Te proclamo, precursor, como signo de aguante que nos salva en el mundo. Te consagro el gesto pobre de mi protesta echada al cielo azul, y el ínfimo dolor que me ha tocado va a tu recio vivir de sacrificio, como un mezquino arroyo a un Orinoco hirviente
Laureano Márquez P.
Cuando vi en la televisión la agresión violenta en contra de un hombre que predica la paz; cuando vi a la gente que lo acompañaba en ese instante colocar las manos en la espalda o levantarlas en señal de rendición para soportar los golpes sin agredir, me dije: Venceremos (como dijo Walesa en un momento de su lucha cuando al gobierno polaco, huérfano de argumentos, solo le quedaba la agresión). Ahora sí no me cabe la menor duda de que venceremos. Venezuela triunfará: ya están llegando las armas para los círculos de la paz. Las trae Merhi en su portaviones de amor.
Las armas están llegando y las distribuye desde su carpa este guerrillero de la tolerancia. Trae la fortaleza antigua de Jesús, su padre, pero también su hijo. Como Salomón, construye su templo de paz con cedros del Líbano. La tienda de campaña y el hambre no le asustan: lleva millones de años vagando por el desierto de la indolencia, y su hambre y su sed son de justicia. No parará, no se detendrá, lo sé, hasta encontrase con Dios en el Sinaí. Conozco la tenacidad de esta clase de hombres; las balas no pueden con ellos y aunque mueren, son inmortales; son capaces de arrebatar países a los imperios y de darle dignidad a la gente. Son semillas que, una vez germinadas, no hay veneno que las destruya.
No puede perder. No podemos perder si el amor es nuestra fuerza.
La lucha más grande es la que nos espera, porque no es contra el otro; la guerra es contra nosotros mismos. Es una batalla que tiene que librarse en nuestra alma para derrotar el tirano de adentro, que es mucho más peligroso que el de afuera. La lucha es cuerpo a cuerpo. Se necesita coraje para ceder a la tentación de pagar el odio con la misma moneda. Parece una lucha inútil. Se ve tan indefenso este hombre en su colchoneta que, a veces, pasa inadvertida la fortaleza ética que le mueve. Nada puede vencerle, porque su arma es el amor: si muere, gana y si sobrevive, también.
Yo no sé si nosotros estamos preparados para una lucha de esa magnitud, si nuestro espíritu tiene tal fuerza. El caso es que en estos tiempos en los cuales estamos aprendiendo a ser ciudadanos –quizá por primera vez en nuestra vida republicana–, veo en los ojos de este hombre un camino digno en medio de esta terrible encrucijada en la que nos ha puesto la historia.
Merhi: te proclamo precursor y guía. Tu mensaje de amor me ha conmovido hasta el alma, me ha cambiado la perspectiva, me ha dado esperanza. Y para seguir con el verso de Andrés Eloy Blanco con el que he comenzado, “Brindo a tu paso el vino de la ofrenda paupérrima: de mi dolor de espina a tu dolor de llama, de mi abeja a tu buitre de Prometeo, de mi escasa ración de amargura a tu opulento vaso de divinas retamas...”.