Prólogo

 

Una de mis grandes preocupaciones durante muchos años ha sido cómo los pueblos pueden prevenir y destruir dictaduras.  Esto ha sido fomentado en parte por una creencia que los seres humanos no deben ser dominados y destruidos por esos regímenes.  Esta creencia ha sido fortalecida leyendo sobre la importancia de la libertad humana, la naturaleza de las dictaduras (desde Aristóteles a analistas de totalitarismo), y la historia de las dictaduras (especialmente los sistemas nazistas y estalinistas).

 

En el transcurso de los años he tenido la ocasión de conocer a personas que vivieron y sufrieron bajo el poder nazi, incluyendo algunos que sobrevivieron los campos de concentración.  En Noruega conocí a personas que resistieron el poder fascista y sobrevivieron, y he sabido de aquéllos que murieron.  He hablado con judíos que escaparon de las garras del nazismo y con personas que ayudaron a salvarlos.

 

El conocimiento sobre el terror de los regímenes comunistas en varios países lo he adquirido más de libros que de contactos personales.  El terror de estos sistemas me parece especialmente conmovedor ya que fueron impuestos en nombre de la liberación de la opresión y la explotación.

En décadas más recientes, durante visitas de personas de países regidos por dictaduras, como Panamá, Polonia, Chile, Tíbet, y Birmania, las realidades de las dictaduras de hoy en día se convirtieron más reales.  De los tibetanos que lucharon contra la agresión de la China comunista, los rusos que derrotaron en agosto de 1991 el golpe de estado extremista y los tailandeses que bloquearon noviolentamente un retorno al gobierno militar, he ganado perspectivas, a menudo penosas, de la insidiosa naturaleza de las dictaduras.

 

El sentido de patetismo e ira contra las brutalidades, junto con la admiración al heroísmo tranquilo de hombres y mujeres increíblemente valientes, era algunas veces fortalecido por visitas a sitios donde los peligros eran todavía considerables; y sin embargo, el desafío de los valientes continuaba.  Estos incluían a Panamá bajo Noriega; Vilnius, Lituania, bajo la represión soviética; la Plaza de Tiananmen, Beijing, durante la festiva demostración de libertad y cuando los primeros camiones de personal armado entraron en ella esa fatídica noche; y el cuartel general en la selva de la oposición democrática en Manerplaw en la “Birmania liberada”.

 

A veces he visitado los sitios donde murieron los caídos, como la torre de televisión y el cementerio en Vilnius, el parque público en Riga donde personas fueron ametralladas, el centro de Ferrara al norte de Italia donde los fascistas alinearon y fusilaron a los miembros de la resistencia, y un simple cementerio en Manerplaw lleno de cadáveres de hombres que murieron demasiado jóvenes.  Es una triste realidad que cada dictadura deja muerte y destrucción a su paso.

 

De estas preocupaciones y experiencias creció una esperanza y determinación que la prevención de las tiranías podría ser posible, que las luchas contra dictaduras podrían ser libradas sin mutuas matanzas en masa, que las dictaduras podrían ser destruidas y que era posible prevenir que nuevas dictaduras surgieran de las cenizas de las dictaduras derrocadas.

 

He tratado de pensar con cuidado sobre los medios más efectivos para desintegrar dictaduras con éxito con el menor costo en sufrimiento y vidas.  Para hacer esto he usado mis estudios de muchos años sobre dictaduras, movimientos de resistencia, revoluciones, pensamiento político, sistemas de gobierno, y especialmente la realista lucha noviolenta.

 

Esta publicación es el resultado.  Estoy seguro que dista de ser perfecta.  Sin embargo, quizás, ofrece alguna guía para asistir en el pensamiento y planeación para producir movimientos de liberación que son más poderosos y efectivos que lo que podrían ser bajo otras circunstancias.

 

Por necesidad, y por decisión deliberada, el foco de este ensayo es el problema genérico de como destruir una dictadura y prevenir la formación de una nueva.  No tengo la capacidad para producir un análisis detallado y una fórmula para un país específico.

 

Sin embargo, es mi esperanza de que este análisis genérico pueda ser útil a personas que, desafortunadamente en muchos países, se enfrentan ahora a las realidades de vivir bajo una dictadura.  Estas tendrán que determinar la validez de este análisis para sus situaciones particulares y hasta qué punto las recomendaciones principales son, o pueden hacerse aplicables a sus luchas por la liberación.

