como
dice el profesor Klein) deberían ser reservadas la tierra y los empleos. Se
trataba de reemplazar al pueblo palestino por otro pueblo y, naturalmente,
apoderarse de su tierra.
El punto de partida de la gran operación fue la creación, en 1901, del Fondo
Nacional Judío que presentaba este original carácter con relación a los otros
colonialismos: la tierra adquirida no puede ser revendida, ni tampoco arrendada,
a los no judíos. Otras dos leyes conciernen al Kéren Kayémet y al Kéren Hayesod.
Estas dos leyes, escribe el profesor Klein, han posibilitado la transformación
de estas sociedades, a quienes se querían atribuir un cierto número de
privilegios. Sin enumerar estos privilegios, introduce, como una simple
observación el hecho de que las tierras propiedad del Fondo Nacional Judío son
declaradas «Tierras de Israel», y una ley fundamental ha venido a proclamar la
inalienabilidad de estas tierras. Es una de las cuatro leyes fundamentales
(elementos de una futura Constitución que no existe todavía, 53 años después de
la creación de Israel) adoptadas en 1960. Es molesto que el sabio jurista, con
su habitual cuidado de la precisión, no realice ningún comentario sobre la
inalienabilidad. No da ni siquiera la definición: una tierra salvada (redención
de la tierra) por el Fondo Nacional Judío, es una tierra que se convierte en
judía: y no podrá jamás ser vendida a un no-judío, ni arrendada a un no-judío,
ni siquiera trabajada por un no-judío.
¿Se puede negar el carácter de discriminación racista de esta Ley fundamental?
La política agraria de los dirigentes israelíes es la de un espolio metódico a
los campesinos árabes. La Ordenanza de bienes raíces de 1943 sobre la
expropiación por razones de interés público es una herencia del período del
mandato británico. Esta Ley ha desviado su sentido al aplicarse de forma
discriminatoria, por ejemplo cuando en 1962 expropiaron 500 ha. en Deir El-Arad,
Nabel y Be’neh, el interés publico consistía en crear la ciudad de Carmel
reservada en exclusiva para los judíos. Otro procedimiento: la utilización de
las Leyes de urgencia decretadas en 1945 por los ingleses contra los judíos y
los árabes. La ley 124 otorga al Gobernador Militar, so pretexto, esta vez de
seguridad, la posibilidad de suspender todos los derechos de los ciudadanos,
incluidos sus desplazamientos: basta con que el ejército declare una zona
prohibida por razones de seguridad del Estado, para que un árabe no pueda ir a
sus tierras sin una autorización del Gobernador Militar. Si este permiso no se
concede, la tierra se declara entonces baldía y es cuando el Ministerio de
Agricultura puede tomar posesión de las tierras no cultivadas para garantizar su
cultivo.
El orden establecido por esta legislación no tiene precedentes en el mundo
civilizado. Para justificar el mantenimiento de estas Leyes de terror, el estado
de urgencia jamás ha sido derogado, desde 1948, en el Estado de Israel. Simón
Peres escribía, en el periódico Davar el 25 de enero de 1972: La utilización de
la ley 125, sobre la que se basa el gobierno militar, es la continuación directa
de la lucha por la implantación judía y de la inmigración judía.
La Ordenanza sobre el cultivo de las tierras yermas, de 1948 modificada en 1949,
va en el mismo sentido, pero por una vía más directa: sin, tan siquiera, buscar
el pretexto de utilidad pública o de la seguridad militar. El Ministro de
Agricultura puede requisar cualquier tierra abandonada. Ahora bien el éxodo
masivo de las poblaciones árabes bajo el terror, del género de Deir Yassin en
1948, de Kafr Kassem el 29 de octubre de 1956, o de los pogroms de la unidad 101
creada por Moshé Dayan, y durante mucho tiempo mandada por Ariel Sharon, ha
liberado, con estos métodos, grandes territorios, abandonados por sus
propietarios o trabajadores árabes y entregados a los ocupantes judíos.
El mecanismo para la desposesión de los fellahs se completa por la Ordenanza del
30 de junio de 1948, el Decreto ley del 15 de noviembre de 1948 sobre las
propiedades de los ausentes, la Ley relativa a las tierras de los ausentes (de
14 de marzo de 1950), la Ley sobre adquisición de tierras (de 13 de marzo de
1953) y toda una batería de medidas que tienden a legalizar el robo que obligaba
a los árabes a abandonar sus tierras para instalar en ellas colonias judías,
como lo demuestra Nathan Weinstock en su libro « Le Sionisme contre Israël ».
Para borrar hasta el recuerdo de la existencia de una población agrícola
palestina, y acreditar el mito del país desierto, las aldeas árabes fueron
destruidas, con sus casas, sus cercados e incluso sus cementerios y sus tumbas.
El profesor Israel Shahak facilitó, en 1975, distrito por distrito, la lista de
385 aldeas árabes destruidas, por las que pasaron los bulldozer, de las 475
existentes en 1948. Para convencer de que antes de Israel, Palestina era un
desierto, cientos de aldeas han sido arrasadas por los bulldozer con sus casas,
sus cercados, sus cementerios y sus tumbas.
Las colonias israelíes continúan implantándose, con un mayor impulso desde 1979
en Cisjordania, siguiendo siempre la más clásica tradición colonialista, es
decir, con los colonos armados. El resultado global es el siguiente: después de
haber expulsado a un millón y medio de palestinos, la tierra judía como la
llaman los del Fondo Nacional Judío, se expandió del 6,5 % en 1947, hasta el 93%
en 1980 (de la que el 75 % es del Estado y el 14 % del Fondo Nacional).
Analizando las consecuencias de la Ley del retorno, Klein expone la siguiente
cuestión: Si bien el pueblo judío supera ampliamente a la población árabe en el
Estado de Israel, se puede decir también que toda la población del Estado de
Israel no es judía, puesto que el país cuenta con una importante minoría no
judía esencialmente árabe y drusa. La cuestión que se suscita entonces es
conocer en qué medida la existencia de una Ley del Retorno, que favorece a la
inmigración de una parte de aquella población (definida por su pertenencia
religiosa y étnica) no se puede considerar como discriminatoria.
El autor se pregunta en concreto si la Convención internacional sobre la
eliminación de cualquier forma de discriminación racial (adoptada el 21 de
diciembre de 1965 por la Asamblea General de las Naciones Unidas) no es de
aplicación a la Ley del Retorno. Con una dialéctica que dejamos que el lector
juzgue, el eminente jurista concluye con esta distinción sutil: «En materia de
no-discriminación una medida no debe estar dirigida contra un grupo concreto. La
Ley del Retorno esta hecha en favor de los judíos que quieren establecerse en
Israel, no está dirigida contra ningún grupo o nacionalidad. No veo en qué
medida esta Ley sea discriminatoria».
Al lector que pudiera quedar desconcertado por este razonamiento audaz, que
equivale a decir, según aquella célebre ocurrencia de que todos los ciudadanos
son iguales pero unos son más iguales que otros, le ilustra perfectamente la
situación creada por esta Ley del Retorno. Para los que de ella no se benefician
se prevé una Ley de Nacionalidad; que concierne (artículo 3) a toda persona que,
inmediatamente antes de la fundación del Estado, era un sujeto palestino, y que
no puede llegar a ser considerado israelí en virtud del artículo 2º (el que se
refiere a los judíos).
La Ley de Nacionalidad está referida a los palestinos, es decir a los primitivos
pobladores, que son considerados como que no habían tenido nacionalidad con
anterioridad, es decir como si fueran apátridas por herencia. Ellos deben probar
(prueba documental, muy frecuentemente imposible porque los papeles han
desaparecido en la guerra y el terror que acompañaron a la instauración del
Estado sionista) que habitaban en esta tierra de tal a tal fecha. Sin que sea
posible, para convertirse en ciudadanos, la vía de la naturalización, que exige
por ejemplo, un cierto conocimiento de la lengua hebrea. Después, si lo juzga
útil, el Ministro del Interior concede (o deniega) la nacionalidad israelí. En
resumen, en virtud de la Ley israelí, un judío de la Patagonia puede ser
considerado ciudadano israelí desde el instante mismo en que ponga los pies en
el aeropuerto de Tel Aviv; un palestino, nacido en Palestina, de padres
palestinos y descendiente de miles de generaciones palestinas, es considerado
como un apátrida. ¡No existe en ella ninguna discriminación racial contra los
palestinos; simplemente una medida a favor de los judíos!