 

Tengo varias deudas de gratitud.  Bruce Jenkins, mi asistente especial, ha hecho una contribución inestimable al identificar problemas de contenido y presentación, y a través de sus incisivas recomendaciones para una presentación más clara de ideas difíciles (especialmente las concernientes a estrategia), reorganización de la estructura y

cambios editoriales.  También estoy agradecido a la asistencia editorial de Stephen Coady.  El Dr. Chistopher Kruegler y Robert Helvey han ofrecido críticas y consejos muy importantes.  La Dra. Hazel McFerson y Dra. Patricia Parkman me han suministrado información de luchas en Africa y América Latina, respectivamente.  A pesar de que esta obra se ha beneficiado grandemente de ese generoso apoyo, el análisis y las conclusiones son mi responsabilidad.

 

En ningún momento en este análisis presumo que desafiar dictadores será fácil o sin costo.  Todas las formas de lucha tienen complicaciones y costos.  La lucha contra dictadores va a causar bajas.  Es mi esperanza, sin embargo, que este análisis aliente a los líderes de la resistencia a considerar estrategias que puedan aumentar su poder efectivo mientras que reduzcan el nivel relativo de bajas sufridas.

 

Este análisis tampoco debe ser interpretado como indicación que una vez que una dictadura específica termine, todos los otros problemas desaparecerán.  La caída de un régimen no trae una utopía.  Lo que hace es abrir el camino para un arduo trabajo y largos esfuerzos para construir unas relaciones sociales, económicas y políticas más justas y erradicar otras formas de injusticia y opresión.  Es mi esperanza que este breve examen de cómo una dictadura puede ser desintegrada pueda ser útil a aquellos pueblos que viven  bajo una dominación y que desean ser libres. 

Gene Sharp

 

6 de octubre de 1993

Primero

 

Enfrentándose a Dictaduras Realísticamente 

 

En años recientes varias dictaduras, de origen interno y externo, se han derrumbado o se han tambaleado al ser confrontadas por pueblos desafiantes y movilizados.  Algunas de estas dictaduras, a menudo vistas como firmemente establecidas e impugnables, han

demostrado que son incapaces de aguantar el sistemático desafío político, económico y social del pueblo.

 

Desde el año 1980 dictaduras se han derrumbado bajo el desafío noviolento del pueblo en Estonia, Latvia y Lituania; Polonia, Alemania Oriental, Checoslovaquia y Eslovenia; y en Madagascar, Malí, Bolivia y las Filipinas.  La resistencia noviolenta ha obtenido logros en el movimiento de democratización en Nepal, Zambia, Corea del Sur, Chile, Argentina, Haití, Brasil, Uruguay, Malawi, Tailandia, Bulgaria, Hungría, Zaire, Nigeria y varios países de la derrocada Unión Soviética, habiendo jugado un papel importante en la derrota del golpe de estado de 1991 en la Unión Soviética.

 

También, desafíos políticos masivos (1) han ocurrido en China, Birmania y el Tíbet en años recientes.  A pesar de que estas luchas no han derrocado a las dictaduras imperantes o ocupaciones, han expuesto la naturaleza brutal de esos regímenes represivos a la comunidad mundial y han provisto a los pueblos una valiosa experiencia en esta forma de lucha.

 

El colapso de dictaduras en los países antes mencionados ciertamente no ha borrado todos los otros problemas en esas sociedades: la pobreza, el crimen, la ineficiencia burocrática, y la destrucción del medio ambiente son frecuentemente el legado de regímenes brutales.  Sin embargo, la caída de estas dictaduras ha, en pequeña escala, eliminado el sufrimiento de las víctimas de la opresión y ha abierto el camino para la reconstrucción de estas sociedades con mayor democracia política, libertades personales, y justicia social.

 

Un problema que continúa 

 

Ha habido definitivamente una tendencia hacia una mayor democratización y libertad en el mundo en las últimas décadas.  De acuerdo a Freedom House, que recopila un sondeo internacional anual de la condición de los derechos políticos y las libertades civiles, el número de países en el mundo clasificado como “libre” ha aumentado significativamente en los últimos diez años: (2)

 

Año          Libres           Parcialmente Libres            No Libres

1983          55                              76                                   64

1993          75                              73                                   38

Sin embargo, esta tendencia positiva es moderada por un gran número de pueblos que todavía viven bajo tiranías.  En enero de 1993 el 31% de la población mundial de 5.45 mil millones de habitantes vivía en países y territorios designados como “no libres” (3), es decir, áreas donde los derechos políticos y las libertades civiles están extremadamente restringidos.  Los 38 países y 12 territorios en la categoría “no libre” están gobernados por dictaduras militares (como en Birmania y el Sudán); monarquías represivas tradicionales (como en Arabia Saudita y Bhutan); partidos políticos dominantes (como en China, Iraq, y Corea del Norte); ocupadores extranjeros (como en el Tíbet y Timor Oriental), o están en un período de transición.

 

Muchos países hoy en día están en una etapa de rápido cambio económico, político y social.  A pesar de que el número de países “libres” ha aumentado en los últimos diez años, hay un gran riesgo de que muchas naciones, al enfrentarse a estos cambios fundamentales tan rápidos, se moverán en la dirección opuesta y experimentarán con nuevas formas de dictadura.  Grupos militares, individuos ambiciosos, oficiales electos, y partidos políticos doctrinales repetidamente intentarán imponer su voluntad.  Los golpes de estado son y serán ocurrencias comunes.  Se continuará negando los derechos humanos y políticos a un vasto número de pueblos.

 

Desafortunadamente, el pasado todavía está con nosotros.  El problema de las dictaduras es profundo.  Personas en muchos países han sufrido décadas y hasta siglos de opresión, ya sea de origen doméstico o foráneo.  Frecuentemente, la sumisión incuestionable a figuras de autoridad y gobernantes ha sido inculcada por largo tiempo.  En casos extremos, las instituciones sociales, políticas, económicas y hasta religiosas de una sociedad, fuera del control del estado, han sido deliberadamente debilitadas, subordinadas y hasta reemplazadas por nuevas instituciones regimentadas y usadas por el estado o el partido en el poder para controlar a la sociedad.  La población ha sido frecuentemente atomizada (convertida en una masa de individuos aislados) incapaces de trabajar juntos para obtener su libertad, de confiar los unos en los otros, o de siquiera hacer mucho por su propia iniciativa. 

El resultado es predecible:  la población se debilita, carece de estima personal, y es incapaz de resistir.  Las personas frecuentemente tienen demasiado miedo para compartir su odio hacia la dictadura y sus ansias de libertad aún con su familia y amigos.  Las personas frecuentemente están demasiado horrorizadas para pensar seriamente en una resistencia pública.  De cualquier manera, ¿cuál va a ser el resultado?  En su lugar, se enfrentan a un sufrimiento sin propósito y a un futuro sin esperanza.

 

Las condiciones en las dictaduras actuales pueden ser mucho peor que antes.  En el pasado, algunas personas podían haber intentado resistir.  Protestas masivas y manifestaciones de corta duración podían haber ocurrido.  Quizás los ánimos se alzaran momentaneamente.  En otras ocasiones, individuos y grupos pequeños podían haber conducido valientes pero futiles gestos, afirmando algún principio o simplemente su desafío.  No obstante la nobleza de los motivos, tales actos de resistencia en el pasado frecuentemente no han sido suficientes para superar el miedo del pueblo y su hábito de obediencia, un requisito necesario para destruir la dictadura.  Tristemente, estos actos pueden haber acarreado sólo un aumento del sufrimiento y del número de víctimas, en vez de victorias o tan siquiera esperanza.

 

¿La libertad a través de la violencia? 

 

¿Qué hay que hacer en estas circunstancias?  Las posibilidades obvias parecen inútiles.  Las barreras legales y constitucionales, decisiones judiciales, y la opinión pública son normalmente ignoradas por los dictadores.  Es comprensible que al reaccionar a las brutalidades, torturas, desapariciones y asesinatos, algunas personas concluyan que solamente la violencia puede poner fin a la dictadura.  Víctimas furiosas se han organizado algunas veces para pelear contra la brutalidad de dictadores, con cualquier capacidad militar y capacidad para la violencia que son capaces de aunar, a pesar de que las probabilidades de triunfo estén en su contra.  Estas personas frecuentemente han peleado valientemente, con un alto costo en sufrimiento y en vidas.  Sus logros han sido a veces admirables, pero pocas veces han logrado la libertad.  Las rebeliones violentas pueden causar una brutal represión que frecuentemente deja al pueblo más desamparado que antes.