Parece difícil rebatir la Resolución de la Asamblea General de la O.N.U., del 10
de noviembre de 1975 que define al sionismo como una forma de racismo y de
discriminación racial. En 1880 había 25.000 judíos en Palestina en una población
de 500.000 habitantes. De 1882 a 1917 llegaron 50.000 judíos a Palestina.
Después vinieron, durante el período de entre guerras, los emigrantes polacos y
los del Magreb. Pero la masa más importante llegó de Alemania (resucitando
milagrosamente de las «cámaras de gas»); cerca de 400.000 judíos llegaron así a
Palestina antes de 1945.
En 1947, en la víspera de la creación del Estado de Israel, había 600.000 judíos
en Palestina sobre una población total de 1.250.000 habitantes. Fue entonces
cuando se inició la expulsión violenta de los Palestinos. Antes de la Guerra de
1948, alrededor de 650.000 árabes habitaban en los territorios que iban a llegar
a ser del Estado de Israel, según el mapa de la «partición». En 1949 sólo
quedaban de aquellos 160.000. Por causa de una alta tasa de natalidad sus
descendientes eran 450.000 a finales de 1970. La liga de los Derechos Humanos de
Israel revela que del 11 de junio de 1967 al 15 de noviembre de 1969, más de
20.000 casas árabes fueron dinamitadas en Israel y en Cisjordania.
Existían, en el censo británico del 31 de diciembre de 1922, 757.000 habitantes
en Palestina, de los que 663.000 eran árabes (590.000 árabes musulmanes y 73.000
árabes cristianos) y 83.000 judíos (es decir: el 88 % de árabes y el 11 % de
judíos). Es necesario recordar que este pretendido desierto era una zona
exportadora de cereales y legumbres.
Ya en 1891, un sionista de primera hora, Asher Guinsberg, al visitar Palestina
aportó el siguiente testimonio: En el extranjero, estamos acostumbrados a pensar
que Eretz-lsrael es hoy casi un desierto, un desierto sin cultivos, y que
cualquiera que desee comprar tierras puede venir aquí y hacerse con las que le
venga en gana. Pero en verdad no hay nada de eso. Es difícil encontrar campos no
cultivados en toda la extensión del territorio. Los únicos campos no cultivados
son los terrenos arenosos o de montañas pedregosas donde no crecen más que los
árboles frutales, y esto, tras una dura labor y un gran trabajo de limpieza y
recuperación. En realidad, antes que los sionistas, los beduinos (de hecho los
cerealistas) exportaban 30.000 toneladas de trigo al año; la superficie de
huertos árabes se triplicó de 1921 a 1942, la de naranjales y otros agrios se
multiplicaron por 7 entre 1922 y 1947, la producción se incrementó por 10 entre
1922 y 1938.
Según un estudio del Departamento de Estado Americano remitido a una Comisión
del Congreso más de 200.000 israelíes están ahora instalados en los territorios
ocupados (Golán y Jerusalén-Este incluidos). Constituyen aproximadamente el 13 %
de la población total en estos territorios. Unos 90.000 de ellos residen en los
150 asentamientos de Cisjordania donde las autoridades israelíes disponen poco
más o menos de la mitad de las tierras.
En Jerusalén-Este y en los arrabales árabes que dependen del municipio, prosigue
el Departamento de Estado, casi 120.000 israelíes se han instalado en unos doce
barrios En la franja de Gaza, donde el Estado hebreo ha confiscado el 30 % de un
territorio ya de por sí superpoblado, 3.000 israelíes residen en una quincena de
asentamientos. Sobre los Altos del Golán, hay 12.000 distribuidos en una
treintena de localidades. Desde los años setenta, no ha existido nunca una
aceleración semejante de la edificación en los territorios. Ariel Sharon (el
Ministro de la Vivienda y de la Construcción), continúa Yedioth, está ocupado
febrilmente en establecer nuevos asentamientos, desarrollar los ya existentes y
preparar nuevos terrenos para edificar.
Recordemos que Ariel Sharon fue el General Comandante de la invasión del Líbano,
el que armó a las milicias falangistas que ejecutaron los pogroms en los campos
de refugiados palestinos de Sabra y Chatila. Sharon cerró los ojos ante estas
degollinas y fue cómplice, como lo reveló la propia comisión israelí encargada
de investigar sobre las matanzas.
El mantenimiento de estas colonias judías en los territorios ocupados, su
protección por el ejército israelí, y el armamento a los colonos, hace ilusoria
cualquier autonomía verdadera de los palestinos y hace imposible la paz mientras
subsista la ocupación de hecho.
El esfuerzo principal de la implantación colonial se lleva a cabo en Jerusalén
con el fin premeditado de hacer irreversible la decisión de anexión de la
totalidad de Jerusalén, hecho que ha sido unánimemente condenado por las
Naciones Unidas.
Las implantaciones coloniales en los territorios ocupados son una flagrante
violación de las Leyes Internacionales y en concreto de la Convención de Ginebra
del 12 de agosto de 1949, que en su artículo 49 dispone: la potencia ocupante no
podrá proceder a transferir una parte de su propia población civil a los
territorios ocupados por ella. Ni el propio Hitler infringió este Ley
Internacional: jamás instaló colonos civiles alemanes en tierras de donde
hubieran sido expulsados campesinos franceses.
Primera Intifada
El pretexto de la seguridad, como el del supuesto terrorismo de la Intifada, son
de risa. Las cifras son, a este respecto, elocuentes: 1.116 palestinos han
muerto desde el comienzo de la primera Intifada (la revuelta de las piedras),
hasta el 9 de diciembre de 1987, por los disparos de los militares, de los
policías o de los colonos. Fueron 626 en 1988 y 1989, 134 en 1990, 93 en 1991,
108 en 1992 y 155 desde el primero de enero al 11 de septiembre de 1993.
Entre las víctimas figuran 233 niños menores de 17 años según un estudio
realizado por Betselem, la Asociación Israelí de los Derechos Humanos. Las
fuentes militares cifran en casi 20.000 el número de palestinos heridos por las
balas y la Oficina de las Naciones Unidas de Ayuda a los Refugiados de Palestina
(UNRWA) en 90.000. Treinta y tres soldados israelíes han muerto desde el 9 de
diciembre de 1987, 4 en 1988, 4 en 1989, 1 en 1990, 2 en 1991, 11 en 1992 y 11
en 1993. Cuarenta civiles, la mayor parte colonos, han muerto en los territorios
ocupados, según una cifra facilitada por el ejército. Según las organizaciones
humanitarias, en 1993, 15.000 palestinos, estaban presos en las cárceles de la
Administración penitenciaria y en los centros de detención del ejército. Doce
palestinos han muerto en las prisiones israelíes desde el comienzo de la
Intifada, algunos de ellos en circunstancias que aún no han sido aclaradas,
asegura Betselem. Esta organización humanitaria indica también que al menos
20.000 detenidos han sido torturados, cada año, en los centros de detención
militar, en el curso de los interrogatorios.
Además de las violaciones del Derecho Internacional considerado como papel
mojado; más aún, como escribe el profesor Israel Shahak: porque estas colonias,
por su propia naturaleza, se inscriben en el sistema de expoliación, de
discriminación y de apartheid.