 

Sin embargo, cualesquiera que sean los méritos de la opción por la violencia,  un punto es claro.  Al confiar en los medios violentos, uno ha escogido el mismo tipo de lucha en la cual los opresores casi siempre tienen superioridad.  Los dictadores están equipados para aplicar una violencia aplastante.  No importa si estos demócratas pueden continuar por un período largo o corto, eventualmente la dura realidad militar se hace evidente:  los dictadores casi siempre tienen superioridad de armamentos, municiones, transporte, y en el tamaño de las fuerzas militares.  A pesar de su valentía, los demócratas están (casi siempre) en una condición de inferioridad.   

Cuando una rebelión por medios militares convencionales no se considera realista, algunos disidentes favorecen entonces la guerra de guerrilla.  Sin embargo, la guerra de guerrilla, en pocas condiciones (si es que existe alguna) beneficia a la población oprimida y trae una democracia.  La guerra de guerrilla no es la solución obvia, especialmente dada su inmensa tendencia a un gran número de pérdidas de vida entre el propio pueblo.  Esta técnica no garantiza el éxito, a pesar de las teorías a su favor y los análisis estratégicos y a veces el apoyo internacional.  La guerrilla frecuentemente lucha por largo tiempo.  La población civil es frecuentemente desplazada por el gobierno en el poder, resultando en un inmenso sufrimiento humano en la dislocación social.

 

Aún cuando tiene éxito, la guerra de guerrilla frecuentemente deja, a largo plazo, serias   consecuencias estructurales negativas.  Inmediatamente, el régimen atacado se vuelve más dictatorial como resultado de sus contra medidas.  Si triunfa la guerrilla, el nuevo régimen es frecuentemente más dictatorial que el que lo precedió debido al impacto  centralizador de la expansión de las fuerzas militares y el debilitamiento o destrucción de los grupos e instituciones independientes de la sociedad durante la lucha, instituciones que son vitales en el establecimiento y mantenimiento de una sociedad democrática.  Los oponentes a las dictaduras deben buscar otra opción.

 

¿Golpes de estado, elecciones, salvadores foráneos? 

 

Un golpe de estado contra una dictadura puede parecer, relativamente, como una de las maneras más fáciles y rápidas de derrocar a un régimen especialmente repugnante.  Sin embargo, hay problemas muy serios con esta técnica.  En primera, deja intacta la existente mala distribución del poder entre la población y la élite que controla el gobierno y sus fuerzas militares.  El reemplazar a personas o grupos específicos de posiciones gubernamentales probablemente sólo hará posible que otro grupo tome su lugar.  En teoría, este grupo puede ser más suave en su comportamiento y abierto en un modo limitado a reformas democráticas.  Sin embargo, lo opuesto tiene las mismas probabilidades de suceder.

 

Después de consolidar su posición, el nuevo grupo puede ser más despiadado y ambicioso que el anterior.  Consecuentemente, el nuevo grupo, en el cual se han depositado las esperanzas, podrá hacer lo que quiera sin hacer nada por la democracia o los derechos humanos.  Esta no es una respuesta aceptable al problema de las dictaduras.

 

Bajo regímenes dictatoriales, las elecciones no son un instrumento efectivo para el cambio político.  Algunos sistemas dictatoriales, como los de la antigua Unión Soviética, jugaban el papel para parecer democráticos.  Esas elecciones, sin embargo, eran plebiscitos rígidamente controlados para obtener el endoso público de candidatos seleccionados por los dictadores.  Los dictadores bajo presión pueden a veces acceder a nuevas elecciones, para entonces perpetrar fraude y colocar a títeres civiles en oficinas gubernamentales.  En el caso en que las dictaduras les han permitido a los candidatos de la oposición a participar en las elecciones y éstos han sido elegidos, como el caso de Birmania en 1990 y Nigeria en 1993, el resultado puede ser simplemente ignorar a los “vencedores” y hacerlos víctimas de intimidación, arresto, y hasta ejecución.  Los dictadores no están en el negocio de permitir elecciones que puedan sacarlos de sus tronos. 

Muchas personas que ahora sufren bajo una brutal dictadura, o que están en el exilio para escapar sus garras, no creen que los oprimidos se puedan liberar.  Ellos esperan que su pueblo sólo puede ser salvado por las acciones de otros.  Estas personas colocan su confianza en fuerzas externas.  Creen que sólo la ayuda internacional puede ser lo suficientemente fuerte para derrocar a los dictadores.

 

El punto de vista que los oprimidos son incapaces de actuar efectivamente es a veces correcta por algún período de tiempo.  Como hemos notado, frecuentemente los pueblos oprimidos no quieren y temporalmente son incapaces de luchar porque no tienen confianza en su habilidad de enfrentarse al dictador despiadado, y no conocen una manera de salvarse.  Es por eso comprensible que mucha gente coloque sus esperanzas para la liberación en otros.  Esta fuerza externa puede ser “opinión pública”, las Naciones Unidas, un país en particular, o sanciones económicas y políticas internacionales.

Este escenario puede resultar consolador, pero siempre hay graves problemas en confiar en un salvador de afuera.  Esta confianza puede resultar completamente infundada. 

 

Usualmente no hay salvadores foráneos que acudan al rescate, y si un estado foráneo interviene, probablemente no se debe confiar en él.  Unas pocas duras realidades concernientes a depender en una intervención foránea deben ser enfatizadas aquí: 

 

Las dictaduras normalmente existen principalmente debido a la distribución interna del poder en el país, cuando la población y la sociedad son muy débiles para causarle serios problemas a la dictadura y la riqueza y el poder están concentrados en muy pocas manos.  A pesar de que las dictaduras se pueden beneficiar de, o ser un poco debilitadas por, acciones internacionales, su continuidad depende principalmente de factores internos.

 

Las presiones internacionales pueden ser muy útiles, sin embargo, cuando apoyan a un fuerte movimiento de resistencia interna.  Entonces, por ejemplo, los boicots económicos internacionales, embargos, la ruptura de relaciones diplomáticas, la expulsión de organismos internacionales, la condena de las Naciones Unidas y otras medidas pueden ayudar considerablemente.  Sin embargo, en la ausencia de un fuerte movimiento de resistencia interna, esas acciones de otros probablemente no ocurrirán. 

 

Enfrentándose a la dura realidad 

 

La conclusión es dura.  Cuando uno quiere derrocar a una dictadura de la manera más efectiva y con un mínimo costo, entonces uno tiene que ejecutar cuatro tareas inmediatamente:

 

“No tiene sentido contar con el gobierno... Sólo pueden contar con su propia determinación... Ayúdense parándose juntos... fortalezcan a aquéllos entre ustedes que son débiles..., únanse, organícense...y tendrán que triunfar... Cuando ustedes ya hayan madurado esta pregunta al punto de resolución,  entonces y no hasta entonces será resuelta.”(4)

 

La dictadura eventualmente se desmoronará enfrentada contra una fuerte fuerza que se valga por sí misma y que tenga una estrategia inteligente, una acción valerosa y disciplinada, y una fortaleza genuina. Sin embargo, como mínimo, los cuatro requisitos antes mencionados tienen que ser llevados a cabo.

 

Como indicamos arriba, librarse de una dictadura depende en última instancia de la habilidad de los pueblos de liberarse ellos mismos.  Los casos de desafío político exitoso, o de lucha noviolenta con fines políticos, citados arriba, indican que los medios sí existen para que los pueblos se liberen, pero que esa opción ha permanecido sin desarrollarse.  Vamos a examinar esta opción en detalle en los siguientes párrafos.  Sin embargo, primero debemos evaluar la opción de negociar como una manera de desmantelar dictaduras.

 

Segundo

Los peligros de las negociaciones

 

Encarados con los problemas severos de confrontar a una dictadura, (como hemos examinado en el Capítulo Primero), algunas personas pueden retroceder a la sumisión pasiva.  Otros, al no ver la oportunidad de lograr la democracia, pueden concluir que tienen que aceptar la aparentemente permanente dictadura, con la esperanza que a través de “la conciliación”, “el compromiso”, y “las negociaciones”, ellos podrían rescatar algunos factores positivos y terminar con las brutalidades.  Cuando superficialmente parece que no hay opciones realistas, estas ideas tienen su atractivo. 

 

La lucha seria contra dictaduras brutales no es un proyecto agradable.  ¿Por qué es necesario seguir esta ruta?  ¿No puede todo el mundo ser razonable y encontrar maneras de hablar y negociar el camino gradual a poner fin a la dictadura?  ¿No pueden los demócratas apelar al sentido de humanidad de los dictadores y convencerlos a reducir su dominación poco a poco y quizá finalmente a permitir el establecimiento de una democracia?