He aquí el testimonio del profesor Shahak sobre la idolatría que representa
reemplazar al Dios de Israel por el Estado de Israel: «Soy un judío que vivo en
Israel. Me considero un ciudadano respetuoso con las leyes. He cumplido mi
servicio militar cada año, aunque ya tenga más de cuarenta. ¡Pero no estoy
consagrado al Estado de Israel o a ningún otro Estado u organización! Estoy
apegado a mis ideales. Creo que es necesario decir la verdad, y hacer lo que sea
preciso para salvaguardar la Justicia y la igualdad para todos. Estoy vinculado
a la lengua y a la poesía hebreas y me gusta pensar que respeto modestamente
algunos de los valores de nuestros antiguos Profetas. Pero ¿profesar un culto al
Estado? ¡me imagino a Amós o a Isaías si se les hubiera exigido consagrar un
culto al Reino de Israel o de Judea! Los judíos creen y repiten tres veces al
día que un judío debe consagrarse a Dios y sólo a Dios: Amarás a Yahvé, tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Deuteronomio VI,
5). Una pequeña minoría cree aún en ello. Pero me parece que la mayoría del
pueblo ha perdido a su Dios, y le ha sustituido por un ídolo, exactamente como
cuando adoraban tanto al becerro de oro en el desierto, al que ofrecieron todo
su oro para erigirle una estatua. El nombre de su ídolo moderno es el Estado de
Israel».
El gran negocio del Holocausto
En el libro The Holocaust Industry su autor (Norman G. Finkelstein [joven
profesor judío de la Universidad de Nueva York], Verso, London, 2000) evidencia
el cambio de actitud que adoptaron las asociaciones judías norteamericanas que,
acabada la Segunda Guerra Mundial, decidieron no cooperar con los movimientos
izquierdistas anti-nazis, ni con los socialdemócratas alemanes, sino que se
unieron a los movimientos de la ultraderecha como la «All-American Conference to
Combat Communism» y «miraban a otra parte» cuando influyentes veteranos
procedentes de las SS entraron en los EUA.
Sin embargo, todo experimentó un cambio radical tras la guerra árabe israelí de
1967. Aunque Israel se alineó con Occidente poco después de que se formase el
Estado, en 1948, muchos israelitas de dentro y fuera del gobierno mantenían una
gran simpatía hacia la Unión Soviética. Desde su fundación en 1948, Israel no
contaba con un lugar preeminente en los planes estratégicos de los USA. Entre
los pocos intelectuales judíos norteamericanos que habían creado lazos con el
Estado de Israel antes de 1967 destacó Noam Chomsky (además de gramático
generativo, hijo de un hebraísta americano, se educó en un hogar sionista y pasó
cierto tiempo en un kibbutz llegando a encabezar la ADL (Liga Antidifamación).
Las cosas cambiaron tras la guerra de junio de 1967. Los EUA pasaron a
considerar a Israel como un importante aliado para mantener a raya a los
enemigos árabes: a partir de allí se formaliza el concepto de la «Civilización
Occidental frente a las hordas retrógradas árabes». El New York Times pasó de
dedicar a Israel 60 columnas entre 1955 y 1965 a 260 columnas en 1975,
comenzando de este modo una política de creación de opinión pública.
Para proteger esa estrategia, las élites judías americanas «recordaron» el
Holocausto. El negocio del Holocausto se desató sólo después del apabullante
dominio militar de Israel. El temor a un nuevo aislamiento del pueblo judío y de
indiferencia hacia el mismo les llevó a que mostrasen la situación como muy
similar a la que atravesó el pueblo judío treinta años atrás.
Excepto por el apoyo de los EUA, Israel no contaba con apoyo internacional
después de la guerra de octubre de 1973. No obstante, inmediatamente después de
la guerra de 1973 los USA dotaron a Israel de ayuda militar masiva mucho mayor
que la precedente. Este fue el momento en que las el culto del Holocausto se
afianzó, en un momento en el que Israel estaba menos aislada que en 1956.
¿Por qué no se apoyó el consenso internacional que pedía la retirada de Israel
de las tierras ocupadas durante la guerra de junio así como una «paz justa y
duradera» entre Israel y sus vecinos judíos? (UN Resolution 242) —se pregunta el
autor. Las élites judías americanas recordaron el Holocausto Nazi antes de junio
de 1967 sólo cuando vieron que resultaba políticamente eficaz. Dada su
demostrada utilidad, el Judaísmo Americano explotó el Holocausto Nazi después de
la guerra de junio. El Holocausto demostró ser el arma perfecta para
descalificar y evitar cualquier clase de crítica a Israel.
No fue la alegada debilidad ni el aislamiento de Israel, ni tampoco el miedo a
un segundo Holocausto, sino más bien su demostrada fuerza y alianza estratégica
con los USA lo que llevó a las élites judías a montar por todo lo alto la
industria del Holocausto después de junio 1967. Las interpretaciones más
consistentes señalan también a la emergencia de una «política de identidad» por
un lado, y a la «cultura del victimismo», por otro, como fines adicionales de la
explotación del Holocausto.
Alrededor de la mitad del dinero que se recauda del bolsillo de los
contribuyentes norteamericanos en los EUA no va a Israel sino a las
instituciones judías de América. La explotación de la industria del Holocausto,
de «las necesitadas víctimas del Holocausto», es la última y la más repugnante
expresión de cinismo político, dice el propio autor.
El enriquecimiento de los dirigentes de estas asociaciones hace que por,
ejemplo, éstos ganen más de 100.000 dólares al año (105.000 Saul Kagan, Alfonse
D’Amato 103.000 $ —por seis meses de trabajo contra los bancos alemanes y
austríacos, o Lawrence Eagleburger que gana al año 300.000$ como presidente de
la International Commission On Holocaust-Era Insurance Claims) mientras que a
una de sus supervivientes que pasó seis años en los campos de Czestochowa y
Skarszysko-Kamiena -¿dónde el brutal exterminio?- como la propia madre del autor
del libro- recibiese en concepto de indemnización total la exigua suma de 3.500
dólares.
Aliados al comienzo con las organizaciones de negros, los judíos
norteamericanos, cada vez más situados en una política de derechas, rompieron
con la Alianza de los Derechos Civiles a finales de los 60, cuando los fines del
movimiento de derechos civiles comenzaron a pasar de las demandas de igualdad
política y legal a demandas de igualdad económica. Cuando los conflictos pasaron
de ser conflictos raciales a conflictos de clase y los judíos huyeron a zonas
residenciales, casi tan rápidamente como habían hecho los gentiles blancos para
escapar de lo que percibían como el deterioro de los colegios y de sus
vecindarios (antes judíos «holocaustados» que negros, ¡por Yahvé!) .
«La conciencia del Holocausto» —señala el escritor judío Boas Evron— es en
realidad «un adoctrinamiento propagandístico, oficial, un conjunto de eslóganes
y una falsa visión del mundo cuyo verdadero objetivo no es en absoluto la
comprensión del pasado sino la manipulación del presente» (Boas Evron,
«Holocaust: The Uses of Disaster» in Radical America (July-August 1983), 15).
La estructura del Holocausto se articula sobre diversos dogmas: 1) El Holocausto
marca un acontecimiento histórico categóricamente único. 2) El Holocausto marca
el clímax del odio eterno e irracional de los gentiles hacia los judíos. En su
nivel más básico cualquier acontecimiento histórico es único en virtud del
tiempo y del lugar, y todos los acontecimientos históricos comportan rasgos
distintivos así como rasgos en común con otros acontecimientos históricos. No
pocos judíos han denunciado también el afán interesado de pretender convertir el
Holocausto en un asunto «sagrado», y el propio Norman Finkelstein considera que
el debate sobre la «unicidad del Holocausto» es estéril y moralmente
desacreditado, y sin embargo los sionistas persisten en ello. ¿Por qué? Según
Jacob Neusner («A Holocaust Primer», 178; Edward Alexander, «Stealing the
Holocaust», 15-16, in Neusner, Aftermath) no sólo porque separa a los judíos de
los demás, sino también porque justifica sus pretensiones sobre los demás.
Que el Holocausto es algo único encubre la pretensión de que los judíos son
únicos, superiores, excepcionales. El Holocausto es especial porque los judíos
son especiales. Elie Wiesel es vehemente al afirmar que los judíos son únicos
«Todo lo que nos atañe es diferente, los judíos somos ontológicamente
excepcionales». La industria del Holocausto ratifica una «política de identidad»
y una «cultura del victimismo», ambas siempre rentables para sus bolsillos. Pero
algo aún más importante: invocar el Holocausto es una forma de deslegitimizar
cualquier crítica que se pretenda formular al Estado Judío y a los judíos en
general.