 

A veces se argumenta que la verdad no está totalmente de un solo lado.  ¿Quizá los demócratas no entendieron a los dictadores, que pueden haber actuado de buena fe en circunstancias difíciles?  O quizá algunos piensan que los dictadores se removerían

gustosamente de la difícil situación que encara el país si solamente se les diera ánimo e incentivos.  Puede ser argumentado que a los dictadores se les puede ofrecer una solución en la cual todo el mundo gana algo.  Los riesgos y el dolor de continuar la lucha pueden ser innecesarios, puede ser argumentado, si la oposición democrática está dispuesta a resolver el conflicto pacíficamente mediante negociaciones (que quizá hasta pueden ser asistidas por individuos hábiles o quizá por otro gobierno.)  ¿No sería esto preferible a una lucha, aún si es una conducida por la noviolencia en vez de un conflicto militar?

 

Los méritos y limitaciones de las negociaciones

 

La negociación es un instrumento muy útil para resolver ciertos tipos de conflictos y no debe ser ignorada o rechazada cuando es apropiada.  En algunas situaciones, cuando no hay asuntos fundamentales en juego, y, por lo tanto, es aceptable hacer concesiones mutuas, las negociaciones pueden ser una manera importante de resolver un conflicto.  Una huelga laboral por sueldos más altos es un buen ejemplo del papel apropiado para la negociación en un conflicto: una acuerdo negociado puede proveer un aumento en algún punto entre las sumas originalmente propuestas por las dos partes en la contienda.  Conflictos laborales con sindicatos legales son, sin embargo, muy distintos a los conflictos donde la continuada existencia de una cruel dictadura o el establecimiento de la libertad política están en juego.

 

Cuando los asuntos en juego son fundamentales, afectando principios religiosos, asuntos de libertad humana, o el completo futuro desarrollo de la sociedad, las negociaciones no proveen una manera de alcanzar una solución mutuamente satisfactoria.  En algunos puntos básicos no debe haber concesiones.  Sólo un cambio en el poder a favor de los democráticos puede salvaguardar adecuadamente los puntos básicos en juego.  Ese cambio ocurrirá a través de la lucha, no por medio de negociaciones.  Esto no quiere decir que nunca se debe usar la negociación.  El punto aquí es que la negociación no es una forma realista de eliminar una dictadura fuerte en la ausencia de una poderosa oposición democrática. 

Negociaciones, desde luego, pueden definitivamente no ser una opción.  Los dictadores firmemente atrincherados que se sienten seguros en su posición pueden rechazar negociar con sus oponentes democráticos.  O, cuando las negociaciones ya se han iniciado, los negociadores democráticos pueden desaparecer para jamás volver a saberse de ellos.

 

¿Una rendición negociada?

 

Los individuos y grupos que se oponen a una dictadura y favorecen negociaciones frecuentemente tienen buenos motivos.  Especialmente cuando una lucha militar ha continuado por años contra una brutal dictadura sin alcanzar la victoria final, es comprensible que todo el pueblo, sin distinción de persuasión política, quiera la paz.  Las negociaciones probablemente van a ser particularmente consideradas por los demócratas cuando los dictadores tienen una clara superioridad militar y la destrucción y pérdida de vidas del pueblo ya no se pueden soportar más.  Entonces habrá una fuerte tentación a explorar cualquier otra ruta que pueda rescatar algunos objetivos de los demócratas mientras que se termine el ciclo de violencia y contraviolencia.

 

La oferta por una dictadura de “paz” a través de negociaciones con la oposición democrática es, desde luego, bastante poco ingeniosa.  La violencia podría ser terminada inmediatamente por los dictadores mismos, si sólo fuesen capaces de dejar de combatir a su propio pueblo.  Podrían por su propia iniciativa y sin regateos restaurar el respeto por la dignidad y los derechos humanos, liberar a los presos políticos, terminar la tortura, parar las operaciones militares, retirarse del gobierno, y disculparse con el pueblo.

 

Cuando la dictadura es fuerte pero existe una resistencia irritante, los dictadores pueden querer negociar con la oposición para que se rinda bajo el engaño de “hacer la paz”.  El llamado a negociar puede sonar atractivo, pero graves peligros pueden estar al acecho en la sala de negociaciones.

 

En otra situación, cuando la oposición es excepcionalmente fuerte y la dictadura está genuinamente amenazada, los dictadores pueden buscar negociar para rescatar lo más posible de su control y riqueza.  En ningún caso los demócratas deben ayudar a los dictadores a lograr sus metas. 

Los demócratas deben estar alertas a la posibilidad de trampas que pueden ser parte del proceso de negociación de los dictadores.  El llamado a negociar, cuando asuntos básicos de libertades políticas están en juego, puede ser un esfuerzo por los dictadores para inducir a los demócratas a rendirse pacíficamente mientras que la violencia por parte de la dictadura continúa.  En esos tipos de conflicto el único papel adecuado para las negociaciones puede ocurrir al final de una lucha decisiva cuando el poder de los dictadores ha sido completamente destruido y ellos buscan salvoconducto a un aeropuerto internacional.

 

El poder y la justicia en las negociaciones

 

Si este juicio parece un comentario muy crudo sobre las negociaciones, entonces un poco del romanticismo asociado con ellas tiene que ser moderado.  Se requiere pensar claramente sobre cómo operar las negociaciones.

 

“Negociación” no quiere decir que dos facciones se sienten juntas en una base de igualdad a discutir y resolver las diferencias que produjeron el conflicto entre ellos.  Dos verdades deben recordarse.  Primero, en negociaciones la relativa justicia de los puntos y objetivos en conflicto no es lo que determina el contenido del acuerdo negociado.  Segundo, el contenido del acuerdo negociado es en gran parte determinado por la capacidad de poder de cada grupo en la contienda.

 

Muchas preguntas difíciles tienen que ser consideradas.  ¿Qué puede cada grupo hacer en una fecha futura para obtener sus objetivos si no se llega a un acuerdo en la mesa de negociaciones?  ¿Qué puede hacer cada grupo después de que se llega a un acuerdo si el otro grupo rompe su palabra y usa sus fuerzas disponibles para apoderarse de sus objetivos a pesar del acuerdo?

 

En negociaciones no se llega a un acuerdo a través de la evaluación de los buenos y malos puntos de los asuntos en cuestión.  Mientras que éstos pueden ser discutidos, los resultados reales de las negociaciones vienen de la evaluación del poder absoluto y relativo de las facciones en conflicto.  ¿Cómo pueden los demócratas asegurarse que sus reclamaciones mínimas no serán negadas?  ¿Qué pueden hacer los dictadores para mantenerse en control y neutralizar a los demócratas?  En otras palabras, si hay un acuerdo, es probable que resulte del estimado, por cada grupo, del poder relativo de los otros grupos y del cálculo de los resultados de una posible lucha abierta.

 

Hay también que prestar atención a qué tipo de sacrificios cada grupo está dispuesto a ofrecer para llegar a un acuerdo.  En negociaciones exitosas, hay un arreglo, un acomodo en las diferencias.  Cada grupo recibe parte de lo que quiere y cede parte de sus objetivos. 

 

En caso de dictaduras extremas, ¿qué van las fuerzas por la democracia a sacrificar a los dictadores?  ¿Qué objetivos de las fuerzas por la democracia van a ser aceptados por los dictadores?  ¿Van los demócratas a otorgar a los dictadores (ya sea un partido político o un grupo militar) el derecho de jugar un papel permanente en un gobierno futuro?  ¿Qué tiene eso de democrático?

 

Aún asumiendo que todo va bien en las negociaciones, es necesario preguntar: ¿Qué clase de paz resultará?  ¿Será la vida mejor o peor de lo que sería si los demócratas comenzaran o continuaran la lucha?

 

Dictadores “agradables”

 

Los dictadores pueden tener una variedad de motivos y objetivos que causan su dominación: poder, posición, riqueza, querer cambiar la sociedad, y otros.  Uno debe recordar que no podrán obtener ninguno de éstos si abandonan sus posiciones de control.  En caso de negociación, los dictadores tratarán de conservar sus metas.

 

Cualesquiera que sean las promesas ofrecidas por los dictadores en cualquier acuerdo negociado, nadie debe olvidar que los dictadores pueden prometer cualquier cosa para asegurar la sumisión de los oponentes democráticos, para luego descaradamente violar esos mismos acuerdos.

 

Si los demócratas están de acuerdo en parar la resistencia para alcanzar un alivio en la represión, pueden resultar muy decepcionados.  Un paro a la resistencia rara vez trae una reducción en la represión.  Una vez que el freno de la fuerza de la oposición interna y externa ha sido eliminado, los dictadores pueden recrudecer aún mas su opresión y hacer la violencia aún más brutal que antes.  El colapso de la resistencia popular frecuentemente remueve la fuerza de contrapeso que ha limitado el control y la brutalidad de la dictadura.  Los tiranos entonces pueden arremeter contra quien quieran.  “Porque el tirano tiene el poder de infligir sólo lo que nosotros carecemos la fuerza para resistir,” escribió Krishnalal Shridharani. (5)

 

La resistencia, no la negociación, es esencial para el cambio en los conflictos donde asuntos fundamentales están en juego.  En casi todos los casos, la resistencia tiene que continuar para sacar a los dictadores del poder.  El éxito es más frecuentemente determinado no negociando un acuerdo, sino a través del uso inteligente de los métodos más apropiados y poderosos de resistencia disponibles.  Es nuestra aseveración, a ser explorada más adelante en más detalle, que el desafío político, o la lucha noviolenta, es el instrumento más poderoso disponible a aquéllos que luchan por la libertad.