Otro de los capítulos del libro de Filkelstein habla de los estafadores y
charlatanes que se han enriquecido a costa del Holocausto, entre los cuales cita
al polaco Jerzy Kosinski, autor de «The Painted Bird». Este libro se convirtió
en un best-seller, traducido a muchísimas lenguas y de lectura obligatoria en
numeroso institutos y facultades. La falsedad de un libro que se presentaba como
la autobiografía del autor, como un niño que vivió solo en medio de la Polonia
invadida y sometida a los torturadores y sádicos nazis, quedó en ridículo al
descubrirse que el farsante había vivido toda la guerra acompañado de su familia
y que todo fue una pura invención de la que obtuvo pingües beneficios. Otro
estafador es Binjamin Wilkomiski con su libro «Fragments». Este libro se tradujo
a 12 lenguas y ganó el Premio Nacional del Libro Judío; pues bien se ha
demostrado igualmente que quien se presentaba en el libro como un pobrecito niño
judío sufridor de sádicos torturadores nazis se había pasado la guerra tan
ricamente en Suiza. Más grave: al fin se descubrió que no sólo no era un
huérfano judío sino un suizo de nacimiento llamado Bruno Doessekker. Hay
bastantes más casos de falsedad constante, de mentiras dirigidas a proteger al
judío de toda crítica, como «Hitler’s Willing Execuitioners» de Daniel Jonah
Goldhagen. Se apoyan entre ellos. Wiesel y Gutman apoyan a Goldhagen, Wiesel
apoya a Kosinski y Gutman, y Goldhagen apoya a Wilkomiski. En un sentido técnico
estricto estamos ante una mafia. En esto consiste la literatura del Holocausto.
Muchos judíos inventaron su pasado de supervivientes. Como dice la propia madre
del autor del libro «Si todos los que dicen ser supervivientes del Holocausto
nazi lo son de verdad, ¿A quién mató Hitler?». Apabullante verdad.
Otro de los capítulos de «The Holocaust Industry» explica con precisión los
procedimientos de chantaje que las poderosas organizaciones judías
norteamericanas siguieron para continuar con su saqueo de Europa y con especial
detenimiento, el último caso más escandaloso, Suiza. El negocio del Holocausto
se ha convertido en una pura arma de extorsión. De los 32 millones de dólares
correspondientes a las 775 cuentas en Suiza no reclamadas y presumiblemente
correspondientes a judíos, éstos consiguieron —recurriendo a todo tipo de
chantajes, boicots, amenazas y una estrategia de terrorismo ideadas en buena
parte por Elan Steinberg, Rabí Singer, Rabí Marvin Hier— Decano del Simon
Wiesenthal Center (un sueldo en 1995 de 525000 dólares) y D’Amato— que la banca
suiza les pagase 1,25 billones de dólares.
Bedgar Bronfman ha reconocido recientemente que la tesorería de la World Jewish
Congress ha amasado, por lo menos, siete billones de dólares. Algo semejante se
ha seguido haciendo contra Alemania, primero contra su gobierno, ahora contra
empresas como la BAYER. Siempre la misma estrategia, el escándalo, la
difamación, el empleo sistemático de los medios de comunicación.
En el último capítulo del libro de Finkelstein, y a la luz de datos y números
contrastados, se evidencia, como ya sabíamos muchos, que la cantidad de judíos
que perecieron en los campos fue infinitamente inferior, y que a la vista de la
cantidad de supervivientes las condiciones de vida no fueron en modo alguno tan
duras como se ha dicho; en definitiva, que « la fertilidad fue bastante alta y
las cifras de mortalidad remarcablemente inferiores». (Eva Schweiter
«Entschaedigung für Zwangsarbeiter», en Tagesspiegel, 6 Marzo 2000). La
Industria del Holocausto ha buscado y conseguido saquear billones de dólares a
países, alguno de ellos incluso empobrecidos. «El WJC ha creado una industria
extraordinariamente poderosa e inmensa del Holocausto y es además culpable de
promover un resurgimiento del anti-semitismo en Europa» dijo Isabel Vincent en
el National Post (20 Feb.2000). Israel Singer de la WJC anunció el pasado 13 de
marzo del 2000 que ahora van por Austria y que «este país les adeuda otros diez
billones de dólares».
El revisionismo histórico
El revisionismo histórico ha demostrado:
1. que una parte importante del relato canónico de la deportación y de la muerte
de los judíos bajo el sistema nazi ha sido arreglada en forma de mito.
2. que dicho mito es utilizado hoy en día para preservar la existencia de una
empresa colonial dotada de una ideología religiosa (monoteísta y
místico-mesiánica): la desposesión por Israel de la Palestina árabe.
3. que ese mito es asimismo utilizado para chantajear financieramente al Estado
alemán, a otros Estados europeos y a la propia comunidad judía en los Estados
Unidos de América y de otros países con diásporas significativas.
4. que la existencia de tal empresa política (Israel: un poder concretado en el
monopolio del monoteísmo, e implementado por un ejército, varias policías,
cárceles, torturas, asesinatos, etc.) busca consolidarse por una serie de
manipulaciones ideológicas en el seno del poder hegemónico de los Estados
Unidos, que procura por cualquier medio hacerse aceptar como amo del mundo,
mediante el terror generalizado y además mediante prácticas disuasivas y
persuasivas.
Entre todos los sentidos que se le ha dado a la palabra «revisionista», se trata
de señalar principalmente el que distingue a los historiadores y científicos
sociales que consideran comprobado el hecho de que no hubo —en ningún caso— (en
los campos de concentración alemanes de la época del Tercer Reich, incluido el
territorio no alemán administrado militarmente por Alemania) uso de gases
homicidas que supuestamente se operaban en recintos llamados «Cámaras». Junto
con muchos otros expertos, químicos, por ejemplo, el revisionista considera, en
consecuencia, que no existe cifra definitivamente establecida para evaluar las
pérdidas humanas en las comunidades judías durante la segunda guerra mundial
pero que, en todo caso, la de seis millones de personas es absolutamente
desmesurada y contrapuesta a la ofrecida por los registros de la Cruz Roja
Internacional (150.000 muertos —judíos y no judíos, del comienzo al fin de la
guerra— en Auschwitz-Birkenau).
El 21 de septiembre de 1989 la ex agencia oficial soviética Tass hizo públicos
los archivos de Auschwitz y de otros campos de concentración alemanes. Allí
constan los registros de los prisioneros y de los fallecidos, uno a uno. Desde
1939 hasta 1944-45 hubo un total de 300.000 prisioneros en Auschwitz y también
un total de 74.000 fallecidos en el mismo campo. Los soviéticos no especifican
cuántos de ellos eran judíos, aunque sí señalan que más de la mitad de esos
fallecimientos se debieron a desnutrición, tifus y otras enfermedades (que por
lo demás eran compartidas con el resto del pueblo alemán, tanto civil como
militar). Por lo tanto durante unos cinco años habrían sido asesinados en
Auschwitz (y no necesariamente por las autoridades alemanas del campo, sino por
las «mafias» del Partido Comunista Alemán [DKP] que lo gobernaban en el
interior), no cuatro millones de personas (en su mayoría judías, según el mito),
sino algo menos de 40.000, entre judíos y no judíos. Sin duda alguna un horror.
Pero recordemos que durante la misma guerra, y solamente en Hamburgo, en una
sola noche de bombardeo aliado, murieron asesinados 48.000 civiles alemanes, en
su mayoría niños, mujeres y ancianos (para no hablar ni del genocidio de
Dresden, ni de los muertos civiles alemanes de posguerra [de 9 a 11 millones de
personas]).
Desde la óptica «holocáustica» no hay ninguna posibilidad de hacer ni historia
ni arqueología, en su más estricta definición académica. Pasados 56 años desde
el final de la segunda guerra en su frente occidental, y abiertos los archivos
de Moscú hace ya una década, no existe aún, ni existirá jamás ningún documento
ni resto físico o químico que demuestre la existencia de las «fábricas de la
muerte» tal como se ven en las películas de Hollywood, imaginadas bien a partir
de novelas, o bien a partir de «memorias» de testigos indirectos.