 

¿Qué tipo de paz?

 

Si los dictadores y demócratas hablasen sobre la paz de alguna manera, es requisito el considerar con extrema claridad los peligros envueltos.  No todo el mundo que usa la palabra “paz” quiere paz con libertad y justicia.  La sumisión a una cruel opresión y la pasiva aceptación de dictadores brutales que han perpetrado atrocidades contra cientos de miles de personas no es una paz real.  Hitler frecuentemente hacía llamados a la paz, que significaba la sumisión a su voluntad.  La paz de los dictadores frecuentemente no es más que la paz de la prisión o de la tumba.

 

También hay otros peligros.  Negociadores de buena fe a veces confunden los objetivos de las negociaciones y el proceso de negociación en sí.  Es más, negociadores democráticos, o expertos negociadores extranjeros aceptados para asistir en las negociaciones, pueden de un plumazo proveer a los dictadores con la legitimidad doméstica e internacional que les fue antes negada por su usurpación del estado, violación de derechos humanos, y brutalidades.  Sin esa legitimación, que necesitan desesperadamente, los dictadores no pueden continuar gobernando indefinidamente.  Los exponentes de la paz no les deben suministrar esta legitimidad.

 

Razones para la esperanza

 

Como hemos dicho anteriormente, los líderes de la oposición pueden sentirse forzados a buscar negociaciones debido a un sentimiento de desesperanza en la lucha democrática.  Sin embargo, ese sentimiento de falta de poder puede cambiar.  Las dictaduras no son permanentes.  Los pueblos que viven bajo dictaduras no tienen que permanecer débiles, y no hay que permitirles a los dictadores permanecer poderosos indefinidamente.  Aristóteles indicó hace mucho, “...La oligarquía y la tiranía tienen más corta existencia que cualquier constitución....En todas partes, las tiranías no han durado mucho.(6)  Los dictadores modernos también son vulnerables.  Sus debilidades pueden ser agravadas y el poder de los dictadores puede ser desintegrado.  (En el Capítulo Cuarto vamos a examinar estos puntos débiles en más detalle.)

 

La historia reciente demuestra la vulnerabilidad de las dictaduras, y revela que pueden desmoronarse en un período de tiempo relativamente corto: mientras que diez años --1980-1990-- fueron necesarios para derrocar la dictadura comunista en Polonia,  en 1989 en Alemania Oriental y Checoslovaquia el derrocamiento ocurrió en cuestión de semanas.  En El Salvador y Guatemala en 1944 las luchas contra las atrincheradas brutales dictaduras militares requirieron aproximadamente dos semanas cada una.  El régimen militarmente poderoso del Shah de Irán fue socavado en pocos meses.  La dictadura de Marcos en Las Filipinas cayó ante el poder popular en cuestión de semanas en 1986: el gobierno de los Estados Unidos rápidamente abandonó al presidente Marcos cuando la fuerza de la oposición se hizo aparente.  El intento de golpe de estado extremista en la Unión Soviética en 1991 fue bloqueado en días por el desafío político.  Después, muchas de las naciones del Bloque Soviético, que habían sido dominadas por mucho tiempo, en cuestión de días, semanas y meses recuperaron su independencia.

 

La vieja preconcepción que los medios violentos siempre funcionan rápidamente y que los medios noviolentos siempre requieren mucho tiempo claramente no es válida.  A pesar que cambios en la situación y en la sociedad pueden requerir mucho tiempo, la lucha contra la dictadura en sí es a veces relativamente rápida cuando se usan medios noviolentos.

 

Las negociaciones no son la única alternativa a una lucha continua de aniquilamiento por un lado o de capitulación por el otro.  Los ejemplos previamente citados, y los mencionados en el Primer Capítulo, ilustran que otra opción existe para aquéllos que quieren paz y libertad: el desafío político.

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