El análisis revisionista ha demostrado hasta la saciedad que esas «memorias»,
que pretenden reemplazar a documentos inexistentes (como por ejemplo órdenes de
exterminio [oficiales o extraoficiales], presupuestos económicos para construir
«fábricas de muerte», diseños, planos o representaciones creíbles del «arma del
crimen», procedimientos administrativos para ejecutar tan vasto y único crimen,
etc. etc.), o bien están basadas en hechos falsos, o bien en testigos directos
de dudosa credibilidad (muchos de ellos, como ya hemos visto, comprobadamente
estafadores). Es imposible, además, reconstruir los hechos históricos a partir
de la pura «memoria». No hay historiografía, es decir, comprehensión histórica,
sin documentación fiable. Por otra parte sabemos con absoluta precisión de dónde
(de qué «campos», exactamente), y qué factores provocaron la muerte de personas
que muestran ciertas fotografías que se exponen como «pruebas» en el mundo
entero desde finales de la segunda guerra.
Es por eso que los revisionistas tienen una buena noticia que darle al mundo: la
maldad humana absoluta (como p.e. el «jabón judío» presentado como «prueba» por
los soviéticos en esa aberración jurídica que fue el Tribunal Militar
Internacional de Nuremberg), inventada para definir una etapa de la historia de
Europa, y en especial de Alemania, definitivamente no existe; la historia real
humana no es un duelo entre ángeles y demonios.
Los revisionistas reclaman la aplicación de los métodos de rutina en historia
para estudiar los acontecimientos que condujeron al origen y al fin de la
segunda guerra mundial, porque constituyen el fundamento común de la historia de
nuestro tiempo. El revisionismo no es político y no tiene línea política. El
revisionismo es lo común y corriente para cualquier historiador serio. Es lo que
distingue la historia del dogma religioso. En un dogma, la verdad ha sido
establecida y autentificada de una vez por todas. No hay lugar para la duda. La
mente humana anhela las certidumbres y puede encontrar consuelo y amparo en unos
dogmas establecidos —en el «mundo antiguo»— desde mucho antes de la aparición de
los primeros síntomas del llamado «monoteísmo».
El núcleo de mi concepción de la historia, en especial de la historia de la
Segunda Guerra Mundial, está en los textos (y no necesariamente en las
interpretaciones de cada autor) que integran la página de Internet:
www.abbc.com/aaargh. Ella se elabora en París pero se edita en Chicago, Illinois
(actualmente [fines de 2000] ha sufrido un fuerte ataque de los «soldados
cibernéticos» de Israel). Esa página tiene una sección principal en idioma
francés, y otras secciones en inglés, alemán, italiano, español e indonesio.
Recomiendo especialmente la sección francesa porque en ella están expuestos la
casi totalidad de los escritos de Robert Faurisson (posteriormente recopilados
en papel, en cuatro volúmenes [más de dos mil páginas en total], titulado
Escritos Revisionistas), que son absolutamente decisivos para comprender el mito
del llamado «Holocausto». En la misma sección francesa están también los
escritos de Paul Rassinier, en especial sus dos libros clásicos: La mentira de
Ulises y Los responsables de la segunda guerra mundial. Muchos otros trabajos de
gran relevancia pueden asimismo encontrarse en esta página, como los peritajes
químicos realizados en Auschwitz por Fred Leuchter y Germar Rudolf, o las
investigaciones del historiador italiano Carlo Mattogo en los ahora abiertos
archivos de Moscú, o lo que podríamos llamar la evolución de la «teoría del
rumor». En la sección en idioma español puede leerse el famoso libro de quien
fuera — durante 34 años, nada menos — secretario general adjunto y filósofo
oficial del Partido Comunista Francés, mi amigo y prologuista Roger Garaudy: Los
mitos fundacionales de la política israelí (este libro ha sido traducido del
francés a casi todos los idiomas vivos hoy en uso en el planeta Tierra). Y las
excelentes investigaciones del español Enrique Aynat: Consideraciones sobre la
deportación de judíos de Francia y Bélgica al este de Europa en 1942, y Los
informes de la resistencia polaca sobre las cámaras de gas de Auschwitz
(1941—1944).
Allí puede consultarse el Archivo Norberto Ceresole
(www.abbc.com/aaargh/espa/ceres) [2].
Síntesis y conclusiones
Retomemos la situación en 1917, en vísperas de la Declaración Balfour: tenemos
en Palestina una población árabe, musulmana y cristiana. Algunos judíos locales
y algunos judíos procedentes de Rusia han venido con el dinero de los banqueros
judíos de Europa occidental. Esta población árabe vive bajo el régimen otomano,
que le deja la rienda suelta a los notables (effendis), con la condición de que
se cobren los impuestos y se respeten algunas reglas sencillas. Hay que
reconocer que el nacionalismo moderno no la moviliza, y que esta población goza
de una autonomía de hecho, en la medida en que tiene sus ejecutivos, sus
recursos, sus intercambios. La presencia secular de unos pocos judíos orientales
nunca ha planteado el menor problema. La llegada de judíos rusos y polacos,
agitados por el sueño sionista, se percibe como algo puramente exótico.
Todo cambia cuando llegan los ingleses, al concluir la Primera Guerra Mundial.
Se instalan por la fuerza ocupando los restos del imperio otomano. Entre 1917 y
1948, treinta años de terror inglés permiten el ascenso de un sistema judío de
adueñamiento de las tierras, expropiación de las poblaciones palestinas, en
provecho de distintas bandas de ladrones, asesinos, ingenuos y banqueros
procedentes de Polonia, Besarabia, Rumania, Rusia, Lituania, o sea, judíos
desesperados por hacer dinero, y adquirir tierras y privilegios variados, los
cuales vampirizan el país. Asientan lo que es la dinámica de cualquier
colonización: la transferencia de la riqueza local de manos de los árabes
palestinos a las de judíos, bajo la mirada cómplice de los ingleses.
Si los franceses quisiesen hacer una comparación que les aclare el panorama,
basta con que imaginen una situación en la que Alemania, después de imponerse
militarmente en 1940, hubiese llevado a varios millones de alemanes, polacos,
rusos y bálticos a instalarse en Francia, para ir comprando todas las tierras,
colonizando las ciudades, abriendo escuelas, bancos, formando sindicatos
enteramente reservados a los ciudadanos del Tercer Reich, mientras creaban
milicias étnicas.
En 1948, una asamblea llamada «Naciones Unidas», se atribuyó un derecho que por
supuesto no le pertenecía: el de proclamar un Estado judío en Palestina. Está
claro que en el estado actual y presente del derecho, los judíos no tenían ni
tienen todavía el menor derecho a apropiarse la menor parcela de la tierra
palestina, como tampoco lo hubieran tenido en Madagascar, Argentina, Uganda o
Birobidjan (donde se contemplaron proyectos semejantes).
Todo cuanto han hecho los judíos en Palestina desde 1948 es nulo desde el punto
de vista del derecho, aunque Israel nos ha enseñado que se pueden proclamar
decenas de resoluciones de las Naciones Unidas, sin que pase gran cosa. Israel
es un Estado de hecho, impuesto por la fuerza. Todo el territorio israelí es
territorio ocupado, y no sólo Cisjordania y Gaza.
Aún las resoluciones inicuas de las Naciones Unidas de 1947 son caducas ya que
preveían la creación de dos Estados en Palestina. El derecho internacional es
pues una ficción que se utiliza según las circunstancias, y esto es conocido.
Pero el derecho de hombres y mujeres a vivir en la dignidad es absolutamente
indeformable. No se le puede arrebatar a las personas, en todo caso, no más que
la propia vida. Palestina les pertenece a los palestinos. No puede pertenecer,
bajo ningún artificio, ni a moldavos, ni a polacos, ni a ucranianos, ni a rusos,
ni a marroquíes ni a yemenitas, emigrados y organizados para robarse la tierra,
los árboles, el agua, las carreteras, las viviendas de las personas que durante
milenios habían habitado allí. Hubieran tenido que matarlos a todos, sueño que
siempre quisieron realizar gente como Jabotinski, Beghin, Shamir o Ariel Sharon.
Esa gente que alimentan el fantasma de la exterminación de los judíos por los
alemanes («Holocausto») no tienen más que un objetivo: exterminar a los árabes.
Véase lo sucedido en Sabra y Chatila. Son las circunstancias las que permiten a
veces, y a veces no, ponerlas en práctica. Y esta certeza es lo que asusta a
algunos israelíes, cuando Ariel Sharon se acerca al mando: ellos saben que él es
el hombre más capaz de realizar el viejo sueño judío, amparado en el Mito del
«Holocausto», de exterminar y expulsar a todos los árabes de Palestina.
De modo que, desde 1917, y más aún desde 1948, la dominación de los judíos sobre
los palestinos y otros pueblos árabes se hace por la fuerza. Seamos exactos, no
por la amenaza sino por el uso de la fuerza: arrestos masivos, golpes y torturas
en las comisarías, encarcelamientos por motivos ligeros, asesinatos, tienen
lugar por miles, y millones, desde 1948. Todas las organizaciones humanitarias
tienen expedientes cargados sobre estos horrores cotidianos. A los policías y
soldados judíos les inculcan un racismo poderoso que les lleva a un sadismo
especialmente vicioso, admitido y celebrado por los oficiales. Racismo y tortura
son institucionales en ese país tan amado por la mayoría de los progresistas del
mundo entero.
La prensa occidental se conmueve al ver que la actual guerra israelí desemboca
en la muerte de un niño, en directo, por televisión. Pero el asesinato de
mujeres y niños es una vieja especialidad de los «combatientes judíos» que se
han ilustrado en ese terreno desde Deir Yasin en 1948. Sin duda merecen el
primer lugar en el Guinness Book of Records en ese rubro. Los viejos métodos del
NKVD se han perfeccionado bastante. En Palestina, la guerra de 1948 no trajo el
orden, sino que expulsó a más de la mitad de la población. El resto vivió como
perros sometidos al capricho de los militares judíos, a los cuales les importaba
mucho demostrar que los judíos de los ghettos habían sido unos cobardes,
mientras ellos sí son los machos de verdad.
La guerra, con sus altibajos, dura desde 1948. Israel creyó que podía hacer
diversión en varias oportunidades atacando a los países árabes aledaños, que se
encontraban abocados a la misma. Para edificar un ejército poderoso, Israel tuvo
que desarrollar una red de aspiración de recursos a escala internacional. Es la
llamada «Industria del Holocausto» (Ver Norman Finkelstein, La Industria del
Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío).
Todas esas guerras las ganó Israel : 1948, 1956, 1967, 1973 e incluso 1982. Pero
cada victoria demostraba acto seguido su vacuidad; ¿Construir un enorme
dispositivo termonuclear? Bueno, ¿y después qué? El único objetivo militar que
pueden perseguir los Israelíes es lo que llaman demagógicamente la «paz»,
shalom, es decir la aceptación de su presencia por los pueblos árabes de la
región, y especialmente por el pueblo palestino. Ninguna de estas guerras ha
permitido a los israelíes acercarse a la meta. Han conseguido arreglos con los
vecinos a los que habían agredido y de los cuales habían arrebatado territorios.
El hecho de devolver los mismos después de diez, veinte o treinta años de
ocupación no hace a Israel más «aceptable».
Ante la inanidad de las guerras, la inutilidad de las bombas atómicas, la
ineficacia de los cohetes y submarinos, el coste de las ocupaciones militares de
los territorios sustraídos a los vecinos, los israelíes han encontrado la
suprema astucia : convertir a las organizaciones palestinas en auxiliares de la
policía israelí. Esto es el resultado de los acuerdos de Camp-David, Oslo,
Washington etc., por los cuales los judíos contratan a Yaser Arafat como jefe de
la policía auxiliar judía, que tiene a cargo la protección de los judíos a
cambio de concesiones (autonomía, territorios) que siempre se quedan en la
promesa, y la negativa en cuanto a realizaciones concretas, vueltas a prometer
en el próximo «acuerdo de paz», vueltas a rechazar, a reprometer etc. Los judíos
nunca cumplen su palabra, jamás. ¿Por qué? Porque quieren que Arafat siga
corriendo tras la ilusión de que algún día se premiarán sus esfuerzos. Y como
los Estados Unidos nunca le piden a Israel que cumpla lo que les corresponde de
los acuerdos firmados, pues se vuelve a empezar casi de cero cada vez.
¿Qué piensan los palestinos de esta farsa? En el terreno ven que no solamente
las cosas no mejoran, sino que empeoran notablemente. El grado de opresión es
mucho más elevado ahora de lo que era hace diez o veinte años. El país está
dividido en centenares de micro-unidades geográficas («bantustanes», se llamaban
en la antigua Sudáfrica) entre las cuales es sumamente difícil circular; la
opresión israelí se ha reforzado, y se apoya además en el hecho de la
neutralización de una parte de las organizaciones palestinas que se han
convertido a los negocios y a la corrupción que engendra el flujo financiero,
procedente de Europa en gran medida, a modo de «apoyo al proceso de paz». Cuando
tuvo lugar el primer incidente — fue lo de Sharon pero pudo ser cualquier otro
—se vio a la masa palestina abalanzarse sobre las implantaciones judías con el
grito de «mueran los judíos». Lo que es absolutamente lógico y de una tremenda
exactitud histórica ¿Quién es el opresor, el asesino, el ladrón, el que día a
día los despoja, prohibe, controla, golpea, hambrea, viola y tortura? Es el
judío, en uniforme, o sin él.
¿Qué hacen los israelíes ante esos jóvenes que acuden con tirapiedras? Podrían
dejar sus asuntos pendientes, arremangarse, y caerles a trompadas, al cuerpo a
cuerpo. Pues no, son cobardes, tiene material sofisticado, fusiles con mirilla
para sniper, helicópteros lanza-cohetes: de modo que disparan, y matan, y tienen
puntería, y apuntan para matar, pues no saben hacer otra cosa.
Todos los dirigentes del estado son matadores experimentados, antiguos miembros
de los servicios de inteligencia y del ejército. Barak estaba en los comandos:
en los años setenta, formaba parte de los grupos infiltrados en Beirut por mar,
para ir a asesinar a los dirigentes palestinos en la cama. Y lo hizo. Esa es su
biografía oficial y le enorgullece. Israel es el reino de los sanguinarios.
No pueden hacerse aceptar porque su presencia es inaceptable : ¿a quién, en
nuestro planeta, se le podría pedir que aceptase que unos invasores procedentes
de países lejanos se apoderen de la tierra que es de uno, de la casa de uno,
destrocen la vida social y cultural de uno, confisquen el poder político, les
saquen impuestos como a culis chinos, les nieguen la educación? ¿Quién aceptaría
esa esclavitud?
Por eso es que los palestinos se entienden en torno a un objetivo único, y están
dispuestos a anunciarlo ante las cámaras que han acudido repentinamente: quieren
que los israelíes se vayan. No solamente que se vayan del rincón donde cada
familia tenía su casa; que se vayan los judíos de su aldea, de su pueblo, de sus
ciudades, de cada región, de todo el país. Como Juana de Arco quería echar a los
ingleses de Francia, eso mismo es lo que desean los palestinos, con fuerza, con
religión, con una determinación que bien puede llegar hasta la muerte.
Hay que reconocer que esta es la única solución. La enorme suma de
transgresiones de los derechos humanos, de crímenes de guerra y de crímenes
contra la humanidad, perpetrados todos los días desde hace más de cincuenta y
tres años por el aparato represivo israelí es tan enorme que no cabe ya lugar
para la discusión. Si el vecino llega a acomodarse en tu casa y te cae a
martillazos para quitarte la comida, ¿qué clase de «paz» vas a hacer con él, si
lo que él quiere es seguir desollándote y romperte la cara a martillazos?
Si esto te sucediera, desearías que se fuera. Exactamente lo que desean los
palestinos hoy. Y para apoyar la expresión urgente de este deseo, ponen su vida
en la balanza, allí mismo donde apunta la mirilla del soldado judío que no duda
un instante para matarlos a todos, empezando por niños y mujeres. Las mujeres
piden palos, los niños recogen piedras, los hombres usan las manos para
destripar a los ocupantes que vienen a provocarlos. Hay que comprender estas
cosas, comprender que son la expresión de un derecho legítimo, reconocido por
todas las Cartas Magnas de derechos humanos, el derecho de rebelarse contra la
injusticia y la opresión. Y si no tienen otras armas más que los brazos,
pelearán a brazo partido. Ya lo saben los judíos de Israel. Por ahora, aún les
queda la libertad de marcharse.
La solución es pues la siguiente : la salida ordenada de todos los judíos hacia
sus tierras de origen, u otras, si encuentran tierras acogedoras junto con el
desmantelamiento de Israel como instrumento de expoliación y terror. Que los
judíos vivan en el Medio Oriente, eso nunca había molestado a nadie, hasta 1948.
Los derechos que hubieran podido adquirir procurando que las poblaciones locales
les aceptaran no son tales: siempre han preferido acudir al uso de la fuerza,
que no crea derecho. Siempre habrá más palestinos. Más pechos desnudos ante los
fusiles, siempre más. En Israel mismo, se asquean algunos judíos de esas
matanzas fáciles. Muchos jóvenes se van al extranjero para no formar parte de
los masacradores. Eso no quita que las comunidades judías, afuera, consideran
altísimo deber asociarse a los crímenes en masa, a las carnicerías de niños, a
la barbarie sistemática de sus correligionarios. Todos están aterrados pensando
en los efectos de bumerang de la violencia con que tienen aplastados a los
árabes, aquí y allá. Todos esos enkipados son cómplices y deberán un día pasar a
ser juzgados ante los futuros tribunales internacionales. No hay «actos
antisemitas»: hay actos contra cómplices de los criminales contra la humanidad.
Esta cólera popular es perfectamente comprensible. Es una guerra lo que está
cuajando, y nace de la incapacidad total de los israelíes para hacer lo que
dicen que harán: así la autonomía de los territorios ocupados ha sido prometida
veinte veces desde el encuentro Begin-Carter-Sadat.
Es el proceso llamado «de paz» lo que hace la vida aún más insoportable que
antes a los palestinos, jóvenes y mayores. Algunos Estados árabes están
completamente domesticados, por lo cual ya no pueden servir de derivativo a los
israelíes, quienes suelen hacer la guerra para ganar tiempo (una buena guerra
les proporciona de cinco a diez años de respiro). La Intifada que está
recomenzando es la primera guerra israelo-palestina. Esta vez, los palestinos
tienen algunos fusiles, y los aprovechan. Cuanto más tiempo pase, los israelíes,
que tienen miedo a pelear en las calles, irán utilizando medios pesados,
blindados y helicópteros de combate. La respuesta israelí será un endurecimiento
de la política llamada de «separación» (lo cual se traduce habitualmente por la
palabra apartheid). Pero ¿qué será de la vida de los israelíes que se sentirán
blanco de cien fusiles, de mil navajas, de diez mil puños cada vez que saquen a
pasear al perro?
Epílogo
Entre la complicidad de EEUU y la «neutralidad» europea
Por SAID ALAMI
De la Agencia kuwaití de noticias (KUNA)
Los feroces e injustificados ataques que el Ejército de ocupación israelí lleva
a cabo, desde las primeras horas de la Intifada, contra la población, las
localidades y las propiedades palestinas, y de las que no se libran ni los
árboles, que son talados a gran escala por el ocupante, han puesto al
descubierto la magnitud del plan trazado con anterioridad por la Junta Militar
instalada tanto en el Gobierno como en la oposición israelíes.
Este plan consiste, simplemente, en enterrar para siempre el proceso de paz
palestino-israelí, que en siete años no ha podido arrancar a Israel el mínimo
gesto de buena voluntad hacia los palestinos, que por otra parte no reclaman
nada que no sea suyo y que no esté reconocido por el derecho internacional, las
resoluciones de la ONU, su Consejo de Seguridad y todos los gobiernos del mundo,
incluido el de Washington.
Los generales que gobiernan Israel hoy, como sus antecesores que han gobernado
desde que este «Estado-cuña» fue clavado en el corazón del mundo árabe, han
demostrado que no abandonan el sueño sionista del Gran Israel, ni aquello de «la
tierra de Israel, desde el Éufrates hasta el Nilo», dos ríos que miren por
donde, están representados por dos franjas azules en la bandera de Israel. Lo
que en realidad busca Israel, lanzando despiadadas agresiones, es la guerra
total, tanto contra los palestinos contra los sirios, y si hace falta, como en
guerras anteriores, contra Egipto y Jordania.
Israel se atreve a instalarse en semejantes locuras y en otras más graves si
fuera posible, sólo gracias al incondicional apoyo que disfruta de EEUU, la
primera y única superpotencia. Este apoyo llega a cegar a los dirigentes
israelíes de tal manera que posiblemente estén pensando que la mejor salida del
berenjenal en que se han metido, llamado proceso de paz, y que nunca han tomado
realmente en serio, es una huida hacia adelante, una guerra, en la que, según el
pensamiento expansionista que rige la vida de Israel desde 1948, obtendrán más
territorios árabes, y más tiempo —posiblemente otros 20 años— antes de que
llegue el próximo proceso de paz, que pueda durar otro siete años, para volver a
obtener nuevos territorios en una nueva guerra.
Este es, simple y llanamente, el elemental pensamiento criminal de Israel, un
Estado nacido para la expansión, la usurpación, las inacabables matanzas contra
los árabes, la expulsión de sus poblaciones, hasta que algún día llegue el fin
de esta nueva Cruzada, flagrantemente occidental, que esperamos que no dure
tanto tiempo como duró la primera.
Los palestinos, árabes y musulmanes, tal como expresan a través de sus medios de
información, creen profundamente en la occidentalidad del interminable
holocausto que les ha tocado vivir a los árabes de Palestina, Jordania, Líbano,
Siria y Egipto, y que de no ser arrancado Israel de la región alcanzará con sus
calamidades, en las próximas décadas, a los pueblo de Irak y de la Península
Arábiga. Y es que Israel, según el pensamiento criminal sionista que la gobierna
desde que Occidente la dio a luz, considera que tiene tantos derechos en Irak,
el país del Ur de Abraham y de Nabucodonosor, como en Arabia, de donde el
profeta Mohammad, la paz sea con él, expulsó a los Quraida, Qunaiquna, y demás
tribus judías después de sus repetidas traiciones a los pactos que firmaban con
los musulmanes, y después de que intentaran asesinarle reiteradamente (propósito
que lograron finalmente pues, según numerosos testimonios de la época, el
profeta murió envenenado por una mujer judía). Las inmensas riquezas
petrolíferas y mineras de Arabia, incluida la costa de Kuwait hasta Omán, no se
escapan al sueño de esta nueva y bien camuflada cruzada occidental-sionista, a
pesar de que esa región queda fuera de las dos bandas azules antes señaladas, lo
que convertiría aquello del Éufrates y el Nilo en una simple cortina de humo.
Occidente (el Reino Unido) inventó, implantó y financió a Israel y sus primeras
agresiones contra los árabes, en un crimen organizado en el que participaron
otros países europeos. Hoy, Israel está sostenido minuto a minuto por EEUU, ante
una hipocresía europea, llamada imparcialidad, que roza lo grotesco.
La Unión Europea, algunos de cuyos miembros (Reino Unido) son los auténticos
autores del crimen que se está perpetrando desde 1948 contra el pueblo palestino
y contra la nación árabe, se aferró en la IV Conferencia Euromediterránea,
celebrada a mediados del pasado noviembre en Marsella, a su falsa imparcialidad
ante la horrenda matanza que los israelíes están ejecutando en Palestina.
No olvidemos en primer lugar que ese pretendido foro de paz y cooperación
euromediterráneo fue creado en Barcelona, en 1995, para diluir el carácter de la
cooperación euroárabe que afloraba antes de la señalada fecha, y para evitar que
cristalice semejante foro que hubiera sido de gran utilidad para el acercamiento
entre Europa y el Mundo Árabe, dos mundos que carecen actualmente de foro alguno
para su entendimiento mutuo, sin la constante interferencia de Israel, Estado
diametralmente opuesto al mundo árabe, o de otros terceros países ajenos a lo
euroárabe.
Con la Conferencia Euromediterránea se ha querido a todas luces, y así lo han
comentado ministros árabes (de lo que soy testigo directo), favorecer a Israel,
romper su aislamiento y potenciar el proceso de paz árabe-israelí, que ha sido
diseñado por Occidente (Sionismo, Israel y Estados Unidos) sólo para servir a
los intereses de Israel en detrimento de toda la nación árabe.
Por ello, era lógico, a pesar del enfado de las delegaciones árabes presentes en
Marsella, especialmente la palestina, encabezada por Nabil Shaaz, que las
delegaciones europeas se aferraran a aquello de la imparcialidad, absolutamente
cómico cuando se trate de un verdugo que está degollando a su víctima.
La indignación árabe ante tamaña mezquindad fue expresada rotundamente al
negarse las delegaciones árabes a firmar el documento final de la Conferencia,
lo cual puede suponer el principio del fin de este foro. En la clausura de la
Conferencia, Shaaz hablaba en nombre de las delegaciones árabes, para calificar
la postura de la UE, al negarse a formular cualquier forma de condena a las
matanzas israelíes contra la población palestina, de «perniciosa doctrina de
neutralidad».
Con tanto apoyo y complicidad estadounidense y con tanta «neutralidad» europea
¿cómo no iba Israel a seguir adelante con su plan de destrucción de la paz,
masacrando a su antojo al pueblo palestino?
Notas
1. CARTA AL DIARIO EL UNIVERSAL (8 de marzo de 2000). En un reportaje realizado
por el periodista Roberto Giusti al señor Alberto Garrido, editado el día 05 del
presente mes de marzo, se puede leer, entre algunas inexactitudes menores, la
siguiente afirmación:
«... Más bien es un neonazismo a secas. La teoría ceresoliana culmina con el
renacimiento de la Alemania nazi y la eliminación de los judíos.
—¿Y a quién va eliminar Chávez?
—Chávez no es neonazi, Ceresole sí. Pero hay ideas de éste que fueron tomadas.
No en vano estuvieron en contacto durante cinco años.»
El señor Giusti, o el señor Garrido, o ambos a la vez, se refieren a mi
pensamiento, y sostienen que él «culmina» con «la eliminación de los judíos» y
el «renacimiento de la Alemania nazi». Es evidente que la palabra «eliminación»
puede y debe ser interpretada en el sentido literal de «muerte» o
«exterminación». Y de hecho así lo hace una parte de la extensísima literatura
especializada existente sobre el tema, que muy probablemente desconozcan tanto
Giusti como Garrido. Por lo tanto ese texto publicado por su periódico me señala
explícitamente como «criminal» o como «instigador de crímenes raciales», lo que
constituye —como usted bien sabrá— un delito gravísimo en casi todos los países
occidentales que ya han legislado sobre esta cuestión. Yo supongo que el señor
Giusti, el señor Garrido y usted mismo —como editor responsible— tendrán muy en
claro en qué parte de mi obra yo sostengo semejante horror: que hay que
«eliminar» a los judíos y que debe resurgir la Alemania nazi. Les va a ser muy
difícil encontrar esa apoyatura documental en mis trabajos, porque yo jamás he
escrito, dicho o sugerido una locura semejante. Lo que sí he dicho y escrito es
algo muy pero muy distinto. Es una buena noticia que darle al mundo: en mi
opinión jamás se ha producido en la historia, afortunadamente, una «eliminación»
de judíos semejante a la que supuestamente se refieren los señores
Garrido-Giusti. Y yo me alegro profundamente de que no exista el Mal Absoluto en
los asuntos humanos, como pretenden algunos «teólogos». Sin embargo el periódico
que usted dirige me acusa, sin base documental alguna, de cometer un delito
gravísimo, como es el de proponer la «eliminación» de un grupo humano como
mecanismo «normal» dentro de una estrategia política. Asimismo el reportaje
sostiene que el presidente Chávez ha «tomado mucho» de mis ideas, con lo cual se
lo hace parcialmente partícipe o responsable de las mismas. Supongo que se dará
cuenta de lo peligroso de esta situación, del enorme daño que ella me causa, y
de su explícita intencionalidad política; por lo que iniciaré, a la brevedad
posible, una acción legal contra ustedes. No es la primera vez que alquien me
agrede en Venezuela. Conozco perfectamente el fondo último de esta situación: el
por qué, el quién y el para qué. Pero por su enorme magnitud destructiva, le
aseguro que ésta será la primera agresión que no soportaré en silencio; porque
lo de ustedes es demasiado, daña mi credibilidad en todo el mundo científico y
político, y pone en riesgo mi propia vida: ha sido la gota que ha colmado el
vaso. [Volver]
2. KUWAIT NEWS AGENCY (KUNA) www.kuna.net.kw (23 de abril de 2000). Comentario
sobre el libro Caudillo, Ejército, Pueblo; la Venezuela del comandante Chávez.
Ed. Al-Ándalus, Madrid, febrero de 2000. La Agencia de Noticias de Kuwait ha
publicado el pasado domingo 23 de Abril de 2000 un amplio articulo sobre el
libro de Norberto Ceresole «Caudillo, Ejército, Pueblo», recientemente publicado
en Madrid, y en el que se recogen también declaraciones hechas por el autor en
exclusiva a la mencionada agencia. Por la naturaleza petrolera y moderada del
país al que representa, por ser una de las agencias de prensa más importantes
del mundo árabe y por dirigirse especialmente a suscriptores en el mundo árabe
(aunque también distribuye sus servicios en los cinco continentes), KUNA se
interesó en primer lugar por la influencia judía, israelí y sionista, que se
registra en la Venezuela del presidente Chávez, tal como ya sucedía en aquel
país también antes de su llegada al poder; situación ésta que es idéntica a la
que se registra en numerosos países de América Latina. La Agencia KUNA presenta
a Ceresole como uno de los cuatro máximos representantes del revisionismo
histórico, especialmente en lo referente al cuestionamiento del llamado
«Holocausto» judío. Los otros tres historiadores serían, según la agencia árabe,
Roger Garaudy, Robert Faurisson y David Irving. Explica la Agencia también que
esta posición adoptada por el historiador e investigador argentino ha provocado
la actual persecución a la que se esta viendo sometido por parte de algunas
autoridades de Venezuela y de otros países de América Latina, por expreso deseo
de los poderosos lobbies judío-sionistas en cada uno de esos países, lo que
obligó al autor a refugiarse en España, donde reside actualmente. Eso sucede, en
el caso venezolano y según KUNA, a pesar de la fuerte amistad que une a Ceresole
con Chávez, forjada desde antes de la llegada de éste al poder, mediante una
aplastante victoria electoral. KUNA recoge textualmente, traducido al árabe, un
párrafo del mencionado libro en el que se lee: «La dominación judía en
Hispanoamérica se inició con la expulsión de los judíos de España en 1492 y tomó
nuevas dimensiones desde la fundación de Israel en 1948, para especializarse en
los temas de Seguridad» (el texto es traducido nuevamente del árabe). La Agencia
expuso ampliamente también la situación de Venezuela bajo el gobierno de Chávez,
tal como se recoge en el libro de Ceresole, que no oculta en este trabajo la
fuerte simpatía que siente por el presidente venezolano. La victoria electoral
aplastante cosechada por Chávez y el incondicional apoyo con el que cuenta por
parte de su ejército, es calificado por Ceresole, tal como recoge la Agencia
KUNA, como «postdemocracia», algo que va mas allá de la democracia en la que los
partidos gobernantes muy raramente cuentan con el apoyo de más de la mitad de
los votantes. Asimismo el despacho de KUNA recoge la conflictiva situación que
atraviesa Colombia, con una guerra civil casi generalizada, donde los servicios
secretos israelíes, según el libro, ejercen un importante papel apoyando a las
bandas de los paramilitares, fenómeno éste (la fuerte presencia israelí en la
contrarrevolución) que se repite en la mayoría de los países de América Latina.